Eterno Retorno

Tuesday, February 26, 2008

Me mandaron este libro del Cecut (se agradece el envío). Lo leí en un domingo entre tragos de wiskocho y cacahuates. Lo disfruté inmensamente. Ojalá a todos los reporteros nos diera por escribir así.


Gumaro de Dios El Canibal
Alejandro Almazán
Literatura Mondadori

Por Daniel Salinas Basave

Este libro es un ave rara en México, una especie tan atípica y extraña como son los monotremas en el reino animal. Dar con un texto así es casi tan común como encontrarse un ornitorrinco en un pantano. Al concluir su lectura, para lo cual me bastó medio domingo, me quedó una sola reflexión: Por el bien del oficio periodístico, ojalá se escribieran más libros así en México. En un mundo informativo donde la fecha de caducidad de la noticia se limita a unos minutos y donde los reporteros se destripan en una carrera de ratones por ver quién sube con medio minuto de adelanto la última nota al internet, el libro de Almazán es un grito de esperanza para el buen periodismo. El caso de Gumaro de Dios Arias, un habitante del trópico mexicano que en diciembre de 2004 mató y se comió a su amigo cariñoso hubiera sido uno más en el bestiario de la nota policial y digo hubiera, porque llegó un colega y lo transformó en néctar literario. En su momento el caso Gumaro generó su buena dosis de morboso horror, pero como a toda nota le llegó rápido su fecha de caducidad. En la tabla de valores periodísticos el caso está olvidado, pasado de moda y hoy en día la gente recuerda más al caníbal poeta, no solo por ser mucho más reciente, sino por ser capitalino.
Sin embargo el caso Gumaro de Dios cayó en manos de una pluma hábil, deseosa de torcerle el cuello al ganso y entonces las cosas cambiaron. Lo rápido y lo reciente, becerros sagrados de la batalla informativa, se vuelven estúpidos e intrascendentes ante una narración así. El caso Gumaro pudo ocurrir ayer o en 1950 y la trascendencia de este libro sería la misma. ¿O caducaron acaso los asesinatos de Holcomb que Capote inmortalizó en “A sangre fría”? El de Almazán es el libro más parecido a esa obra inmortal que he encontrado en México. Que los reporteros hagan magia y estiren sus poquísimos ratos libres para escribir textos que trasciendan al papel periódico no es ninguna novedad. La novedad es que lo hagan de esta forma con semejantes malabarismos narrativos y juegos entre la segunda y la primera persona. con aparente distancia reporteril que metamorfea en licencias casi poéticas.. Vaya, por una vez el falso matrimonio entre periodismo y literatura dejó de ser un estúpido cliché. Por estos rumbos se considera que toda la palabra que trasciende el papel de envolver tomates y asciende al Olimpo de la pasta dura, es periodismo que se convierte en literatura. Nada más falso, pues sigue siendo periodismo y las más de las veces mal periodismo. La mesa de novedades de toda librería comercial suele estar atiborrada de libros exprés, textos maruchán sacados a toda prisa del horno de microhondas para tratar de aprovechar cinco minutos de bonanza comercial. ¿Cuántos libros desechables se escribieron sobre el caso Colosio en 1994? ¿Cuántos sobre el proceso electoral del 2006? ¿Recuerda usted alguno que haya logrado una trascendencia superior a los tres meses? Sí, son libros escritos por periodistas, que pretenden ser reportajes oportunos, revelar verdades ocultas, exclusivas de campanazo, pero que las más de las veces tienen un periodo muy corto de vida. Alejandro Almazán trabajó un reportaje narrativo en torno a un incidente de nota roja. Si el colega Almazán hubiera tenido la clásica mentalidad de reportero maruchán, hubiera sacado a toda prisa un libro atiborrado de fotografías espeluznantes y letras rojas, presumiendo revelaciones insólitas y exclusivas. Por fortuna eso no sucedió. Sí, rescató un hecho policial morboso, un caso de gore puro, pero vaya forma de rescatarlo. No inventó nada, pues Capote hizo lo mismo hace medio siglo, pero al menos hizo algo que en México nadie se anima a hacer. Ojalá sea el principio para que otros se animen.

Monday, February 25, 2008

Sol

Lunes luminoso. Lunes sin noche de insomnio a cuestas. Tras la lluvia vino el Sol. Es atípico que a estas alturas de febrero siga cayendo agua acá Tijuana, pero en cualquier caso se agradece.

