La llegada de Obama a la Casa Blanca en 2009 despedazó un paradigma racial que se creía insuperable y el mundo entero lo celebró. Pues bien, yo aún estoy a la espera de otro gran vuelco a la historia estadounidense que para mí tendrá más peso que la llegada de un presidente negro.
¿Saben cuándo cambiará realmente la historia estadounidense? El bendito día en que un presidente se declare ateo y se niegue a jurar sobre la biblia y en lugar de ello jure sobre la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. ¿Será eso posible? Me he resignado a que no viviré para verlo. Sólo John Quincy Adams en 1825 y Franklin Pierce en 1853 no juraron sobre el libro. Confieso que la imagen de Trump jurando sobre las “sagradas” escrituras y teniendo como primer acto oficial acudir a un servicio religioso me produce un asco sin igual. Para mí es un abominable vestigio teocrático pero la verdad no debería sorprenderme. Después de todo, los padres fundadores de esa nación fueron los puritanos que ahorcaron a las “brujas” de Salem y su intolerante visión del mundo y de la vida sigue permeando hasta en mínimos detalles de la cotidianeidad. El dólar en tu mano espeta impúdico su “in god we trust” y el juramento bíblico de un juez que condena a un hombre a morir por inyección letal tiene carácter legal.
Estoy seguro que ni un solo ateo, agnóstico o librepensador votó por Donald Trump. En cambio varios millones de merolicos bíblicos y basura creacionista lo respaldan a muerte. Aparte de las agresiones a México, lo que me parece más aberrante de la peste trumpista es la derrota de las libertades individuales, el revés al libre pensamiento y los valores de la Ilustración a manos de una turba enferma e ignorante que perora el antiguo testamento como una verdad absoluta e incuestionable. Yo en este tema - lo reconozco- nada sé de moderación ni medias tintas. Para mí toda religión es perjudicial, pero siento ganas de vomitar al darme cuenta que quienes controlan la educación en el patio vecino se oponen a cualquier noción de laicismo, exaltando que haya millones de imbéciles enseñando a sus hijos que Adán y Eva son reales, que la evolución darwiniana es una herejía y que el mundo es controlado a voluntad por el colérico dios que mata primogénitos y ahoga egipcios en el mar. Entre las mil y un fotos de la coronación trumpista, hubo una que me pareció particularmente perturbadora: un adolescente de unos doce años llevaba una sudadera en donde se leía en enormes letras GOD-GUNS. Ver eso fue como una espantosa revelación. En esa doble G se explica el infierno de nuestra era mientras Trump escupía petulante “vamos a estar protegidos por dios”. Dentro de su perorata ególatra e infestada de falsedades, la palabra “dios” irrumpía una y otra vez.
Para el fundamentalista protestante la biblia y las balas siempre deben estar juntas. En “the nation under god” no hay separación entre el templo y el arsenal. Con su complejo de pueblo elegido, los loros bíblicos necesitan sus ametralladoras tanto como sus escrituras. Al final de cuentas no son muy distintos de los fanáticos de estado islámico. La mala noticia es que viven a un lado de nuestra casa.
Wednesday, January 25, 2017
Monday, January 23, 2017
Primero la oscuridad. Un descomunal avión cruza el Pacífico en la mitad de la noche. Después el silencio. Vamos volando y no hay ruido ni vibración alguna. Rumbo al Oriente voy. Formo parte de la directiva de un equipo (¿Tigres?) y sólo sé que nuestro destino final es la India. Hay un par de escalas. La primera es ¿Japón? ¿China? La segunda, seguro estoy, Bali, Indonesia. Quiero dormir pero en esa aeronave es preciso ponerse vivo y pepenar algún mullido resquicio, una covacha acolchonada. El baño es milimétrico y yo soy un mastodonte. Despierto. Me aguarda una larguísima madrugada. La Muerte iba volando conmigo.
Encerrada en la pequeña recámara matrimonial, recibió el año nuevo jugando Candy Crush con los audífonos puestos y el par de perros temblando en su regazo, despavoridos ante el fragor del coheterío en las casas vecinas. Los audífonos, justificaba tu madre, son su única defensa posible frente al danzón de su esposo, los cohetones de los vecinos y el chilladero de las mascotas. Aunque a la mano no había piedra ni lodo, tu madre hacía lo posible por emular el concepto cerrando la endeble puerta de madera para matar las madrugadas frente a la pantalla de la computadora en donde el Candy y el Solitario alternaban con una decena de charlas abiertas desde sus cuentas falsas de Facebook mientras bebía Coca Cola light en un botellón de plástico. Encontró el cuerpo de su esposo ya frío bien entrada la mañana del 1 de enero y lo primero que hizo fue llamar a tu hermana mayor para que le ayudara a resolver todo lo que seguía, algo incierto que imaginaba como una inabarcable inmensidad de trámites burocráticos y quehaceres funerarios que hubiera deseado poder conjurar.