9/11
Tú lo recuerdas, yo lo recuerdo, ella lo recuerda. Puedes decir que eres antiyanqui, que te valió madre, que es un hecho sobre valorado e inflado por el Imperio para justificar sus guerras. Puedes tener teorías macabras y descabelladas al respecto, pensar que fueron extraterrestres o que fue un auto atentado. Puedes, y te comprendería perfectamente, estar hasta el reverendo culo de oír hablar del tema. Pero una cosa sí te aseguro: Tú te acuerdas lo que estabas haciendo cuando cayeron las Torres y nunca se te va a olvidar lo que hiciste la mañana de ese 11 de septiembre. Si vives en el Este o en Europa, sin duda estabas trabajando o en la escuela. Si vives en el Noroeste como nosotros entonces te estabas despertando. A mí me despertó un telefonazo de mi compa César Romero como a las 6:30 de la mañana. “Unos palestinos estrellaron un avión contra el Pentágono”, fue lo que me dijo. Me acuerdo que dijo Pentágono antes que Torres. Mi compa suele ser exagerado, pero aún así encendí la tele y me sumé al auditorio de millones que contemplaba en vivo el show. Lo que más me impresionó, (creo que a todos) fue el momento en que la torre desapareció de la pantalla. Creí por un segundo que se había movido la cámara. Cuando la segunda torre cayó supe que el mundo cambiaría para siempre. Salí de casa (vivíamos entonces en nuestro depa de Playas de Tijuana) y miré hacia la bahía de San Diego. Era un día claro, inmensamente claro e imaginaba que en cualquier momento arderían los edificios y el Puente Coronado. Llegué al periódico y acto seguid me fui al Centro de San Diego. Calles desoladas, edificios públicos vigilados por tropas, gente con lágrimas, tiendas cerradas. A las 14:00 me metí al St Patricks del Gaslamp y pedí una Guiness. No imaginaba entonces que cuatro días después yo estaría en la Gran Manzana y que mi vida cambiaría.
Recupero, ¡¡¡¡una puta vez más¡¡¡ lo escrito en mi cuaderno piel de vaca a bordo de un American Air Lines el 15 de septiembre de 2001, mientras volaba de San Diego a Boston, para después transbordar a Newark
Lujuria de Guerra
Tinta de guerra, aleatoriedad burlona. Quién iba a decir que pasaría el sacrosanto día de nuestra Independencia surcando cielos infestados de fantasmas volando rumbo a la podrida manzana cuyas larvas yacen sepultadas bajo los escombros de las Torres Gemelas. Ni falta hace decir que Morfeo ha sido tacaño, como corresponde a los grandes días. Hace exactamente cinco años, precisamente un 15 de septiembre de 1996, deambulaba por suelo neoyorquino entre Rochseter y Buffalo. . Hoy me diluyo en la atmósfera norteamericana y todo a mi alrededor es peste patriotera aderezada con polvos de paranoia, odio e indignación. Que funerario me resulta volar en un American Airlines igualito a los que se incrustaron como flechas en las torres de Babel. Haciendo la ruta inversa, California-Boston sobre un cielo poblado de terror y cenizas. La burocracia aeroportuaria llega los límites de lo barroco. Un domingo a las cinco de la mañana sumergido en una fila que no cree en si misma entre millares de anglosajones paranoicos. Sentarme en el asiento de este avión costó seis horas de espera en fila y escarceos mentales que fueron de la indignación a la euforia. Que manía esta la mía de reseñar la existencia, de pretender que es importante y trascendente, desparramar sinrazón y desvarío en aviones gabachos repletos de rostros sajones como si fuera una historia mil veces repetida. No deja de ser significativo el estar, al menos por unas horas, sobre suelo bostoniano, sobre esa pista del aeropuerto Logan que parece diluirse en el Mar. Sólo espero tener la oportunidad de arrojar, al menos un día, mis pasos a la bella Nueva Inglaterra. Ahora sólo me resta acorzar con bucólico idilio mi incertidumbre. En el aire flota la palabra Guerra. O tal vez sea mejor el simple alarido animal de War, Waaaarrr, Guarrr. Espectro gutural emergido de cavernarias profundidades, tan ancestral, tan humano, tan necesario, como la sed de amor. Y mientras algunos insisten en bañar el asunto con babas apocalípticas, yo no dejo de pensar en esta suerte de catástrofe anunciada. Vaya, me imaginaba desde hace algún tiempo la llegada de un mega conflicto, un terremoto planetario que anunciara la entrada de una nueva era histórica, pero con toda la honestidad del mundo no imaginé que llegara tan pronto y mucho menos de una manera tan pintoresca. ¿Será el 11 de septiembre de 2001 un parte aguas, una cicatriz histórica como el 14 de julio de 1789 o como el 12 de octubre de 1492? ¿Quién acabará bajo la piedra en la licuadora bélica que se avecina?Las guerras cambian el sentido de la vida, redimensionan la existencia, más que un hecho parecer ser un estado de ánimo cíclico de la humanidad, algo así como el apetito, el deseo. Es lujuria de guerra lo que sentimos.
