Eterno Retorno

Saturday, February 09, 2013

EPÍLOGO

Anoche, cuando revisaba por enésima vez mi prólogo y el orden de los textos de esta antología, recibí una llamada del Hospital de Salud Mental de Conejos, Chihuahua. La llamada era para notificarme de la extraña fuga del paciente Encarnación Leydelmonte. No había puertas vencidas ni cerraduras rotas y de hecho los candados estaban en su sitio. Hasta el momento les había sido imposible encontrar por dónde pudo salir del edificio el paciente prófugo, pues dos enfermeras lo habían visto recluirse en su habitación como todas las noches y se habían asegurado de cerrar bien las puertas del corredor. De hecho, los candados y los cerrojos no tenían huellas de forcejeo. La ventana de la habitación de Encarnación Ley del Monte estaba cerrada y su cama tendida. Lo único extraño, era que las blancas paredes de la habitación estaban tapizadas con hojas arrancadas de cuadernos cuadriculados escolares, de una Moleskine e incluso de hojas amarillas con datos para facturación de una compañía llamada Mundos Paralelos Daxdalia S.A de C.V. Todos los papeles estaban garabateados con una caligrafía incomprensible y, según se podía apreciar a simple vista, diversa. Los textos habían sido escritos con plumas, lápices y hasta plumones y no se necesitaba ser especialista para identificar pulsos contrastantes. De Encarnación nada se sabe. Los grafólogos aun intentan determinar cuántas personas garabatearon en esos papeles.

De horcas está lleno mi racimo

Fanatismos e ideologías aparte, creo que el factor de hermanamiento de todos los magnicidas del mundo, es la noche antes del magnicidio. Por improvisado y timorato que sea el magnicida, es obvio que debió existir una planeación del crimen. La noche antes del magnicidio, el futuro magnicida cavila y repasa una y otra vez sus planes. Su noche se parece mucho a la de un condenado a muerte y aunque en este caso el magnicida es el verdugo, sabe que bien que al ser ejecutor se está condenando y que su vida, si es que la conserva, se transformará. Por un momento he pensado en titular a mi ensayo El insomnio del magnicida o El magnicida insomne y limitarme a presentar una serie de viñetas sobre los lentos minutos de la noche anterior al crimen. No pienso caer en la ociosa tarea de reconstruir la narración de asesinatos que todo el mundo conoce. Más bien pienso tomarme unas cuantas licencias literarias y leer los pensamientos del asesino en el insomnio anterior al día de su gran crimen. Mi idea es que el último capítulo de este libro se escriba en primera persona. Yo seré la última magnicida y antes de consumar mi obra de arte, pienso poner punto final a este libro desparramando los pensamientos que me asaltarán la noche anterior. Aquí no habrá licencias literarias: será un capítulo absolutamente confesional y si siento miedo o tengo dudas, voy a admitirlo. Quiero escribir ese libro, mi último libro y después consumar mi obra de arte.

Friday, February 08, 2013

HORCAS EN RACIMO (SOLO UN POQUITO)

