Eterno Retorno

Friday, June 12, 2009

El nuevo Testamento de la brutalidad

Antiguo y Nuevo Testamento, gloriosa brutalidad que ha dejado por herencia la formación de la condena. Fue preciso sobrevivir al cáncer, a la década de los 90 y sus pestilentes modas, al destino y al nuevo orden para que Testament subiera más potente que nunca al escenario. No fue un retorno, pues la verdad es que nunca se han ido y lo cierto es que el Formation of Damnation fue, bajo el criterio de quien esto escribe y con perdón del Death Magnetic de Metallica, el mejor álbum de metal del 2008, en carrera parejera con el Nostradamus de Judas Priest.
La gira del Testamento llegó al Centro de San Diego California la noche del miércoles. Un House of Blues aún medio vacío recibió a las 19:20 a Lazarus A.D., una joven banda de Wisconsin que practica un técnico y elaborado heavy-thrash con esencia de vieja escuela. Estos jóvenes, que sin duda llevaban pañales y chupón cuando Testament estaba grabando The Legacy allá por 1986, se la rifaron durante media hora con potentes rolitas que evocaban a un Exodus un poco más limpio y con cierto toquecito heavylón. Una grata revelación con enorme futuro. A las 20:10 tocó el turno a los bostonianos Unearth, una banda aceleradísima de metal-core, ese estilito tan en boga entre los adolescentes gringos. Que Unearth es una banda de lo más potente y furiosa nadie lo duda. Su problema, al igual que el de la gran mayoría de jóvenes bandas metalcoreras, es que todo queda en potencia desenfrenada, acelere brutal sin demasiada técnica y con total ausencia de virtuosismo, lo que acaba por volverlos aburridos. ¿Quieren hablar de brutalidad virtuosa? Para eso está el Testamento.
Eras las 21:25 cuando las luces se apagaron y el bataco Paul Bostaph tomó posesión de su trinchera seguido del bajista Greg Cristhian . Los guitarristas Alex Skolnick y Eric Peterson salieron cada uno por un lado del escenario. Ya retumbaba la bataca cuando Chuck Billy, la versión metalera de Lupe el de Bronco, el hombre que sobrevivió al cáncer, emergió entre las sombras para descargar sin más preámbulos The Preacher. La apertura descargaba con temas del Antiguo Testamento, pues New Order fue la segunda de la noche y ¡vaya sorpresa¡ Over the Wall, ese clasicazo del álbum The Legacy, fue la tercera en la lista, seguida de Practice What You Preach. La audiencia ya estaba conectada y las tacleadas slameras estaban a la orden del día. Fue hasta la quinta rola que Chuck Billy anunció algo del nuevo álbum y descargó en bloque More Than Meets The Eye y The ´Presecuted Won´t Forget.
Mención aparte merece el guitarrista Alex Skolnick, un digno alumno de Joe Satriani que derrocha técnica y sin caer en barroquismos, ejecuta con virtuosa maestría su lira. Vaya, a menudo se etiqueta al thrash como una música caótica y ruidosa, pero Skolnick demuestra que aún en la brutalidad hay ritmo, armonía y creatividad, lo que distingue a bandas como Testament, Exodus o Megadeth, del aburrido y ruidoso metal core que practica Unearth. Justo es también reconocer la labor de Paul Bostaph en los tambores, un bataco cuya velocidad y potencia son el equivalente a un bombardeo nuclear. Bostaph, quien por siete años sustituyó a Dave Lombardo en Slayer, es uno de los bateristas con más terreno recorrido en el mundo del metal extremo y Formation of Damnation es un álbum donde luce en plenitud de brutales facultades.
Demonic y Do or Die continuaron la velada, antecediendo a Into The Pit, dedicada como siempre a los más feroces slameros. Electric Crown y Disciples of the Watch dieron el cerrojazo al primer set, pero había demasiada adrenalina en al aire como para marcharse tan temprano. Testament no se hizo del rogar y descargó la potentísima D.N.R. del álbum The Gathering grabado con Lombardo, en donde por cierto Bostaph no hizo extrañar al maestro. 3 Days in Darkness del mismo álbum continuó la dosis de brutalidad para poner punto final a la tocada con artillería del Nuevo Testamento. The Formation of Damnation, del álbum homónimo, fue la elegida para ahora sí despedirse de un enjambre de melenas al viento. El Testamento estaba escrito.

