Eterno Retorno

Friday, October 15, 2004

Desvarío frente al Pacífico

(antiprólogo)

Mis pasos son puentes de humo sobre la incolora estepa del desvarío sobre la incolora estepa del desvarío,
Rasgaduras de un pensamiento siempre agonizante.
Pasos prófugos de mis ráfagas de anestesia, ojos que no aprehenden la furia del Pacífico.
El sol está sucio, las islas al mediodía son apenas un presentimiento, la barda oxidada es la reminiscencia de una broma perpetua y las gaviotas el sueño de un fantasma.
Hay en esta playa mucho de clandestino, un caleidoscopio alucinante tras cada oscuro lente, un dejo de sombra en cada amorío, un rumor de acecho y miedo en el incesante morir de estas almas solitarias.
Espera de salto y vuelo, presagio de transfiguración...aquí es siempre otra parte.
(disculpen, mi pluma no conoce de libertad responsable)

...y en un lugar del Pacífico (las otras memorias de Zicatela)


Lo poético sería abrir la puerta dando licencia al irreductible vicio de retornar pisando las huellas. Y es que ha sido este mismo Océano, de rugir crónico y sonrisa traidora, el que me ha obsequiado más de una anécdota de delirio y muerte. Fue este mismo litoral, algunos pasos al sur y un buen número de instantes en retrospectiva, quien me ha visto más de cerca copulando con la muerte y le concedo altas probabilidades de ser el testigo final de nuestro contrato definitivo. Para rajarle de una vez el cuello a la metáfora y ponerle nombre a las cosas, no queda más que confesarlo: sí alguna vez opto por el suicidio, elegiré a las aguas del Pacífico para invocar (una vez más) a mi muerte.
El carácter peninsular del entorno me impide parir sueños, pues mis relatos fantásticos no consiguen tan latas dosis de alucinaje como para describir una mesiánica caminata sobre esta aguas. Es decir, sería por demás bucólico imaginar que camino sin descanso por este litoral y pensar que si lo hago hacia el sur llegaré algún día a Tierra de Fuego y hacia el norte hasta el Estrecho de Behring.
Cuando camino hacia el sur, mis pensamientos son irremediablemente retrospectivos y filosóficos y suponiendo (sin conceder) que mi cuerpo inmaterial que mi cuerpo inmaterial atravesara los filosos acantilados y los impenetrables feudos de gringos jurásicos, toparía con las pintorescas rocas de Los Cabos y mi atea incredulidad me impediría seguir caminando sobre el agua. Cuando camino hacia el norte mi meditar es terrenal y materialista y suponiendo (también sin conceder) que mi cuerpo (una vez más inmaterial) traspasara el óxido de esa barda y la mirada omnipotente de los guardianes del Imperio, podría hacer la ruta inversa de los primeros pobladores de América y llegar algún día a Alaska. Si empiezo a caminar por el litoral sonorense, acaso un día llegue hasta Chile (el canal panameño lo cruzaré a píe) y es precisamente por ese litoral por donde debo caminar si acaso quiero pisar las huellas de mis citas con la muerte y mis incursiones clandestinas en artificiales edenes.
En fin, lo único que me queda claro es que el Pacífico me ha dolido, me ha hecho delirar y embarrarme de cielo, me ha regalado pavor y porciones de fuego infernal. Bien podría sumergirme lentamente en cada una de esas huellas y sin duda daría con el tatuaje rojo que en algún rincón del subconsciente me dejaron.
Mazatlán ¿1982? Sal en los pulmones y la mano de mi padre arrancándome el placer de morir a los ocho años.
Acapulco 1989- El retorno a la furia en nube burguesa y un cariñito de la muerte mientras perseguía peces multicolores.
Puerto Escondido- Zipolite 1991- Neuronas sobrepobladas de cheneques, unos labios rasposos y un rostro que no conseguí dibujar. Nudismo prefabricado, mi demonio de la guardia y yo únicos responsables de la improbable salvación. Pájaros e iguanas testigos presenciales de todos mis pecados.
Acapulco 1992- Viernes Santo en el Infierno. Satanás en mi piel y todas las pesadillas de la humanidad en mi frente. Promesa de no retorno.
Puerto Escondido 1993- Un improbable salvavidas de Mar del Plata me regaló un ticket para pasear en el paraíso. La muerte me dio su abrazo más emotivo y la mano de un ladrón me convirtió en pordiosero por un día.
San Francisco 2000- Tentación de saltar del Golden Gate y dormir en Alcatraz. Viento navaja. La muerte estaba de vacaciones o en algún retiro espiritual.
Tijuana 2001- Gaviotas, helicópteros, desvarío e irresponsabilidad y un viejo fotógrafo que me habla en inglés. Ya no hay nombres sobre la lamina, solo el infructuoso Alto al Guardián. ¿Seré yo el encargado de inducir mi nueva anécdota?
Los Cabos 2002- El Pacífico sodomiza a Cortés y entre rostros de rubios demonios inmortalizados en los muros de una cantina en el muelle, creo haber dado con el santuario perfecto para mi despedida.

DSB

Desvarío frente al Pacífico

(antiprólogo)

Mis pasos son puentes de humo sobre la incolora estepa del desvarío,
Rasgaduras de un pensamiento siempre agonizante.
Pasos prófugos de mis ráfagas de anestesia, ojos que no aprehenden la furia del Pacífico.
El sol está sucio, las islas al mediodía son apenas un presentimiento, la barda oxidada es la reminiscencia de una broma perpetua y las gaviotas el sueño de un fantasma.
Hay en esta playa mucho de clandestino, un caleidoscopio alucinante tras cada oscuro lente, un dejo de sombra en cada amorío, un rumor de acecho y miedo en el incesante morir de estas almas solitarias.
Espera de salto y vuelo, presagio de transfiguración...aquí es siempre otra parte.
(disculpen, mi pluma no conoce de libertad responsable)

...y en un lugar del Pacífico (las otras memorias de Zicatela)


