Eterno Retorno

Friday, April 06, 2012






¿Algo más del Racimo de Horcas? A propósito de la mayoría de edad que han cumplido los aniversarios luctuosos de Colosio y Cobain, Belén Arzaluz nos cuenta cómo la marcó aquella primavera.


En la primavera de 1994, justo en los días en que la idea de marcar mi fecha de caducidad fue madurando, un magnicida y un suicida se apoderaron de nuestros temas de conversación: Mario Aburto y Kurt Cobain. Dado que yo era una adolescente de 16 años más interesada en la depresión existencial del grunge que en las oscuras conspiraciones de la narcopolítica, la muerte del líder de Nirvana me afectó más que la del candidato priista. Vaya, el suicidio de Cobain acarreaba consigo toda esa fascinante dosis de bella depresión opiácea a la que yo aspiraba. Pero mientras escribía con renovado ahínco mis notas suicidas con Rape Me a todo volumen en los audífonos, empecé a pensar cada vez más en la figura de Mario Aburto. No me obsesionaban las intrincadas historias de dobles o triples tiradores o la suplantación de la identidad del asesino. Lo que me impresionaba era el vertiginoso salto de Aburto: de ser la nada pura en su triste condición de carne desechable de maquila, Aburto saltó en un par de segundos a ser el gran demonio nacional. En una época obsesionada por los estrellatos repentinos, el magnicidio sigue siendo la receta más rápida para trascender la insignificancia. Ni siquiera las celebridades repentinas del You Tube ascienden en forma tan vertiginosa como los magnicidas. En la mañana del 23 de marzo de 1994, Mario Aburto era polvo de la línea de producción, estadística pura en las cifras de la miseria nacional. De no haber disparado esa bala sobre la cabeza del pelo afro, de no haber existido ese segundo en su vida, el 23 de marzo habría caído la noche y Aburto se habría dormido en su catre, tan anónimo e insignificante como despertó; tan anónimo e insignificante como moriría, perdido en un tornado de destinos miserables y predecibles. Pero Aburto, en su condición de asesino solitario o último eslabón de una cadena de conspiraciones, disparó esa bala y al hacerlo saltó al surrealista teatro de la opinión pública nacional. Se convirtió en el gran magnicida de la Historia de México. En cuestión de segundos, José De León Toral quedó muy chico frente a él. Esa noche, millones de mexicanos conocieron su rostro. Aburto, a quien el aburrido reportero policíaco de un vespertino de nota roja no hubiera dedicado más de tres párrafos el día que se convirtiera en víctima o asesino en una pelea de borrachos, hizo gastar millones de dólares al estado mexicano y ríos de tinta a los periodistas; millones y ríos para bucear en la mente y el entorno de un insignificante, sólo para acabar sepultados en enredos y laberintos judiciales. Nunca el sistema invirtió tanto dinero en un proletario. En aquella primavera del 94, me entretuve imaginando los últimos pensamientos de Kurt Cobain, sus dudas, sus miedos, sus cavilaciones en soledad antes de colocar la escopeta contra su barbilla. Aburto también pensó, también caviló, pero la adrenalina se impuso a la reflexión. Al igual que Cobain, Aburto se preparaba para disparar una bala, pero diferencia de Cobain, Aburto no estaba en soledad, sino entre una multitud y la cabeza sobre la que dispararía esa bala no era la suya propia, sino la del candidato presidencial del PRI. El magnicida es también un suicida. Sabe que al disparar esa bala está poniendo fin a su propia vida, que ingresará al sepulcro de una prisión tras haber pasado temporadas en el infierno de los interrogatorios. El magnicida es un condenado cuya agonía es más lenta que la de su víctima, pero a diferencia del suicida que simplemente se hace a un lado, el magnicida tuerce la Historia. En la sociedad del culto a la personalidad, una sola vida vale más que miles. La muerte de un candidato presidencial consume más horas de noticias y charlas de sobremesa que la muerte de cientos de familias en un terremoto. Quien arrebata la vida a una celebridad inmediatamente se vuelve célebre y en nuestro mundo egocéntrico, no hay mayor obsesión que declarar la guerra al anonimato. Sin embargo, pese a que Aburto me robó algunas horas de pensamiento, en aquella primavera de 1994 yo solamente había tomado la decisión de matar a una sola persona: yo misma. Hasta ese momento, mi destino era ser una suicida sin otro muerto en mi conciencia.





