Una vez que has escuchado el tartamudear de las armas automáticas las reconocerás al instante. No se parece a un cohete, ni a un transformador que explota, ni mucho menos a un golpe. El sonar de una ráfaga es inconfundible. En 2008 Tijuana bailó al ritmo de la canción tartamuda de miles y miles de balas escupidas por infinitos cañones. Un 17 de enero, hace exactamente seis años, llovió fuego en la casa de la cúpula en La Mesa. En esa semana se desataron todos los demonios y la Muerte inició una parranda inacabable que dejó por herencia el año más sangriento en la historia de nuestra ciudad. Imposible olvidar esa semana trágica, que comenzó la tarde del 14 de enero cuando desde las ventanas de la redacción de Frontera vimos en vivo y a todo color la persecución y balacera generadas a raíz de un asalto a un camión de valores, misma que derivaría horas después en la madrugada sangrienta, cuando tres policías y sus familias fueron ejecutados en sus hogares. Paradojas del destino: la mañana del 17 de enero los reporteros estábamos en la explanada de Palacio frente a los tres ataúdes de los policías masacrados y a unos metros de ahí, se celebraba una feria del empleo cuya fila daba varias vueltas al parque. Nunca como hasta esa mañana se había visto semejante masa de desempleados en Tijuana. Mientras la escolta disparaba salvas al aire en honor a los caídos y los buscadores de empleo encendían una llamita de esperanza, en la radio frecuencia empezó a escucharse que algo pasaba por la calle Ermita. Lo que después vendría ha quedado como tatuaje en la historia de la ciudad. En las calles de La Mesa se libró el combate urbano más cruento que hemos vivido, el que marcó un antes y después en las anécdotas de los reporteros tijuanenses. Un comando de secuestradores enfrentó al Ejército Mexicano desde una residencia conocida como “la casa de la cúpula”, ubicada en una zona habitacional-comercial, justo frente un jardín de niños. Yo en 2008 aun no era padre de familia y sólo hasta ahora dimensiono lo que debe haberse sentido saber que tu hijo pequeño está a unos metros de donde se ha desatado una tormenta de plomo. Nunca se había vivido una batalla tan intensa en Tijuana. Creo que todos los tijuanenses recordamos lo que estábamos haciendo esa mañana
No se definir si seis años es mucho o poco tiempo. Hoy, aparentemente, se respira otra atmósfera en nuestras calles. Parecemos estar a años luz de Michoacán, de Tamaulipas, de La Laguna. Y sin embargo, la línea que nos separa del infierno es tan delgada, tan frágil…
Friday, January 17, 2014
Thursday, January 16, 2014
El Sol mentiroso de este enero yace infestado de rumores y presagios. Como en La muerte en Venecia, la enfermedad se arrastra oculta entre historias de horror e irrumpe como espectral sombra ante el silencio y el cantinfleo de la autoridad sanitaria, que hoy ya reconoce dos muertes cuando ayer ni siquiera admitía la existencia de casos. Hay algo artificial y siniestro en este calor invernal. Hay más de un demonio soplando este aire seco tan cargado de augurios. Acaso la enfermedad, como dice la Sontag, sea tan solo una metáfora, un sustantivo abstracto, una cuestión de interpretación, un ente difuso que para los hospitales privados ya puede ser llamado epidemia, aunque para el secretario de salud, habitante del país de no pasa nada, todo esté dentro de lo normal. Mientras tanto, una noche de verano se desparrama sobre Baja California en pleno enero y yo corro apuestas para ver si el rumor es capaz de volar más rápido que el virus.
Wednesday, January 15, 2014
El periodismo es un oficio de paracaidistas, un destino accidental e involuntario en donde suelen caer los errabundos, los timoratos y los desubicados que no tienen una idea muy clara sobre lo que quieren o deben hacer con sus vidas. Puedes preguntarle a los nombres altisonantes, o a los mil y un derrotados que arroja el oficio, si en su niñez, adolescencia y aun en su primera juventud les pasó por la cabeza desperdiciar su existencia en este mal pagado arado de mares. Los niños quieren ser policías, bomberos, astronautas, pilotos, marineros, narcotraficantes, cantantes del narcocorridos, domadores de leones, payasitos de la tele. Quieren ser muchísimas cosas, pero ni por la cabeza les pasa plantearse el periodismo como una forma de vida. Cierto, de medio siglo para acá existen las escuelas de comunicación en donde suelen ir las chicas más guapas que sueñan con ser conductoras faranduleras en un programa de tele y los tipos que ambicionan cubrir un superbowl, un mundial de futbol o una pelea de campeonato en Las Vegas, pero aun no conoces al primer adolescente que se diga ilusionado ante la posibilidad de poder pasarse la madrugada cubriendo una sesión del Congreso local o una estéril discusión en Cabildo sobre el aumento del predial. Los medios de comunicación, sobre todo los grandes monstruos audiovisuales pueden ser una tentación para los jóvenes. En cambio la prensa escrita casi nunca lo es. Los jóvenes van a pedir trabajo a periódicos de los que nunca fueron lectores. La primera vez que lo leyeron es cuando empezaron a trabajar ahí. Lo peor es que tiempo después, cuando ya son flamantes reporteros, tampoco lo leen, aunque pasen 16 horas al día metidos ahí. Los primeros apáticos e indiferentes a la lectura de un periódico son sus propios trabajadores.
