Eterno Retorno

Wednesday, March 03, 2021

Firma usurpada

 



Desde hace un par de semanas  he manifestado a título personal mi desacuerdo con la forma en que fue desmantelada la Biblioteca Regional Benito Juárez y he expresado mis dudas y mis reservas sobre las alternativas de reubicación propuestas por el gobierno estatal. Así lo manifesté en la pasada edición de InfoBaja en este mismo espacio.  Ser lector es algo que ha definido y marcado mi camino existencial. Creo que la lectura tiene la capacidad de transformar vidas y definir veredas vocacionales. Mi vida no sería la misma si yo no fuera un lector, pues casi todo lo que profesionalmente he conseguido se lo debo a esta pasión que tengo desde niño.  Como amante de la lectura,  creo que los tijuanenses merecemos tener una biblioteca digna y quiero poner de mi parte para ello y creer en que se puede salir ganando con esta forzada mudanza, si bien las formas no fueron las correctas.  Me parece muy bien que haya un grupo de ciudadanos organizados que se manifiesten públicamente en las calles para expresar su desacuerdo con el desalojo de la biblioteca y de las instalaciones que ocupaba el Instituto de Cultura. Ojalá sus reclamos tengan eco. Lo que no me parece, es que ese grupo utilice mi nombre y me haga aparecer como firmante de un documento que jamás leí y sobre el que jamás me consultaron. Hoy me entero con absoluta sorpresa y desconcierto que en el periódico El Mexicano aparece mi firma en un desplegado dirigido al secretario de Cultura, Pedro Ochoa Palacio, en donde le exigen que la biblioteca y el ICBC se mantengan en el mismo lugar. La causa por la que estos ciudadanos luchan es justa y es noble, pero hacerme firmar un documento que jamás leí y sobre el cual jamás se me pidió opinión me parece una bajeza. Como abogado titulado que soy, entiendo el peso de la expresión “Protesto lo necesario” y el valor de la firma. Es un documento público,  dirigido a autoridades constituidas.  

Si hay un detalle en la vida con el que estoy obsesionado,  es con la palabra escrita. Yo puedo estar de acuerdo con lo expresado por un documento, pero si no me gusta cómo está redactado no lo firmo. Un punto, una coma, una frase bastan para que no firme. No se puede manosear mi nombre como si tal cosa. Aún si me hubieran planteado la idea de la carta y yo les hubiera dicho que estoy de acuerdo (algo que por cierto no sucedió) no habría firmado sin antes leer detenidamente. 

Es por ello que me molesta tanto que se hayan “tomado la libertad” de hacerme aparecer como firmante de un documento que ni siquiera leí. Esto no es serio, esto no se hace, esto es irresponsable  y para mí sienta un pésimo precedente. A mí me enseñaron que una firma se solicita y para que yo firme cualquier papel, así sea la carta a Santa Claus, la tarea escolar de mi hijo o la lista del mercado, tengo que leerlo antes. 

 Estos detalles simplemente reiteran mi voluntad de no hacer equipo con nadie y seguir siendo un radical individualista, con todo lo que ello pueda acarrear. No soy promotor cultural, no soy activista y no he pretendido serlo nunca. Loable quienes tienen vocación de abanderar movimientos, pero no es la mía. Yo soy un solitario lector que  de vez en cuando escribe y por alguna razón lo que escribo suele tener algún eco. Yo sigo en la solitaria trinchera en que he estado siempre haciendo lo único que sé hacer. Ojalá los lectores tijuanenses salgamos ganando.  


