El argentino que más admiró a Islandia y su cultura, fue un anti- futbolero de cepa y sospecho que el partido de mañana no le despertaría interés alguno. En cualquier caso, Georgie es el gran responsable de que los lectores del Río de la Plata tomaran en serio la literatura islandesa y voltearan a ver sus ancestrales sagas. Casi un milenio antes del Martín Fierro y la épica gauchesca, Snorri Sturluson transformó en prosa la Saga de Egil Skallagrímsson y la Edda prosaica. Mi ejemplar de dicha saga forma parte de la colección Biblioteca Jorge Luis Borges y es prologado por él. El “latín del norte”, llama Georgie a la lengua islandesa a la que admiraba. Puede leerse como una novela, sostiene Borges en el prólogo. En Las Kennigar, incluido en Historia de la Eternidad, Georgie diserta profundo sobre las atípicas composiciones metafóricas islandesas. La obra de Snorri es contemporánea del Cantar de Roldán y se anticipa por algunas décadas al mio Cid. Para Milan Kundera, las sagas islandesas son la piedra fundacional de la narrativa en prosa. Podemos afirmar que son los tatarabuelos del arte novelístico.
Tanto admiró Borges a Islandia, que en la lápida de su tumba en Ginebra hay una inscripción de la Volusungasaga. Tres veces viajó Borges a tierras islandesas, ya ciego y setentón. En herencia quedan su poema Islandia y el melancólico Hotel Esja, Reikiavik.
Qué dicha para todos los hombres,
Islandia de los mares que existas
Islandia de la nieve silenciosa y del agua ferviente.
Islandia de la noche que se aboveda sobre la vigilia y el sueño.
¿Habrá leído Messi ese poema? ¿A quién le iría Borges mañana? ¿A Egil Skallagrímsson o a Martín Fierro? Hagan sus apuestas.
PD- Por lo que a mí respecta, debo decir que nueve años antes de visitar por primera vez Argentina, visité Islandia y también padezco de la gran memoria cóncava que no es una nostalgia.
Friday, June 15, 2018
Thursday, June 14, 2018
Bodrio inaugural
La costumbre hecha ley dice que el juego inaugural tiene a ser soso y carente de emociones. Aun así, mi proustiana memoria identifica claramente en dónde estaba yo y en qué circunstancias al momento de empezar a rodar cada nuevo balón mundialista.
En el Italia vs Bulgaria de 1986 estábamos en el patio nuestra casa de Avenida Vasconcelos en San Pedro, a donde acabábamos de llegar a vivir pocos días antes. Todavía con cajas de mudanza, tuvimos el ánimo de convocar invitados a una comida dominical para ver el juego. El gol de Sirakov en los últimos minutos amargó a los italianos.1-1 final y yo estaba a unos días de entrar oficialmente en la pubertad.
El Argentina vs Camerún de 1990 lo vi solo en el estudio de nuestra casa en la Herradura EdoMex, inmerso en un martirizante periodo de exámenes finales en el Albatros. Inolvidable el cabezazo de Biyik batiendo a Pumpido y la rabia de Maradona.
El Alemania vs Bolivia de 1994 lo vi con mi primo Héctor en el estudio de su casa de calle Río Yaqui. Ni siquiera el gol de Klinsman fue capaz de quitarle la modorra a ese bodrio de juego.
El Brasil vs Escocia de 1998 lo vi en la sala de prensa de Palacio Municipal de Monterrey siendo ya un reportero de El Norte. Era mi época de fan ultra de Irvine Welsh, así que yo estaba a muerte con los escoceses que se suicidaron con un autogolazo. Una semana después me encontraría con Carol y nuestras vidas quedarían unidas a partir de ese verano mundialista.
El Francia vs Senegal de 2002 lo vimos Carol y yo desde nuestra cama, más dormidos que despiertos, en nuestro depa de Playas de Tijuana. Primer mundial tijuanense. A las cuatro de la mañana lo onírico suele batir a lo racional y por ello coloqué el triunfo senegalés frente a la Galia de Zidane como una alucinación de duermevela.
El Alemania vs Costa Rica de 2006 lo vimos desde la sala de juntas de la redacción de Frontera. Yo fui quien puso el desorden y encendió la tele mientras planeábamos la cobertura del día.
