Más de una vez les he dicho que esto de narrar no debería ser diferente de la albañilería, la carpintería o la jardinería y lo digo no solo porque es un oficio en donde debes chambear duro, sino porque al albañil, al carpintero o al jardinero les pagas por su trabajo, sí o sí. Hay un jardinero que viene cada quince días a casa y hasta ahora nunca se me ha ocurrido decirle que podar nuestro jardín le va a dar un chingo de proyección o que no tengo presupuesto pero puedo invitarlo a comer y promoverlo en medios. Una señora viene cada semana a ayudarnos con el quehacer y su trabajo y su tiempo son realmente valorados, por lo que ofrecemos un pago justo y puntual. Nunca se me ha ocurrido escatimarle o decirle que no me asignaron fondos para retribuir su actividad.
Miren colegas, llega un momento en que me harto de que se asuma que a mí me encanta trabajar gratis. Francamente estoy hasta la madre. La historia de mi vida es un derroche de proyectos a los que me he sumado por el puro y vil gusto de hacerlo. Tengo la fortuna de disfrutar mucho con lo que hago y en verdad me encanta poder compartirlo. Mi camino existencial me ha dado muchísimas satisfacciones y extraordinarias experiencias por las que no he cobrado un centavo. El problema empieza cuando ya se da por hecho que no se cobra nunca. No soy un mercenario, pero a veces me canso de que ya ni siquiera se cuestione.
Está muy bien que me pidas de vez en cuando (y si la ocasión lo amerita) una colaboración para tu revista o para tu portal, pero de eso a establecer un compromiso de día u horario para tener un espacio en un medio impreso o audiovisual a cambio de nada (como tantas veces he hecho) hay un largo trecho.
Me da gusto que haya tantísimos colegas que me tengan la confianza para mandarme sus textos literarios, pero de ahí a que me pidas que te haga labor de corrección, tallereo y te de una opinión profesional, cambia la cosa (lo hago con gusto para algunos amigos con los que me une una relación de reciprocidad, pero no para alguien que me acaba de contactar en Facebook). Otros me piden incluso que les prologue sus libros (y ninguno de ellos comienza su petición preguntándome cuánto les cobraría por dicho prólogo o dictamen).
Ni hablar de conferencias, charlas, mesas redondas, porque eso es pan de cada día. Es muy diferente cuando vas a una universidad, un taller o sala de lectura en donde todos están leyendo tu libro o conocen bien tu trabajo (como me sucedió hace poco con la maestra Lorena Parra o con Juan José Luna). Así hasta da gusto ir, compartir y convivir. Pero cuando te piden que vayas nada más a llenar el calendario mensual de conferencias de una universidad o institución cultural o que presentes una ponencia porque es el aniversario de Benito Juárez, cambia mucho la cosa. Ni hablar de proyectos grandilocuentes y pretenciosos que nunca llegan a nada, en los que hay muchas juntas, comidas, entrevistas en donde se habla de todo, menos de dinero. Hasta el cogote estoy de eso.
Hasta la madre estoy del “me quiero tomar un café contigo para plantearte un proyecto muy interesante” (y dicho café, por supuesto, siempre es en Tijuana o en San Diego en algún lugar que queda lejos y me implica tiempo, desplazamiento, tráfico y estacionamiento. Con gusto me tomo el café contigo, pero por favor ven al café Conrado de San Antonio del Mar, a Real del Mar o por lo menos a Playas o a Rosarito. Más lejos no voy a ir.
Esta semana unos cineastas de LA me pidieron un tour didáctico y muy específico por Tijuana y deseando que les dijera “no es nada”, me preguntaron cuánto les cobraría. Cuando dije una cantidad me dijeron que no tenían presupuesto. Pude haberlo hecho, no me costaba nada y tal vez se habría consolidado una buena relación, pero no me dio la gana trabajar gratis. Y como esas hay varias cosas flotando en el aire.
Hay personas con las que he establecido relaciones de trabajo muy sólidas y duraderas y la constante en esos casos, es que las cosas fueron claras desde el principio y hubo un respeto profesional.
También me he llevado gratas sorpresas con publicaciones muy sencillas o foros e instituciones humildes que por dignidad y por respeto profesional te ofrecen un pago pequeño. En esos casos aprecio su intención y su gesto y aprecio sobre todo que no asuman que todo es regalado.
En esos casos saben que se cuenta conmigo a plenitud y que soy puntual y cumplido, pero por favor entiende que si no hay un acuerdo profesional, no me puedes pedir que te entregue a tiempo o que llegue puntual y te dé prioridad.
Resumen: hay que fomentar la cultura del pago. Hay que educar a la gente para que pagar se haga un hábito y eso también depende de nosotros. Ustedes también colegas, no anden regalando su trabajo porque a todos nos perjudica. ¿Cuánto es mucho o cuánto es poco? No tengo idea. Sólo sé que uno es más que cero.