Alguna travesura narrativa cocinaremos

 


Acaso los seres nacidos en la cabeza de un genio acaban por adueñarse del territorio que inspiró su creación. Tal vez en la cartografía no conste oficialmente el paralelo exacto en donde nació Macondo, pero sí sabemos que en el número 19 de la Calle de la Loma, allá por los rumbos de San Ángel, está el lugar en donde fue creada la novela que marcó un antes y después en la historia de la literatura contemporánea. Hoy he recibido la noticia de que fui seleccionado como becario para la residencia artística en la Casa Estudio Cien Años de Soledad, lo que significa que este otoño (si los vientos pandémicos lo permiten) me iré a vivir y a escribir intensamente en la casa donde Gabo concibió a la saga de los Buendía Iguarán. Como parte del convenio firmado por la Fundación para las Letras Mexicanas con la Secretaría de Cultura Baja California se estableció que el programa de residencia en Casa Estudio Cien Años de Soledad se recibiría un escritor de Baja California. Yo mandé mi solicitud desde el año pasado y este día me ha llamado mi colega Karla Robles para darme a conocer que he sido seleccionado. Mi gratitud con Pedro Ochoa y con todo el equipo de la Secretaría de Cultura de Baja California y por supuesto con la Fundación para las Letras Mexicanas que preside Miguel Limón Rojas. También con Juan Villoro, Geney Beltrán Félix y todos los colegas que hacen posible la materialización de este sueño. Como ustedes saben, yo nunca viví la experiencia de ser un “joven escritor” ni tuve la fortuna de estudiar Letras o tener un tutor y acudir a diplomados o laboratorios de escritura creativa. Mi única experiencia como alumno se remonta a los tiempos en que acudía al taller de Rafael Ramírez Heredia y de eso hace ya 24 años. Siempre he tenido la curiosidad de saber qué se siente sentarte en el pupitre y estudiar intensamente con los grandes maestros y bueno, ahora por fin me llega la oportunidad. Gracias a todos los que apoyan este camino de vida pero sobre todo a Carol e Ikercho (y sin duda lo más triste y duro será estar unas semanas lejos de ellos). Por ahora es tiempo de seguir el rastro de las hormigas rojas y las mariposas amarillas que deambulan por San Ángel, buscar el número 19 y una vez ahí llamar a la puerta. Acaso abrirá Pilar Ternera o la venerable Úrsula centenaria quienes nos conducirán hasta la mesa donde Aureliano Babilonia estará descifrando los últimos pergaminos de la estirpe Buendía. Alguna travesura narrativa saldrá de ellos.

Monday, March 01, 2021

 


Tiene sus ventajas esto de tener una biblioteca palimpsesto repleta de libros sobrepuestos en  dobles o triples filas. De pronto, en el más improbable recoveco, irrumpe un ejemplar que creías perdido. Desde hace algunos meses extrañaba mucho la novela Yo recibiría las peores noticias de tus lindos labios de Marcal Aquino. ¿Qué carajos había hecho con ella? ¿Se habría exiliado con la mitad embodegada? Poco probable, pues yo estaba seguro de que había permanecido en casa. De pronto, tuve la certeza  de que lo habría puesto dentro de alguno de los baúles de madera, pero luego de explorar hasta las profundidades comprobé que ahí no estaba.  Nada me altera tanto como tener un libro perdido. Tradicionalmente, yo solía saber el lugar exacto en donde se ubicaba cada ejemplar, pero desde que la biblioteca fue dividida y la mitad del acervo exiliado a una bodega, todo se ha tornado caótico. En cada repisa hay dos filas verticales, sobre las cuales hay también montoncitos horizontales. Generalmente el montoncito horizontal de la fila oculta suele ser de difícil acceso, pero de pronto, torciendo la mano hacia la parte alta pude palpar ejemplares ocultos tras la madera y de pronto ahí estaba el amarillento armadillo sobre fondo verde. Verde-amarello. De pilón el poemario Los días que no se nombran de José Emilio Pacheco y De lunes a diciembre de Ortega Ortega. Marzo irrumpe con viento fresco y cielo desnudo (así, como la encuerada de Avándaro, sin el mínimo resquicio de nube con complejo de tanga). El mar en plan petulante, arrojando orgulloso  e impúdico el azulísimo traje elegido para ir despidiendo al invierno. La primavera viene con dagas de desenvainadas como los conjurados de los Idus marzantes.