Hay algo que me hace diferente de la galería de magnicidas de mi libro: el no matar en nombre de algo superior. La inmensa mayoría de los magnicidas son unos mojigatos, unos fanáticos capaces de creerse instrumentos de un destino divino que los obliga a actuar. Todos son devotos de un ente abstracto, - Dios, la patria o una absurda causa política- en nombre del cual eliminan al hombre que consideran obstaculiza o atenta contra ese destino superior. Su enajenación a su deidad, a su nación o a su partido es tal, que no dudan en sacrificarse.
La tropa de mil y un agentes de ministerios públicos, fiscalías especializadas y de más cofradías inútiles que se constituirán para investigar mi crimen, van a sufrir demasiado para tratar de encuadrar mi perfil de asesina solitaria. En el país de las conspiraciones, la idea de un criminal que actúe sin complicidades siempre da lugar a sospechas. Aunque técnicamente se llegara a demostrar que actué en soledad, ese monstruo llamado opinión pública no creerá nunca en la teoría y acusarán al gobierno de ocultar información. Surgirán sabiondos y enterados de debajo de las piedras con sus hipótesis sobre intrincadas redes mafiosas operadas desde el poder. Habrá, por supuesto, quien sostenga que se trató de un crimen pasional, que el candidato era mi amante o que lo maté por despecho. Eructarán verdades ocultas y tejerán conexiones que me involucren en tal o cual grupo. Seré por igual asesina a sueldo del narco que agente de la CIA, terrorista musulmana o guerrillera comunista. Todo investigador busca siempre un motivo y les costará horrores aceptar que en mi caso no lo hay, fuera de una suerte de hastío existencial y un compulsivo nihilismo que me aqueja desde la adolescencia. Sí, como magnicida soy el colmo de la improbabilidad y como personaje literario no soy muy creíble. ¿Es posible matar en nombre de la nada? ¿Matar sólo por hacer algo de provecho antes de quitarme la vida? Debo ser un monstruo. Acaso las únicas similitudes no las encuentren en los antecedentes criminales, sino en la literatura, en el improbable caso que un agente haya leído El Extranjero de Camus o Eróstrato de Sartre. No creo que matando a esa basura de ser humano vaya a salvar a mi país o vaya a hacer justicia o vengar una afrenta. En realidad no voy a ganar nada en lo absoluto, más que transformarlo en mártir

Thursday, February 07, 2013

Desearía envolverme en una armadura de papel y tinta y desde estas páginas proclamar, como Umberto Eco, que nadie acabará con los libros. Quisiera creer en el pacto con la eternidad de ese objeto que según el de Alessandria, es insustituible como la cuchara, la rueda o el martillo, pero basta la contemplación de tres cadáveres y el testimonio de uno de sus deudos, para acabar por admitir que la sentencia de muerte es inconmutable. Hace unos días llegué a la oficina de Alfonso López Camacho, dueño de la librería El Día, para exponerle mi idea de escribir una historia de la lectura en la región y sus perspectivas a futuro. Cuando le pregunté por el futuro de El Día, don Alfonso no se anduvo con demasiados rodeos y sentimentalismos: se va a acabar, eso no hay duda. Ahorita estamos simplemente sobreviviendo, pero más temprano que tarde va a acabar, me respondió Ojo, quien me lo dice no es un codicioso comerciante al que le da lo mismo vender libros que taladros siempre y cuando dejen dinero. Don Alfonso es un bibliófilo que ha entendido que su oficio de librero no se limita a vender papeles con tinta. Ningún librero de la región ha asumido con una vocación tan quijotesca su actividad, que más que labor parece a veces misión o apostolado. Vaya, estoy frente a un auténtico romántico del libro, sin duda el hombre que más ha hecho por la lectura en esta ciudad y él mismo me dice sin atisbo de autocompasión ni lamento, que el final de su negocio está cerca.
Imaginé y sobre todo deseé que Alfonso López me dijera, con esa sangre de resistencia marca “no pasarán’ heredada por su padre anarquista, que los libreros aguantarían en la trinchera como heroicos milicianos, pero no; sus palabras están impregnadas de realismo y huérfanas de lamentos. Don Alfonso pone el dedo en la llaga: el problema no es si las librerías tradicionales son sustituidas por una tienda de Apple y si los papeles con tinta mutan en Kindle. El verdadero problema es que el futuro del libro en México, el crecimiento de una sociedad lectora, no depende del soporte tecnológico, sino de la calidad de la educación que vincule al ciudadano con la pasión por la lectura, como disciplina primaria para acceder al conocimiento y a la soberanía intelectual. Y esa calidad educativa está por los suelos. Las palabras pueden mudarse de superficie e igualmente seguirían siendo palabras casi huérfanas de lectores. Entonces pude ver con claridad y sin titubeos la inminencia del final y decidí escribir este amorfo ensayo testimonial, como una suerte de tributo y despedida a la actividad que con mayor pasión he desarrollado en la vida y cuya forma actual irremediablemente se muere. Siento la necesidad de escribirlo ahora. Nunca he creído en los homenajes póstumos.