Hey tú, para el reloj un par de minutos, deja de mirar la pantalla y échale un ojo a tu entorno. Fíjate; nuestros cerros tradicionalmente pelones están atiborrados de flores amarillas. No se han solucionado (ni se solucionarán) los tijuanerísimos problemas del secuestro, las matazones, los baches, la basura y el transporte, pero con tanta dosis de vida vegetal a tu alrededor el ánimo inevitablemente se va para arriba. La lluvia es el mejor comité de imagen de Tijuana.

Erre con erre

Soñé con la señora Domínguez, mi terapeuta de lenguaje en tiempos jurásicos. Sobre el subconsciente no se manda y mis sueños viajan a pasados cada vez más remotos. Hace muchísimos años, cuando aún no entraba en la primaria, solían llevarme con una terapeuta de lenguaje que me enseñaba a pronunciar. De niño tenía un vocabulario demasiado amplio, pero el problema es que sólo mi madre y yo lo sabíamos. Mi pronunciación era fatal y a menudo la gente creía que no hablaba el español como lengua natural. No pronunciaba (ni pronuncio a la fecha) la erre, ni la ere y mis eses eran extrañas. La señora Domínguez me enseñó a pronunciar la ere y a perfeccionar la ese. Con la erre nunca pudo, pero logré un truco canchero con lo cuál a la fecha consigo más o menos ocultar el defecto, si bien mi pronunciación sigue siendo un tanto extraña. ¿De dónde carajos es mi acento? De regio definitivamente no. De tijuano, pues un poquito, con el paso de los años y tras litros de agua de la Presa.
En fin, el caso es que soñé con la señora Domínguez, luego de años sin recordarla. En mi sueño la señora había muerto. ¿Murió en la realidad? ¿Es verdad que ocupó un cargo público? ¿Cómo sería mi pronunciación de no haber sido por esas tardes de intensivo entrenamiento vocal?


Una década de fango

Casi diez años chapoteando en los fangos pestilentes de la política bajacaliforniana, testigo de honor de una carrera de ratones y ratas, mirando desde el palco un juego sucio de tercera división jugado en una cancha de lodo atiborrada de hoyos, donde todo mundo busca fracturar metiendo patadas por la espalda. Una orgía de mediocracias, una batalla entre soberbios pigmeos, una pasarela de cucharachos petulantes.
A la gente le cuesta trabajo creer que a estas alturas de mi vida, luego de tantos años en los pantanos, no tenga vacas e intereses. Pues bien, créalo usted o no, no los tengo y no los quiero tener. No es un golpe de pecho ni un baño de pureza. Simplemente diez años de tundir tecla en el periodismo político no me han dejado un solo amigo dentro este medio. Tengo sí, compañeros de trabajo (muy pocos) a los que aprecio sinceramente, a los que tengo plena confianza, con quienes he compartido las andanzas en este barco desde que era un proyecto sin nombre, pero dentro del mundo de las fuentes no he hecho un solo amigo. Tampoco un solo enemigo, al menos no de mi parte. Aunque usted no lo crea yo no odio a nadie, aunque hay una buena legión que me odia a mí, que me desea lo peor y no los culpo. A veces hago todo lo posible por darme a odiar, por perfeccionar el arte de cagar la madre, de pintar rayas, de hacerte ver que no soy como tú, que hay distancias insalvables, que nunca nos pareceremos. Me han dicho panista, me han dicho hankista, me han inventado mil y cuentos estrambóticos. Ja, ja. Puedes decirme insoportable, cagante, pedante, insufrible, pero al menos no cojeo de la pata podrida que cojean mis colegas de oficio. ¿Hay quien se anime a tirar la primera piedra? Porque yo aquí tengo un arsenal de rocas.

Sobre la función pública tengo criterios más o menos unificados; la única diferencia real que he encontrado entre la inmensa mayoría de los políticos es que unos son menos cínicos que otros. El puerco fondo suele ser el mismo y en las profundidades de las letrinas casi no hay categorías. Los que manejan el cinismo con artístico desparpajo son los más divertidos. Los moscos muertos que navegan con bandera de transparentes (saludos azulados) no sólo son los más aburridos, sino también los más peligrosos y pestilentes. Al final de cuentas, mi conclusión es que todos los gobiernos son obscenamente gordos, obesos, ineficientes. Con la cuarta parte del personal que tienen en nómina podrían sacar adelante el barco. Demasiados inútiles, demasiados arribistas cobrando favores. Miren comunicación social, con la sexta parte de la gente que mantienen colgada de la ubre podría sacar adelante ese chagarro. Miren desarrollo humano, piensa en obras públicas cuando caigas en el próximo bache, piensa en los millones y millones de pesos que se gastan en mantener a un club de compadritos pendejos que no han leído un libro en sus vidas y regodean su narcicismo inflando caguama en el Sótano Suizo.