Cuando el Hotel Rosarito deviene en Palacio de Minería, un recinto ferial de patrañosos horarios en donde he de presentar uno o dos libros de historia rosaritense, de pasta dura y frágiles hojas (pero no de baratos cartones y burdos colores pastel como la biblioteca del historian). No me queda claro si soy autor del libro o solo participo de alguna manera y ni siquiera sé si en verdad lo presento o si aquello es un premio de consolación. El texto trata sobre un ancestral Rosarito casi virreinal en donde hay ranchos y misiones donde vivir despavorido por las incursiones kiliwas parece ser el estado natural. No recuerdo si las páginas derrochaban arte de cartógrafo, pero al menos cumplían con regalar dibujos y fotografías de huesos y animales despellejados por el malón kiliwa procedente de la sinaloense lejanía. En una mesa de comedero yacían un par de libros rayados con pluma roja y a punto del desmembramiento (alguien rayó un intento de monito en la primera página) Le digo a un empleado que alguien dejó olvidados dos libros. Naaa, nada de eso. A propósito los han tirado. Nadie los quiere. Al final, creo, no presenté ni putas madres. En cualquier caso, fue una noche larga.
Wednesday, March 06, 2019
Tuesday, March 05, 2019
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Monday, March 04, 2019
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Demasiado idílica la postal como para entregarse a ella. Patrañoso cliché de espíritu juvenil ampliamente recompensado, de hormona en ebullición, de libertad con código de barras. Aun así, la arena y las olas eran reales y mojaban, aunque no me explico dónde conectaba sus tornamesas aquel dj que inundaba la atmósfera con su chick-retrolounge-afterhours trance, ideal para una playita oculta y lejana, sobre todo lejana, porque si algo me queda claro es que llegar hasta allá costaba sudor y lágrima. La ida (puro caminito de bajada a gusto) espetaba en la conciencia la mega chinga por venir, trepando colinas de arena suelta bajo un sol picante. Alguna burguesa hablaba de llegar a pie y regresar en avión y yo, aunque deseaba mi dosis de mar, era consciente de mi teléfono en la bolsa delantera de la camisa, de la cartera, de esas monsergas de vida diaria que no se llevan bien con el agua salada. No había embriaguez ni nada remotamente parecido a un carpe diem publicitario. Había en cambio una brutal conciencia de la chinga por venir y hoy, a un café de distancia en el mojado amanecer, una conclusión a posteriori: pese a haber un océano mojando mi duermevela, por su ausencia brillaron los cetáceos de la inspiración. Estaba que ni pintada la escenita para el repentino brote de colas y aletas que tan bien conocemos, pero hoy no se dignaron a irrumpir en superficie.