Esquizofrenia escritural (¿o exquisitez escrotoral?)
Ser muchos escritores a la vez. Ser esos escritores que te daría pena encarnar. Escribir como no escribirías nunca, o mejor dicho, como no firmarías nunca.
Esquizofrenia escritural, personalidad múltiple. Escribir es vampirizar,
chuparle la sangre a quienes admiramos, jugar a imitar a los grandes. En mi
temprana juventud leía muchos narradores de estilos muy diversos y yo quería
ser todos ellos. Era un imitador en búsqueda permanente de su voz narrativa,
pero esa mentada vocecita era un espectro elusivo y casquivano. El Aleph de
Borges, La Tumba de José Agustín y el
Calígula de Howard me volaban la cabeza por igual y yo quería escribir como
ellos tres, pero resulta que Borges,
Agustín y más aún el chatarrero Howard son harto distintos ¿Cuál
elegir? Mis primeros cuentos eran un
tutifruti, un chocochorro, una sopa de sobras en donde había algodón de azúcar,
aceituna con anchoa y chile habanero,
ajos y chocolates. Muchos de mis cuentos juveniles los compilé después en un
volumen llamado Cartografías absurdas de Daxdalia, mi primer libro publicado de
ficción pura. Como los fallidos relatos eran tan descaradamente contrastantes
en temática y estilo, recurrí a la chapuza de inventar una falsa antología.
Cada cuento era escrito por un narrador distinto, que tenía su propia semblanza
biográfica al principio del relato. Era mi manera de justificar esa catástrofe
narrativa tan disímil.
No sé si algún día encontré mi voz narrativa. Yo creo que sí, porque de un
tiempo para acá todo lo que escribo me suena odiosamente igual, lo cual no es
desde luego una buena noticia. Redundo en las mismas expresiones, los mismos
temas y entornos con personajes repetitivos, cortados siempre con la misma
tijera.
A veces quisiera ya no ser yo, pero la mentada voz narrativa es una arena
movediza de la que no me es dado escapar. Trato de hacer algo distinto pero
todo me suena odiosamente familiar. Quisiera disfrazarme de otro escritor y
escribir como acaso nunca escribiría, pero mis redundancias me delatan. Si escribir
es ser otro, entonces me enfundaré en algo más que un seudónimo y viviré la
heteronimia como un auténtico
esquizofrénico. Me enfundaré en la piel de un escritor que no le teme al
ridículo ni al cliché a la hora de crear una oscurísima novela sobre satanismo,
magia negra y aquelarres urbanos en la periferia marginal, pero también seré un
soez e impúdico pornógrafo dando rienda suelta a una orgía barebacking o un
exquisito vilamatiano dedicado a escribir literatura sobre literatura, novelas
en clave que solo un lector de literatura culta podría entender, un mega-culto
y aburridísimo escritor para escritores. Seré una trabajadora de sala de masaje como
Ipanema Dávila, una inocente cuentista primeriza como Lluvia Salguero o una rendichica como Aldonza. Seré todo eso y más, un travesti narrativo, un
mil máscaras prosísticas, un multipolar derramador de palabrería. Algún día
diré “pero hoy ya no soy yo” pero por ahora sigo anclado al único jodido
escritor que he podido ser, chapoteando en el fango de frases hechas y odiosas
manías. Soy el que soy. La pinche otredad escritural me ha dejado plantado como
novia de rancho.