En esta época voraz donde el jinete apocalíptico llamado recesión muerde fuerte en todo el mundo, cada país y cada ciudad deben sin duda poder contar la historia de una librería que ha cerrado sus puertas o muerde el polvo ordeñando míseras gotas en las ubres de sus vacas flacas. Claro, podríamos apostar por el gran catálogo universal del horror bibliófilo y presentar una interminable galería de cadáveres inmolados y desollados en los altares de sacrificios de la modernidad, pero acaso baste con narrar la breve historia del camino cuesta arriba que han debido recorrer los libros y los lectores en una región que no es precisamente célebre y famosa por sus librerías.

Wednesday, February 06, 2013

Una tarde cualquiera, muchos años después, alguien deambulará en un remate de libros usados y como no queriendo mucho la cosa (y a falta de algo mejor que hacer) se pondrá a hojear un ejemplar húmedo y carcomido de tu biblioteca. En el futuro acaso no tan lejano en donde acontece esa tarde cualquiera, los libros son ya reliquias en desuso. Para entonces no sobrevive una sola librería en la ciudad y las nuevas bibliotecas digitales, vacías de papeles apolillados, se parecen más a los cafés internet de finales de los noventa. Y sin embargo los libros permanecen ahí, prófugos de las llamas, rodando en anacrónicos tenderetes atendidos por viejos casi pordioseros, vendedores de nostalgias e inutilidades. Junto a los libros a lo mejor será posible encontrar un videocasete o un walkman, amontonados frente a una pila de revistas prehistóricas con lamprones de humedad en sus portadas. Tú has muerto hace algún tiempo y tu biblioteca, lejos de ser una herencia, se convirtió en una monserga para tus deudos ¿Qué carajos hacer con kilos y kilos de polilla y hongo? ¿Cómo deshacernos de este lastre? Alguien pensó en bibliotecas públicas municipales y sí, en efecto, la donación procedió, con más tedio y desgana que entusiasmo. Nadie se detuvo a meditar sobre tus atípicas joyas bibliográficas, ni mostró sorpresa alguna ante lo que tú creías era un verdadero tesoro. Libros atípicos, libros raros, libros agotados, libros artesanales traídos de tus viajes, algunos con la dedicatoria de sus autores. Nada de eso importó. Los libros fueron a amontonarse a un anaquel de lámina oxidada de esa biblioteca pública municipal y ahí permanecieron los siguientes catorce años sin que nadie les metiera mano, pues los libros de una biblioteca pública municipal están para amontonarse y hacer bulto, no pare ser consultados. Al cabo de catorce años la biblioteca simplemente cerró sus puertas y el local fue habilitado como módulo de afiliación al seguro popular. El gobierno municipal no tenía presupuesto para seguir manteniendo una biblioteca que hacía años nadie visitaba. Por supuesto, tampoco supieron qué hacer con todos los libros, así que optaron por simplemente sacarlos a la calle y dejarlos amontonados en espera de que alguien, (ese infaltable alguien que lo mismo acarrea latas que aparatos viejos) decidiera llevarse los libros dentro de un viejo carrito oxidado de supermercado. Los días transcurrieron, los libros soportaron un par de lluvias hasta que una mañana, un recolector tullido decidió hacer bueno el pronóstico y amontonar unos cuantos libros en su carrito de supermercado. Los libros fueron a parar a un puesto del mercado sobre ruedas del domingo, amontonados sobre una cobija, rematados a tres pesos por ejemplar o cinco por diez pesos. Ahí, sobre esa manta agujerada, en vecindad con grabadoras destartaladas y lámparas fundidas, yacen ediciones de Anagrama y TusQuets que alguna vez te costaron algo más que un sacrificio a tu bolsillo.