Thursday, June 11, 2009

Trolley de Media Noche

City Collage is Next. Vuelves a Tijuana a bordo del trolley de media noche, el último de la jornada, el que tomaste a las 23:54 en la estación Fifth Av. del Centro de San Diego. Retorno, eterno y maldito retorno. La desolación y la ruina humana son pasajeros habituales en el tren de madrugada e irremediablemente vuelves a preguntarte cómo carajos se llamaba aquel pintor americano de la Gran Depresión. ¿Cuál pintor? Sí, ese que era adicto a dibujar lúgubres centrales camioneras y cafés contagiados de tristeza. ¿Cómo se llamaba? Es inútil, has olvidado el nombre del artista, pero tienes presentes un par de cuadros suyos: el de la mujer solitaria de la cafetería y el de un herrumbroso bar de estación de tren. En fin, cómo se llame es lo de menos. Imaginas que si ese pintor viviera (porque supones que ha muerto) y se le hubiera ocurrido viajar a media noche en el trolley sandieguino, habría creado el non plus ultra de la melancolía.

Barrio Logan is next-La siguiente estación Barrio Logan. El trolley es bilingüe, aunque fuera de la bocina nadie emite sonido alguno. El silencio es el pasajero omnipresente. A tú lado sólo hay paisanos molidos, esclavos del mundo moderno que aceptan trabajar 16 horas por el mismo sueldo, pues saben que frente a ellos hay una fila de 600 desempleados dispuestos a ocupar su puesto en el galeote por menos dinero. Los paisas cabecean o de plano roncan tirando baba. Van rumbo a Tijuana, a tratar de dormir unas cuatro horas en sus casas antes de volver con su visa de turista a hacer fila frente a la garita a las 6:00 de la mañana, para decirle al migra que por enésima vez se les ocurrió ir de compras al amanecer. Aquí no hay piedra ni montaña; el Sísifo tijuanense es un tipo que todos los días ve salir el Sol haciendo fila para cruzar una frontera. Harbor Side is Next.