Lo poético sería abrir la puerta dando licencia al irreductible vicio de retornar pisando las huellas. Y es que ha sido este mismo Océano, de rugir crónico y sonrisa traidora, el que me ha obsequiado más de una anécdota de delirio y muerte. Fue este mismo litoral, algunos pasos al sur y un buen número de instantes en retrospectiva, quien me ha visto más de cerca copulando con la muerte y le concedo altas probabilidades de ser el testigo final de nuestro contrato definitivo. Para rajarle de una vez el cuello a la metáfora y ponerle nombre a las cosas, no queda más que confesarlo: sí alguna vez opto por el suicidio, elegiré a las aguas del Pacífico para invocar (una vez más) a mi muerte.
El carácter peninsular del entorno me impide parir sueños, pues mis relatos fantásticos no consiguen tan latas dosis de alucinaje como para describir una mesiánica caminata sobre esta aguas. Es decir, sería por demás bucólico imaginar que camino sin descanso por este litoral y pensar que si lo hago hacia el sur llegaré algún día a Tierra de Fuego y hacia el norte hasta el Estrecho de Behring.
Cuando camino hacia el sur, mis pensamientos son irremediablemente retrospectivos y filosóficos y suponiendo (sin conceder) que mi cuerpo inmaterial que mi cuerpo inmaterial atravesara los filosos acantilados y los impenetrables feudos de gringos jurásicos, toparía con las pintorescas rocas de Los Cabos y mi atea incredulidad me impediría seguir caminando sobre el agua. Cuando camino hacia el norte mi meditar es terrenal y materialista y suponiendo (también sin conceder) que mi cuerpo (una vez más inmaterial) traspasara el óxido de esa barda y la mirada omnipotente de los guardianes del Imperio, podría hacer la ruta inversa de los primeros pobladores de América y llegar algún día a Alaska. Si empiezo a caminar por el litoral sonorense, acaso un día llegue hasta Chile (el canal panameño lo cruzaré a píe) y es precisamente por ese litoral por donde debo caminar si acaso quiero pisar las huellas de mis citas con la muerte y mis incursiones clandestinas en artificiales edenes.
En fin, lo único que me queda claro es que el Pacífico me ha dolido, me ha hecho delirar y embarrarme de cielo, me ha regalado pavor y porciones de fuego infernal. Bien podría sumergirme lentamente en cada una de esas huellas y sin duda daría con el tatuaje rojo que en algún rincón del subconsciente me dejaron.
Mazatlán ¿1982? Sal en los pulmones y la mano de mi padre arrancándome el placer de morir a los ocho años.
Acapulco 1989 El retorno a la furia en nube burguesa y un cariñito de la muerte mientras perseguía peces multicolores.
Puerto Escondido Zipolite 1991- Neuronas sobrepobladas de cheneques, unos labios rasposos y un rostro que no conseguí dibujar. Nudismo prefabricado, mi demonio de la guardia y yo únicos responsables de la improbable salvación. Pájaros e iguanas testigos presenciales de todos mis pecados.
Acapulco 1992 Viernes Santo en el Infierno. Satanás en mi piel y todas las pesadillas de la humanidad en mi frente. Promesa de no retorno.
Puerto Escondido 1993 Un improbable salvavidas de Mar del Plata me regaló un ticket para pasear en el paraíso. La muerte me dio su abrazo más emotivo y la mano de un ladrón me convirtió en pordiosero por un día.
San Francisco 2000 Tentación de saltar del Golden Gate y dormir en Alcatraz. Viento navaja. La muerte estaba de vacaciones o en algún retiro espiritual.
Tijuana 2001 Gaviotas, helicópteros, desvarío e irresponsabilidad y un viejo fotógrafo que me habla en inglés. Ya no hay nombres sobre la lamina, solo el infructuoso Alto al Guardián. ¿Seré yo el encargado de inducir mi nueva anécdota?
Los Cabos 2002 El Pacífico sodomiza a Cortés y entre rostros de rubios demonios inmortalizados en los muros de una cantina en el muelle, creo haber dado con el santuario perfecto para mi despedida.
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- DSB

EL CASO DE LUPE BALAZOS

Aunque en el Ministerio Público las denuncias contra tratantes de blancas son escasas y son prácticamente inexistentes tratándose de prostitución de menores, hace algunos años hubo un caso trascendente en el que una mujer fue acusada de controlar un grupo de niños que comerciaban sexualmente.
Este fue el caso de Guadalupe Benavente, conocida en el ambiente de la Zona Norte como Lupe Pistolas o Lupe Balazos, quien hace seis años fuera acusada de haber inducido a un grupo de niños a practicar la prostitución.
?Lupe Balazos? se dedicaba a la venta de flores en la Avenida Revolución y se hizo famosa por dar trabajo a muchos niños a quienes dejaba ramos de flores a consignación.
El antropólogo Víctor Clark Alfaro, narra que una gran cantidad de niños que vendían flores en el área, estaban controlados por Lupe, a quien tenían que dar sus ganancias, sin embargo algunos de ellos fueron capturados porque se dedicaban a robar carteras.
Según las declaraciones de algunos de los niños, narra Clark Alfaro, la señora les había enseñado como robar carteras y además los ofrecía a los turistas como objeto sexual.
El caso causó alarma y Lupe Balazos fue objeto de una investigación por parte del Ministerio Público y para sorpresa de aquellos que pensaban que su condición económica era humilde, contrató a Rosas Romandía uno de los mejores abogados de la ciudad para que la defendiera.
A la hora de la audiencia, los niños que la habían culpado declararon a favor de ella negando que en algún momento los hubiera obligado a ejercer la prostitución, por lo que no se le pudo consignar.
Aunque ya no se le ha vuelto a ver en la calle, hay testimonios que afirman que la mujer continua controlando a los pequeños vendedores de flores de la calle Revolución.



LA VIDA DE MAGDALENA

Su trabajo no le hace sentir vergüenza, pues afirma que muchas personas se dedican a robar y a defraudar a la gente, mientras ella realiza una labor y sus servicios los contrata el que quiere.
Aún así, prefiere omitir su verdadero nombre y pide que la llamemos simplemente Magdalena, pues no le gustaría que en un futuro alguien le enseñe a sus hijos un recorte de periódico con su nombre.
Nacida en Concepción del Oro Zacatecas, Magdalena arribó a Tijuana hace nueve años con la intención de cruzar a los Estados Unidos para trabajar, sin embargo sus dos intentos por cruzar se vieron frustrados.
Magdalena venía acompañada de un hombre de quien estaba embarazada y con quien tenía la intención de vivir en los Estados Unidos, sin embargo en sus dos intentos de cruce fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza.
Su acompañante hizo un tercer intento por cruzar con la promesa de enviarle dinero para reunirse pronto y Magdalena nunca supo si logró llegar a su objetivo, pues jamás volvió a verlo ni a saber de él.
Sola, sin dinero y a punto de tener el parto, Magdalena buscó empleo como sirvienta, sin embargo su avanzado embarazo y la falta de toda referencia, le impidieron ser aceptada.
En la calle conoció a un hombre que ofreció llevarla a vivir con él para que tuviera a su hijo en un lugar seguro y le prometió que después le encontraría trabajo.
Ahí nació su primera hija y meses después, el hombre le consiguió trabajo como mesera en una cantina en donde estuvo laborando por espacio de un año.
Magdalena narra que aunque su patrón le pedía que fuera al trabajo con minifaldas y blusas escotadas, en la cantina su labor era de mesera y no de prostituta y si un cliente le solicitaba un encuentro sexual, dependía de ella el aceptarlo y en cualquier caso tenía que ser al acabar el turno.
Al cabo de algunas semanas se dio cuenta de que sostener tres o cuatro encuentros sexuales en una tarde podían ser mucho más productivos que varios días de trabajo como mesera.
A fuerza de ir aceptando cada vez más encuentros sexuales con los clientes, Magdalena se volvió prostituta de tiempo completo y comenzó a ejercer su labor en los bares.
Aunque en un par de ocasiones ha intentado dejar el oficio para dedicarse a trabajar en la maquila o como empleada doméstica, Magdalena piensa que en otros trabajos es muy poco lo que se puede ganar y de cualquier manera hay necesidad de prostituirse.
La necesidad es lo que la lleva a una a hacer esto, siempre es la necesidad creo yo, ya después depende de una si le gusta o no, si se quiere una quedar haciendo esto siempre o lo deja, afirma Magdalena, yo siempre digo que ya lo voy a dejar, pero la verdad es que así es mejor, de todas formas en otros trabajos tienen que hacer lo mismo si no quieren que las corran.
En la maquila tenía un supervisor que ahí andaba molestando todo el día y que decía que sí yo andaba con él, que iba a hacer que me dejaran a mi de supervisora también pero si no, que me iba a reportar para que me corrieran, o sea que como quiera es lo mismo pero con menos dinero, comenta.
Así trabajó durante tres años y al cabo de ese tiempo decidió que era mejor ejercer durante el día en la calle, ya que en los bares la mayoría de las veces tenía clientes ebrios que se ponían muy difíciles.
Si bien en la calle se ganaba un poco menos, había mucha mayor seguridad y además no tenía que desvelarse ni beber, por lo que prefirió continuar trabajando de esa forma.
Me gustó más irme a la calle en el día, a veces se saca menos pero es que en las cantinas luego si está bien difícil, para una es más peligroso, además de que andaba siempre bien mal al otro día, comenta Magdalena.
Si bien afirma que no le gustaría pasarse toda su vida trabajando como prostituta y habla de un día en que dejara el oficio, aún no puede precisar cuando sucederá esto.
Actualmente tiene 29 años y tres hijos pequeños que mantener y aunque afirma no sentirse avergonzada de su trabajo, preferiría que sus niños no se enteraran de donde saca el dinero con que los mantiene.
Su sueño es tener un negocio propio que le permita tener el dinero suficiente para mantener a sus hijos y mudarse a una casa un poco más grande y en otra zona de la ciudad.