¿Hay algo más adecuado para un Viernes Santo que el Beso de Judas? Mi más ancestral recuerdo visual de Judas Priest, era un poster que había en el cuarto de mi tío José Manuel allá por 1979-1980. Mi más ancestral recuerdo sónico, se remonta al Defenders of The Faith en 1984. Heavy Metal en estado puro. Más de una vez he dicho (y no pienso desdecirme ahora) que si tuviera que elegir un solo disco para definir la esencia más pura del Heavy, me llevaría a una isla desierta el Painkiller, ese canto de cisne metalero, digna despedida de una década gloriosa antes de entrar a la crisis alternativa de los 90. Allá por 1998, en la época en que el tremendo Ripper sustituyó a Halford, Judas fue a Monterrey en plena gira del Jugulator y pude verlos por vez primera. En mis recuerdos vive la noche del concierto de aniversario de British Steel en la Universidad de San Diego, pero nada comparable a la velada del Epitaph, en primerísima fila del auditorio de Chula Vista, bajo cielos rojo-sangre.

Thursday, April 05, 2012




Mi Patria es una Biblioteca 3)- Boedo o Florida, Menotti o Bilardo, Campo o ciudad, Buenos Aires o provincia, tango o chacarera, Europa o América, Boca o River; en Argentina todo parece condenado a dualidades en conflicto, pero quienes traten de encerrar a Ricardo Piglia en la jaula de un estilo (o peor aún, de una escuela o grupúsculo) van a enfrentarse a más de un dilema ¿Es Boedo o es Florida? ¿Es hijo de Borges o de Arlt? ¿O es Piglia la materialización contemporánea de esa leyenda surrealista llamada Macedonio Fernández? Con Piglia uno siempre tiene la sospecha de estar siendo víctima de las bromas y las jugarretas de un narrador que acaso se divierta como enano. Con el de Adrogué sobran los símbolos y los guiños, los monitos ocultos en disimuladas cajitas de sorpresas que irremediablemente nos remiten a páginas o personajes de esa tradición nacida en la gran broma de Boedo y Florida. Ricardo Piglia es, en cada uno de sus textos, como un pez mojado resbalando en las manos de quien intenta definirlo o encasillarlo en un género. Aceptar el reto de sumergirse en la obra de Ricardo Piglia, requiere estar preparado para descifrar claves, armar rompecabezas e ir corriendo tras personajes cuya primera impresión en el lector siempre es engañosa. Sólo se me ocurre decir que sería como tratar de explicar la convergencia de varias dimensiones o realidades acaso invisibles entre sí, en un mismo espacio. Si tuviera que elegir uno solo, me quedaba con ese. Respiración Artificial es el más emblemático. Recomiendo mucho el ensayo híbrido El último lector o el más reciente, Blanco Nocturno.

Wednesday, April 04, 2012






¿Quiere alguien saber lo que trama Belén Arzaluz, narradora de Racimo de Horcas? Chutaos sus últimas andanzas en esta caótica novela-ensayo.

¿Fue realmente a James Dean a quien se le ocurrió el concepto del bello cadáver? Un personaje demasiado pop para albergar ideas muy profundas. En cualquier caso, la fascinación por retirarse a tiempo de la vida y conjurar la vejez con una muerte juvenil, se la debo al timorato rebelde sin causa, que no debe haber sido un cadáver muy bello que digamos, pues nadie que muera destrozado entre los fierros de un automóvil queda como un muñequito de aparador. Sea o no de James Dean, la frase “vive rápido, muere joven y deja un bello cadáver”, quedó a medias como la inscripción en el escudo de armas de una generación demasiado hedonista para soportar la vejez, pero demasiado cobarde para darse muerte con su propia mano. Vivir rápido y ser bello es la obsesión recurrente, pero pocos tuvieron los huevos para transformarse a tiempo en cadáver. En lugar de la muerte joven, los descendientes de James Dean optaron por el bisturí y sus cuerpos buscaron infructuosamente eternizar la belleza inmolando vientres flácidos y repugnantes papadas en el altar de sacrificios del quirófano. El ideal helénico del cuerpo eternamente perfecto fue invocado en liposucciones y cirugías reconstructivas. Mis compañeras de clase estaban tan aterradas como yo por la idea de la vejez, pero les aterraba aun más la católica culpa del suicidio.
XX
Del bello cadáver de James Dean, pasé a navegar en aguas más profundas sólo para reparar en lo absolutamente romántica que es la autoinmolación. El suicidio puede ser un acto profundamente cursi. Suicidarse es darse demasiada importancia. Quien se suicida dramatiza su vida y el drama es casi por definición cursilería pura. Pregúntenle a los románticos alemanes que hicieron del suicido azotado una de las bellas artes. Suicidio entre hadas y palacios, entre Danubios azules y rosas siempre rojísimas, con damiselas de pieles de porcelana y salones vieneses. El suicidio bohemio, tan atiborrado de poemas y bucólicas contemplaciones. Al Werther de Goethe se le pueden achacar más inspiraciones suicidas que a Ozzy Osbourne, Judas Priest, Marylin Manson y todos esos artistas llevados a corte por orillar a adolescentes a quitarse la vida. El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras, escribió Goethe, pero su Werther se convirtió en el ícono de decenas de aspirantes a poetas que acabaron autoinmolados. Werther fue el padre del suicidio contagioso. Ningún otro hecho es tan rápidamente transmitido por contagio como el suicidio", dice Emile Durkheim y la obra epistolar que Goethe publicó en 1774 se transformó en el primer virus suicida de la humanidad. Los contagiados de Werther eran detallistas en extremo y tenían el cuidado de elegir una vestimenta idéntica a la de su ídolo: chaqueta azul, chaleco amarillo, camisa abierta, pantalones blancos, botas altas cafés y sombrero redondo; y, se disparaban sentados en el escritorio con un libro frente a ellos. Vestidos para matarse. ¿Cuántos suicidas contagiados por Werther hubo en realidad? ¿Es el chaleco amarillo y la chaqueta azul una leyenda romántica? Lo cierto es que sin ser una novela oscura u obscena para la moral de la época, el Werther de Goethe acabó siendo prohibida en varios países por incitar a los jóvenes a matarse.




