Eterno Retorno

Saturday, May 02, 2020

1 de Mayo- Día del Trabajo, sueño profundo. Casi siete horas sin interrupciones, un lujo improbable para este aferrado insomne. Despiertas con cierta extrañeza de existir, con la playa neuronal aún mojada por la marea alta del subconsciente. El cuerpo demanda café. Paseos oníricos por algunas calles del bajo centro de Tijuana y –lo más memorable y acaso lo único que sobrevive- una imagen de mis padres, Ana y Guillermo, saliendo por la noche y yo esperándolos en casa. Brindaremos al volver me decía papá y solo entonces yo reparaba en lo improbable de verlos juntos, pues en la historia yo no era un niño sino un adulto. La casa, por cierto, no era Río San Juan. Cielo oscuro sin amenaza de lluvia, mañana de sombras. El largo paseo matutino de Canica y esa suerte de calendario neuronal integrado haciéndote sentir que cruzar de un mes a otro implica atravesar una frontera y por lo tanto un cambio de actitud, un vamos a ponernos las pilas y a dejarnos de chingaderas, a escribir en serio… ya sabes, la brega de eternidad de toooda la vida, palabras como gotas de sangre exprimidas a una roca desértica. Los obituarios están de moda y uno pierde la cuenta de los adioses, pero aunque sobren testimonios sobre burocráticas esperas de cadáveres haciendo fila en crematorios tercermundistas, el tijuanense promedio sigue creyendo que esto es una gran patraña o por lo menos una descomunal exageración, una suerte de experimento de laboratorio social en donde nosotros somos ratitas condicionadas girando en una ridícula rueda; ratitas tendientes al hedonismo simple, pepenando instantes mostrencos de felicidad, conjurando forzosos aterrizajes en el desbarrancadero hospitalario.

Thursday, April 30, 2020

1- En Suecia se cometen en promedio cien homicidios al año en todo el país. Reviso las estadísticas de las últimas tres décadas y reparo en que el año con menos crímenes fue el 2012 con un total de 68 y el de más asesinatos fue 1991 con 115 (aunque en 2017 hubo 113). Las cifras de Noruega son mucho más bajas aún. En 2011 fue su peor año con 111 homicidios (la única vez que pasó de cien en los últimos 30 años) pero en 2015 se cometieron tan solo 24 asesinatos. Para que se den una idea de la desproporción, tan solo en el municipio de Tijuana se cometieron en 2018 más de 2 mil 600 homicidios (26 veces más que en todo Suecia y 92 veces más que en todo Noruega). En lo que va de 2020, Tijuana registra ya más de 600 homicidios con todo y cuarentena. La desproporción es tan grande como si quisiéramos comparar el número de anotaciones (goles o canastas) en un partido de futbol o de básquetbol. Escandinavia es posiblemente la zona del planeta una tasa de criminalidad más baja y sin embargo es una región que produce toneladas de narrativa criminal (por no hablar del extraordinario Death-Black Metal que practican). La novela negra escandinava es una marca registrada, pero no imagino a un detective escandinavo investigando en la frontera mexicana 2- En una página de Dispárenme como a Blancornelas, le mando un saludo Maj Sjöwall. Se preguntarán ustedes ¿Y quién es esa señora? Es la madrina de la novela negra escandinava, la abuela literaria de Henning Mankell, Stieg Larsson, Camilla Lackberg y compañía. Sin ella, no habría estallado nunca el boom editorial de la narrativa criminal hecha en tierra vikinga. Maj, junto con su esposo Per Wahlöö, escribió la serie de diez novelas del detective Beck, que sentó las bases de la narrativa criminal en los países nórdicos. Militantes del Partido Comunista, zurdos de cepa, Maj y Per inauguraron la novela negra de corte social. El peor crimen, según ellos, es la traición a la clase trabajadora y al estado de bienestar. Per Wahlöö murió en 1975 y Maj Sjöwall ha muerto hoy. Parece que está de moda morir en esta primavera. Los obituarios se acumulan. El Noir escandinavo conoce hoy la absoluta orfandad.

