Eterno Retorno

Saturday, June 18, 2011


Nuestra mejor obra de ficción es el Artículo 2 de la Constitución, esa pieza de la mejor literatura fantástica llamada abolición de la esclavitud.



¿Qué querían decirnos los primeros bajacalifornianos? Estas palabras no se las llevó el viento.


Eso es camuflaje ¿Dónde está el Conejo?

Friday, June 17, 2011



Vista desde del Siglo XXI, la década de los 90 resulta ancestral, casi prehistórica e idílica, porque idílico suele ser por naturaleza todo recuerdo de juventud y porque idílico nos parece un país que ni en su peor pesadilla intuyó el baño de sangre que lo inundaría unos años más tarde.
En 1997 era yo un reportero novato en la redacción de El Norte de Monterrey, donde firmar en primera plana era patrimonio exclusivo de veteranas vacas sagradas de la pluma. El territorio natural para la firma de los mocosos eran las páginas de interiores, a donde iban refundidas nuestras notas de los municipios de la periferia regiomontana y el Sur de Nuevo León.
Con mis 23 años recién cumplidos y las alforjas rebosando sueños de gloria periodística y cerveza helada del Barrio Antiguo, recorría las carreteras nuevoleonesas peinando los naranjales de Montemorelos y las sierras de Aramberri e Iturbide en busca de notas interesantes para contar a un regio lector que tenía la vida resuelta. Eran los tiempos del Barzón y el Fobaproa, de la primera Legislatura en donde el PRI no tronaba a placer sus chicharrones y del primer triunfo de la oposición en Nuevo León. La victoria de Fernando Canales contra Natividad González Parás en las elecciones de 1997 fue el gran acontecimiento de mi debut reporteril.
En aquel entonces una ejecución era todavía un acontecimiento trascendente, capaz de generar sorpresa e indignación en las buenas conciencias. El gran crimen marca Cosa Nostra del Monterrey de los 90, había sido la ejecución al más puro estilo Chicago del gansteril abogado Leopoldo del Real, acribillado en el café Florián en enero de 1996. El asunto acaparó portadas por varias semanas. Durante toda mi época como reportero en El Norte solamente me tocó cubrir una ejecución. Ocurrió en el estacionamiento del restaurante Rey del Cabrito de Constitución y Macroplaza. Me encontraba ese día en la sala de prensa del Palacio Municipal de Monterrey buscando la manera más creativa de hacer rabiar al alcalde Jesús María Elizondo, cuando en eso escuchamos las detonaciones. No es que tuviera mucha experiencia en pólvora y plomo, pero de inmediato supe que aquello no eran cohetes. Bajamos corriendo las escaleras eléctricas, cruzamos la calle Doctor Coss frente al Museo Marco y corrimos hacia donde se empezaba a aglomerar la gente a la entrada del estacionamiento del restaurante. Ahí, junto a las llantas de una camioneta Lobo color roja, yacía en un charco de sangre un hombre con camisa de cuadros, botas y cinto piteado. El sombrero, obvia decirlo, había caído a unos cuantos metros. La buena noticia, confirmaron los meseros, es que el ejecutado había muerto con la panza llena pues había tenido tiempo de pellizcar con tortilla recién hecha las suculentas criadillas acompañadas de una botella de cerveza con escarcha. La ejecución del Rey del Cabrito fue portada de todos los periódicos regios y entrada de todos los noticieros. Recuerdo un tabloide -si la memoria no me falla el Metro- que cabeceó: Como en Tijuana o Ejecución al estilo Tijuana. Para los reporteros regios era la mejor forma de describirlo. En Tijuana pasaban esas cosas; en Monterrey no. Desde nuestra óptica, Tijuana era un territorio lejano, salvaje, hostil; una suerte de corazón de las tinieblas regido por la ley del plomo. Por supuesto que en los 90 había varios miles de páginas de narcohistorias, pero ocurrían siempre muy lejos de Monterrey. Ese verano, justo en los días en que se desataba la tormenta electoral, se publicó el sospechoso cuento sobre la muerte del Señor de los Cielos dentro de un quirófano mientras intentaba cambiar de rostro. Desde la cómoda lejanía leíamos historias de horror del Mochaorejas, los Arellano Félix y el Mayo Zambada, mientras el Chapo Guzmán se pudría en prisión y el Zar antidrogas Barry McCaffrey repartía bendiciones certificadas y condenas con amenaza de intervención. En los 90 la vida en Monterrey transcurría sin demasiados sobresaltos y nadie hubiera concebido que en un día cualquiera como hoy, mientras escribo estas palabras, los regios contemplan un teatro del horror representado por tres hombres aún vivos colgados como piñatas de un puente vehicular, mientras sicarios se divierten disparándoles desde la calle o que iban a contar 33 homicidios en 16 horas. La peor noticia, es que el asunto ya ni siquiera sorprende, ni quita el sueño. Dónde ha quedado el Monterrey que peiné en bicicleta donde me daba el lujo de sacar el dedo para pedir aventón? Nostalgia en penumbra por una ciudad que se perdió para siempre.