Tuesday, February 05, 2013

Los otros oficios de los escritores. Por DSB

No sé qué se sienta circular en un carro cuyas llantas hayan sido vendidas por un vendedor llamado Juan Rulfo, pero sin duda en algún lugar de Jalisco existe o existió alguien que pudo dar un testimonio tan sui generis como ese. También en la Praga de 1920 deben haber existido decenas de asegurados que firmaron su póliza de seguro con un escuálido agente de ojos grandes llamado Franz Kafka. Acaso en algún lugar de Los Ángeles viva todavía un anciano que pueda presumir haber recibido cartas en su buzón entregadas por un cartero cacarizo llamado Charles Bukowski. Ya si echamos a volar la imaginación, podemos concluir que en el San Francisco de finales del Siglo XIX, hubo quienes comieron el tradicional plato de clam chowder con almejas pescadas (o acaso robadas) por un pescador pirata llamado Jack London. Es poco probable que viva todavía algún futbolista argelino que pueda presumir haberle anotado un gol a ese arquero del Racing de Argel llamado Albert Camus, pero sin duda quedan todavía unas cuantas familias catalanas que fueron al camping Estrella del Mar en Casteldefels, cuyo vigilante nocturno era un tal Roberto Bolaño. Idílica es la imagen de un escritor que da rienda suelta a su inspiración en un bohemio café o se abandona en bucólicas contemplaciones frente una copa de vino. Nos hemos también acostumbrado a la imagen del escritor como un personaje que vive gracias a una beca y consagra su existencia a pasearse por ferias o mesas redondas donde diserta sobre la inmortalidad del cangrejo con otros intelectuales. La realidad es que salvo atípicas excepciones de creadores que han podido darse el lujo de consagrar su vida entera a la literatura, el escritor suele ser un tipo que debe romperse el lomo en los oficios más diversos y a menudo ajenos a la creación literaria. Mi amigo el escritor ensenadense Ramiro Padilla me ha regalado un atípico ensayo llamado Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, donde la italiana Daria Galateria libera, en pequeñas viñetas prosísticas, pasajes de escritores célebres inmersos en la rudeza de sus oficios alternativos, esos empleos alimentarios que a menudo proveen el sustento que las siempre avaras letras niegan. Un libro donde por supuesto faltan muchísimos nombres (empezando por Rulfo) pero que ofrece un variado mosaico de literatos sudando la gota gorda para ganarse el pan, escribiendo en las horas robadas al sueño, peleando a brazo partido contra una vida que muerde duro. Tal vez sean diamantes en carbón, pero siempre será posible encontrar a un genio de las letras cargando un bulto de cemento o manejando un taxi. El maldito vicio de arrojar palabras sobre hojas en blanco no respeta edades ni oficios.

Monday, February 04, 2013

Me confieso radicalmente ignorante e indiferente ante el deporte gringo (no he visto ni suelo ver nunca el súper tazón) sin embargo tengo la duda de si el mote de Cuervos que lleva el equipo campeón de la NFL, fue inspirado por ese célebre pajarraco llamado Nevermore que hizo alucinar a Edgar Allan Poe. Si esos Cuervos fueron inspirados por el poema del buen Edgar, entonces me haré aficionado a ese equipo (aunque nada entiendo de futbol americano) Cuando escucho la palabra Baltimore imagino al fantasma de Poe deambulando borracho por sus violentas calles. Baltimore, capital de la única de las trece colonias que practicaba el catolicismo (Lord Baltimore se mantuvo fiel a Roma) ubicada casi siempre en el top 10 de las ciudades más inseguras del mundo y marcada para la eternidad por esa primera de semana de octubre de 1849 en que un atormentado escritor, víctima del delirium tremens, vagaba dando tumbos por sus calles hasta caer muerto, diez días antes de celebrar su boda. Baltimore es también el escenario de una serie llamada The Wire que mi amigo Eduardo Flores Campbell siempre me ha recomendado ver.

