Tokio es un monje sintoísta orando en un templo digital
Hace solo un siglo y
medio se llamaba Edo y apenas pintaba en el mapa. Hoy su bosque de neón
destella en la galaxia y sus torres horadan el cielo. 37 millones de habitantes
la convierten en el conglomerado urbano más grande del mundo. Una ciudad
divinamente monstruosa devorando nubes y pasadizos subterráneos.
Tokio desde las
alturas. La contemplamos al mediodía desde su célebre torre y caer la tarde
desde Shibuya Sky.
Al anochecer me sentí
inmerso en un Apocalipsis Zen, una ficción distópica con engranaje perfecto.
Tokio es un monje sintoísta orando en un templo digital, una geisha envuelta en
un kimono de terremotos.
Irrumpe la luna de
agosto y por un instante imagino el momento en que todo esto sean las ruinas
del futuro, los bestiales vestigios de una civilización extinta. Acaso los
rascacielos serán carcasas pero al naciente sol le dará por seguir alumbrando,
como a nosotros nos dará por recordar por siempre esta tarde.