Pasos de Gutenberg
Lanús
Sergio Olguín
TusQuets
Por Daniel Salinas Basave
Con todo su cosmopolitismo y su modernidad a cuestas, la realidad es que pocas ciudades del planeta tienen tan arraigado el espíritu barrial de Buenos Aires. El orgullo del barrio se lleva tatuado en el alma hasta la muerte. Aunque viva exiliado a miles de kilómetros en otro continente, el porteño guardará siempre la fidelidad y la nostalgia por el barrio que lo vio nacer. El orgullo barrial se grita en todo momento y sale a relucir en partidos de futbol y en milongas tangueras. Los conocedores son capaces de distinguir el estilo de baile de cada barrio bonarense e incluso se habla de acentos y lunfardos propios de cada caserío. “Barrio, barrio, perdoná si al evocarte se me pianta un lagrimón”, canta Carlitos Gardel a quien la fama jamás hizo olvidar su amado Barrio del Abasto en donde creció. En “Lanús”, de Sergio Olguín, el personaje principal no es otro que el barrio, las sucias y peligrosas calles del gran Sur del suburbio bonarense, más allá del glamour y la majestuosidad de la 9 de de Julio, Alcorta y Libertador. Allende el puente Pueyrredón termina Capital Federal e inicia Avellaneda, municipalidad de la provincia de Buenos Aires a la que siguen Banfield, Lanús, Lomas de Zamora, Quilmes y Zárate, huéspedes frecuentes de las notas policiales, una zona que pese a ser parte de la mancha urbana, parece estar a miles de kilómetros del gran centro bonarense. Francisco sale una mañana del barrio de Lanús con mil pesos robados a su temible jefe Tito, una suerte de don Corleone local. Con el dinero hurtado, Francisco piensa pagar el aborto de su novia Mariela. Los jóvenes escapan rumbo a Capital Federal, pero saben que no podrán huir de los tentáculos del barrio al que tarde o temprano volverán. En su fuga, Francisco pide auxilio a Adrián, un amigo de la infancia “exiliado” de Lanús quien ahora vive en Capital Federal. La llamada no tiene éxito y cuando Adrián escucha el mensaje en su contestadora es demasiado tarde. Francisco ha muerto en circunstancias extrañas y Adrián decide hacerla de Sherlock Holmes e investigar por su cuenta la muerte de su viejo amigo, aunque ello lo obligue a volver a Lanús, con todo lo que ello implica. A partir de ese momento, la novela oscila entre los clásicos “flash back” con anécdotas de correrías infantiles en Lanús y el turbio presente, en el que la pandilla de niños del barrio se ha transformado en mafia. La de Osorio tiene por momentos la estructura de una típica novela policial aunque si su intención fue ser thriller detectivesco, es evidente que fracasa. La trama no sorprende en absoluto y acaba por pecar de inocente. Es de hecho demasiado simple, inverosímil y acaso el autor intenta compensar la ausencia profundidad con destellos cómicos. Pero más allá del argumento, que acaba por naufragar, lo rescatable de Lanús es el escenario y la atmósfera maleva, de barrio porteño y melodía de arrabal.
Lanús
Sergio Olguín
TusQuets
Por Daniel Salinas Basave
Con todo su cosmopolitismo y su modernidad a cuestas, la realidad es que pocas ciudades del planeta tienen tan arraigado el espíritu barrial de Buenos Aires. El orgullo del barrio se lleva tatuado en el alma hasta la muerte. Aunque viva exiliado a miles de kilómetros en otro continente, el porteño guardará siempre la fidelidad y la nostalgia por el barrio que lo vio nacer. El orgullo barrial se grita en todo momento y sale a relucir en partidos de futbol y en milongas tangueras. Los conocedores son capaces de distinguir el estilo de baile de cada barrio bonarense e incluso se habla de acentos y lunfardos propios de cada caserío. “Barrio, barrio, perdoná si al evocarte se me pianta un lagrimón”, canta Carlitos Gardel a quien la fama jamás hizo olvidar su amado Barrio del Abasto en donde creció. En “Lanús”, de Sergio Olguín, el personaje principal no es otro que el barrio, las sucias y peligrosas calles del gran Sur del suburbio bonarense, más allá del glamour y la majestuosidad de la 9 de de Julio, Alcorta y Libertador. Allende el puente Pueyrredón termina Capital Federal e inicia Avellaneda, municipalidad de la provincia de Buenos Aires a la que siguen Banfield, Lanús, Lomas de Zamora, Quilmes y Zárate, huéspedes frecuentes de las notas policiales, una zona que pese a ser parte de la mancha urbana, parece estar a miles de kilómetros del gran centro bonarense. Francisco sale una mañana del barrio de Lanús con mil pesos robados a su temible jefe Tito, una suerte de don Corleone local. Con el dinero hurtado, Francisco piensa pagar el aborto de su novia Mariela. Los jóvenes escapan rumbo a Capital Federal, pero saben que no podrán huir de los tentáculos del barrio al que tarde o temprano volverán. En su fuga, Francisco pide auxilio a Adrián, un amigo de la infancia “exiliado” de Lanús quien ahora vive en Capital Federal. La llamada no tiene éxito y cuando Adrián escucha el mensaje en su contestadora es demasiado tarde. Francisco ha muerto en circunstancias extrañas y Adrián decide hacerla de Sherlock Holmes e investigar por su cuenta la muerte de su viejo amigo, aunque ello lo obligue a volver a Lanús, con todo lo que ello implica. A partir de ese momento, la novela oscila entre los clásicos “flash back” con anécdotas de correrías infantiles en Lanús y el turbio presente, en el que la pandilla de niños del barrio se ha transformado en mafia. La de Osorio tiene por momentos la estructura de una típica novela policial aunque si su intención fue ser thriller detectivesco, es evidente que fracasa. La trama no sorprende en absoluto y acaba por pecar de inocente. Es de hecho demasiado simple, inverosímil y acaso el autor intenta compensar la ausencia profundidad con destellos cómicos. Pero más allá del argumento, que acaba por naufragar, lo rescatable de Lanús es el escenario y la atmósfera maleva, de barrio porteño y melodía de arrabal.