Debate calafiero

En Tijuana casi todo mundo tiene algo que decir y opinar sobre Jorge Hank Rhon. Su leyenda se construye todos los días en infinitas charlas, llenas de secretos inconfesables y verdades absolutas. Más de una vez me he visto inmerso en debates de calafia (microbús) o taxi colectivo tijuanense en donde el chofer va escuchando una tribuna radial en la que un radioescucha apasionado se comunica a cabina para alabar a Hank como un mesías o despotricar contra él acusándolo de ser el anticristo. De pronto un pasajero de la calafia -por regla general una señora- se solidariza con el radioescucha tribunero o lo contradice con vehemencia y entonces el chofer u otro pasajero interviene para contradecir a la señora revelando una verdad sobre Hank que sólo él conoce, pues se la ha dicho alguien muy enterado y de pronto, en cuestión de minutos, ya se ha armado un debate colectivo y cuando Hank Rhon es el tema a debatir, lo imposible es dar con un comentario que tenga una mínima dosis de moderación u objetividad.

Thursday, June 16, 2011



Entre tanto chingado editorialista sabihondo, la mejor bitácora sobre el caso Hank la hizo un lector en la sección de comentarios del Diario El País (aunque usted no lo crea hay secciones de comentarios que van más allá del lenguaje ke y el pinche puto compulsivo) He seguido este circo a través de la prensa extranjera, para sentir que desde la lejanía estoy leyendo la historia de un absurdo y corrupto país, una tierra lejana donde lo aberrante e impensable se torna asunto cotidiano. El caso Hank, que hoy cumple nada más doce portadas seguidas en la prensa local y que logró colarse a importantes espacios en los medios nacionales y extranjeros, me parece la síntesis perfecta para entender nuestra podredumbre. ¿Quieres explicar y dimensionar en forma sencilla la porquería de pantano en que nos ahogamos los mexicanos? Aquí tienes una linda parábola llamada caso Hank que lo contiene todo: el ritual de la impunidad como forma de vida, el culto a la personalidad por encima de las instituciones, lo podrido del sistema judicial, la desigualdad ante la ley, la torpeza absoluta de los fiscales, la imbecilidad e impotencia de un aparato de gobierno y la pendejez total y la incapacidad crítica del asistente al circo. Todo está resumido en este caso que nos define y ejemplifica como nación y como cultura. Yo sé que es cagante leer a extranjeros criticarnos, máxime cuando España se ahoga en su propia mierda con un desempleo a nivel de pesadilla, pero hay algo en lo que muchas culturas nos superan y nos dan la vuelta; la capacidad de indignación, la capacidad de encabronarte y cerrar el puño. Escribo esto en un amanecer lluvioso en pleno junio mientras leo que en la tierra donde nací asesinaron a 32 personas en menos de 16 horas. Escribo al retornar de un viaje por el profundo Sur del Estado en donde compruebo y redescubro que la abolición de la esclavitud es nuestra mejor obra de literatura fantástica. El sistema que odias es el sistema que soportas, alguien que pasa todos los días a embarrarte un puño de mierda en la cara al que te has acostumbrado. Porque en esta tierra a todo te acostumbras menos a dejar de pistear.
En fin, aquí les dejo los comentarios de los lectores de El País. El primero, me parece de lo mejor.