De libros y discos
Los libros y discos son pasiones de ociosos, aunque yo he dejado de lado mis supuestas prioridades para sumergirme en sus fauces.
Los libros y discos chupan mi dinero y consumen también mis horas de acción y alucinaje que dedico para ganarlo.
El colmo del ocio es cuando el anzuelo que abre mi cartera como la boca del pez , es simplemente la portada.
En estos casos (viernes por la mañana casi siempre), pago con tarjeta y aires de snobismo después de que unos 27 títulos desfilaron en mi mente y al final ninguno de ellos resultó ser de los elegidos.
Las librerías producen alucinaje literario. Enseñan sus libros con cierta petulancia bombardeándome con títulos sugerentes y precios muy altos.
Las librerías me vuelven como al lobo solitario ante el rebaño de ovejas torpes; mata a muchas más de las que en realidad puede devorar.
Las librerías me hacen parir frases, títulos y hasta respuestas a entrevistas y críticas imaginarias, lo que demuestra que ante mi ególatra ser, la obra viene a ser lo menos importante.
Las librerías deforman mi rostro y enderezan mi pose, máxime si traigo saco, la tarde es tranquila y he maquilado en la mente el nombre del ejemplar que no tendrán.
Las librerías me hacen vomitar este tipo de estupideces cuando llego de regreso a mi trabajo, sobre todo cuando como hoy no he comprado nada.

...con los discos todo es diferente

Iluminado? Busco luz en las tinieblas, un rescate, aunque sea póstumo, de estas profundidades y poder embriagarme de instante, diluir en mi piel cada segundo, olvidar senderos y destinos.
Las letras no me redimen, esos engendros que he puesto a danzar torpemente en los contornos del papel están tatuados por la falsedad y no, no acabo de creerlo ni quiero abrir un nuevo archivo para abortar otro remedo de alucinaje.
Cómo extraer del alma en su forma más pura esa piedra preciosa de espejo y mentira? Como hablar de tantos fantasmas que amenazaron por nacer, convertidos hoy en mata tiempos de caminata? Como situar esta playa en el cuerpo de esa otra playa? Esa carne, esos pasos, los deseos, el nombre mismo?


Napoleón

¿Por qué leer y recomendar leer la biografía de un personaje como Napoleón al que si algo le sobran son precisamente biografías y biógrafos?
En cualquier enciclopedia de grandes personajes puede usted encontrar una biografía de Napoléon Bonaparte.
Existen también cualquier cantidad de libros que se han dado a la tarea de narrar, disertar y especular sobre la vida y obra del genio militar de Córcega.
Entonces ¿Qué tiene de especial la novela que nos entrega el historiador y literato Max Gallo? Siendo brutalmente honesto, debo decir que no estamos ante ningún libro radicalmente novedoso o revelador.
No estamos tampoco ante una obra que busque ahondar en alguna hipótesis específica nunca antes revelada sobre la vida de Bonaparte.
Tampoco se trata por fortuna de un libro sensacionalista, que tratándose de biografías, son por desgracia los que más venden.
No espere el lector encontrar aquí las revelaciones sobre la vida sexual de Napoleón o los contactos extraterrestres en Córcega o el misterio oculto sobre las cenizas del caballo blanco. Por fortuna, ni pizca de barato sensacionalismo pude ver en las páginas de Gallo.
¿Qué nos ofrece entonces un narrador que apuesta por biografiar a un personaje atiborrado de biografías?
Nos ofrece de entrada un libro muy completo, diría exhaustivo, sobre la persona de Napoleón Bonaparte y su época.
El libro titulado simplemente ?Napoleón La Novela? consta de un par de tomos de 400 páginas en donde Gallo narra lentamente cada aspecto de la vida del emperador francés.
La primera parte nos narra desde los orígenes de la familia Bonaparte en Córcega, los años de aprendizaje del joven Napoleón en la Academia Militar de Brienne, su graduación en la Escuela de Artillería, la Revolución Francesa, las campañas de Italia, hasta el apoteótico Sol de Austerlitz.
La segunda parte nos presenta la imagen del emperador ya consagrado que se apresta a dominar el mundo entero.
Las campañas de Egipto y la debacle en Rusia, el exilio a Elba, el retorno fugaz de los seis días y finalmente Waterloo y la lenta agonía en Santa Elena.
Si bien el autor tiene la precaución de llamarle novela, por aquello de las licencias estilísticas que se toma a la hora de describir a Bonaparte, la realidad es que no se permite en ningún momento tergiversaciones históricas, tan propias de los novelistas que juegan al historiador.
Estructurado en riguroso presente y con una técnica narrativa que por momentos peca de ser tan elegante que podría pasar por anticuada, Gallo nos va dibujando en cada párrafo su elaboradísimo retrato napoleónico.
Digamos que si usted está interesado en la figura de Napoleón y tiene el tiempo y la paciencia para leer un libro largo y profundo, la obra de Max Gallo es más que indicada.
Claro, si usted sólo desea unas cuantas ideas básicas sobre Bonaparte, entonces el libro de Gallo no es la mejor opción y puede usted encontrar cantidad de biografías más cortas.
Por lo que a mí respecta, estoy más que satisfecho después de haberlo leído.

Thursday, October 14, 2004

Plaza Santa Cecilia

La Plaza Santa Cecilia me contagia quién sabe qué sentimiento parecido a quién sabe qué cosa. Los otoños en Tijuana pintan el cielo más azul que de costumbre. Hay un viento fresquecito y una esencia de mística pachorrez en cada rostro a mi alrededor. Octubre es por costumbre un jarabe de melancolía, un mes alucinógeno que por poco engaña a la pesadilla de mi razón, jurándole que nada en el entorno es demasiado cierto. Octubre siempre tiene el olor de la antesala, el ánimo de los puntos suspensivos, la promesa de que algo está por venir. Me es inevitable sorprender al Mito del Eterno Retorno riéndose de mí una vez más.

Este octubre se parece tanto al del 2001. ¿Tan potente es el sabor a papel arroz que dejan los Faros en mis labios? No soy precisamente lo que se llama un fumador y he estado a punto de presumir que el tabaco jamás me ha tomado en sus garras, pero cuando mi entorno se disfraza con el otoñal vestido del misterio, la única alternativa es sentarme bajo los arcos de la Santa Cecilia, prender un farito, chupar con calma el papel y reparar en que hay mil y un duendes acechando mi vida, una eternidad de absurdos y un collar de casualidades haciendo fila para gastarme la última broma.

Sentado en la Plaza Santa Cecilia al medio día pienso en todos aquellos para los que esta imagen precisa, la de este día y la de este cielo, es la primera visión de Tijuana. En la frontera más transitada del planeta, existe siempre un nivel de probabilidad de estar parado junto a un recién llegado. El migrante con el morral atiborrado de pesadillas aún disfrazadas de esperanzas, el turista de pasos inseguros y mirada tonta, incrédula e irremediablemente desconfiada ...so...this is México.