Tú lo recuerdas, yo lo recuerdo, ella lo recuerda. Puedes decir que eres antiyanqui, que te valió madre, que es un hecho sobre valorado e inflado por el Imperio para justificar sus guerras. Puedes tener teorías macabras y descabelladas al respecto, pensar que fueron extraterrestres o que fue un auto atentado. Puedes, y te comprendería perfectamente, estar hasta el reverendo culo de oír hablar del tema. Pero una cosa sí te aseguro: Tú te acuerdas lo que estabas haciendo cuando cayeron las Torres y nunca se te va a olvidar lo que hiciste la mañana de ese 11 de septiembre. Si vives en el Este o en Europa, sin duda estabas trabajando o en la escuela. Si vives en el Noroeste como nosotros entonces te estabas despertando. A mí me despertó un telefonazo de mi compa César Romero como a las 6:30 de la mañana. “Unos palestinos estrellaron un avión contra el Pentágono”, fue lo que me dijo. Me acuerdo que dijo Pentágono antes que Torres. Mi compa suele ser exagerado, pero aún así encendí la tele y me sumé al auditorio de millones que contemplaba en vivo el show. Lo que más me impresionó, (creo que a todos) fue el momento en que la torre desapareció de la pantalla. Creí por un segundo que se había movido la cámara. Cuando la segunda torre cayó supe que el mundo cambiaría para siempre. Salí de casa (vivíamos entonces en nuestro depa de Playas de Tijuana) y miré hacia la bahía de San Diego. Era un día claro, inmensamente claro e imaginaba que en cualquier momento arderían los edificios y el Puente Coronado. Llegué al periódico y acto seguid me fui al Centro de San Diego. Calles desoladas, edificios públicos vigilados por tropas, gente con lágrimas, tiendas cerradas. A las 14:00 me metí al St Patricks del Gaslamp y pedí una Guiness. No imaginaba entonces que cuatro días después yo estaría en la Gran Manzana y que mi vida cambiaría.
Recupero, ¡¡¡¡una puta vez más¡¡¡ lo escrito en mi cuaderno piel de vaca a bordo de un American Air Lines el 15 de septiembre de 2001, mientras volaba de San Diego a Boston, para después transbordar a Newark
Lujuria de Guerra
Tinta de guerra, aleatoriedad burlona. Quién iba a decir que pasaría el sacrosanto día de nuestra Independencia surcando cielos infestados de fantasmas volando rumbo a la podrida manzana cuyas larvas yacen sepultadas bajo los escombros de las Torres Gemelas. Ni falta hace decir que Morfeo ha sido tacaño, como corresponde a los grandes días. Hace exactamente cinco años, precisamente un 15 de septiembre de 1996, deambulaba por suelo neoyorquino entre Rochseter y Buffalo. . Hoy me diluyo en la atmósfera norteamericana y todo a mi alrededor es peste patriotera aderezada con polvos de paranoia, odio e indignación. Que funerario me resulta volar en un American Airlines igualito a los que se incrustaron como flechas en las torres de Babel. Haciendo la ruta inversa, California-Boston sobre un cielo poblado de terror y cenizas. La burocracia aeroportuaria llega los límites de lo barroco. Un domingo a las cinco de la mañana sumergido en una fila que no cree en si misma entre millares de anglosajones paranoicos. Sentarme en el asiento de este avión costó seis horas de espera en fila y escarceos mentales que fueron de la indignación a la euforia. Que manía esta la mía de reseñar la existencia, de pretender que es importante y trascendente, desparramar sinrazón y desvarío en aviones gabachos repletos de rostros sajones como si fuera una historia mil veces repetida. No deja de ser significativo el estar, al menos por unas horas, sobre suelo bostoniano, sobre esa pista del aeropuerto Logan que parece diluirse en el Mar. Sólo espero tener la oportunidad de arrojar, al menos un día, mis pasos a la bella Nueva Inglaterra. Ahora sólo me resta acorzar con bucólico idilio mi incertidumbre. En el aire flota la palabra Guerra. O tal vez sea mejor el simple alarido animal de War, Waaaarrr, Guarrr. Espectro gutural emergido de cavernarias profundidades, tan ancestral, tan humano, tan necesario, como la sed de amor. Y mientras algunos insisten en bañar el asunto con babas apocalípticas, yo no dejo de pensar en esta suerte de catástrofe anunciada. Vaya, me imaginaba desde hace algún tiempo la llegada de un mega conflicto, un terremoto planetario que anunciara la entrada de una nueva era histórica, pero con toda la honestidad del mundo no imaginé que llegara tan pronto y mucho menos de una manera tan pintoresca. ¿Será el 11 de septiembre de 2001 un parte aguas, una cicatriz histórica como el 14 de julio de 1789 o como el 12 de octubre de 1492? ¿Quién acabará bajo la piedra en la licuadora bélica que se avecina?Las guerras cambian el sentido de la vida, redimensionan la existencia, más que un hecho parecer ser un estado de ánimo cíclico de la humanidad, algo así como el apetito, el deseo. Es lujuria de guerra lo que sentimos.