Eterno Retorno

Friday, May 14, 2021

Esquizofrenia escritural (¿o exquisitez escrotoral?)


 

Ser muchos escritores a la vez. Ser esos escritores que te daría pena encarnar. Escribir como no escribirías nunca, o mejor dicho, como no firmarías nunca.

Esquizofrenia escritural, personalidad múltiple. Escribir es vampirizar, chuparle la sangre a quienes admiramos, jugar a imitar a los grandes. En mi temprana juventud leía muchos narradores de estilos muy diversos y yo quería ser todos ellos. Era un imitador en búsqueda permanente de su voz narrativa, pero esa mentada vocecita era un espectro elusivo y casquivano. El Aleph de Borges,  La Tumba de José Agustín y el Calígula de Howard me volaban la cabeza por igual y yo quería escribir como ellos tres, pero resulta que Borges,  Agustín y más aún el chatarrero Howard son harto distintos ¿Cuál elegir?  Mis primeros cuentos eran un tutifruti, un chocochorro, una sopa de sobras en donde había algodón de azúcar, aceituna con anchoa  y chile habanero, ajos y chocolates. Muchos de mis cuentos juveniles los compilé después en un volumen llamado Cartografías absurdas de Daxdalia, mi primer libro publicado de ficción pura. Como los fallidos relatos eran tan descaradamente contrastantes en temática y estilo, recurrí a la chapuza de inventar una falsa antología. Cada cuento era escrito por un narrador distinto, que tenía su propia semblanza biográfica al principio del relato. Era mi manera de justificar esa catástrofe narrativa tan disímil.

No sé si algún día encontré mi voz narrativa. Yo creo que sí, porque de un tiempo para acá todo lo que escribo me suena odiosamente igual, lo cual no es desde luego una buena noticia. Redundo en las mismas expresiones, los mismos temas y entornos con personajes repetitivos, cortados siempre con la misma tijera.

A veces quisiera ya no ser yo, pero la mentada voz narrativa es una arena movediza de la que no me es dado escapar. Trato de hacer algo distinto pero todo me suena odiosamente familiar. Quisiera disfrazarme de otro escritor y escribir como acaso nunca escribiría,  pero mis redundancias me delatan. Si escribir es ser otro, entonces me enfundaré en algo más que un seudónimo y viviré la heteronimia como  un auténtico esquizofrénico. Me enfundaré en la piel de un escritor que no le teme al ridículo ni al cliché a la hora de crear una oscurísima novela sobre satanismo, magia negra y aquelarres urbanos en la periferia marginal, pero también seré un soez e impúdico pornógrafo dando rienda suelta a una orgía barebacking o un exquisito vilamatiano dedicado a escribir literatura sobre literatura, novelas en clave que solo un lector de literatura culta podría entender, un mega-culto y aburridísimo escritor para escritores. Seré una trabajadora de sala de masaje como Ipanema Dávila, una inocente cuentista primeriza como Lluvia Salguero o una rendichica como Aldonza.  Seré todo eso y más, un travesti narrativo, un mil máscaras prosísticas, un multipolar derramador de palabrería. Algún día diré “pero hoy ya no soy yo” pero por ahora sigo anclado al único jodido escritor que he podido ser, chapoteando en el fango de frases hechas y odiosas manías. Soy el que soy. La pinche otredad escritural me ha dejado plantado como novia de rancho. 


























Thursday, May 13, 2021

La válvula del deseo se activó

 


“Ya… pasó lo que nunca pensé que pasara” (canta Celso Piña con Lupe de Bronco en Gitana). Pues sí: pasó lo que nunca pensé que pasara. Siempre hay una primera vez y hoy, 12 de mayo de 2021, pasará a la historia como el primer día de mi vida en que recibí en casa un libro comprado en línea. Bueno, en realidad dos libros: El infinito en un junco de Irene Vallejo y Un verdor terrible de Benjamín Labatut. Mi biblioteca está conformada por más de 4 mil ejemplares que he ido pepenando a lo largo del camino en muy diversos lugares, entornos y circunstancias.  La única constante es que el encuentro con cada uno de mis libros se produjo siempre en una librería, feria o mesa de remate, por no hablar de los cientos de ejemplares que me han regalado. Lo que jamás de los jamases había hecho, es una compra en línea, pero sucede que mi linda hermana Elisa, tuvo el gran detalle de regalarme de cumpleaños una tarjeta Amazon. Hasta esta semana yo ni siquiera había entrado nunca al sitio de Amazon, pero con mi tarjeta de regalo en las manos la válvula del deseo se activó y en mi caso lo más deseado suele ser siempre un amigo de papel y tinta. Opté por El infinito en un junco porque me han llovido recomendaciones por parte de muy diversos lectores a los que respeto  y me emociona ver que sea un ensayo y no una novela el libro más deseado y comentado en España. En cuanto al verdor terrible leí las primeras páginas en el sitio de Anagrama y me enganchó por completo su amalgama de ciencia y literatura. Ninguno de los dos libros lo había encontrado en Tijuana. Nunca he leído a Irene Vallejo ni a Benjamín Labatut. Ya les platicaré qué me parecieron. Ahora la duda que flota en el aire es: ¿será esta mi primera y única compra de libros en línea o estamos ante el comienzo de un nuevo vicio traducido en una interminable cadena de compras compulsivas? Amazon y Jeff Bezos me caen bastante mal y dudo mucho que me convierta en su cliente fiel, aunque grande es la tentación de poder elegir con un solo clic casi cualquier libro que desees. Más dudas que certezas. ¿Serán estos mis únicos libros comprados en línea o son solo los primeros? Hagan sus apuestas.