El Soundtrack de mi Existencia. La leyenda vive como un arcoíris en la oscuridad. Sea en Rainbow, en Black Sabbath o en su propia banda, la voz sagrada de DIO me transporta a atmósferas de fantasía inigualables. La combinación de Ritchie Blackmore en la guitarra y DIO cantando, hizo del primer Rainbow una alienación de astros perfecta, semilla del power metal europeo y del estilo neoclásico. Con DIO en la voz, Sabbath alcanzó su momento más sublime. Alguna vez lo tuve a un par de metros de mí, cuando estuve backstage tomando fotos en Chula Vista en la gira del Killing The Dragon. Afortunado me siento de haber podido ver en vivo la resurrección de Heaven and Hell. Aún recuerdo esa triste mañana de primavera de 2010; estaba en un evento en la colonia Marrón cuando Carolina me llamó al celular para decirme que acababa de morir DIO. Evil or Divine? Bañados en la sangre del dragón te recordamos.

Tuesday, April 03, 2012





Mi Patria es una Biblioteca 2)- No deja de ser una paradoja que el escritor al que nunca dejo de leer y ha sido el compañero literario más constante en el viaje de la vida, sea un tipo que odió a muerte el futbol. Lo cierto es que mis frecuentes dudas existenciales suelen desembocar en un libro de Borges. En sus cuentos yacen contenidos los enigmas del Absoluto. Más que una visión en el sótano de la casa de Beatriz Elena Viterbo, el Aleph parece habitar en cada página de su obra. El Todo en un párrafo, la Eternidad en un librero. Una y otra vez vuelvo a abrevar de los símbolos boreganos; una y otra vez vuelvo a sorprenderme, inmerso en espejos y laberintos. Dicen que le faltó sangre en las venas, que tanta erudita frialdad acaba por congelar el alma. Sucede que su patria fue una biblioteca y el Infinito suele habitar por esos rumbos.

Monday, April 02, 2012




30 años de las Malvinas. Aunque cueste trabajo creerlo recuerdo el conflicto. Yo estaba por cumplir ocho años de edad y recuerdo en la tele escenas de barcos y aviones. La fiesta más grande de mi infancia, el 21 de abril de 1982, el día que celebré mis ocho con una piñata del Caballero de la Blanca Luna bajo una típica lluvia cumpleañera (siempre llovía en mi cumpleaños) ingleses y argentinos se desangraban en mares helados. Por ahora no me queda más que compartir con furia ese himno antibélico compuesto por los anarcopacifistas de Crass, la resistencia británica contra la guerra. Dedicada a esa perra maligna llamada Margaret.

HOW DOES IT FEEL?

How does it feel to be the mother of a thousand death?
Young boys rest now, cold graves in cold earth.
How does it feel to be the mother of a thousand death?
Sunken eyes, lost now; empty sockets in futile death.

