Eterno Retorno

Friday, April 10, 2015

Para no variar, el viento de brujas me ha venido persiguiendo pero aquí en Mexicali sí que sabe a aliento de demonio. Es el desierto mismo condensado en el aire. A lo mejor el presagio que arrastra consigo este soplo es el de la inminencia de mi muerte. Escuché historias de autobuses arrojados al fondo de los abismos de La Rumorosa por la furia de los vientos de Santa Ana. Tal vez el destino ya esté marcado. Mi única certidumbre es que mis últimas 48 horas bajacalifornianas correrán con prisa. Por ahora ya empiezo a ser víctima de la saudade anticipada y la nostalgia por aquello que jamás sucedió. Saudade por la historia de lo que pudo haber sido, por las palabras que no escribiré nunca, por esta vida nuestra -tan socarrona e hija de puta- aferrada a torcer veredas e inventar conjuros para sus naufragios.

Thursday, April 09, 2015

Luz de una estrella muerta columna semanal InfoBaja

Desde un tiempo para acá tengo la certidumbre de ser alumbrado por el destello de una estrella muerta. No es ninguna novedad, pero en los últimos días he recibido suficientes señales que me han hecho recordar mi pertenencia a una raza en extinción. La palabra escrita es mi pasión existencial y mi modus vivendi, pero cada vez me queda más claro que su final va más allá del réquiem por Gutenberg. He querido creer que todo se reduce a una cuestión del empaque de letras, una simple metamorfosis en la superficie. La letra se muda del papel a la fibra óptica sin alterar la calidad de los textos, sostuve alguna vez, pero a estas alturas empiezo a creer que más allá de la inminencia del funeral de las imprentas, la que parece estar herida de muerte es la escritura. No significa por supuesto que vayamos a sepultar los alfabetos o vayamos a dejar de escribir, pero me queda claro que la letra irá perdiendo terreno hasta quedar como simple punto de apoyo elemental. El que la mala ortografía se vuelva políticamente correcta y el mensaje escrito se reduzca a los parámetros y la mínima expresión del Whatsapp es indicador de una tendencia imparable. No creo que en diez o veinte años haya una generación de jóvenes con una mejor ortografía y redacción. Al contrario, más bien creo que en muy poco tiempo los defensores de la gramática seremos seres atípicos y extravagantes, tan raros como un monotrema en el reino animal, personajes chiflados, reliquias de otra época. Cada vez será más rara la apuesta por textos de largo aliento y más extraños aún los lectores capaces de soportarlos. En este mundo nuestro lo que mide más de 140 caracteres ya huele a Ulises de Joyce. La brevedad a ultranza y la tiranía de la imagen imponen su ley. Defensor como he sido de la teoría del Homo Videns de Sartori, he querido creer en la supremacía y acaso en la eternidad de la palabra escrita como la gran herramienta de la comunicación humana, pero la vida cotidiana me demuestra lo contrario. El espíritu de la época está en otra parte. La locomotora que jala el tren del presente nada tiene que ver con el periodismo y la literatura. Quienes aún navegamos en barcos de papel y tinta somos herencia del Siglo XIX, encarnación de una época en donde escribir diez mil palabras tenía algún sentido. En las últimas semanas me he topado con al menos tres artículos de intelectuales serios que entronizan a las nuevas series de televisión como el nuevo arte narrativo. Breaking Bad y House of Cards ocupan el lugar que hace dos siglos ocupaban Dickens y Balzac. Escribir novela en el Siglo XXI, sostiene más de un graduado en literatura, es el non plus ultra de lo obsoleto y leerla es una extravagancia. Aunque haya mil un campañas de promoción de la lectura, aunque se promuevan ferias librescas y premios literarios, los lectores puros seremos cada vez más extraños y sectarios, búfalos blancos perdidos en una pradera desolada.

Wednesday, April 08, 2015

Ocurrió hace 100 años en la Semana Santa de 1915. Álvaro Obregón perdió un brazo, pero Francisco Villa perdió la División del Norte. Con epicentro en Celaya y réplicas en León y Silao, se enfrentaron los dos más poderosos ejércitos de la Revolución Constitucionalista. Ya no se luchaba contra dictador alguno ni por banderas de justicia social y democracia. La única consigna era exterminarse unos a otros. La División del Norte de Villa llegó al Bajío con más de 22 mil hombres y el Ejército del Noroeste de Obregón con 15 mil. Los villistas apostaron por sus clásicas y temibles cargas de caballería, pero Obregón recurrió a una guerra de zanjas y trincheras (tal como al mismo tiempo se combatía en la Gran Guerra en el Viejo Continente) Los combates del Bajío, que comenzaron el 6 de abril, han sido los enfrentamientos más cruentos y mortíferos de la historia de México (tal vez solo la toma de Zacatecas un año antes sea comparable en número de bajas). Más de 11 mil villistas tapizaron con sus cadáveres el campo de batalla. Obregón solo perdió unos 2 mil hombres y su brazo. El general sonorense, que hizo del cinismo político una de las bellas artes, contaría después que la clave para encontrar su brazo en un campo sembrado de muertos, fue arrojar un centenario al aire para que la codiciosa mano cortada saltara a pepenarlo. “Yo soy el mejor candidato porque solo tengo una mano para robar” diría Obregón años después en su campaña presidencial. La historia de lo que pudo haber sido es ácida seductora: ¿Qué hubiera pasado de haber triunfado los villistas? ¿Cuál habría sido el destino de México si meses antes Villa hubiera fusilado a Obregón cuando lo tuvo en sus manos? Lo cierto es que no creo exagerar si afirmo que en los combates de Celaya se forjaron los cimientos del México priista. Obregón y los sonorenses empezaron su camino cuesta arriba a partir de aquella sangrienta Semana Santa mientras Villa inició su imparable ocaso. Nunca podría levantarse ni volver a ser el mismo después de esa derrota y su gloriosa División del Norte quedó convertida en una gavilla de bandoleros. Villa y Zapata acabaron siendo los mártires, la triste historia de lo que pudo ser, la nostalgia por lo que jamás sucedió, mientras Obregón y Calles se quedaron con el botín de un país en llamas. La canija historia oficial, siempre tan desconsiderada, puso a los enemigos íntimos a compartir la misma tumba.