Eterno Retorno

Friday, August 17, 2007

He retornado. Eternamente retorno. Un avión aterrizando por la noche en suelo tijuanense es el acto inaugural de esta liturgia tantas veces repetida. Irme para volver a comenzar. Tras el desgaste mental que significó el proceso electoral bajacaliforniano hice lo que hicieron muchos políticos y no pocos reporteros: Tomar unas pequeñas vacaciones. Sólo unos días, apenas un oasis en el desierto inmenso de las ocupaciones.


Fallé en mis pronósticos, esos que escribí deseando equivocarme. Ahora mismo no estoy tan seguro de haber deseado realmente esa equivocación, al menos no como reportero aunque he de confesar que como ciudadano respiro un poco más tranquilo. Padecí (y acaso aún padezco) una depresión postelectoral. Fui el primero en votar en mi casilla. Antes de las 8:00 de la mañana ya estaba en el parque de San Antonio del Mar esperando la apertura. Mi voto estaba decidido desde hacía algún tiempo. A las 8:02 tenía el crayola en la mano y marqué la cruz en el recuadro donde aparecía el logo de la Alianza por Baja California y el nombre de José Guadalupe Osuna Millán. Voté por Osuna, ganó Osuna, pasó lo que como ciudadano deseaba que pasara y sin embargo caí sumido en la desolación. No es fácil desprogramar tu mente cuando la has programado para la guerra. Alguna vez les he hablado de esa dualidad esquizofrénica que padezco entre el Jekyll ciudadano y el Hide reportero. Jekyll votó por Osuna, pero Hide deseaba la victoria de Hank. Como ciudadano amo la paz pero como reportero tengo sed de guerra. Tuve la plena y absoluta certeza de que Hank ganaría y me preparé para un sexenio de chingazos traperos. Mi mente ya estaba programada para el infierno que se nos venía encima. Comandos negros como amos y señores de la ciudad, un boicot publicitario e informativo contra los medios incómodos, hostigamiento constante contra los reporteros no sumisos, bacanales pagadas con recursos públicos, hampones con charola, la industria del secuestro cotizando en la bolsa de valores, Calígula embriagado con el licor del poder absoluto y Baja California en la mira de todos los medios nacionales. Supe que se venían tiempos difíciles para nosotros y me preparé para enfrentarlos. Me equivoqué. Me equivoqué rotundamente. Por desgracia no hay sortilegio capaz de conjurar el aburrimiento.

El fragor de la batalla me obligó a tomar partido. O estás con ellos o estás contra ellos. Los acontecimientos me obligaron a estar contra ellos. Una edición histórica publicada dos días antes de las elecciones batió todos los records, no solo de lectura sino de efectos. A veces la pluma es más poderosa de lo que uno cree. A veces la verdad es subjetiva y la objetividad mentirosa, aunque para Víctor Alarcón y el CEE signifique ser un delincuente electoral.


Conozco bien a Lupillo Osuna y apuesto a que hará un buen trabajo o por lo menos intentará hacerlo. Los tipos discretos y sobrios suelen sacar la chamba y Osuna es de lo más rescatable que tiene el panismo bajacaliforniano. Creo que a Baja California le irá bien. El problema es que yo me aburriré. Un libro- reportaje sobre Hank pierde demasiados puntos de rating bajo este escenario. No es lo mismo escribir contra un todo poderoso gobernador potencial presidenciable, reencarnación del caciquismo ancestral de un Gonzalo N. Santos a escribir sobre un excéntrico empresario derrotado que seguramente no volverá a malgastar su dinero en ese aburrido juego llamado política. Cuando el triunfo de Osuna fue definitivo, sólo puede decir: Qué bueno por Baja California pero.. ¿Y ahora qué hago? ¿De qué chingados voy a escribir? Mi celular ha dejado de sonar. Los colegas de la prensa nacional ya no me llaman para pedirme tips. Radio 13 y sus locutores se han olvidado de Baja California. A ese gran negocio llamado opinión pública le vale un soberano carajo Osuna Millán.