Hace seis años, casi seis años, yo fui un recién llegado. Tal vez por ello con la llegada de cada otoño la ciudad se regocija recordándome su supremacía: Ya ves, te agarré de los huevos, de los ojos y de los sueños.
Bebiste agua de la Presa y del Pacífico, respiraste el polvo del Bordo y te embriagaste con tanto viento de Santa Ana.


Desde hace algunos días me doy a la tarea de hacer un trabajo de investigación sobre las putas de la Zona Norte y las marías mixtecas de la Santa Cecilia. Temas recurrentes, cíclicos, trillados hasta decir ya y que sin embargo aún son capaces de ofrecer por ahí un nuevo ángulo capaz de jalar lectores. Recorro las calles de la Zona Norte. Los músicos hablan de vacas flaquísimas y añoran los tiempos en que narcos y polleros hinchados de oro pedían canciones hasta el amanecer e invitaban la parranda. Los cantineros te dicen que ya no es como antes. Que los clientes calientan una hora la misma cerveza, que muy a trancazos sacan para pagar a las meseras. Y las putas, las pobres putas se aburren espantosamente y hablan de tiempos de hambre, de un deseo más muerto que un pez en el asfalto, de una generación de puñetos compulsivos que prefieren la mano amiga a la caricia comprada. Ya no hay dinero. Los tiempos están difíciles. Ya sabe, desde el 11 de septiembre, la guerra, el turismo no viene y todos, absolutamente todos, putas, trasvestis, mariachis, mixtecos, cantineros, boleros, comerciantes, pordioseros coinciden al unísono: TIJUANA YA NO ES COMO ANTES.
Lo peor es que antes del 11 de septiembre, yo escuchaba decir lo mismo. Ya no se puede con las filas de la línea, me acuerdo antes que pasabas en tres minutos y ya no vienen los gringos como antes a gastarse miles de dólares, ahora puro chicano que busca la cerveza más barata y ya se acabaron los tiempos de la buena gente, de las vacas gordas, cuando todos ganábamos en dólares y derrochábamos la abundante Navidad en Fashion Valley.

Ay mi Tijuana; una adolescente de apenas 115 añitos y ya tan dada a pasarse la vida añorando los tiempos de glorias pasadas, de prófugos esplendores, de una abundancia robada.



When the Life Giver Dies, all around is laid waste
And in my Last Hour, I m a slave to The Power of Death

Bruce Dickinson

Tuesday, October 12, 2004

Orfandad ontológica

Pocas veces como en este otoño me he replanteado tantos conceptos ontológicos. Dentro mi absoluta orfandad de deidades, he buscado en los recintos de lo sagrado una serie de respuestas que el monstruoso sueño de mi razón insomne ha sido incapaz de darme. Una serie de hechos ocurridos en mi vida condimentados con oportunos pensamientos que se colaron como huéspedes no invitados a la alcoba de mi mente, han dado lugar a replanteamientos que antes me hubieran parecido inverosímiles. Mi obsesiva vocación deicida ha cerrado la puerta a cualquier posibilidad de plegaria. Sin embargo, pocas veces había resentido de manera tan cruel mi condición de huérfano moral. Desde hace algún tiempo creo que las lecturas no son meras casualidades y estos días, han sido las letras quienes en perfecto rompecabezas con los hechos, han contribuido a esta serie de meditaciones. La fe no cabe en mí y sin embargo, entiendo como nunca los motivos del creyente.

Bendiciones

A menudo, andando por las calles de Tijuana, en camiones, taxis y plazas públicas, encuentro personas que me bendicen. Que Dios lo bendiga es una frase que funge como punto final apoteótico de muchas conversaciones cotidianas. En la caseta de cobro de la carretera escénica, hay un viejito que invariablemente pronuncia Que Dios lo bendiga cuando cruzo por ahí. Ayer por la tarde, encontré en el camión a una señora, lectora de nuestro periódico. Hay lectores que simplemente tiran buena vibra. La doñita dijo que ella rezaba mucho por nosotros. La frase me enterneció hasta el extremo. Recé por mí señora, le dije antes de bajar del camión. En los tiempos en que mi anticristianismo alcanzaba los delirios de un fervor religioso, mi respuesta a un Que Dios te bendiga era un furioso Dios no existe. Molestar a los predicadores pronunciando blasfemias fue uno de mis deportes preferidos durante la adolescencia. Hoy, cuando una persona me dice Que Dios te bendiga, yo le contesto: Rece usted por mí

La culpa

La culpa es sin duda el peor de los demonios. En ese sentido, la confesión tiene las características de un exorcismo. Liberar al interior de la culpa es liberarla de un demonio capaz de torturar al ser humano durante la vida entera. Dostoievski supo bucear a profundidades ontológicas humanas a las que ninguna otra pluma ha sido capaz de acceder. Un hecho concreto ocurrido semanas atrás en las calles de esta ciudad de Tijuana, me hizo sentir peor que un Rascolnicoff. Entonces comprendí el sentido que muchos católicos sinceros le dan a sus vidas. Como no tengo Dios ante quien confesarme, debí acudir directamente a estrechar la mano de la persona a la que perjudiqué con mis actos para decirle: Estoy arrepentido. Esas palabras pronunciadas con la dosis de sinceridad requerida, pueden tener un efecto de bálsamo.

Informantes muertos

En este diario camelleo del periodismo, uno platica con decenas de personas al día y escucha cualquier cantidad de historias, versiones inverosímiles, teorías al vapor y peticiones imposibles. Un café, un cigarrito, una entrevista banquetera, un telefonazo, un encuentro casual. En este universo todo mundo tiene algo que contar y mucho más que ocultar. Rodeado de un océano de trapos sucios, frases amables y conversaciones con sentido oculto suelo pasar mi vida diaria. Algunos rostros no los vuelves a ver nunca. Otros los sueles ver cada cierto tiempo y otros los miras diario. Otros los vuelves a ver en una foto cuando nos toca narrar la noticia de su asesinato. Ayer volvía a reparar en que la lista de personas con las que alguna vez conversé, entrevisté o platiqué y que hoy en día están muertas se va haciendo cada vez más grande.


Rebelión de los Tártaros

Un librito improbable encontrado a 24 pesos en una mesa de supermercado; la rebelión de los tártaros de Thomas de Quincey. Siempre será un placer leer a este erudito. Aunque sus dos títulos más sugestivos, como son El asesinato como una de las bellas artes y Las confesiones de un inglés comedor de opio son los que lo han llevado a la fama, lo cierto es que sus disertaciones en materia de historia y filosofía simplemente no tienen desperdicio. Ya me había sorprendido gratamente con Seres imaginarios y reales en donde lo mismo medita sobre el mito de la Esfinge y el destino histórico de Judas Iscariote. La Rebelión de los Tártaros habla del gigantesco éxodo que emprendieron decenas de miles de tártaros calmucos por las estepas rusas en el Siglo XVIII hasta llegar a la Muralla China. Un éxodo doloroso, sangriento, que costó miles de vidas y que sin duda es comparable al éxodo de los israelitas de Egipto o al del pueblo mexica en busca del águila y la serpiente. La diferencia es que el éxodo tártaro de Rusia es algo de lo que la historia apenas se ha ocupado. Thomas De Quincey es como esas casas vinícolas que sin importar la cosecha, siempre sabrán ofrecer un vino exquisito al paladar. Sea cual sea el tema que trate, siempre será un placer leer al opiómano británico que un siglo después de su muerte tuvo en Borges a su fan número uno.