Valdría la pena preguntarte ¿Qué chingados estás haciendo en el trolley a la media noche? Hasta la pregunta es necia. La única razón que justifica tu presencia en ese vagón, es que vuelves de una tocada metalera. No es más que otra tocada más, el mismo viejo rock and roll, diría Alex Lora. ¿A quién fuiste a escuchar? Quesque a Kreator y a Exodus ¿O era Testament? El caso es que vuelves, una y otra vez, como el venado vuelve a su mismo abrevadero. ¿Cuántos kilómetros has recorrido en 20 años sólo para headbanguear tu cada vez más desquiciado craneo? De la Arena López Mateos de Tlalnepantla al Factores Mutuos de Monterrey para terminar en el House of Blues de San Diego. A tus 16 años, durante el trienio en que fuiste chilango, emprendías peregrinajes aún mayores. De tu casa en Huxquilucan hasta el Toreo de Cuatro Caminos y de ahí en azul combi hasta el centro de Tlane. Nadie puede creerte que los domingos en la arena las tocadas eran matiné y resulta absurdo pensar que viste al Carcass del Symphonies of Sickness y al Obituary del Cause of Death a las 12:00 del medio día. Vaya, al mismísimo Chuck Shulinder y Death, acompañados de Sadus los fuiste a ver en horario dominical matutino.
La siguiente estación Pacific Fleet. Nada más ritual y repetitivo que tu asistencia a tocadas en el House of Blues. Sueles viajar en trolley, pues odias manejar del otro lado. La única vez que llevaste carro fue con Yngwie Malmsteen y tu pavor a la policía californiana y sus multas de 5 mil dólares con trabajos forzados incluidos, te obligó a mantenerte en espantosa sobriedad. Desde hace dos o tres años tu compañero de viaje es, invariablemente, tu amigo Octavio, el único que sí o sí te hace segunda en este vicio de jed banguer.
Un ritual, más estricto que la hora británica del te, marca que no hay metal sin cerveza y la cerveza se toma, sin excepción, en el Rock Bottom y es siempre regatta red. Empezaste a ir a ese bar en 2001 y a la fecha eres parroquiano fiel. A tu amigo lo llevaste por vez primera en febrero de 2007, previo al concierto de Cradle of Filth y gracias a su perseverancia, ha alcanzado el estatus de cliente distinguido. Para el Octa la hora de la cerveza es más importante que el concierto en cuestión y a menudo cuesta trabajo sacarlo de ahí. Cuando las dos horas felices llegan a su fin, emprenden la caminata por las calles del Gaslamp entre coquetos restaurantes con su bella hostess incluida, una siempre sonriente gabachita rodeada comensales yuppies que en chanclas beben una copa de Merlot light, deslactosado y bajísimo en calorías y comen un platillo con certificado de no gordura y declaración de principios contra el colesterol. A veces, pero sólo a veces, Octa y tú paran con los irlandeses del St Patrick a beber una Guiness caminera, antes de llegar al House of Blues en donde irremediablemente está tocando la primera o segunda banda de la noche. Los austriacos Belphegor vomitan su Black Metal ante cuatro almas negras y un adolescente confundido. Bondage Goat Zombie. La cerveza del interior es una carísima New Castle Brown Ale de siete dólares. Tratas de calmarla paseando sorbos en el paladar hasta que sale Exodus. A Lesson in Violence. Has terminado tu cerveza antes de recibir la trashera lección. Kreator sale como a las 22:00. 18 años no son nada. A Mille y su germana pandilla los viste en Tlane en julio del 91, en la gira del Coma of Souls y lo recuerdas como uno de los mejores conciertos que has visto en tu vida. Extreme Agression y juras que condenarás tu espíritu al infierno por toda la eternidad mientras gritas a la gente de la mentira y tu alma yace en coma enarbolando la bandera del odio. La tocada termina, invariablemente, con Tormentor y te marchas a casa. Bayfront Street is Next.

Tlane era el Infierno, Factores Mutuos apestaba a mota y sudor, pero el House of Blues es un lugar políticamente correcto, tan bajo en calorías como San Diego entero. El trolley es lento y adormece hasta al insomnio. Es importante fijarte muy bien que estás tomando la línea azul, la que dice San Ysidro- Tijuana y no la naranja. Ya una vez tomaste la línea equivocada, te quedaste dormido y despertaste en alguna sórdida estación de El Cajón. Un par de veces, en Arch Enemy y Opeth, saliste del concierto después de la media noche y ya no alcanzaste trolley. Los 40 dólares que el taxi te cobró a la frontera aún siguen lacerando tu alma. A diferencia del metro del DF (y de cualquier ciudad del mundo) en el San Diego trolley no hay merolicos ni pordioseros. California los tiene terminantemente prohibidos, pues no quiere que nadie rompa la republicana paz del vagón, aunque nada puede hacer contra los esquizofrénicos y los veteranos de guerra desquiciados que emprenden furiosas discusiones con sus demonios internos. Aquí la gente anglosajona habla y grita sola. La siguiente estación: Palomar Street. A los indocumentados es fácil reconocerlos por sus ojos de ardilla asustada mirando a los cuatro puntos cardinales en busca de la redada border que los arrojará de una patada en el culo al subdesarrollo latinoamericano. Iris Avenue is Next.