Your arrogance has gutted these bodies of life,
Your deceit fooled them that it was worth the sacrifice.
Your lies persuaded people to accept the wasted blood,
Your filthy pride cleansed you of the doubt you should have had.
You smile in the face of the death cause you are so proud and vain,
Your inhumanity stops you from realising the pain
That you inflicted, you determines, you created, you ordered -
It was your decision to have those young boys slaughtered.
You never wanted peace or solution,
From the start you lusted after war and destruction.
Your blood-soaked reason ruled out other choices,
Your mockery gagged more moderate voices.
So keen to play your bloody part, so impatient that your war be fought.
Iron Lady with your stone heart so eager that the lesson be taught
That you inflicted, you determines, you created, you ordered -
It was your decision to have those young boys slaughtered.

How does it feel to be the mother of a thousand death?
Young boys rest now, cold graves in cold earth.
How does it feel to be the mother of a thousand death?
Sunken eyes, lost now; empty sockets in futile death.




He dicho que un día subiré un autor y al otro una banda, así que aquí vamos con el primer elegido en EL SOUNTRACK DE MI EXISTENCIA. 1)- LA DONCELLA DE HIERRO ha estado conmigo desde hace un cuarto de siglo. No me gusta el concepto “banda favorita”, pero Iron Maiden es la agrupación musical a la que más veces he visto tocar en vivo, de la que poseo más álbumes y videos en todos los formatos posibles, de la que casi siempre traigo una camiseta puesta (aunque sea bajo una camisa formal) y por supuesto una banda que puedo escuchar en cualquier hora del día. Alguna vez pude platicar con su fundador Steve Harris (ex jugador y fan del Westham United) y una vez entrevisté al guitarrista Dave Murray y el ex cantante Blaze Bailey. No hay un solo álbum suyo que no me agrade bastante y seguro estoy que si llego a vivir 80 años, escucharé un disco de Iron Maiden el último día de mi vida. Pase lo que pase, lo cierto que la Doncella hace un tiempo cruzó la frontera hacia el reino de la inmortalidad.
Con su cantante Bruce Dickinson como piloto estrella de una monstruosa aeronave, la Doncella se embarcó en la gira Somewhere Back in Time que los llevó a rincones tan remotos como India, Australia, Japón o Chile en donde recrearon el mítico tour inmortalizado en el doble en vivo Life After Death tocando únicamente rolas de sus cinco primeros álbumes (la única excepción “moderna” en el set list fue la emblemática Fear of the Dark del 92) Quienes tuvimos la oportunidad de ver en vivo a aquella Doncella rejuvenecida cargada de energía heavymetalera, comprobamos que pese a la aparente calma reflexiva de los últimos álbumes, Maiden sigue siendo arsenal de artillería ruda.

Sunday, April 01, 2012







Mi Patria es una Biblioteca: 1)- Tal vez el autor que con más pasión he leído en lo que va del Siglo XXI. Desde que comencé con El País de las Últimas Cosas en 2002, hasta Diario de Invierno que concluí hace un par de días, Paul Auster se ha vuelto mi compañero inseparable. A estas alturas, ya puedo afirmar que el de Brooklyn es uno de los narradores-tatuaje en mi vida. Si un día me encuentras por la calle, hay altas probabilidades de encontrarme con un libro de Auster en la mano.

Has concluido Diario de Invierno. Al igual que Auster piensas que caminar es lo más alucinante y que sólo caminando brotan las ideas. Al igual que Auster, te preguntas de dónde vienes, quién eres, qué amasijo de migrantes improbabilidades representas. Hace poco platicabas con tu madre sobre los misterios de sus antepasados de los que en verdad nada sabes. No sabes absolutamente nada de la aleatoriedad genética que desafiando a las leyes del azar desembocó en este ser tan raro que eres. En fin tiempo de chutarse esta reseña que has escrito para InfoBaja, por cierto la primera en segunda persona que has escrito tu vida.