Ivanhoe y Robin Hood


El verano firmó sin preámbulos su acta de defunción. Las tardes son cada vez más cortas, las noches se tornan frías. Mi ánimo, contagiado por una suerte de efecto máquina del tiempo, me pide retornar a los textos de la infancia, a aquellos libros que fueron el punto de partida en esta incurable adicción.
Frente a mí, en el improvisado librero que tengo en mi escritorio, algunos ejemplares de novela contemporánea me miran aburridos y rumiantes suplicando lectura. Lo siento, hoy no tengo tiempo para ellos. Anoche, luego de sellar el que espero sea un pacto de reconciliación, decidí comprar un libro que narra la historia de un ladrón: Robin Hood. Lo siento, pero amo las paradojas. En el mismo libro aparece Ivanhoe. Ambos textos los leí en ediciones ilustradas cuando era niño. Hoy apuesto por sumergirme en el texto original de Sir Walter Scott.

En la hermosa comarca de la alegre Inglaterra por la que el Río Don pasea sus antiguas aguas, había antiguamente una dilatada selva que se extendía por la mayor parte de los hermosos valles y colinas que median entre Sheffield y la preciosa ciudad de Doncaster...Ufff, que adjetival elegancia la de este escocés.


El señor Walter Scott nació en 1771 en la ciudad de Edimburgo. Me llama la atención el hecho de que la capital escocesa sea el hogar de dos escritores que enmarcan dos momentos extremos en la historia de mis lecturas. Walter Scott es el emblema la literatura caballeresca romántica que es recomendada a niños y adolescentes y con la cual yo pasé grandes momentos en mi infancia. Irvine Welsh, nacido en Edimburgo casi dos siglos después de Scott, es el emblema de la literatura irreverente. As del cinismo, el humor negro y la pícara tragedia, Welsh también representa un momento sumamente trascendente en mis lecturas, sin duda el otro extremo de la cuerda. Escocia siempre ha sido significativa para mí. Pocos países me han marcado tanto. En noviembre de 1996, caminé por las calles de un helado Edimburgo. Ahí estaban la majestuosa ciudad medieval de Welsh, y los barrios proletarios atiborrados de hooligans y drogadictos que describe Welsh. En mis oídos ese acento que de tan rudo acaba por parecer un idioma distinto al inglés, esa cerveza oscura, tibia y deliciosa, los inocultables rasgos celtas y caledonios en cada uno de los rostros, la magia oculta en cada una de sus calles. Tanto los ojos de Scott como los de Welsh contemplaron miles y miles de veces las verdes colinas del majestuoso Castillo de Edimburgo, tantas como yo he contemplado el Cerro de la Silla.

Monday, October 11, 2004

Este es mi antiguo cuento titulado La Princesa Rusa, mismo que actualicé este fin de semana. El relato está estructurado como un monólogo en segundo persona. Creo que un poco de narrativa no nos viene mal en estos momentos.

- La Princesa Rusa

Mi princesa rusa: sólo hasta ahora nos venimos a dar cuenta que un retortijón de hambre es capaz de aventar al lodo cualquier juramento de amor. De verdad que me avergüenza el solo hecho estar considerando esta alternativa, pero ahora sí ya no tengo para dónde hacerme. Entregarte en manos de esos sardos que parecen piojosos recién pelados es la única esperanza que me queda para tragar algo. Ya no te digo para asegurar el trague de un mes, sino para tragar ahorita, en este preciso momento que hasta las lombrices de las tripas se retuercen como endemoniadas.
Mi princesita, tan codiciada por todos. Contigo a mi costado siempre fui la envidia de cuanta tropa me tocó integrar. Ya estaba muy acostumbrado a que hasta los comandantes y los chacas me miraran celosos.

¿Y de dónde sacaste esa preciosura?, me preguntaban y yo serio, altivo, permitiéndome mirarlos con desprecio.
Pos ahí cuando quieran una probadita cabrones, y no es por nada, pero contigo a mi lado cualquiera me tenía miedo.
Por si las dudas yo nunca me separaba de ti. Me dormía contigo bien amarrada a mi cintura y ni para ir a cagar te dejaba sola.
Pero que perra es la pinche vida. Que chingaderas tan humillantes llega uno a cometer con tal de satisfacer la necesidad más básica. Después de cuidarte tanto, de quererte más que a cualquier ser u objeto en el mundo aquí estoy, pensando en dejarte en manos de unos jodidos que a punta de fuetazos no han aprendido a disparar una pinche carabina 22.
Y no quiero que suene a reclamo, pero tú bien sabes que también tienes mucha culpa de esto. Si no estuviera cojo, tú y yo juntos saldríamos de este atolladero como lo hicimos tantas veces. Nada más fácil mi princesita que ir a esa tienducha de abarrotes que está enfrente y servirnos con la cuchara grande. Ni cartuchos nos harían falta. Cosa de que te vieran conmigo y ahora sí jijos de su puta madre, cáiganse con la feria y el trague que tengo hambre. Hasta unas botellas de tequila caro sincharíamos.
Pero así cojo, ¿A dónde chingados me voy a poder largar después del atraco? Nos apañarían mi princesa, lo sabes muy bien. Lo viejo no es problema. Tu viste que con más de 50 añitos me la seguían pelando, pero con la cojera sí tendría yo que hacer magia. ¿Te imaginas que chistoso me vería asaltando en muletas o dándole piso a un cristiano mientras brinco en una pata?
Ni modo mi rusita. Tú también tienes tu parte de responsabilidad. Tú me lo hiciste y no es que te lo reclame, yo te quiero con el alma aunque me hayas mochado una pata, pero la realidad es esta: Tengo mucha hambre y en el mundo no tengo nada más que a ti. ¿Dime qué puedo hacer?

Vieras como me gusta recordar cuando nos conocimos. Ya más de 30 años pasaron y como si nada mi princesita. Se fueron como agua todos los pinches días, repartiendo plomo, juntando billetes y atascándome pericazos.
¿Te acuerdas? Fue allá por el 73, en la sierra de Guerrero, cuando yo jalaba para la Federal de Seguridad. Andábamos allá en esas pinches tierras calientes combatiendo al cabrón de Lucio Cabañas. ¿Te acuerdas tú? Yo era un morro en aquel entonces, recién salido de los campos de entrenamiento del Campo Militar Número Uno. Como tenía buena puntería y era rápido para cargar las fuscas, me integraron a un comando paramilitar. Nuestra chamba era exterminar indios rijosos en la sierra. En aquel entonces los periodistas no chingaban con las pendejadas esas de los derechos humanos. Ni madre. Ahí hacíamos nuestro jale como debe ser, sin tocarnos el corazón. Vieras el coraje que me dio en el 94 cuando vi a los payasos enmascarados esos del Marcos. Se me retorcía la panza de la furia nomás de ver a esos reporteros gabachos y esos güeros greñudos vestidos de tehuanes abogando por los derechos humanos y la tropa como corderitos, sin tocarles un pelo a los mascarudos. Que hubieran enviado a mi tropa y en un dos por tres acabábamos con el problema. Ahora sí que como dijo el Presidente, en 15 minutitos. Tú sabes que sí mi princesita, te consta que no miento. Si tú yo hubiéramos ido a Chiapas, 15 minutos hubieran sido mucho para agujerarles la cabeza a esa bola de revoltosos.
Por eso me da tanto gusto y tanta nostalgia recordar el tiempo aquel en que nos conocimos. ¿Te acuerdas? Andaba yo matando indios con una Pietro Beretta, re jodida la pobre. Le decía mi prieta nomás de cariño, pero era como una novia fea, de esas que uno hasta vergüenza siente de sacar a la calle.
La cosa es que andaba yo solo con mi prieta allá por los rumbos de Ayutla y en eso que me encañonan en un monte. Fue entonces cuando te vi y perdóname la cursilería, pero desde que te miré me enamoré de ti. El problema es que tú estabas en manos de un pinche guerrillero mugroso y lo peor es que me estaba apuntando contigo. Sí mi princesita, no se te olvide, tú pudiste matarme aquella vez, pero por algo no sucedió.
Cómo llegaste a las manos de ese pinche comunista harapiento, es algo que nunca he sabido. Digo, me han dicho que muchos de esos pendejos se iban a estudiar a Rusia y tal vez fue ahí de donde te trajo, pero desde el primer momento quedó demostrado que tú estabas en muy malas manos con ese infeliz. Y digo que estabas en muy malas manos, porque el muy imbécil no supo como sacar provecho de ti y en vez de rafaguear en cuanto me vio ahí en medio de la cañada, se quedó tirando babas, según él apuntándome, pero yo nomás miraba la temblorina en sus brazos, el rostro asustado, sudoroso y de inmediato me di cuenta que el pobre ni tirar sabía y nomás nunca aprendió, porque yo con mi humilde prietita le metí soberano plomazo entre ceja y ceja antes de que él pudiera siquiera apretar el gatillo.
Ahí quedó tirado el pobre diablo y tú a mi entera disposición, solita para mí. Fue entonces cuando comenzó el romance.