Wednesday, April 29, 2020

La forma del ornitorrinco- Por Daniel Salinas Basave

Periodismo y literatura pueden llegar a mimetizarse, a fundirse y confundirse en las formas, pero no son ni deben aspirar a ser una misma disciplina. Un ornitorrinco puede tener pico de pato pero no por ello se convierte en ave. Sigue siendo, pese a las apariencias, un monotrema. Nunca debemos perder de vista que el periodista busca a priori la verdad, o por lo menos acercarse a ella. Si nos olvidamos de eso entonces estamos perdidos. Si hablamos de cuento o novela yo admiro al narrador capaz de engañarme con maestría, al divino mentiroso que tiene la capacidad de sumergirme en su mundo imaginario y hacer que un personaje nacido en la profundidad de su cabeza pueda generarme empatía o repudio. Lo que sucede es que hay una interesante cofradía de cronistas latinoamericanos que están narrando historias fascinantes. Todos esos pupilos ávidos de comerse el mundo salidos de los talleres de Leila Guerriero y Martín Caparrós suelen sorprendernos con relatos endiabladamente buenos que nos parecen más vivos y con más sangre en las venas que la mayoría de las novelas actuales. Tampoco es que haya nada nuevo bajo el sol. Esto ya lo había hecho en su momento Rodolfo Walsh con Operación masacre y lo hizo en el Siglo XVIII mi tocayo Daniel Defoe con el Diario del año de la peste, por no reiterar la obviedad del machacadísimo new journalism americano de Capote, Thompson y compañía. A mí me gusta mucho jugar al filo de la navaja, pero intento en lo posible no confundir el cilantro con el perejil. Por ejemplo, Infortunios del Centinela, un relato incluido en Juglares del Bordo, puede perfectamente leerse como una crónica periodística. Narro un hecho real usando los verdaderos nombres de los personajes involucrados. Todo es fiel a lo sucedido. El lugar, la fecha y la trama corresponden con lo narrado en los medios de comunicación. Vaya, tan es una historia real, que su desenlace fue grabado por un colega reportero y ha sido visto por casi un millón de personas en YouTube. ¿Por qué entonces Infortunios del Centinela es un cuento y no un reportaje? Por la simple y sencilla razón de que usurpo los pensamientos y el diálogo interno de cinco personas que van a morir y a las que ya no puedo preguntarles qué pensaban en esos momentos. Un reportero que se respete, no puede poner en su nota las cavilaciones internas, las dudas y los miedos de una persona minutos antes de su muerte. Un cuentista sí. Tan me gusta jugar al filo de la navaja, que hice la chapuza de auto-plagiarme y jugar a hacer un pequeño guiño entre dos libros de géneros distintos. El asesinato del Gato Félix está narrado con las mismas palabras en La liturgia del tigre blanco y en Vientos de Santa Ana. Son tres o cuatro párrafos idénticos. La diferencia es que la Liturgia es periodismo y me apego a un código de ética, mientras que Vientos es una novela donde tengo licencia para mentir. Es como si periodismo y literatura se lanzaran un cierre de ojo, una señal cómplice. Esos dos libros son como las caras de Jano; los mórbidos siameses del Bonded by Blood de Exodus.