Tuesday, January 14, 2014
Anoche he vuelto a soñarme escribiendo la biografía de Argemiro Montaño, o tal vez sea más exacto decir que me he soñado reescribiendo el epílogo que creí concluir ayer. En mi sueño no escribía con fluidez y soltura, sino con apuro y miedo, como si una presencia invisible me dictara las palabras. Ahora no me soñé escribiendo en un viejo hotel de Nacozari, sino en mi escritorio, aquí en mi casa, exactamente en el mismo sitio donde ayer creí dar el cerrojazo a la historia de vida. En mi sueño el relato estaba escrito en primera persona y era un testimonio confesional. Un testimonio con el que comenzaba en la tarde de noviembre de 2012 en que recibí una llamada del director del Instituto de Cultura de Baja California para notificarme que estaba cordialmente invitado a presentar mi colección de biografías en la Feria del Libro de Hermosillo.
Monday, January 13, 2014
Un bibliófilo cazador con olfato e instinto sabueso no discrimina librería alguna. Aun en aquellos sitios donde en apariencia sólo será posible encontrar chatarra, puede haber oculta una grata e improbable sorpresa. Vaya, no necesita haber un Anagrama o un Sexto Piso en el aparador para que me anime a explorar. Por eso nunca dejo de echarle un ojo a los libros en el supermercado o en los puestos de revistas de central camionera. No olvido que el Finnegans Wake de Joyce en editorial Lumen lo compré en el sobre ruedas de Rosarito y el único libro de Juan José Saer que a la fecha he podido encontrar en Baja California, La pesquisa, lo compré en un mercado Ley, mismo sitio donde me hice de Lugar común la muerte de Tomás Eloy Martínez. Hace poco di con un bodegón en calle Negrete casi esquina con Séptima que en grandes letreros rojos se promociona como “outlet de libros a 10 y a 19 pesos”. Para un adicto al papel y la tinta, es imposible resistir la tentación de tirarse un clavado, aun cuando la bienvenida sea una larga hilera de recetarios de magia blanca y negra, hechizos amorosos, rituales para trabajos mágicos y brujería erótica. La otra hilera tiene una nutrida colección de kamasutras de todas las orientaciones: lésbicos, gays, sado. Una tercera hilera tiene ejemplares de cuentos de fantasmas, aparecidos, demonios, lloronas, chupacabras y demás pobladores de nuestras pesadillas. Como era de esperar hay kilos de revistas porno, historietas cachondas y libritos estilo el sensacional de traileros. Finalmente doy con la hilera de los clásicos en donde por supuesto están Los tres mosqueteros, Moby Dick, El viejo y el mar, Tom Sawyer, Mujercitas y un largo etcétera, todos en ediciones escolares baratísimas, de muy baja calidad, aunque su costo es menos de la tercera parte de lo que cuesta un galón de leche. Cuando pienso que uno de mis objetos del deseo, La muerte del padre de Karl Ove Knausgard, cuesta 550 pesos en la Gandhi, no dejo de celebrar que al menos los clásicos sean accesibles para casi cualquier bolsillo. Digamos que siempre es posible apartar 19 pesos para comprar El Lazarillo de Tormes y por magra que sea la calidad de la edición, la buena prosa en cualquier papel seduce. En la parte de atrás del bodegón hay una sección de libros usados y es ahí donde me topo con algunas sorpresas. Revueltos entre la biografía de Gloria Trevi y las memorias de La Tigresa, doy con Virtudes capitales de Álvaro Enrigue en Joaquín Mórtiz, Deudas y dolores de Philip Roth en Mondadori, Un día volveré de Juan Marsé y Diario de Nautilus de Antonio Muñoz Molina en Plaza Janés, que resulta ser mi pieza cazada por 30 pesos. Se trata de una vieja colección de pequeños ensayos escritos en el periódico Ideal de Granada entre 1983 y 1984. El domingo por la tarde, mientras Iker desafiaba la gravedad en unos juegos, me sumergí en las profundidades de mi hallazgo. Pensé entonces en lo improbable que era para ese viejo ejemplar refundido al fondo de un bodegón encontrar un lector tantos años después de haber sido arrojado al olvido. Lo fascinante es que nos hemos encontrado y al final de esa tarde el libro yace repleto de mis caóticos subrayados y mis patas de araña que juran ser notas.