Mamacita, nomás me acuerdo como se escuchaba tu tartamudeo, tan exactito, tan musical, traca, traca, traca, como un poema en mis oídos. En aquel entonces se estilaba que los subordinados entregaban el botín de guerra a los comandantes, pero que chingados te iba a andar entregando yo. Tú eras mía, de mí y para mí. Y sí, no creas que el general Acosta Chaparro no te echó unos ojitos lujuriosos, pero yo me aferré y les dije que nomás contigo podía combatir.
Vieras como nos tenían pavor mi princesita. Nomás veía a los pinches guerrilleros caerse como moscas cuando iniciaba el tartamudeo. Perdí la cuenta de cuantos me llevé de encuentro allá en la sierra. Échenme a los que quieran les decía yo, que aquí tengo mi princesita rusa y juntos los mandábamos al otro mundo mi preciosa.
Cuando finalmente cayó el piojoso ese de Cabañas y se acabó el problema en la sierra, me comisionaron para ir a Guadalajara a darles matarile a los mocosos de la 23 de septiembre. Puro pinche burguesito con su camiseta del Ché Guevara, que se metían a estudiar pendejadas de Marx y se creían revolucionarios sin aprender siquiera cómo fabricar una de esas mierdas de bombas que hacían en botellas de coca cola. Con esos acabamos de volada, mi princesita. Ni para el arranque nos duraron. Ya cuando no había guerrilleros que matar, nos mandaron a la Ciudad de México y de ahí a la sierra de Sinaloa. Durante años nos dedicamos a matar puro narco huarachudo del cerro y esos sí estaban felones, para qué te digo que no, tú te acuerdas mi princesita, con esos vaya que sufrimos. Pero para entonces tú y yo éramos uña y mugre y les dimos piso a los más pesadotes de San Ignacio y Badiraguato.
Hasta que allá por el 79 me comisionaron para integrar la escolta personal de mi General Durazo. Dicen que nuestras hazañas ya se habían hecho famosas y mi General quería un hombre duro para su seguridad. Todavía me acuerdo los ojos que puso el cabrón de Durazo cuando te vio en mis manos. ¿De donde sacaste esa preciosura? me dijo mi Comandante y yo, nomás serio, orgulloso, como quien presenta una novia bien buenota, sabiendo que hasta los más pesados me envidiaban.
Fueron buenos tiempos esos mi princesa. Nomás a puro pericazo de Caspa del Diablo nos pasábamos las noches, pura botella de Buchanas y el jale tranquilo, pues nomás a dos tres pendejos que se le quisieron poner al brinco a mi general Durazo nos tuvimos que despachar mi princesa. Así la pasamos tres añitos hasta que en el 82 se dio el escándalo y tuvimos que ahuecar el ala.
Me comisionaron entonces a varias partes: A Chihuahua, a Piedras Negras, a Reynosa, hasta que una triste mañana nos notificaron así, tan quitados de la pena, como si fuera cualquier cosa, que se deshacía la Federal de Seguridad. Luego de tantos y tantos años de servicios, nomás me dieron un chequecito que me tumbé en puro whisky y perico. Eso sí fue triste mi princesita, un patadón en el culo el que nos dieron.
Todavía busqué lugar en el Estado Mayor Presidencial, pero hubo dos tres comandantillos que me grillaron. Dijeron que yo era muy violento, muy acelerado, muy coco y no me admitieron para trabajar cuidándole las nalgas al pelón de Salinas.

Total que ahí estaba yo de desempleado mi niña, sin un pinche quinto para comprar perico del bueno como a mi me gustaba.
Y en eso recuerdo que me quede mirándote y dije: Pero si con esta preciosura me puedo hacer rico; tengo la experiencia, no me toco el corazón y pongo las balas donde pongo los ojos ¿Qué chingados me falta entonces? Así fue como nos hicimos asaltabancos mi hermosura y entonces sí, bienvenidas las vacas gordas.
Agarré a dos tres morros, principiantes recién ingresados a la judicial y empezamos a dar buenos trancazos. El primer banco que despachamos fue allá por Tecamachalco, de ese sí me acuerdo bien. Ya después perdí la cuenta. Eran uno o dos por semana y si quieres que te diga la verdad, se me hizo re fácil, mucho más fácil que andar combatiendo en la sierra. Imagínate mi rusita, si tú y yo habíamos enfrentado cara a cara narcos felones de la sierra de Sinaloa, que nos iban a durar unos pinches veladores de banco. Yo no me andaba con mamadas en los bancos. Llegaba contigo al frente y ahora sí hijos de su reputa madre, azótense con la lana culeros. Y a ti te consta preciosa, al que se ponía al brinco lo despachábamos. Yo sabía que nomás empezando el tartamudeo y habiendo sangre hasta los más machitos se doblaban. A veces nomás por eso le ponía un plomazo a un cabrón cualquiera nomás llegando, para imponer respeto, que miraran que no me iba andar con juegos de niñas. Yo hacía casi todo el jale y mis compas nomás cubrían la retaguardia. Por supuesto, más de la mitad del botín era para mí.
Para entonces contacté a dos tres comandantillos que habían estado en la corporación en la época de mi General Durazo y por una cuota semanal me despejaban el camino de los bancos que yo tenía en la mira.
Como tres añitos peinamos el DF y sus alrededores y cuando ya estábamos muy quemados nos fuimos a Querétaro, a Guanajuato, Cuernavaca, Acapulco y hasta a Guadalajara.