No te cansas de repetirlo: San Diego es una bella novia frígida. Sí, estamos de acuerdo, es una modelito, tiene una cara preciosa la condenada que se antoja presumir, pero le corre atole en la sangre a la pobre. A veces, al caminar por el embarcadero Sea Port Village o el Parque Balboa has estado a punto de jurar que en realidad sí estás enamorado de ella, pues es una novia ideal para tomarte la foto, pero a la hora de coger mueres de aburrimiento. San Diego, tan modosita, tan mosca muerta ella, no te calienta ni te apasiona, en cambio Tijuana…sí, ya se, vas a decirlo y no es nada nuevo, pues la comparación es antiquísima. Anda, dilo: Tijuana es una puta que no es bonita, pero te trae enculado y estás, irremediablemente, enamorado de ella. Tijuana tiene cara ruda, pero cuerpo cachondón. No está para presumirse, pero te coge como una diosa. La siguiente estación Beyer Bulevard. A lo lejos resplandecen las luces que pueblan los infinitos cerros que conforman el cuerpo de tu amada. La Alamira, la Juárez, la Independencia y el asta bandera como símbolo fálico irrumpiendo en la madrugada.
Our Next and Last Station San Ysidro-Tijuana International Border. Varias decenas de sombras bajan del tren y cruzan el puente entre la neblina de la 1:00 de la mañana. El chirriar de la puerta metálica giratoria antecede a tu primer paso en la ciudad donde empieza la Patria. Bienvenidos a MÉ (verde) XI (blanco casi invisible) CO (rojo desteñido) se lee en el letrero que antecede al semáforo siempre apagado donde un aduanal dormido funge como espantapájaros. Una horda de taxistas camisa amarilla y un par de pordioseras niño en la espalda te reciben con los brazos abiertos. Caminas al estacionamiento donde por 33 jorgehankianos pesos dejaste encargado tu carro. La carretera escénica es un largo hocico de lobo en donde sólo la brisa congelante hace intuir la presencia del mar. Vuelves a casa, vuelvas a tu cama, vuelves y seguirás volviendo mientras narras la historia de lo que fue y lo que pudo haber sido. DSB

Tuesday, June 09, 2009

De oníricos cetáceos y libros paseadores

Suelo soñar con animales marinos y mareas altas, aletas que surgen de repente y cuerpos de cetáceos emergiendo entre las olas. Uno de los sueños más realistas lo tuve hace años, durante una siesta vespertina, cuando vivíamos en el depita de Playas. Por alguna razón, cuando consigues dormir profundo en el día, los sueños son más alucinantes, casi como viajes astrales. Aquella vez soñé con una ola tan grande, que al caer la marea llegaba hasta el departamento y de pronto la cama en donde yo dormía yacía cubierta por agua. La noche del sábado soñé con una ballena orca. El néctar surrealista del asunto, es que la imagen inicial del Pacífico tijuanense, se transformaba en un pantano, una ciénaga con juncos altos y lirios de donde surgía de pronto una aleta enorme y después el cuerpo entero de la orca que posaba sobre aguas poco profundas entre las plantas tropicales. De no haber aparecido el elemento pantano-vegetación tropical, el sueño pudo confundirse con la realidad. Pocas experiencias tan oníricas como el avistamiento de cetáceos. El año pasado, estando yo sentado sobre una realista roca en la playa de Baja Malibú, un delfín saltó frente a mí de cuerpo entero. Ya otras veces los he visto saltar y hacer piruetas al estilo del Sea World, pero aquella ocasión el delfín brincó repentinamente a escasos metros de donde yo estaba sentado. Mis sueños con cetáceos son tan recurrentes, que he empezado a pensar que aquel salto del delfín no formó parte de la realidad.

Ayer bajé a la playa a ver el atardecer, pero los delfines no vinieron a mi encuentro. Sentado sobre esa misma roca, empecé a leer El palacio de la Luna, de Paul Auster, regalo de mi tía Patricia Basave. Los personajes austerianos y su enfermiza carga de aleatoriedad son adictivos y suelen arañarme desde la primera página. Es bueno volver a Auster. Ya empezaba a extrañar Brooklyn.