La población mexicana tiene una corrupción casi genética (o tolerancia a la misma) fomentada desde las estructuras del poder (y antes de enojarse paisanos, piensen si no es "natural" para casi todos, dar "mordida", pedir recomendaciones para lo que sea, hacer trampa). Si añadimos un sistema educativo desastroso (actualmente en manos de una lideresa impresentable, amiga de Calderón) y medios de comunicación al servicio del poder en turno, entenderemos por qué el resultado es un pueblo sin educación, desinformado y anestesiado. En este contexto puede entenderse que exista un sujeto como Hank, quien por la enorme torpeza de los panistas (también corruptos pero sobre todo incompetentes) salió de este asunto como un héroe. México necesita deshacerse de la clase política, ciudadanizar las estructuras del poder y refundarse, una revolución pues.


Lo que noto y corríjanme si me equivoco, es una total pasividad del pueblo mejicano, ante una crisis semejante como la que viven, acá (Argentina) le prenden fuego el rancho al presidente, ni loco el pueblo se dejaría manipular así. Lo mismo en nuestros países cercanos, Brasil, Uruguay Chile etc. Enseguida la gente toma las calles y se hace sentir. Alla noto una pasividad total por parte de la ciudadanía.



Pero dónde quedó eso que el mejicano es bien cuate y bien macho, el pueblo se hunde en la mierda de los mafiosos, en la indiferencia de sus políticos....cuántos son éstos y cuánto el pueblo?????. La sociedad mejicana tiene que unirse y arrasar con la podredumbre que impera y que crece día tras día, o es que ya no queda en Méjico gente decente, con valores, gente limpia que quiera bien a su país?

Tuesday, June 14, 2011


A la orilla del mercado (Santiago Tianguistenco)

En náhuatl Tianguistenco significa a la orilla del mercado y es cuestión de dar rienda suelta a la mente y subirnos a la máquina del tiempo para imaginar un mercado mexica rebosante de color, inundado por el perpetuo escándalo de las aves en sinfonía con los gritos de los vendedores. Mazorcas, chichicuilotes, perros xoloitzcuintles, tzentzontles, chiles de mil colores ardiendo en comales y sobre todo gritería, harta gritería, todo ello bajo la vigilancia de la eterna cabeza blanca del Nevado de Toluca. Sin duda alguien como el maestro León Portilla podrá corregirnos, pero por pura deducción etimológica, podemos intuir que ese lugar no era precisamente un centro ceremonial, sino un sitio para el comercio. El de Tianguistenco era el mercado más importante del Valle de México después del de Tlatelolco y a la fecha los puesteros siguen poniendo el color en el pueblo cuando se instalan cada martes. En el nombre de Santiago Tianguistenco de Galeana, como en tantos pueblos de México, conviven tres edades de su historia: prehispánico, virreinato e insurgencia. Obvia decir que Tianguistenco es la denominación original y sin duda la más antigua. Pero los conquistadores, devotos de Santiago de Compostela, esparcieron el nombre del apóstol en cuanta tierra colonizaban. Tres siglos después se agregaría un apellido más, el del insurgente Hermenegildo Galeana, lugarteniente de Morelos. La etimología de Tianguistenco resultó la más exacta para definir el rol que jugaría el hijo más ilustre de ese pueblo, un hombre que vivió a la orilla del mercado y la política, en la difusa y acaso imperceptible frontera que separa ambos mundos. A la orilla del mercado, al filo de la navaja entre el cargo público y el negocio particular, sacando provecho de ambos. Lo que definitivamente no coincide es el segundo apellido, el “de Galeana” y no es nada contra el combativo insurgente de Tecpan, pero a estas alturas sería más coherente que el municipio se llamara Santiago Tianguistenco de Hank González. Si hacemos una encuesta entre los habitantes del pueblo, podemos apostar doble contra sencillo a que la figura del Profesor les resulta más familiar que la de don Hermenegildo. Tal vez la efeméride más significativa para Santiago Tianguistenco sea el natalicio de Carlos Hank González en 1927, el hombre que se encargaría de inmortalizar al pueblo en el mapa.
Aunque su historia, fisonomía y vocación no tienen nada que ver, Santiago Tianguistenco y Tijuana son ciudades hermanas. Cierto, los separan más de 3 mil kilómetros y mucho más de cinco siglos. Tianguistenco es un anciano pueblo que va visto desfilar la historia frente a su mercado. Tijuana en cambio es una urbe adolescente, casi puberta, que con sus dos millones de habitantes, sus miles de migrantes y su multitud de televisores que le fabrica cada año al planeta entero, es una niña frente al poblado mexiquense, cuya población quintuplica.
Tijuana y Tianguistenco se hermanaron el 29 de agosto de 2006. El presidente municipal de Santiago era Alfredo Rodríguez Castro. El de Tijuana, obvia decirlo, era Jorge Hank Rhon.
Aparentemente no hay nada en común entre estos dos hermanos de fisonomía contrastante, pero hay algo que los une y los ha convertido en carnales de sangre: Santiago Tianguistenco de Galeana y Tijuana son los dos santuarios universales del hankismo. Si el hankismo fuera algún día elevado al nivel de culto (y tomando en cuenta la pleitesía y enajenación que muestran algunos allegados, se puede decir que ya es en los hechos una religión) los devotos de dicho credo deberían rezar mirando en dos direcciones: hacia Tijuana y hacia Tianguistenco.