 

Wednesday, May 12, 2021

Nuestro parque es pequeñito

 


Qué liberador es poder salir al parque por las tardes. Pequeños grandes placeres que hacen la diferencia en una vida. Tener un área verde en tu colonia, por sencillita que sea, te transforma por completo el chip mental. No imagino cómo habríamos sobrellevado el confinamiento pandémico sin ese escape tan simple y a la vez tan vital. Nuestro parque es pequeñito pero basta y sobra la vista panorámica al Pacífico para liberar la mente y ponerla a viajar muy lejos. Es fascinante salir a cazar atardeceres y perseguir la última luz hasta verla oculta tras las Islas Coronado. ¿Cuántas puestas de sol de nuestra vida hemos pasado  mirando las islas en fuga? Sigo el vuelo de los cuervos y las rapaces, las incursiones de los topos fuera de sus madrigueras, el correr incesante de la carretera escénica. Me gusta leer en el parque. Iker juega mientras yo me sumerjo en los cuentos de Lucia Berlin. Pepené este libro hace unos tres años y entonces comencé a leerlo en riguroso desorden. Hace unos días lo retomé y de nuevo estoy enganchado con los relatos de esta doña. He releído muchos de los cuentos pero con sorpresa reparo en que algunos se me habían escapado la primera vez. De verdad, qué narradora tan chingona es Lucia. Crudeza, sencillez y desparpajo en idénticas dosis. Vaya capacidad de reírse de sí misma en las situaciones y entornos más sórdidos. Hay quien dice que es una Raymond Carver descubierta en forma tardía, pero por lo que a mí respecta (aunque sin duda me crucificarán los puristas carverianos)  disfruto más leyendo a Lucia que al Raymundo. Las tardes de mayo aún son frescas pero los días se alargan. Retomo proyectos narrativos empantanados y apelo a la fuerza de voluntad para cuidar un poco más mi alimentación (hasta ahora no he sufrido tanto como pensaba con este repentino freno a los excesos). “The day is gone when the angels come to stay, and all the silent whispers will be blown away”, canta Deep Purple y al canijo y desquiciado tren de la vida le da por seguir corriendo a alguna parte.



Tuesday, May 11, 2021

Las más macabras de las vidas que nunca nadie narrará.

 


Indignarse por una muerte y exigir justicia en esta tierra mía es tanto como pretender vaciar el mar con una cubeta. Hace un par de semanas escribí con tristeza e indignación sobre el asesinato del pequeño Bryan Efrén. Acaso por la edad y la evidente inocencia de la víctima,  el crimen despertó una súbita reacción  social y la fiscalía investigó  con atípica celeridad. El detalle es que la matanza no se detiene ni se ha detenido nunca por estos rumbos. La muerte violenta es una infestación, una plaga, algo que hemos asumido como parte de nuestra vida cotidiana. Tan solo en lo que va del mes de mayo sumamos más de 40 homicidios únicamente en el municipio de Tijuana. En lo que va del  año pronto sumaremos mil.  Ayer apareció una mujer muerta entre la basura en la colonia ampliación Lucio Blanco en Rosarito. Presentaba huellas de violencia con sangre en la cabeza y en la oreja derecha.  Sin necesidad de leer nada más, la  fotografía publicada en Frontera te narra por sí sola una historia desoladora e infernal. El cuerpo de una muchacha joven y humilde yaciente entre los desechos de una barranca baldía. La estampa es idéntica a la de mil muertas de Juárez, de Ecatepec, de México entero. Es el mismo cuerpo de mujer, la misma barranca baldía, la misma indiferencia absoluta, los mismos cuatro parrafitos que mereció el hecho en la prensa, perdido en otro mar de notas rojas. La única certidumbre es que nunca sabremos el nombre de esa muchacha y mucho menos el de su asesino.

Hace diez días encontraron a dos mujeres muertas en el interior de una humildísima vivienda en la colonia Granjas Buenos Aires en Tijuana. Presentaban impactos de bala. Las fotografías de mi colega Margarito Martínez muestran una casita de cartón y maderas viejas, una sábana,  un percudido colchón ensangrentado y algunos viejos juguetes tirados en los alrededores. Miseria absoluta, carne de insignificancia, cinco párrafos. No se volvió ni se volverá a hablar de ellas. Lo más sencillo es simplificarlo en el estereotipo de dos pobres adictas embarradas en la mierda del pantano que no le importan a nadie, integrantes del nivel más bajo y mórbido de este despiadado ecosistema caníbal, una cadena alimenticia en donde todos son carroñeros. Sigo leyendo la nota policiaca en Frontera. Hoy encuentran un cadáver en descomposición en las faldas del Cerro Colorado y un hombre muere en un asalto armado en el Ejido Francisco Villa. ¿Quiénes son todos esos muertos que no le importan a nadie? ¿Qué historias ocultan todas esas toneladas de carne putrefacta que se acumula en el Semefo? Los muertos sin nombre, sin deudos, sin lágrimas, sin lápida ni cruz. Los muertos condenados a ser pura y vil estadística, nota de tres párrafos,  polvo en la noche eterna. Los que les toca morir porque nacieron en el lado violento de la existencia, en la periferia depredadora donde germinan las más macabras de las vidas que nunca nadie narrará.