Me acostumbré al ritual del último miércoles de mayo. Tal vez por ello me siento un poco extraño viendo la orejona alzada un sábado al medio día. La esencia de la Copa de Campeones Europeos fue la pinta, el escape, el burlar ocupaciones y compromisos para ir a buscar como desesperado una pantalla. Lo normal es que un miércoles al medio día uno suele estar ocupado, por lo que la historia de los últimos 25 campeones europeos es la historia de los malabares que debí hacer para eludir escuela o trabajo. Hace un año el formato cambió y la final europea se celebró por vez primera en sábado, aunque yo, fiel a la costumbre, tuve un montón de trabajo y vi a Milito coronar al Inter contra Bayer a bordo del camión de la campaña de Tijuana en Positivo, que por fortuna tenía tele. Un año después he visto al Barca en la comodidad del hogar, a la hora de la siesta de Iker.
Llámame obsesivo, loco o sin que hacer, pero puedo decirte con plena exactitud dónde estuve yo el último miércoles de mayo del último cuarto de siglo y qué malabares debí hacer para ver la disputa de la Orejona. La Champions tiene poco que se ha vuelto un fenómeno masivo en México, aunque siempre se ha trasmitido y yo siempre la he seguido. A veces me veían como un loco fuera de lugar, buscando desesperado una tele un miércoles a las 13:00 para ver a equipos europeos que no importaban a nadie, pues fuera del Madrid de Hugo Sánchez, en mi país no había atención alguna para Europa y podía mucho más un México vs Guatemala que un Milán vs Ajax. A mí siempre me ha podido más el Viejo Continente. De hecho, al momento de escribir estas palabras está jugando México contra Ecuador y te juro que me vale un carajo lo que pase con ellos. En los últimos 25 años solo me he perdido dos finales de Europa: La de 1989 (Milán 4 Steawa 0) porque estaba viviendo en un pueblito de Colorado donde el futbol no existía, y la de 2002 (Real Madrid 2 Leverkussen 1) porque Carolina y yo viajábamos en autobús de La Habana a Varadero. Fuera de ahí te puedo decir que las he visto todas, absolutamente todas y te puedo describir con exactitud dónde estaba y qué obstáculos debí desafiar para poder ver el juego. Por ejemplo, recuerdo que en 1988, cuando se enfrentaron PSV y Benfica, yo tenía clase particular de matemáticas a las tres de la tarde, hora en que acababa el tiempo reglamentario. Yo estaba expulsado del Liceo Anglo Francés, pero iba a tener la oportunidad de presentar los finales de segundo de secundaria. La cuestión es que debía estudiar muchísimo por mi parte, pues por ser una mala influencia para mis compañeros, no se me permitía entrar a clases. El juego acabó 0-0. Tiempos extras y penales. Ni modo, tuve que volarme la clase. Los holandeses vencieron 6-5.
Mi vida es obsesivamente cronológica, pero el futbol es para mí el mejor calendario o el mejor reloj. Puedo albergar ciertas dudas sobre en qué año leí tal libro o en qué año publiqué tal nota o columna, pero jamás dudaré a la hora de responder en qué año vi coronarse a tal o cual equipo. El futbol me recuerda lo viejo que soy. Un aficionado con muchos años y partidos a cuestas que se acuerda perfectamente lo que estaba haciendo hace 19 años, cuando Barcelona se coronó por vez primera. El miércoles era mi día de descanso en Discos Zorba, el primer empleo en nómina que tuve en mi vida y en la tranquilidad de mi hogar en Lomas del Olivo Edo Mex. vi aquel riflazo de 30 metros de Koeman en el viejo Wembley, (ya demolido como la casa de Río San Juan) y el Barca batía 1-0 a Sampdoria. ¿Qué edad tenía Messi en aquel 92? ¿Qué edad tenían Chicharito, Piqué o Xavi? ¿Me imaginaba hace 19 años que el último sábado de mayo estaría viendo al mejor equipo del Planeta y acaso de la historia de la humanidad coronarse ante Manchester? ¿Me imaginaba que vería el juego sin volumen porque mi pequeño estaría tomando su siesta vespertina y que esa carita modorra iba a convertirse en el sentido de mi vida entera? Este tren demente de la vida corre con mucha prisa.