Sunday, June 12, 2011



¿El Cuervo de la Dispersión?

Es irrenunciable y nos delata nuestra condición de fronterizos. Tenemos el alma surcada por líneas divisorias. Vivimos a la orilla, en el límite, en el borde. Vivimos donde algo termina y otra cosa comienza. Podría empezar por la frontera más evidente de todas, la frontera política, pero esa es sin duda la más artificial. Existe desde 1848, cuando el tratado de Guadalupe-Hidalgo, mandato divino del In God We Trust protestante, marcó sobre este cuerpo de hostil topografía su cicatriz imperialista. Vivimos también en la frontera entre el mar y la tierra y frente a esa señorona frontera, que lleva varios millones de años, la geopolítica es un embrión de semanas. A unos metros del sitio donde yo desparramo semejantes desvaríos, los delfines y los pelícanos viven su vida, al margen de Hank y su arsenal; más allá Cordero y su inagotable salario mínimo y la mierda hasta el cuello de un país aferrado al reciclaje de porquería. Aquí se acaba el Continente y allá, un poco más lejos de donde al Sol le da por ponerse tras las Islas Coronado, yace Oriente y su misterio, encriptado en confucianistas proverbios. El vuelo directo Shanghai-Tijuana y nuestros 20 millones de televisores desparramados por el mundo cortesía de Otay, el arroz cantonés de Mexicali, la chinesca y los fumaderos de opio. Y qué me dices de la frontera entre la montaña y el desierto, entre la modorra irrealidad y el baldazo de vida cierta. ¿No hay migras que exijan pasaportes para entrar de un ecosistema a otro? De El Hongo a la Laguna Salada, de la Justo Sierra a la 5 y 10, del tráfico mortal de un viernes en Paseo de los Héroes a la soledad de mi diálogo interno cuando camino entre los conejos. Voy y vengo, de las casas blindadas a las casas de cartón, de la planicie a la cañada, de Camino Verde a Santorales, al filo de la navaja entre el éxito y la miseria absoluta. Esa vida yaciente en otra parte está a unos metros de ti. Gira un poco tu mirada, aparta tus pasos unos metros del caminito, cierra los ojos y escucha. Entre fronteras vives y la realidad aparte anda siempre paseando a tu lado como ese cuervo que habita en las cercanías de nuestro hogar y devora el mundo desde una torre de alta tensión.