Sunday, February 03, 2013

Método práctico de la guerrilla- Marcelo Ferroni -Alfaguara. Por DSB

De entrada, uno podría pensar que en este mundo no hace falta otra biografía de Ernesto Che Guevara, un personaje sobre el que se ha desparramado demasiada tinta. Lo importante cuando se escribe sobre un ser tan manoseado, no es decir cosas novedosas o dar con chismes y revelaciones de escándalo, sino contar los hechos que todo mundo conoce o cree conocer, desde otro ángulo, desde otra perspectiva y con otra narrativa metiéndole un par de cucharaditas de dulce ficción. Lo trascendente no es tanto lo que se cuenta sino cómo se cuenta y es aquí donde Método práctico de la guerrilla del periodista paulista Marcelo Ferroni aporta una bocanada de aire fresco por su imaginación y su capacidad de jugar con el lector y despistarlo. Una primera aproximación podría hacernos creer que estamos ante una obra inscrita en el canon de reportaje literario estilo Noticia de un secuestro de Gabriel García Márquez, sin embargo Ferroni apuesta por una suerte de juego narrativo, pequeñas cajas de sorpresa o tomaduras de pelo para ir despistando al lector. De entrada el autor nos recibe con un falso prólogo un tanto malhumorado, en donde se permite ironizar sobre la figura del Che Guevara, “trade mark” favorito de la contracultura transformada en camiseta de diseñador, una cara que suele ir de la mano del rostro de Jim Morrison o Bob Marley. En dicha introducción, el autor va amontonado algunos datos y tópicos comunes sobre la vista de Ernesto Guevarra hasta 1966, para después explicar que su libro es el fruto de una ardua investigación en torno a un documento recientemente desclasificado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos en donde se incluye el interrogatorio cono Joao Batista, el único brasileño integrante de la guerrilla del Che. El punto de partida es la historia de Tania, la militante comunista germano-argentina que se desempeña como agente del gobierno cubano en Bolivia, donde se hace pasar por estudiante de folclor andino. Estamos ante un personaje real en una fecha y un lugar concreto, como es La Paz, Bolivia en 1966. Hasta ahí todo va teniendo cara de reportaje marca nuevo periodismo y el lector aparenta tener más certezas que dudas. Lo verdaderamente sui generis de este libro, son las gambetas narrativas del autor y la forma de tomarnos el pelo. Creíamo marchar por el camino garcíamarqueano de Noticia de un secuestro y de pronto nos descubrimos en el sendero Historia universal de la infamia de Borges o las Vidas imaginarias de Schwob. Personajes reales en un entorno real que de pronto se vuelven maleables como plastilina en las manos de un autor que empieza a moldearlos al gusto de su imaginación. Entonces las certezas del lector se vuelven dudas ¿Me están tomando el pelo acaso? ¿Estoy leyendo un reportaje o me he sumergido en una novela? A veces las fronteras entre realidad y ficción son difusas, casi imperceptibles. Cuando uno ve un libro cuya portada es toda roja con una imagen difusa y psicodélica de la clásica fotografía del Che Guevara, se imagina demasiadas cosas. El gran mérito de Ferroni, es su gran capacidad para fintarnos como un futbolista gambetero va driblando defensas. Brasileño había de ser. Método práctico de la guerrilla recibió el Premio Sao Paulo de Literatura como mejor libro del año y pude desde ya inscribirse con mención honorífica en la mejor tradición de falsas biografías. Lo mejor de la literatura, es que ni siquiera quienes nos creemos lectores experimentados perdemos nuestra capacidad de sorpresas. Al ilusionista la ha funcionado el truco. La moneda estaba en la otra mano. Los estereotipos mienten: este libro no es lo que parece.