Eterno Retorno

Friday, January 15, 2021

Azuzar la noche para que se abra como orquídea

 

 

Me hiere enterarme que Iván Trejo ha remado hacia el “gélido vacío de la blancura”.  Me hiere, porque su carrera estaba en ebullición y me queda claro que él no paraba. Si como poeta creó atmósferas sublimes, como editor fue un rompedor de moldes y paradigmas. Hay libros que enamoran con una mirada y los de Atrasalante podían volarte los sentidos con solo verlos. Bella e innovadora editorial.

Me hiere mirar la pantalla y entrarme cada día de una nueva muerte. Cada vez más personas con las que en algún momento coincidí o compartí algo están diciendo adiós. Estos días aún no son ayeres el obituario es ritual de lo habitual.

Acaso haya que tomarle la palabra a Iván y  azuzar  la noche para que se abra como orquídea

no pienses que he muerto/ ni lo sientas/

ni lo digas/ el silencio del estar es todo lo que poseemos/

otra es la voz del agonizante/ no la nuestra

que recorre los hombros desnudos de las preguntas/ no la nuestra

que habita todos esos lugares donde no estamos.

Irlanda se viste para matar

 

Un buen propósito de año nuevo (que hasta ahora he incumplido) es compartir con ustedes impresiones y retrogustos de absolutamente todas mis lecturas conforme las vaya concluyendo. No se trata de una reseña en forma sino un  comentario a la brava y de primera intención. Pues bien, mi primera lectura del 2021 fue Cara de liebre de Liliana Blum (en realidad terminé de leerla el 7 de enero, pero hasta ahora la comento). Creo que a estas alturas ya podría reconocer a ciegas una novela de Liliana aunque viniera firmada con un seudónimo, pues la duranguense ha patentado un sello propio que parece ser  obsesivamente fiel a sí mismo. Ignoro si la idea fue concebida a priori, pero Pandora, Monstruo pentápodo y Cara de liebre funcionan perfectamente como trilogía (de hecho hay un pequeño guiño a Pandora al principio de este tercer libro). Digamos que si aplicamos la teoría de Cómo dibujar una novela de Martín Solares, la conclusión es que estas tres historias arrojan un trazo muy similar (por no decir casi idéntico) en su estructura, si bien la trama tiene variantes sustanciales y cumple con agarrarte del cuello y no soltarte. De entrada, aquí el rol de psyco killer lo juega una mujer, Irlanda,  y la víctima es un hombre, el odioso Nick. Es ahí donde está el que creo yo es el principal contraste con Pandora y el monstruo: en Cara de liebre es imposible no ponerse de parte de la psicópata y repudiar a la víctima. También hay contrastes en el desenlace (no spoilers, please) pero por fortuna no en la tensión in crescendo.  Como en las dos anteriores novelas, hay dos historias paralelas alternándose y la que corresponde a la psyco killer  oscila entre la voz interior de Irlanda narrando en primera persona y un narrador omnisciente que se encarga también de contar la historia de Tamara. Demasiados temas para la reflexión. Por ejemplo, ayer que ejecutaron por inyección letal a Lisa Montgomery por haber acuchillado a una mujer embarazada, sus abogados defensores  argumentaban que la asesina había vivido una infancia traumática llena de sufrimiento. Pensé entonces en la niñez de la pobre Irlanda, tan llena de maltrato y acoso, en una época en que el bullying se llamaba vida. También hay escenas brutales. Si cada que escuchamos Goodbye horses irremediablemente pensamos en Buffalo Bill del Silencio de los inocentes, ahora cada que escuche Der Komissar pensaré en Irlanda vestida para matar.

PD- Lecturas en curso: Un amor de Sara Mesa y Declaración de las canciones oscuras de Luis Felipe Fabre. Ya les platicaré.


Wednesday, January 13, 2021

Las calles que he caminado

 


El camino de la vida como una película muda en donde un espectador neutral te mira desplazarte día tras día a través de una repetitiva ruta sin variantes por una misma calle de una misma ciudad. Ir, venir, andar, desandar, caminar sobre tus propios pasos, girar siempre en las mismas esquinas más o menos a la misma hora. Ahí estás tú, con ese andar desgarbado, pisando las mismas banquetas, perdiendo la mirada, desparramando inconexos pensamientos. Hay quien te ha dicho que podría reconocerte por tu caminado. “Tu forma de caminar es igualita a la de tu padre, haz de cuenta que lo estoy viendo”, te dijo algún día uno de tus tíos.  