Rush

Por fortuna tengo una bella familia que me invitó a pasar relajantes días fuera de este escenario. Para exorcizar demonios electorales, nada como un concierto de Rush en San Antonio Texas. Hacía un buen rato que no viajaba con mi familia y la incursión a tierras texanas me alegró la vida. Más de diez años tenía yo sin pisar Texas, aunque en realidad pudimos ir a cualquier parte. Lo importante, al fin y al cabo, fue viajar con la familia y disfrutar unos días con ellos.

Llevando a cuestas mi largo millaje recorrido en conciertos de rock, puedo afirmar con pleno conocimiento de causa que en este mundo hay conciertos comunes y conciertos de Rush. Cuando ves a Rush en vivo crees que Dios existe. Si hay en este mundo una banda que descuenta dolar por dolar lo invertido en el boleto esa banda es Rush. Hasta pagaría más y los vería una y otra vez. No sólo es un virtuosismo y una precisión musical que está por encima de los simples mortales, sino una producción, unos efectos, una contundencia. Un concierto hecho con toda la mano. Magnificencia es la palabra. Para mi hermano Adrián no existe en el planeta más que Rush. Una vez más lo afirmo: La gente que sabe de música suele amar a Rush. Mi hermano, a sus 17 años, es maestro de bajo y guitarra y comprueba, una vez más, que la gente que entiende de tiempos y notas musicales suele enamorarse del trío canadiense. Es una fórmula matemática: Si de verdad sabes de música, debes amar a Rush.

En el pandemonio del rock hay algunas deidades, muy pocas por cierto, que hace algún tiempo volaron mucho más allá del bien y del mal para entrar a una suerte de estado de gracia.
No pueden considerarse comerciales en el estricto sentido de la palabra, pero llenan estadios con sold out en casi toda su gira y aunque no están de moda ni se cuelan al primer puesto del top 40, cuentan con legiones de fans tan sólidas y fieles, que pueden convertirse en autistas del rock y desentenderse del mundo de la música actual.
Rush cumple la edad de la crucifixión, pero no hay clavos ni corona de espinas a la vista. 33 años han transcurrido desde que un trío de adolescentes de Toronto encontraran su camino pegando es grito zeppeliano con Finding my Way y empezaran a labrar carrera con ese riff denso de Working Man.
No se puede hablar de un auténtico complejo camaleónico como el de Bowie, pero lo cierto es que las diferentes etapas de Rush, sin llegar a ser contrastantes, marcan importantes diferencias.
El Rush prehistórico de 1974 sonaba terriblemente a Led Zeppelin, aunque la genial vena progresiva ya asomaba por ahí
Transcurrieron los setenta y el virtuosismo progre emprendió un viaje de ciencia ficción por las estrellas que trajo como resultado un himno como 2112.
Los retratos movientes inauguraron los ochenta y el sonido de Rush llegaba a los cielos, aunque con la década perdida llegó también la sobredosis de sintetizador. Los 90 trajeron esa mínima aunque para muchos imperdonable dosis de rap en Roll the Bones.
Rush recibió el nuevo milenio con Vapor Trails que para algunos fue una sutil vuelta a los orígenes rockeros de los primeros setenta y ahora, tras 33 añitos, con ustedes las serpientes y las flechas.

Motivo fuerte del viaje fue darle un gran abrazo a mi hermana Ana Lucía que se marcha a estudiar a Les Troyes Francia. Me siento contento y orgulloso de su decisión. La mejor Universidad del planeta es aquella que está a decenas de miles de kilómetros de tu casa, del otro lado del mundo. El que viaja necesariamente aprende. A Ana le va a ir muy bien. La suya fue la decisión más sabia.

