En los días en que empecé a contar tu historia, el periódico El Norte de Monterrey publicó una nota sobre una patinadora rusa transformada en indigente luego de haber dado clases en los mejores clubs de la aristocracia regia. La noticia se convirtió en la más visitada en su página de internet y fue reproducida por diarios y portales de todo el país. Elena Goluliakova se desempeñó algún tiempo como profesora de patinaje artístico sobre hielo en clubs de San Pedro Garza García, un sitio que se ostenta como el municipio más rico de Latinoamérica. Para las niñas sampetrinas con membrecías del Alpino Chipinque o el San Agustín, había algo de glamur u sofisticación en tener una maestra rusa. Un día cualquiera, Elena desapareció de la vida de sus alumnos y posiblemente nadie la hubiera extrañado, hasta que un reportero un poco más avispado que el promedio, se la encontró en la calle y tuvo la brillante idea de publicar su historia con fotografías del antes y después, imágenes lo suficientemente explícitas para despertar el morbo inherente a todo cuento de gloria e infierno. En la primera foto se ve a una rubia escultural dentro de un entallado vestido blanco y en la segunda a una pordiosera sentada entre la basura. Estas historias irremediablemente venden. De la misma forma que a las peroratas de superación personal le seducen los cuentos de mendigos emprendedores a los que la creatividad, la perseverancia y la fe llevó a convertirse en prósperos empresarios, es imposible no sentirse atraído por las imágenes de príncipes o princesas en desgracia. Suponemos que Elena Goluliakova no llegó a vivir como una aristócrata, aunque su foto de antes sugiere sofisticación y desahogo, un camino de vida que debió torcerse gravemente para llegar al peor y más humillante escalafón de la gran pirámide social: el de pordiosero. Es posible que Elena haya sido pobre en su Rusia natal y sin embargo, la historia de su mendicidad seduce, como la historia de una princesa en desgracia que arrastra su blanco vestido por el lodo. Historias de pordioseros e indigentes hay miles en cada ciudad mexicana y ninguna se convierte en la nota más leída de un periódico. Claro, podemos irnos al lugar común y al machacado cliché antirracista de “Gouliakova es rubia y por eso nos sorprende su final de pordiosera, destinado preferentemente a gente de tez morena”. Vaya, si yo escribiera la apasionante historia de Eustaquia San Juan, indígena de la Huasteca potosina o hidalguense que emigra a Monterrey y acaba como pordiosera o vendedora de chicles en las calles, estoy seguro de que no tendría un solo lector. El de la rusa nos parece un destino torcido, un verdadero fenómeno que echa a volar la imaginación. ¡Tan románticas historias podrían escribirse de la princesa en desgracia! Goluliakova está donde en teoría no debería estar. El de Eustaquia San Juan en cambio es un destino irrenunciable. Lo obvio y lo coherente es que como indígena, su camino natural sea la miseria y la mendicidad y cualquier historia que se aparte de ese camino, será algo extraordinario.
Y todo esto ¿a qué carajos viene esta historia de la patinadora rusa en tu vida?