Un volcán nunca sabe para quién trabaja.
Despertamos con alerta de tsunami en este sabadito
ventoso. El Pacífico, que nada sabe de paz, es un vecino inspirador capaz de
regalarte atardeceres de postal, pero algunas veces le da por llevarse pesado
al muy canijo. La erupción submarina del volcán trabalenguas
Hunga-Tonga-Hunga-Ha’apai, ha puesto en alerta a la costa bajacaliforniquiana.
Salí temprano a pasear al Pappo. Soplaba un vientecito fresco con lluvia ligera
y las Islas Coronado seguían estando en su sitio. Pappo tiene convicciones
firmes, radicales e inmutables respecto su paseo matutino, que tiene carácter
de ritual sagrado. Aún con infernales vientos de Santa Ana o tormentas
invernales él exige ser sacado a pasear. En ese tema es inflexible. La erupción
del Hunga-Tonga me recordó un libro bellísimo que en verdad disfruté: El año
del verano que nunca llegó de William Ospina. El colombiano nos narra cómo la
erupción del volcán Tambora en Indonesia se robó el verano de 1816 y de pasó
transformó la historia de la literatura. La casi perpetua oscuridad de aquel
año cobijó en Villa Diodati a Lord Byron, al infortunado John Polidori y al matrimonio
de Mary y Percy Schelley. En aquel nublado 16, en los márgenes del lago de
Ginebra, brotaron, producto de una apuesta, el embrión de Frankenstein y el
primer vampiro romántico. Sin duda el mejor libro que he leído sobre el gran
mito byroniano de Villa Diodati que ha arrojado novelas como Las piadosas de
Andahazi o Bravura de Carreré. He leído críticas muy duras contra el libro de
Ospina, pero yo lo nombré mi libro del año en 2015. Lo sublime y lo monstruoso
amalgamados y la resurrección de ciertos mitos tercos con complejo de
eternidad. Un volcán nunca sabe para quién trabaja.