Deja vu de antiguas lecturas, recuerdos fugaces de un libro leído en una situación determinada. Hay obras marcadas por el entorno y el contexto en que fueron leídas. Lo más fascinante de la lectura, es que es un viaje capaz de conectar varios mundos. La historia en la que te sumerges, el universo que te rodea y tu propia interiorización, pues a medida que vas leyendo vas divagando y conectando con otros mundos. La historia de mi vida es la historia del libro que llevo bajo el brazo. Ayer leí a Auster sobre una roca marina en donde he leído otros muchos libros, mientras aguardo el salto de los delfines. Tal vez sea obsesivo, pero aún recuerdo en dónde estaba cuando empecé a leer “El país de las últimas cosas”, primer libro de Paul Auster que leí en mi vida (a la fecha he leído once) Era marzo de 2003 y yo estaba en el Hipódromo a donde llegué demasiado temprano para hacer la primera entrevista de mi vida con Jorge Hank Rhon, a quien conocí ese día. Hank y Auster no se parecen un carajo, pero a ambos los conocí el mismo día. A este polémico personaje cuya leyenda negra plagada de extravagancias ha marcado la historia moderna de mi ciudad, lo ví y lo hostigué a diario durante su trienio como alcalde, pero en aquella entrevista, mientras yo leía a Auster, aún nadie se imaginaba que brincaría a la vida pública. Me recuerdo leyendo “Noticia de un secuestro” de García Márquez en el vuelo que me llevó de Monterrey a Boston el 29 de junio de 1996 y Ana Karenina de Tolstoi siempre me llevará de regreso al tren de la Sierra de Chihuahua en la Navidad de 1995. Me recuerdo leyendo Antes del fin de Sábato, en alguna carretera de Bélgica en abril de 1999, en el primer viaje largo que Carolina y yo hicimos juntos. Andamios de Benedetti siempre me traerá de regreso a una noche muy fría de diciembre de 1999, a bordo de un camión azul y blanco en la calle Tercera del centro tijuanense esperando la salida del monstruo rumbo a Playas. La línea de sombra de Conrad lo leí en un acantilado de la Playa el Vigía y Negra espalda del tiempo, de Javier Marías, lo empecé a leer una tarde de 1999, previo a una sesión de Cabildo en una de mis primeras coberturas en Palacio Municipal en los tiempos de Kiko Vega. La Fiesta del Chivo de Vargas Llosa me recuerda siempre un taxi amarillo en Paseo Ensenada. Entre hombres de Germán Maggiori irá unido para siempre a los días de septiembre de 2001 en Nueva York (el sound track fue el God Hates Us All de Slayer) y un autobús de Eurolines atravesando le helada noche alemana rumbo a Praga fue conjurado con una biografía de Marqués de Sade. Cuando leo en bares y cantinas, y sobre todo cuando estoy en aeropuertos, no resisto la tentación de escribir en los libros y hacer dibujos. Me gustan los libros salpicados de cerveza y convertidos en estuches de papelitos, volantes, flyers, cartitas y chucherías diversas. Los libros son cajas de sorpresas, recipientes de mil historias. Pero, qué no se supone que estaba hablando de mis sueños con cetáceos.

Monday, June 08, 2009

A veces me sueño escribiendo, pero anoche me soñé buscando desesperadamente un texto, más específicamente una ficción. Debía acudir a una suerte de taller literario (¿o era una clase?) que se celebraba a las 7:00 de la mañana en donde debía leer un cuento. El problema es que el cuento no aparecía por ninguna parte, ni en mi blog, ni en mi librero. Lo más extraño es que pese a mi tendencia a sueños cada vez más regresivos, en este aparecía ya la nueva versión del estudio con nuestro nuevo librero en donde yo buscaba la versión impresa del texto en cuestión dentro de una vieja carpeta de la Embajada Británica en donde guardo ancestrales desvaríos. El sueño era angustiante, desesperado y al final jamás supe de qué trataba el cuento que nunca encontré.


Nunca siento tanta lástima por el oficio periodístico como en la primera semana de junio. El funeral del periodismo se llama día de la libertad de expresión, un festejo que sirve para recordarme lo mucho de pordiosero y prostituto que tiene este oficio, tan plagado de arribistas y sanguijuelas. El periodista como la eterna rémora, nadando siempre al costado del tiburón-sistema, listo para devorar gustoso sus desperdicios. Pese a todo, hay algo que aún me aferra al periodismo, un impulso vicioso que me ata a él y me hace sentir profunda admiración por aquellos que han sabido ser salmones frente a la cascada de mierda. Pero siempre llega junio para recordarme lo bien que se cotiza la prostitución.