Fue ahí en la Perla Tapatía donde me contactó el cabronazo de Félix Gallardo. Fueron dos tipos acá, bien vestidos, educados, los que me contactaron afuera de una discoteca y me dijeron que me tenían una propuesta. Primero me saqué de onda, pensé que era raza de la Judicial, pero contigo a mi lado mi princesa, nada me daba miedo. Así fue como me llevaron frente al patrón de patrones, el mismísimo Félix Gallardo.
Para no hacer el cuento largo mi princesa, nos ofreció ir a trabajar a Tijuana. Tú te acuerdas bien ¿O no? Nuestra chamba era cuidarles las espaldas a los sobrinitos del patrón, el Ramón y el Tigrillo. Ese jale sí estaba pesado, princesita. Yo dije sí, sobres, la verdad ya me tenían muy ubicado como asaltabancos y quería ahuecar el ala lejos. Tijuana me pareció bien. Al principio parecía que era un jale tranquilo andar con los sobrinos del patrón. Me pagaban una feriesota nomás por ir a cuidar la entrada de las discotecas donde aquellos se ponían hasta la madre de pura Caspa del Diablo y champaña. Claro, dos que tres veces se armaron balaceras y ahí sí que le tuvimos que entrar, pero todo tranquilo princesita. Yo vivía a toda madre, con puro perico fino y agasajando morritas buenonas. Pero las cosas se empezaron a poner feas cuando los pinches sobrinitos me empezaron a comisionar para irles a dar piso a sus rivales a Juárez, a Sinaloa, a Guadalajara. Para entonces el Patrón Félix Gallardo ya estaba en el bote y los pinches sobrinos tenían el mando. Tenía que obedecerles, ni modo que no, si bastante bien me rayaban con puro cuero de rana. Pero ahí sí nos las jugamos en misiones peligrosas. Puro bato felón en territorio enemigo mi princesa. Aún así tu tartamudeo hizo magia. Nos llevamos de encuentro a dos pesadotes de Mazatlán y a uno de Juárez, con todo y escolta. Hasta la suburban blindada nos la peló princesita. Éramos indestructibles, como que había un pacto mágico entre tú y yo.
Todo iba bien hasta que pasó la pendejada aquella del Cardenal y entonces sí que cambió todo para nosotros. Se acabó la diversión, las salidas a las discotecas a pescar morritas, las mariscadas con banda en el malecón. Ahora sí como decían en el pueblo, a puro salto de mata nos traían y los patrones bien paranoicos. Yo tenía andar con el ojo bien abierto todo el día. Ni tiempo para dormir nos daba mi princesa. En aquellos años los patrones ya sentían que les echaban guante y mi chamba era impedirlo a toda costa

Los años pasaron y las cosas se fueron poco a poco calmando. Por ahí del 98 me comisionaron para la escolta personal de Don Chuy, el padrino de esos cabrones, con la advertencia de Ramón de que yo respondería con mi vida si a Don Chuy le pasaba algo. Un señor mucho más tranquilo ese Don Chuy. Fina persona. Era él quien manejaba la feria mi princesita. El que tenía los puros dólares en la cartera. Lo bueno que el señor casi ni se metía en problemas como el pinche ojete de Ramón y su matón estrella, el Tiburón, que no sabía hacer otra cosa más que echar bala.
Con Don Chuy andábamos por toda la ciudad de arriba para abajo, recorriendo sus propiedades, cobrando la feria de las rentas, haciendo contratos, abriendo bodegas. Puro buen negocio el de Don Chuy y ni por dónde le vieras que andaba en algo chueco. Seguido lo íbamos a escoltar a buenos restaurantes y Don Chuy nos pagaba buenas comidas. Era espléndido con nosotros el señor. Los escoltas vivíamos en una casa de seguridad allá por el rumbo de Hipódromo, bien cerquita de la casa de Don Chuy. A toda madre la casita donde vivíamos. Eso sí, Don Chuy nos pedía que fuéramos discretos. Nada de andar enseñando las armas ni armando borlotes callejeros sin necesidad. Me sentía bien a gusto con ese señor. Hasta que ocurrió la pendejada aquella que todos conocen.

Una mañana en que amanecí bien crudo, Don Chuy nos pidió que fuéramos a acompañarlo a la Prepa Lázaro Cárdenas, pues su hijo iba a jugar un partido de futbol muy importante. Era un sabadito soleado, tranquilo y yo dije, pues a toda madre, wachamos un ratito el futbol americano, luego unos mariscos, unas cheves, y a descansar ¿Qué le podía pasar a Don Chuy en la cancha de una prepa? Por si las dudas mi princesa, yo ye llevaba conmigo, siempre a mi lado como la novia más querida. Que le hace que hiciera calor. Yo siempre traía mi chamarra de cuero para ocultarte. Se jugaron los dos primeros cuartos del partido y la plaza 10-5. Tranquilito el día. Don Chuy platicando con su señora, los morros jugando el partido, las morritas bien buenas echando porras y yo acá, dos tres modorro, con ganas de ir a curarme la cruda con un aguachile. Había tomado tanta agua en la mañana para tratar de contrarrestar los efectos de la crudota que me cargaba, que ya me andaba con la meadera. Así que a la hora en que fue el medio tiempo, me separé de Don Chuy para ir a tirar el agua. Normalmente cuando la estoy haciendo de escolta, no le quito la vista a mi protegido, pero aquella mañana estaba tan tranquila, que no pensé que algo malo pudiera sucederle a mi patrón. La cuestión mi princesita es que ahí estaba yo tirando a gusto la meada, cuando en eso empiezo a escuchar un griterío por el lado de loas tribunas. Ni tiempo tuve de cerrarme el pantalón. Salí corriendo del baño y lo primero que vi fue a Don Chuy arrodillado en medio de la cancha encañonado por un Guacho. No sé cuántos segundos han de haber pasado, pero no creo que más de tres, antes de darme cuenta que toda la pinche cancha estaba rodeada de soldados. Chingos de soldados. Era una tropa más grande y mejor armada que aquella con la que fuimos a cazar al cabrón de Cabañas en el 73. Esposado por los soldados que le sacaron de la cintura su querida pistola escuadra, Don Chuy aún tuvo tiempo de echarme una mirada fulminante antes de que lo treparan al camión que lo llevó a la base aérea desde donde lo trasladaron a Almoloya. Mi suerte estaba decidida princesita. Teníamos que irnos de ahí, hacernos los disimulados entre los guachos y ahuecar el ala. Tomé un pinche taxi que me dejó en la Zona. Norte. Ni tiempo de pasar al cantón a recoger mis papeles y mi feria. Ahí empezó mi calvario princesita. Tú y yo sabíamos muy bien que haber descuidado a Don Chuy nos iba a costar carísimo. Ese descuido se pagaba con la vida. Y no nomás nos iban a meter unos plomazos princesita. No, que va, nos iban a torturar bien machín antes de enfriarnos. Para muestra lo que le pasó al pobre licenciado Gálvez, el abogado de Don Chuy, que a los tres días apareció muerto y torturado en una calle del DF. Ese fue el precio que pagó por no poder impedir que la PGR se llevara a Don Chuy de Tijuana. Si ese fue el precio que pagó el abogado, imagínate el que pagaría yo, mi princesa. Me escondí en el cuarto de una pinche vecindad sarnosa de esas que hay cerca de la Coahuila. El tecurucho era de una doñita que tiraba crystal a la que una vez le había hecho el paro cuando unos federales quisieron levantar a su hijo. Me debía un favor la doña y a mí me quedaban nomás como tres mil pesos en la bolsa, pero a leguas se notaba que no era seguro estar ahí. Cada que escuchaba pasos me imaginaba a la cara del pinche Tiburón con la gorra volteada apuntándome con su fusca, o creía escuchar la voz de Ramón ordenando queme torturaran. Fue una sensación de lo más culera que te puedas imaginar mi princesa. Estaba bien pinche paranoico, no dormía y no quería ni asomar la nariz a la ventana, pues sabía que estos hijos de la chingada iban a cazarme como rata. Ahí estábamos mi princesa, tú y yo solos, abandonados en un cuartucho echados sobre un catre piojoso. Yo me abrazaba a ti con todas mis fuerzas, princesa, tú sabías bien que eras y eres mi única compañía, mi confidente, mi aliada. La única que podía sacarme de ese atolladero y la que me mandaría al otro mundo cuando esos hijos de su puta madre me agarraran. Porque eso sí princesa, en el momento en que viera aparecer a los ahijados de Don Chuy yo me iba a pegar un plomazo antes de permitir que me torturaran.

