Eterno Retorno

Friday, January 25, 2008

Por estos días la vida no me sonríe o acaso deba decir que la vida se está meando encima de mí. A la pérdida irreparable de Morris se suman pequeñas-grandes tragedias cotidianas que si bien no son irreparables, sí traen consigo una cascada de gastos y más de un dolor de cabeza. La mayor ocurrió la noche del martes: Perdí o me robaron mi cartera en el concierto de Exodus. Lo más grave de la pérdida sin duda es la visa láser. Las tarjetas de crédito y débito ya están debidamente canceladas e incluso la de débito ya la he repuesto. La credencial del IFE, la licencia de manejar, mi credencial del trabajo, la credencial del gimnasio y otros tantos plásticos serán tramitados de vuelta. La verdadera catástrofe es la visa, pues lo que está en juego, al menos en forma inmediata, es el concierto de Iron Maiden en LA el 19 de febrero. Sí, yo se que parece absurdo que mi mayor preocupación sea perderme un concierto, pero este de Maiden no será cualquier cosa, así que soy capaz de irme con un pollero, pues con la nueva legislación americana ya ni el recurso de tratarme de hacer pasar por citizen me queda en las alforjas.
La primera vez que sufrí el robo de una cartera se remonta al verano de 1993 en Zipolite Oaxaca, donde alguien tuvo a bien entrar a la tienda de campaña donde dormía. En aquella época no usaba tarjetas de crédito y lo más grave fue mi boleto de regreso y el poco dinero que traía, por lo que tuve que talonear por primera y única vez en mi vida para poder retornar a casa. Por ahora estoy bloqueado para entrar a Estados Unidos, pero moveré cielo mar y tierra para que los gringos me dejen entrar a su país antes del 19 de febrero.

Normalmente soy feliz con el frío, pero en esta ocasión el invierno me tiene hasta los huevos. La lluvia, la humedad constante, el aire helado, las noches en vela, los fantasmas, los demonios, los vientos de guerra. No son buenos estos tiempos.

We are the children of the worthless god

El Ángel Negro
John Connolly
TusQuets

Por Daniel Salinas Basave

Tal vez llegue el día (y ojalá llegue pronto) en que recordemos los primeros años del Siglo XXI como los tiempos en que las mesas principales de las librerías yacían atiborradas de libros místico-policiales. Cierto, en narrativa no hay a priori temas buenos ni malos, ni interesantes o aburridos y un argumento, por trillado que sea, puede salir avante y con banderas desplegadas si cae en las manos de un narrador dueño de alguna dosis de malicia e ingenio. El problema es cuando todas las novedades editoriales, vengan de donde vengan, emanan el mismo tufillo y hace unos seis o siete años que casi todas huelen a lo mismo.
Tal parece que en Siglo XXI no hay otra tela de donde cortar cuando de thrillers hablamos. Hoy en día, todo misterio policial tiene su origen en épocas ancestrales y los detectives modernos deben bucear en profecías medievales, tratados alquímicos, evangelios apócrifos y lupa en mano desafiar milenarios poderes oscuros. Hay modas que todo lo corroen y tal parece que desde un tiempo para acá, hay millones de narradores intentando escribir su Código Da Vinci, unos con mayor fortuna que otros, aunque sin poder superar el karma de la ausencia casi total de originalidad. El Ángel Negro del irlandés John Conolly es, a secas, un buen thriller, bien trabajado y aunque cuesta trabajo creer que haya lectores hipnotizados seducidos al nivel de la fascinación y de no poder soltar el libro hasta llegar al final, lo cierto es que el texto atrapa Un libro rescatable, digno de recomendación, cierto, pero marcado con la sombra de la falta de originalidad. Tal vez si se hubiera publicado en otra época, le creeríamos a Connolly que no cedió a la tentación de la moda. Cierto, tiene su estilo e injusto sería afirmar que es uno más en el montón o que es una burda copia, pues pese a todo, la novela brilla con luz propia. Eso sí, hay que abrir la mente y ser tolerante hacia ciertos aspectos que resultarían aberrantes en las novelas policiales ortodoxas, donde los procesos deductivos son amos y señores. Vaya, para un fan de Henning Mankell como yo, cuesta trabajo digerir tan rápido una novela a la que le entramos con la idea de un thriller policial para encontrarnos con que lo sobrenatural se come a los ejercicios mentales. Como todo buen narrador negro discípulo de Doyle, Connolly tiene su detective de cabecera. Así como Mankell tiene a su Kurt Wallander, Conolly tiene a Charlie Parker, apodado simplemente “Bird”. Confieso que me gustaría más una historia en Dublín, pero aunque Connolly es irlandés, no le apuesta a su tierra natal como escenario, sino a los policialmente trilladísimos Estados Unidos. La historia comienza con la desaparición de una prostituta drogadicta. Un hecho aparentemente común, pan de cada día en el parte policiaco de cualquier ciudad, da lugar a un rompecabezas que desemboca en la Praga del Siglo XV, en la época de los rebeldes husitas y los monjes del císter. Entre los sórdidos barrios rojos y cajitas de plata, entre iglesias profanadas y subastas de objetos arcanos, “Bird” se encuentra ante un enemigo que no parece ser humano, mientras se debate entre dilemas familiares y recuerda a su esposa e hija asesinadas. El enésimo round entre el bien y el mal, los angelitos buenos contra los demonios ¿Quién ganará la pelea?