DP

Como siempre que retorno, mi mochila viene atiborrada de nuevos libros. Anoche, Deep Purple en el 4 and B de San Diego antecedido de un desfile de deliciosas cervezas que mi amigo Octavio y yo bebimos en los bares del Gaslamp. Tres reggattas red en Rock Bottom, otras tantas Guiness en el St Patriks, varias Samuel Adams y New Castle en el concierto y para cuando Ian Guillan saludó a la concurrencia yo estaba lo suficientemente prendido. Ver un concierto tan austero como el de Deep Purple tres días después de ver a Rush tiene sus efectos. Mal sonido, demasiada austeridad para el tamaño de la leyenda. Después de ver un concierto como el de Rush digno de Dioses, Purple me pareció cosa de plebeyos, pero aún así lo disfruté. Mucha vejez, entre el público y en el escenario (creo que ayer Octavio y yo éramos los más jóvenes en el 4 and B) Pero es el Púrpura Profundo y nada como cantar Perfect Strangers en punto pedo. Es viernes, conjuro una leve crudita cervecera, tengo mucho trabajo pendiente pero creo que por ahora es mejor irse a casa.

Por Daniel Salinas Basave
La terca memoria
Julio Scherer García
Grijalbo

La memoria suele ser necia, caprichosa, hace y deshace a placer, casi nunca
apegada a esa estricta y a menudo escurridiza realidad. La memoria que uno
tiene de su propia vida a menudo coquetea con la literatura de ficción. Lo
que más me gustó de La terca memoria es que es tan espontánea y desordenada
como una charla de cantina o sobremesa. Un Señor Periodista se aventura a
caminar en los terrenos del yo literario y reta la terquedad de sus
recuerdos. El periodista hurga en el pozo nunca seco de las anécdotas,
bucea profundo, extrae y coparte los recuerdos que yacen como tesoros
ocultos en el fondo del mar. Y sí, es inevitable el divagar, el saltar de
una anécdota a otra sin decir agua va, con la plena libertad que dan las
charlas con los buenos amigos, rompiendo las cadenas estructurales de un
relato formal o de la nota periodística. Hace seis meses, cuando en este
mismo espacio se incluyó la reseña de "La vida de un periodista" del colega
Ben Bradlee del Washington Post, señalé lo atípica que resulta la pluma de
un reportero cuando es empuñada para hablar de sí mismo. A diferencia de los
políticos, los militares o los artistas, la autobiografía no parece ser cosa
de periodistas, ocupados como estamos en escribir la crónica del día a día
o en indagar en la vida de los demás. En plena tormenta electoral
bajacaliforniana cayó en mis manos La terca memoria, el último libro de
Julio Scherer García, del que ya había leído el capítulo dedicado a Jorge
Hank Rhon, en donde por cierto cita atinadamente a mis colegas y amigos de
Frontera Ana Cecilia Ramírez y Jorge Morales. No es propiamente una
autobiografía de Julio Scherer García, pero sí lo más parecido. A veces las
mejores lecturas se dan en los aviones y La terca memoria lo leí casi todo
en un trayecto de Tijuana a Monterrey. Concluyo su lectura un sábado al
atardecer, en un hotel de San Antonio Texas con la tranquilidad que da un
oasis vacacional y esa paz que genera la espontánea lejanía. Leer a Scherer
pega fuerte, pues cada párrafo espeta brutal honestidad. Scherer habla sin
tapujos hasta para criticarse a sí mismo y encarar los vicios y virtudes del
periodismo mexicano. Dejemos que la amarga envidia de un Carlos Ramírez
acuse a Scherer por su afán de confesarse. El colega es honesto hasta el
hartazgo y eso es algo que siempre se agradece. Los personajes que desfilan
por sus páginas no sólo enmarcan una época, sino que reflejan lo
ambiguas, cambiantes y contradictorias que pueden ser las relaciones
humanas, sobre todo cuando se dan en la vorágine del periodismo. Ahí están
Carlos Hank González, Abel Quezada, Vicente Leñero, Heberto Castillo, Gastón
García Cantú, Miguel Almán, López Mateos, Díaz Ordaz, hasta Jorge Hank Rhon
y con ellos los sentimientos maleables de un Scherer que parece querer
examinar su conciencia, conjurar los demonios, exorcizar los rencores,
ahuyentar a los fantasmas. El libro se disfruta como un buen vaso de vino y
a aquellos que nos dedicamos al periodismo, nos abre un proceso de
autocuestionamiento y nos coloca frente a un espejo no siempre complaciente.