El Sudáfrica vs México de 2010 lo vimos en el Auditorio Municipal de Tijuana en un evento de campaña de Carlos Torres. La inauguración más pasional que recuerdo. El gol de Rafa Márquez nos salvó del ridículo.
El Brasil vs Croacia de 2014 lo vi en esta casa, en calma total, mientras daba los últimos toques a Dispárenme como a Blancornelas. El autogol de Marcelo que inauguró el mundial anticipaba la tragedia brasileña.
Si no pasa algo extraño, el Rusia vs Arabia (del que no espero absolutamente nada) lo veré en esta casa, donde ahora mismo bebo el primer café con la primera luz. Si es así, entonces será la primera vez en que se repita en mi vida un sitio para ver el juego inaugural.
El futbol es mi magdalena mojada de Proust. Es hora de escribir una vez más mi historia del tiempo perdido viendo rodar un balón.
Wednesday, June 13, 2018
Saudade del juez es como suelo llamar a este sentimiento. Irremediablemente me asalta cuando estoy ante una pila de manuscritos engargolados a los que debo evaluar como jurado de algún concurso literario, sabedor de que la gran mayoría irán a la basura y nunca tendrán una oportunidad real de trascender. Veo el montón de papeles y al menos por un instante creo palpar la ilusión y el delirio yacientes en cada uno de ellos. Hay no pocos trabajos que desde su primera página revelan desparpajo lo inevitable de su naufragio y basta leer unos cuantos párrafos para saber que ni con un derroche de tolerancia y condescendencia se podría hacer algo por ellos. Aun así, nunca pierdo de vista que hasta el más timorato e inocentón de los participantes inscribe su trabajo con la esperanza real de poder ganar y ver su borrador publicado. Tal vez sea real aquello de que aún el más tonto y fallido de los escritores conoce al menos por unos segundos esa ráfaga orgásmica derivada de la entrega total al acto creativo.
¿Por qué en un mundo infestado de por miles de alternativas de evasión, un joven sigue apostando por escribir? ¿Cómo es posible que para un nativo digital siga teniendo sentido invertir largas horas de su hormonal vida en dar forma a una historia construida únicamente con palabras? Nunca pierdo de vista que el mundo de los adeptos a la literatura es chiquitito e insignificante en comparación con lo descomunal de ese universo integrado por quienes nunca han leído ni leerán un libro en sus vidas y para quienes la palabra escrita es monserga pura. Lo increíble es que aún dentro de nuestra insignificancia, sigo creyendo que son muchísimas las personas que desean o han deseado escribir un libro alguna vez en sus vidas. Seres cuyo historial y forma de vida nada tienen que ver con lo literario, se sienten alguna vez inclinados a recurrir a las palabras para intentar liberar alguna obsesión y convertir en arquitectura prosística un deseo oculto o un quebranto no resuelto. Las palabras están ahí, listas para ser moldeadas y acomodadas de la misma firma que la arena en una playa está a disposición de quien quiera ponerse a construir un castillito. Por fortuna a los gobiernos aún no se les ocurre cobrar un impuesto por el uso de ese bien comunal llamado lenguaje.
¿Por qué escribir? Ante todo, por el puro gusto de hacerlo. Aunque profesionalmente sea mi forma de vida, sigo creyendo que la escritura, al igual que la lectura, son un fin antes que un medio. Si la escritura como acto deriva en una forma de catarsis, entonces ha valido la pena intentarlo aunque las palabras escritas jamás vayan a encontrar quien las lea. Yo durante años escribí sin pensar siquiera en buscar algún lector y aún a la fecha sigo garabateando cantidad de párrafos de caligrafía indescifrable cuyo único destino es perderse de mis libretas.
Cuando el acto mismo de la escritura representa el final del viaje, uno puede blindarse contra la decepción. Lo triste es cuando aparece el muy legítimo y comprensible deseo de trascendencia, fuente de tantos naufragios y desdichas, matriz de la saudade que me envuelve cuando una vez emitido el fallo (y en esta ocasión el premio fue declarado desierto) tengo un instante de duda antes de arrojar los manuscritos a la basura.