Mañana saldremos de San Ysidro, procedentes de Tijuana, y traeremos las llantas repletas de whiskys, lobos, cartografías, tigres blancos, juglares, vientos, disparos y estrellas moribundas. Variadito vendrá el contrabando. La carga será llevada al San Diego Union Tribune Festival of Books, a celebrarse en Liberty Station de Point Loma. Justo al medio día tendré la oportunidad de charlar largo y tendido con mis colegas Jean Guerrero, Guillermo Arias Camarena y con todos ustedes. Poco después estaré un rato en el stand del Cecut compartirendo libros. Pinta bien el sabadito para lanzarse al otro lado. Allá nos vemos.

El cigarro se asemeja a las aletas de cetáceo en el mar. Al menos por unos segundos arroja destellos de algo profundo, furtivas e insinuantes iluminaciones, burbujas de lo sublime condenadas a reventar si por algún desvarío se me ocurre intentar asirla en mi mano. El cigarro te regala la patrañosa sensación de poder sacarle raja utilitaria al caos, de ordenar la catástrofe y ser capaz de inyectar una dosis de sentido al mayor absurdo. Paradojas y mentadas de madre del destino: en mis más tóxicos años me mantuve relativamente libre tabaco, o al menos nunca hice por comprar una cajetilla. Hoy, cuando debo iniciar ese camino de mórbida y forzada purificación hacia la madurez, brotan del subsuelo todos los infiernos postergados.