La verdad es que el 20 de noviembre no pasó nada, o al menos nada relativo a democracia, justicia social, reparto agrario y de más ensoñaciones y mantras de nuestra patriotera mitología. El 20 de noviembre fue la fecha marcada en el Plan de San Luis (tan potosino que se firmó en San Antonio, Texas) en la que según Madero (o los espíritus que lo iluminaban a través de la Ouija) el pueblo se levantaría en armas contra la dictadura. Ese día el chaparrito cruzó la frontera por Ciudad Porfirio Díaz (actual Piedras Negras) pero no encontró multitudes alzadas con rifle y cananas, sino cuatro pobres diablos que fue lo reclutado por su tío Catarino Benavides. Hubo alguna escaramuza en San Andrés, Chihuahua, en donde participó la tropa encabezada por Pascual Orozco y Villa, pero no mucho más. Don Porfi durmió tranquilo esa noche. Pero da la casualidad que ese mismito día, mientras Madero regresaba decepcionado a EU, sucedió algo mucho más trascendente en la estación ferroviaria de Astápovo, en las cercanías de Yásnaia Poliana. El viejo León Tolstói, de 82 años, quien iniciaba un peregrinaje aferrado a huir de su linaje aristocrático para poder morir como un humilde mujik, cayó fulminado por una neumonía. Hay quien dice que murió en la casita del guardagujas, pero otras versiones aseguran que expiró sobre una banca del andén. Hay una falsa leyenda en la cual se afirma que los hermanos Lumiere filmaron por accidente su muerte. Cubierto por un burdo chaquetón de cosaco y con la barba enmarañada, la gente creyó que se trataba de un pordiosero sin techo, hasta que su viuda, Sofía, acudió a reconocer el cuerpo. Al final de sus días, Tolstói vio en la literatura una maldición y la convirtió en el más obsesivo objeto de su odio. Y entonces renunció a escribir, porque dijo que la escritura era la máxima responsable de su derrota moral. “Había renunciado para siempre a la escritura y, con el extraño gesto de su huida, anunciaba la conciencia moderna de que toda literatura es la negación de sí misma”, escribe Enrique Vila-Matas. Ya que hablamos del 20 de noviembre, es pertinente recordar que ese mismo día, pero en 1914, vino al mundo en Durango el más radical y extremo cuentista que ha parido este país. Cuando alguien es capaz de crear frases como “La población estaba cerrada con odio y con piedras” o “La muerte estaba ahí, blanca en la silla, con su rostro” yo no puedo menos que tomar un caballito de mezcal a su salud. Tras leer a Revueltas, mis insomnes obsesiones adoptaron la imagen de una parca poseyendo lentamente el cuerpecito de una niña que arde en fiebre dentro de un jacal a punto de inundarse. En su obra el hombre es brizna de polvo, vela en la tormenta del caos universal. ¿Viva la Revolución? Ni madres. ¡Vivan Tolstói y Revueltas! Si quieren que sea brutalmente honesto, tengo mucho más que agradecerle a ese glorioso par de barbones.
Wednesday, November 20, 2019
La verdad es que el 20 de noviembre no pasó nada, o al menos nada relativo a democracia, justicia social, reparto agrario y de más ensoñaciones y mantras de nuestra patriotera mitología. El 20 de noviembre fue la fecha marcada en el Plan de San Luis (tan potosino que se firmó en San Antonio, Texas) en la que según Madero (o los espíritus que lo iluminaban a través de la Ouija) el pueblo se levantaría en armas contra la dictadura. Ese día el chaparrito cruzó la frontera por Ciudad Porfirio Díaz (actual Piedras Negras) pero no encontró multitudes alzadas con rifle y cananas, sino cuatro pobres diablos que fue lo reclutado por su tío Catarino Benavides. Hubo alguna escaramuza en San Andrés, Chihuahua, en donde participó la tropa encabezada por Pascual Orozco y Villa, pero no mucho más. Don Porfi durmió tranquilo esa noche. Pero da la casualidad que ese mismito día, mientras Madero regresaba decepcionado a EU, sucedió algo mucho más trascendente en la estación ferroviaria de Astápovo, en las cercanías de Yásnaia Poliana. El viejo León Tolstói, de 82 años, quien iniciaba un peregrinaje aferrado a huir de su linaje aristocrático para poder morir como un humilde mujik, cayó fulminado por una neumonía. Hay quien dice que murió en la casita del