Los días transcurrían lentos, infernales. Eso era el verdadera tortura princesita. Como a las dos semanas de estar ahí, le pedí a la doñita que me alivianara con un focazo de crystal. Ti sabes mi princesa que a mí esa madre hasta asco me daba, pues yo nomás mi Caspita del Diablo, pura y aceitosita, pero en esas situaciones no estaba para exigir, así que empecé a ponerle bien machín al cryco. De a seis o siete focos diarios me estaba quemando. Bien locote que andaba, pero el crystal es el Infierno princesita. Más pinche paranoico me sentía con esa madre y cualquier ruido, cualquier palabra, cualquier señala la interpretaba yo como mi final definitivo. Para bajarme la paranoia cuando ya andaba bien amanecido luego de cuatro noches de no dormir por el pinche crystal, me fumaba unos churrotes de mota. No se cuánto tiempo había pasado así. La cuestión es que el poco dinero que aún tenía se me fue acabando en pagarle a la doña los focos de cryco y los churros, que al principio me daba gratis nomás por buena voluntad. Una madrugada andaba yo para no variar pacheco y crystaleado, cantando rolas a grito pelado y deseando tomarte en mis manos princesita y repartirles una tormenta de plomo a todos los cabrones de este mundo que se me atravesaran. Nada más liberador que escupir fuego mi princesa, tú lo sabes bien. Te tomaba en mis brazos, te daba besos como a una novia y te juraba que mi última voluntad sería que me enterraran conmigo el día en que me mataran. Porque en esta vida sólo tú me has sido fiel princesa. Bueno, me habías sido fiel hasta esa noche en que me la hiciste. ¿Estabas enojada conmigo por haberte llevado a vivir a un lugar tan puerco y decadente como ese? ¿Quisiste castigarme por darte tan mala vida? La cuestión es que yo andaba cryco y mariguano, bien locote y estaba bailando contigo, abrazando mi rostro a tu culata, dándote besos, cuando en eso nomás sentí bien caliente en la pierna, un ardor machín y luego el sangrerío manando a chorros. No recuerdo haberte quitado el seguro, mucho menos haber accionado el gatillo. En realidad no recuerdo ni madre de esa noche, aunque por ahí tengo presente que desangrándome y toda la cosa, aún me las arreglé para esconderte muy bien mi princesa, debajo de unas tablas que estaban abajo del catre. Después, creo yo, me desmayé y abrí los ojos quién sabe cuántos días después, en una sala del Hospital General. Una pinche enfermera gorda me dijo como si tal cosa que la pierna me había quedado destrozada por los plomazos y me la habían tenido que amputar. Lo peor es que bajo la sábana yo aún sentía que tenía mi pierna y hasta me dolía. Pasé como tres semanas en el Hospital hasta que me dieron de alta. Me preguntaron si tenía yo un familiar que se hiciera responsable y les dije que no. Gracias a una organización de esas de monjitas me donaron unas muletas y apenas me las regalaron, me echaron a la calle, pues había una larga fila de enfermos y lesionados esperando por la cama que yo había ocupado por más de 20 días. Así, aprendiendo a hacer equilibrio en las muletas me salí a la calle a agarrar un camión que me llevara hasta el tecurucho donde te había dejado escondida. Cuando llegué, la pínche doñita malagradecida casi me da con la puerta en las narices. Me dijo que yo nada más le había causado problemas, que a raíz del desmadre que se armó la noche en que me di el balazo la AFI le había tumbado una feriesota para no catear la casa y en pocas palabras me dijo que me largara a la chingada.

Mi única y última voluntad, le dije a la doñita, fue que me dejara subir al cuarto para recoger una estampita de la virgen que tenía guardada por ahí. A regañadientes la doña me dejó entrar al cuarto y bendita gloria, se me iluminó la vida cuando te encontré, princesa mía, en el mismo lugar donde te había escondido. Qué le hace que tú fueras la responsable de mi mutilación. Nosotros habíamos estado juntos toda la vida y nuestro encuentro luego de tres semanas de separación fue lo único feliz que me pasó por esos días. Como pude te envolví en una sábana y me las arreglé para cargarte mientras daba brincos en mis muletas. La doña me regaló mil pesos disque en compensación por el favor aquel que le hice alguna vez a su hijo, pero me dio el dinero con la condición de que no regresara nunca a verla. Me renté un cuartucho en uno de esos hoteles de putas del Coahuilón y ahí me senté a esperar que llegaran el Ramón y el Tiburón a matarme. Pero pasó una semana y pasaron dos y no llegaron, hasta que yo me quedé literalmente sin un solo centavo en la bolsa y me corrieron del pinche hotel de putas. Y entonces sí, a vagar por las calles como un pordiosero teporocho en muletas, contigo envuelta en una sábana. Quién iba a decirlo, un indigente con semejante princesa rusa en los brazos. Y así hemos andado los últimos días mi rusita, recogiendo comida de los basureros y pidiendo limosnas. He estado tentado a ponerte frente a mi boca y pedirte que me des un beso que acabe de una vez por todas con mi vida, pero pa que es más que la pura verdad, me da miedo la Muerte princesa, aunque en este momento sería lo mejor para mí. Se que en cualquier momento se me aparecen Ramón y el Tiburón, pero tal vez me ven tan jodido y tan de lástima, que hasta piensan que matándome me hacen un favor. Y así he andado, hasta llegar a topar con ese letrero que me movió las tripas: Campaña de Donación de armas de fuego.

DONA VOLUNTARIAMENTE TU ARMA DE FUEGO Y RECIBE A CAMBIO MIL PESOS EN VALES DE DESPENSA. POR UN BAJA CALIFORNIA SIN ARMAS.

Discúlpame princesita, pero tú no sabes lo que es tener cuatro días sin probar bocado. Mil pesos en vales de despensa son una pinche miseria y sin embargo en este momento me salvan la vida muñeca. Y me da lástima, nomás de ver las fuscas viejas e inservibles que están recibiendo esos pinches guachos piojosos que están afuera de Palacio atendiendo el puesto de recepción. Me da coraje imaginar cómo se las harán agua los ojos cuando te miren llegar a sus manos, tan potente y majestuosa, y yo pobre teporocho, despidiéndome de mi amor a cambio de unos vales para comprar frijoles, mientras algún sardo jodido sin la más mínima instrucción ni capacidad para disparar siquiera una carabina de postas, se va a quedar contigo preciosura, pero a estas humillaciones conduce la miseria, eso es el hambre mi niña. Y ese es mi dilema, mi hermosa princesa: cambiarte por una despensa frijolera o pedirte que me mates. Tengo hambre y me faltan huevos para el suicidio, pero no quiero, no puedo entregarte a esos cabrones, ni siquiera podría comerme los frijoles que me den a cambio, pero me muero de hambre princesa, de verdad que me muero, sácame de este atolladero. ¿Entregarte o morir? ¿Comer indignamente una semana más o morirme de una vez? ¿Qué hago? ¿Qué carajos hago? Tú siempre has tenido la respuesta todos los dilemas de mi vida. Por eso, mi hermosa princesa Kalashnikov, hoy más que nunca te pido que me ilumines ¿Qué hago princesa?

Daniel Salinas Basave