Tuesday, April 28, 2020

La cuarentena ha sido tierra fértil para dar rienda suelta a desordenadas relecturas. Luego de volver a adentrarme en esa gran obra que es Tiempo de Ballenas de Jorge Ruiz Dueñas, mi paso lógico fue reabrir Moby Dick y ahora el cachalote me ha atrapado entre sus fauces y me ha hecho redescubrir interesantes detalles. El primero, es la fuerte carga homoerótica que impregna la relación entre Ismael y Queequeg. El joven marinero estadounidense blanco y el rudo caníbal maorí totalmente tatuado se vuelven íntimos amigos desde que, forzados por la falta de espacio en la posada de Nantucket, deben compartir la cama. Al principio Ismael está aterrado, pero después duerme deliciosamente junto a su nuevo compinche. Al despertar de esa primera noche, Queequeg ha colocado su brazo sobre el pecho de Ismael “como si fuera su mujer”. Tomando en cuenta que la novela fue escrita en 1851, inmersa en una cultura puritana y racista hasta la médula, una relación casi explícitamente homosexual e interracial podría haber dado de qué hablar. En todo caso, las descripciones de Melville van más allá de una simple amistad: “Tendidos en la cama, libres y cómodos como estábamos, charlando y dormitando a breves intervalos y Queequeg echando afectuosamente sus oscuras y tatuadas piernas sobre las mías”… “No hay sitio como una cama para las comunicaciones confidenciales entre amigos. Marido y mujer se abren allí mutuamente el fondo de las almas, y algunos matrimonios viejos muchas veces se tienden a charlar sobre los tiempos viejos hasta que casi amanece. Así, pues, en nuestra luna de miel de corazones, yacíamos yo y Queequeg —pareja a gusto y cariñosa”. A estas alturas me extraña que la historia de la ballena blanca no sea un símbolo o un ícono de la cultura gay. También que la odiosa sociedad de la época no la estigmatizara. Moby Dick fue incomprendida e ignorada pero nunca sufrió censura. Entiendo que la intención era mostrar el rompimiento de barreras raciales y culturales con una amistad de fierro entre un norteamericano y un salvaje que se mantienen unidos hasta que la muerte los separa al final de la odisea, pero la repetida alusión a Queequeg e Ismael “como marido y mujer” encarna otro sentimiento. Tampoco pierdo de vista que hoy quien impondría censura sobre la novela sería la inquisición ambientalista por la apología de la caza de ballenas y la descripción de los balleneros como héroes. Lo cierto es que Moby Dick es una novela sui generis. Lo ensayístico le gana terreno a la trama ficcional y la esencia teológica, los crescendos poéticos y las frases shakespereanas alternan con el academicismo de un tratado de oceanografía y biología marina (con los parámetros y límites de la época). Pobre Melville. Él (a diferencia de Kafka) no quiso quemar sus manuscritos y Moby Dick no fue su novela póstuma. Él sabía que había escrito una obra maestra, pero tuvo que vivir todavía cuatro décadas después de su publicación viéndola naufragar como el Pequod.

Monday, April 27, 2020

Hasta ahora el Norexit no ha pasado de ser pasto de memes y los opinólogos lo siguen viendo como un berrinche de gobernadores ante la aberrante inequidad fiscal a la que estamos sometidos. En cualquier caso, yo no lo echaría a saco roto. El secesionismo norteño tiene raíces históricas y de una forma u otra siempre ha estado latente en el ánimo regionalista. Desde muy pequeño escuché a tíos decir, al calor de la carne asada y las Carta Blanca, que Nuevo León o el Gran Norte serían potencias si cortaran amarras con la chupasangre federación. A menudo perdemos de vista lo circunstancial y efímera que puede resultar la cartografía política. El mapa actual de México tiene poco más de siglo y medio. Podríamos ser un país mucho más extenso, que llegara desde las Rocky Mountains hasta Costa Rica, pero también podríamos haber quedado partidos en decenas de republiquitas al estilo Centroamérica. Con frecuencia olvidamos nuestra condición de hoja al viento en esa catarsis del caos que fue nuestro Siglo XIX y la larga y confusa historia de las no pocas intentonas secesionistas. Siendo brutalmente honestos, la actual conformación territorial del estado mexicano tiene mucho de accidental. Por ejemplo, hizo falta muy poco para que Yucatán, Campeche y Quintana Roo no fueran hoy parte de México. De hecho por casi una década fueron una república. Chiapas pertenecía a Guatemala, pero se separó y se incorporó como estado mexicano. En contraparte, en 1822 incluso Costa Rica y Nicaragua formaban parte del Imperio Mexicano. En 1840, Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas formaron la República del Río Grande cuya capital estuvo en Laredo. Las tres entidades se rebelaron contra la constitución centralista de las Siete Leyes que de golpe y porrazo anuló la República Federal y concentró todo el poder en la Ciudad de México. Aunque esta rebelión encabezada por el general Antonio Canales Rosillo fue efímera, el ánimo secesionista se mantuvo. Por el momento en que se dio, era muy probable que la República del Río Grande hubiera sido abducida y chupada por Estados Unidos, como le ocurrió a la República de Texas, pero esa es otra historia. Claro, podríamos hablar también de la controversial rebelión filibustero-magonista de 1911 en Baja California, o de la conjura de Chipinque en 1973, cuando el Grupo Monterrey le declaró la guerra a Echeverría. Podríamos seguirle con ejemplos y aquí nos amanecemos. En cualquier caso, la lección de doña Historia es muy simple: cuando en un estado nacional federado hay regiones que no se sienten compensadas o representadas por el poder central, surge el natural y comprensible impulso de pintar una raya y separarse. Lógica elemental, causa y efecto. ¿Qué mantiene vigente a un pacto federal sino la mutua conveniencia? ¿Estás seguro que el mapa de México se va a mantener inalterado por los próximos cien años? Yo no metería las manos al fuego. La geopolítica nada sabe de eternidad a la hora de cartografiar. No lo echen a saco roto.