Paul Auster
Diario de Invierno
Paul Auster
Anagrama
Daniel Salinas Basave
Hay quienes afirman (y no vas tú a contradecirlos) que toda narrativa de ficción es necesariamente autobiográfica. No hay escritor que pueda evitar contarte sus andanzas. Aunque los personajes puedan parecer lejanos, alucinados, sin conexión aparente con la vida real del narrador, la verdad es que quien cede al vicio de transformar en palabra escrita sus obsesiones está destapando la tapa del subconsciente y de una u otra forma te está contando su vida. Y aunque a menudo las vidas de los novelistas no suelen ser maratones de acción y aventuras, quien tiene la habilidad para contar una historia puede hacer alucinante la más aburrida de las existencias. Hay más de un narrador que ha hecho de su vida su obra maestra. Coetzee lo hizo en Verano, donde pidió prestada la voz de sus antiguas amantes y amores platónicos para contarte la historia de su juventud en Ciudad del Cabo. Gabriel García Márquez fue capaz de regalarte alguna sorpresa en Vivir Para Contarla, aunque siendo brutalmente honesto te ha quedado a deber, cosa que no sucedió con Vargas Llosa y su Pez en el Agua. Carlos Fuentes te narra su aventura donjuanesca en Diana o la Cazadora Solitaria mientras que el húngaro Sandor Marai hace lo propio en ¡Tierra, Tierra! Estos son sólo ejemplos que te vienen a la mente de primera intención. Lo fascinante irrumpe cuando a un autor en cuya obra te has sumergido a profundidad y cuyas claves cartográficas más o menos entiendes, se le ocurre contarte su vida en segunda persona. Aquí se conjugan dos factores explosivos: padeces una debilidad confesa por Paul Auster y experimentas una total fascinación ante la narrativa en segunda persona. Siempre te ha parecido una voz contundente y penetrante, una voz capaz de desnudar, como si el narrador fuera una suerte de dualidad interior. Paul Auster narrándose a sí mismo en segunda persona no puede dejarte indiferente, así que apenas hace su arribo a Tijuana Diario de Invierno, cuando ya lo has tomado en tus manos y comenzado a leer. Lo concluyes en unos cuantos días y como una suerte de tributo a esta atípica narrativa, decides experimentar con la primera reseña de tu vida en segunda persona. A lo largo de trece años has escrito sobre más de un centenar de libros, pero nunca lo has hecho hablándote de tú. ¿Se vale? Nada pierdes con experimentar. Lo que has leído no es por cierto el primer delirio autobiográfico de Auster. Ya te ha dado probadas con La Invención de la Soledad, donde narra la muerte de su padre o en A Salto de Mata, donde da cuenta de sus penurias económicas de escritor principiante. Cediendo al vicio de la odiosa comparación, puedes decir que frente a estos experimentos previos, Diario de Invierno luce como un trabajo más redondo. Más que una narración lineal, es un ensayo reflexivo sobre la propia vida y cualquier historia de vida humana puede volverse emocionante si escarbas en ella a profundidad y tocas sus grandes dilemas. Lo dices porque acabas de concluir la escritura de la biografía de un siniestro y surrealista personaje que en nada se parece a Auster, pero que te hizo reflexionar en torno a lo inagotable que resulta una historia de vida si te sumerges en ella. Por cierto, la primera vez que entrevistaste a ese personaje en tu vida, hace ya casi diez años, hiciste antesala en el estacionamiento del Hipódromo y nunca olvidarás que estabas leyendo El País de las Últimas Cosas, el primer libro de Auster que leíste en tu vida, pero esos detalles no le interesan al hipotético y cada vez más improbable lector de esta reseña, así que al grano. Estabas hablando de Diario de Invierno y en efecto, es un librazo. De entrada carga consigo un buen racimo de anécdotas que nada tienen que ver con premios literarios y géneros narrativos. Auster no habla del Premio Príncipe de Asturias, pero sí de barros y espinillas, masturbaciones, la primera experiencia sexual con una prostituta, gonorrea, ladillas, el dilema de aprender a ir al baño en la temprana infancia y un buen rosario accidentes infantiles. Aclaras esto para dar una idea del nivel de desnudez de las confesiones. No es la autobiografía intelectual de una de las plumas norteamericanas más célebres de la literatura contemporánea, sino los dilemas existenciales de un tipo de la clase media neoyorkina descendiente de mil y un combinaciones migratorias que adora el beisbol y las caminatas por Brooklyn. El más europeo de loa escritores estadounidenses no explica las fuentes de inspiración de sus obras, pero sí disecciona sus contradictorios sentimientos el día que murió su madre y hace una reflexión detallada sobre lo que significó cada una de las múltiples viviendas donde ha habitado en sus 65 años de vida. Hay también aisladas reflexiones sobre política y sociedad y alguna dosis de nostalgia por los tiempos que se han ido para siempre. La infaltable aleatoriedad austeriana dice presente y claro, el humanísimo e inevitable dilema del paso del tiempo y la entrada a la madurez. Auster va entrando en el Invierno de su vida y desde su invernal edad reflexiona sobre aquello que cree haber vivido. Sí, en toda novela hay una dosis autobiográfica, pero en toda autobiografía, por honesta que sea, hay una dosis de ficción, porque la vida nunca ha sido exactamente lo que crees recordar, sino la novela que has hecho de ella.