Narrar tu historia a través de la cartografía urbana que va trazando el día a día. En 1994 la calle en donde yace el centro neurálgico de tu vida diaria es José Benítez en la colonia Obispado. En un extremo está el edificio gris que alberga las cabinas de Stéreo- 7 a donde vas a dar  a las seis de la tarde o la medianoche según de cuál programa se trate. Su pared lateral de cristales reflejantes, su negra puerta metálica, su letrero verde y amarillo. Cuadras más allá el cruce con la avenida Francisco Garza Sada que desciende hasta el Regio y la prepa Chepevera. Sigues la ruta y ahí, en la acera de enfrente, está la vieja casona en donde yacen amontonadas las aulas universitarias en donde tomas clases. Su nombre oficial es Escuela de Ciencias Jurídicas aunque todo mundo le dice Leyes. Cientos de aspirantes a abogánster confinados en la estrechez de una casa de bisabuelos. A la escuela llegas a las siete de la mañana o las cuatro de la tarde según sea tu horario.  A veces sales de ahí y tomas la ruta inversa, calle abajo por José Benítez. Pasas por la Prepa 2 de la UANL hasta llegar a la calle donde está el restaurante Residence y la escuela de Psicología de la UR en donde estudia tu futura esposa. Ahí puedes tomar el rojinegro camión Ruta 4 que te lleva hasta San Jerónimo. Por tu colonia cruzan la Ruta 69, la Ruta 4 y la Ruta 70 (que viene desde Guadalupe). La mayoría de los pasajeros son obreros de la Coca Cola. Una vez en San Jerónimo  deberás caminar colonia arriba. Emprendes tu zigzagueante ruta de regreso cortando camino por calles estrechas hasta llegar a Francisco Petrarca en donde aguarda el hogar. Paradojas del destino: de todas las casas en donde has habitado, la de Colinas de San Jerónimo es la que menos te gusta, pero de todas las calles en donde ha estado tu domicilio, el nombre de Francisco Petrarca es sin duda el que más te enorgullece.  Hay algo inspirador en la idea de vivir en una calle con nombre de poeta, una de las tres coronas del Renacimiento italiano. ¿Cuántas veces fuiste y viniste de San Jerónimo al Obispado en aquel 94? De pronto, cientos de caminatas se reducen a una sola imagen, algún difuso recuerdo. Persiste la omnipresencia del calor, la hostilidad de la cuesta arriba, pero no mucho más. Mientras caminas el engranaje mental va pariendo pensamientos en tormenta, un diálogo interno que fluye como torrente. Mientras caminas a menudo hablas solo o balbuceas. ¿Cuántos pensamientos dejaste desparramados entre José Benítez y Petrarca? ¿Cuántas ideas fluyendo a la deriva en cauce anárquico? ¿Qué carajos pensabas? ¿Dabas pasos mientras repetías en automático los conceptos que vendrían en el examen de Constitucional o Procesal Civil? ¿Tarareabas rolas metaleras en la rockola neuronal?

Habrás hecho esa ruta unos mil días de tu vida. Caminando, en bicicleta o  de  aventón en un carro. Solo esas tres alternativas,  pues jamás manejaste por esa calle y tampoco había transporte público que la recorriera. Un millar de jornadas hasta que de pronto, un día de primavera, José Benítez salió de tu vida para siempre. Estás por cumplir 25 años de no pasar por esa calle. Acaso habrás pasado una o dos veces en tus cada vez más esporádicas visitas a Monterrey, pero ni siquiera estás tan seguro. Hace un lustro subiste al Obispado, aunque lo hiciste en taxi y por otra ruta. Fue tu última vez por esos rumbos.   Te sorprende comprobar lo poco que conservas, la casi imperceptible huella emocional que dejó esa vereda a la fuerza recorrida. Nada hay de entrañable y nostalgioso, aunque acaso sobreviva algo parecido a un confortable alucine al momento de salir de Stereo 7 a las dos de la mañana después de haber tocado Perfect Strangers de Deep Purple. Cruzar las vías del tren cobijado por el solitario aliento de la madrugada y desear pedalear rumbo al final de la noche, donde quiera que ese improbable sitio se encuentre.

Monday, January 11, 2021

Hacerle al cuento en una heladera llamada Valencia

 


¿Listos para el primer round libresco del año? Si allá en España han entrado en la nueva glaciación es cosa que no nos inhibe ni nos enfría, pues en Valencia es tiempo de Narcos y Luchadores. Será mañana cuando el Macizo Core Padilla, Aldo “Pancracio” Rosales y yo merengues presentemos este libro de Ediciones Contrabando con los colegas valencianos de @LaLlibrería. Pueden unirse en Facebook Live a través de Fábrica de Historias. El zipizape empieza a las 10:30 am de Baja California (12:30 chilangas). Los esperamos.