Desde hace mucho me han obsesionado las danzas macabras, esos grabados medievales surgidos raíz de la peste negra del Siglo XIV, en donde en medio de una escena de goce o mundano hedonismo irrumpe la Parca y se pone a bailar o a libar con nosotros para recordarnos lo efímero de nuestra condición. La Muerte estaba ahí, blanca, en la silla con su rostro. La primera frase de El luto humano de Pepe Revueltas es el epígrafe de nuestra vida diaria. Hasta en el más sosegado e inocente de tus días, la Muerte está siempre ahí (blanca, negra, en la silla, en la mesa, en la cama o en el retrete, pero te juro que está ahí, eso nunca lo dudes, siempre está ahí). Veo mi libro con los grabados de Hans Holbein El Joven y reparo en la actualidad de estas representaciones. Hasta cuando te sientas rebosante de vida e imagines tu futuro como una eternidad recuerda que todos somos personajes de la Dance Macabre. En muchas de estas representaciones, la Muerte suele bailar con el rey, el obispo o el señor feudal en afán de recordarnos que ni el poder ni el dinero conceden vida eterna y que al final del camino la guadaña es la gran igualadora. Tal vez un Yuval Noah Harari nos diga que en el futuro mediano hasta la Parca será clasista y que habrá una casta de amortales con sus cuerpos alterados por nanochips e inteligencia artificial que les permitirán conjurar las enfermedades que hoy nos llevan a la tumba, pero en tanto el Homo Sapiens no se transforme en Homo Deus, la Muerte seguirá siendo la demócrata por excelencia. Ahí están los millonarios muertos por Covid que no nos dejarán mentir. Desde hace unos cuantos meses la omnipresencia de la Muerte Compañera ha dejado de ser algo metafórico. Durante años fue una figura poética ideal para alardear, pero hoy es una omnipresencia palpable. En mi temprana juventud solía proclamarme adorador de la Niña Blanca y juraba, a quien quisiera escucharme, que moriría joven, que jamás llegaría a cumplir treinta años y que la Parca y yo consumaríamos un prematuro romance. Nuestro más cercano idilio, fue la tarde de verano del 93 en que estuve a punto de morir ahogado en Zicatela y con todo y mis afanes suicidas de pseudo-poeta maldito, cedí al instinto de supervivencia de un animal acorralado y combatí contra la más monstruosa versión del Pacífico por conservar mi vida. En cualquier caso, nada se compara a lo que vivimos el año paso mientras viajábamos por la Transpeninsular frente a las alucinantes playas de Mulegé. Carolina, Iker y yo habíamos salido temprano de Loreto en un carro rentado, listos para un día de ensueño. Nuestra idea era alcanzar a bañarnos en cuatro o cinco playas distintas del corredor Mulegé- Loreto, pues todas son paradisiacas pero cada una tiene sus propias características. Habíamos visitado la Misión de Santa Rosalía inmersa en una mística desolación y después habíamos nadado en la playa de Saltispac. El Mar de Cortés era pura sustancia onírica. Such a perfect day de Lou Reed era el soundtrack de la tarde. Con exactitud recuerdo los últimos minutos que pasamos Iker y yo nadando en el mar, las bromas que estábamos haciendo, la emoción por las playas que aún nos esperaban. Salimos de Saltispac para ir a las playas de El Coyote y El Requesón. Dos minutos después, a la altura del kilómetro 111, un tráiler nos embistió por atrás cuando ambos quisimos rebasar un lentísimo camión de redilas. Salimos disparados de la carretera y nos volcamos en una ladera. Dimos dos giros completos. El Kia Río que conducíamos fue pérdida total pero nosotros estábamos vivos, tirados sobre la arena sudcaliforniana. Aún no sé a qué deidad agradecer nuestra supervivencia, pero lo cierto es que desde entonces tengo una durísima y omnipresente conciencia del final y lo repentino de su llegada.