guardagujas, pero otras versiones aseguran que expiró sobre una banca del andén. Hay una falsa leyenda en la cual se afirma que los hermanos Lumiere filmaron por accidente su muerte. Cubierto por un burdo chaquetón de cosaco y con la barba enmarañada, la gente creyó que se trataba de un pordiosero sin techo, hasta que su viuda, Sofía, acudió a reconocer el cuerpo. Al final de sus días, Tolstói vio en la literatura una maldición y la convirtió en el más obsesivo objeto de su odio. Y entonces renunció a escribir, porque dijo que la escritura era la máxima responsable de su derrota moral. “Había renunciado para siempre a la escritura y, con el extraño gesto de su huida, anunciaba la conciencia moderna de que toda literatura es la negación de sí misma”, escribe Enrique Vila-Matas. Ya que hablamos del 20 de noviembre, es pertinente recordar que ese mismo día, pero en 1914, vino al mundo en Durango el más radical y extremo cuentista que ha parido este país. Cuando alguien es capaz de crear frases como “La población estaba cerrada con odio y con piedras” o “La muerte estaba ahí, blanca en la silla, con su rostro” yo no puedo menos que tomar un caballito de mezcal a su salud. Tras leer a Revueltas, mis insomnes obsesiones adoptaron la imagen de una parca poseyendo lentamente el cuerpecito de una niña que arde en fiebre dentro de un jacal a punto de inundarse. En su obra el hombre es brizna de polvo, vela en la tormenta del caos universal. ¿Viva la Revolución? Ni madres. ¡Vivan Tolstói y Revueltas! Si quieren que sea brutalmente honesto, tengo mucho más que agradecerle a ese glorioso par de barbones.
Estamos sentados afuera del café la Brasilera, en la Rúa Garret, en el barrio del Chiado en Lisboa al atardecer del miércoles 11 de julio de 2018. Son casi las 21:00 pero aún no anochece y a nuestro alrededor fluye esa vibra de euforia y hedonismo estival. En pocos metros a la redonda se improvisan al menos tres espectáculos callejeros con estatuas vivientes, bailarines, malabaristas y cantantes diversos. La cacofonía, obvia decir, es inevitable. Arde la calle diría la canción, la cerveza y la sangría se calientan pronto y se palpa y huele el agridulce olor del sudor que humedece los cuerpos de quienes caminan rúa arriba por las escarpadas callejuelas del Chiado. ¿Cómo hacías con tus omnipresentes trajes Fernando? ¿Sudabas mucho tus sacos negros o te los quitabas para caminar? ¿Subías a pie por estas calles con apariencia de colina o preferías tomar el tranvía? Los cientos de turistas británicos que nos rodean son felices con sus shorts y sus chanclas, pero tú, Fernando, siempre vas de traje y ese moñito apretando tu cuello no parece ser el mejor amigo del verano portugués. Alguien se dio el lujo de tomar una foto de Kafka en traje de baño (y mira que en Praga y sus alrededores no suele hacer calor), pero de ti, hasta donde entiendo, no hay ninguna imagen que te muestre ligeramente informal.
Nuestra frontera norte mide más de 3 mil kilómetros pero dentro de su yerma vastedad, ningún punto acapara tantas fotografías como la esquina de México. La imagen de una barda fronteriza internándose en el mar acabó por transformarse en una referencia planetaria cuando se quiere hablar de este esta caótica llaga de la geopolítica mundial.
El muro tiene lepra. Es un cuerpo carcomido por la terquedad del salitre y la rabia de las olas que parece desgajarse cada día. Una estructura cacariza y chatarrera erosionada a paso veloz. A falta de monumentos emblemáticos y bellezas naturales esta es nuestra postal tijuanense por excelencia, el punto de la ciudad en donde se toman más selfies por minuto. Todo turista suele venir a retratarse aquí y tampoco faltan reporteros y documentalistas extranjeros haciendo tomas. Donald Trump sin duda es responsable del incremento de periodistas rondando por esta zona. Cada que hay un reportaje sobre sobre el muro, sobre las caravanas migrantes o sobre los exabruptos del hombre naranja esta es la imagen que aparece a cuadro.
En este lugar se manifiesta con desparpajo el absurdo y las contradicciones de una época mientras las gaviotas y los delfines van y vienen de un lado a otro de la frontera.

