No había sombras ni espectros de paternas figuras en la atmósfera, pero en torno a la obra a representarse no albergo duda alguna: se trataba de Hamlet y podría verla en exclusiva, en una suerte de velada premier para un selecto club (acaso con más pinta de secta que de club, aunque eso, en realidad, no importara demasiado).Tampoco hay titubeo alguno sobre la sede: se representaría en el teatro del Cecut y aquello apestaba al globo shakespereano. Pura esencia isabelina. Deambulábamos en los alrededores del telón entre oscuras escalinatas y algún dilema arrastraba yo en torno a gratitudes no expresadas a tiempo, alguna incertidumbre sobre la media noche, alguna intuición de las muertes por venir.
Monday, October 31, 2016
Sunday, October 30, 2016
Días de whisky malo (Publicado InfoBaja)
El temporal irrumpió en plan hostil y peleonero aquel 9 de noviembre en la Ciudad de México. Yo viajaba rumbo a Monterrey para presentar mi ensayo Réquiem por Gutenberg en la Casa del Libro de la Universidad de Nuevo León, pero aquello se tornó en vía crucis. Acaso era el fuerte viento o la terrible congestión en la pista, pero el caso es que pasé todo el día en el aeropuerto de la Ciudad de México. Sin demasiado dinero en la bolsa y sin otro horizonte que una sopa de agua y ajo, dediqué el día a escribir un larguísimo cuento con cara de novela corta llamado Días de whisky malo. La historia transcurre en un villorrio imaginario del Medio Oeste norteamericano llamado Bighorn Woods en donde un malogrado leñador improvisa como cantante y guitarrista en la malamuertera cantina del pueblo. Gran parte de esa historia la escribí en aquel periplo aeroportuario.
Por aquellos días tuve también un extraño sueño: una pierna totalmente tatuada yacía en el altar de sacrificios del quirófano esperando su amputación. Ignoro si el dueño de la pierna era yo o algún personaje. Lo único que con claridad recuerdo es que lo verdaderamente trágico no era perder una extremidad, sino despedirse de un pequeño tatuaje en la pantorrilla. Creo que si Morfeo es tan generoso de regalarme una historia sin cobrarme derechos de autor, lo menos que puedo hacer es tomarle la palabra y escribir ese relato. Así nació Saurio sangrante.
Al final del verano de 2013, una noticia publicada en algunos diarios deportivos llamó mi atención: un equipo kazajo, que se jugaría contra el Celtic Glasgow de Escocia su pase a la Champions League, escandalizaba a Europa por su costumbre de sacrificar ovejas antes de los partidos y regar con su sangre la cancha para invocar a la buena fortuna. Al leer esa noticia me di cuenta que ahí había puro néctar literario e inspiración de sobra para un cuento. Así nació Infortunios de un ovejero kazajo
En marzo de 2014, vagando por improbables sitios de Internet, encontré una página que enlistaba a las 50 escritoras más bellas del mundo. Así descubrí a la hermosa franco-iraní Lila Azam y al ver sus ojos intuí que podía ser mi personaje para una historia de ficción. Así nació Ella es nabokoviana.
Esta es la historia de la concepción de cuatro de los seis cuentos que conforman el volumen Días de whisky malo que acabo de presentar en la Feria del Libro de Monterrey el pasado domingo 23 de octubre. Este libro de relatos ganó el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen hace poco más de un año y ahora la Universidad de Nuevo León ha tenido a bien publicármelo en la Editorial Universitaria. Aunque los escenarios y temas de los cuentos son contrastantes, los tragicómicos personajes yacen inocultablemente hermanados por su terquedad de pelear por causas perdidas, por aferrarse con uñas y dientes a las banderas del absurdo y por creer que aún el whisky más malo del mundo puede regalar algunos minutos de divina embriaguez.
Un sui generis compañero de viaje llamado Un diccionario sin palabras y tres historias clínicas ha transformado mi cabeza en un campo minado por dudas y reflexiones de toda índole. Esos son los libros que más me gustan. La travesía Tijuana-Chiapas fue suficiente para casi agotar las 270 páginas escritas por Jesús Ramírez-Bermúdez. Lo primero que pensé es que este libro le habría encantado al buen Federico Campbell, siempre devoto de la neurociencia. Lo segundo, es que tras el sainete desatado a raíz del premio a Bob Dylan, nadie acertó a decir que en el fondo se trata de un debate de hemisferios cerebrales. En la posada de la materia gris el canto y la prosa duermen en habitaciones separadas. Después de todo, Diana practicaba el canto afásico con Arcade Fire cuando aún no podía volver a pronunciar palabra. También reparo en que soy (casi todos somos) un odioso logocentrista. Un analfabeta y acaso un afásico pueden cantar sin problemas Blowin in the wind. Nos recuerda Jesús que ya el gran Italo Calvino había desafiado la tiranía logocéntrica con el lenguaje tarotista practicado en El castillo de los destinos cruzados, mismo que ahora releo siguiendo la ruta de las cartas. Acaso hemos discriminado injustamente las estructuras preverbales capaces de anteponer la emoción o los sentidos a la lógica del lenguaje. Sí, me aterré al dimensionar la inmensa fragilidad de nuestras redes neuronales, lo poco que hace falta para desbaratar los cimientos de nuestro racional palacio de certidumbres. Y también medité (y eso acaso sea lo más fascinante) que en un mundo cartografiado enteramente por Google Maps, los hoyos negros de nuestra mente siguen siendo los auténticos mares inexplorados, ignotas rutas pobladas de abismales monstruos que no acertamos a comprender. En fin, pensé muchísimas cosas pero acaso todo pueda sintetizarse en que Jesús Ramírez escribió un pinche señor librazo que vale la pena releer de inmediato.
El Gato se ha mudado de mar. Habitaba en el calor del Caribe y lo he traído a impregnarse de la fría brisa del Pacífico bajacaliforniano. En cualquier caso este litoral no le es ajeno a Bugnicourt O’Hara. Hay una esencia bucanera en la novela pata de perro de Roberto Bardini, ese espíritu de viejo truhán curtido en malamuerteras cantinas de puerto que se lleva la vida por delante y la toma por asalto como aconseja Rafael Falora. Por un momento recordé cuando en mi niñez me hablaba de tú con el Corsario Negro y Sandokán de Salgari, antes de subirme a la barca con Conrad para navegar al corazón de mis propias tinieblas. Aquí yace un perro policía amigo de un gato delincuente se lee en la empuñadura de un machete. Suena Pink Floyd y el tintinear de los hielos en mil y un vasos de whisky. Todo eso es Bardini. Navego sin prisa por la bahía de la antigua Honduras Británica mientras las figuras de Edu Molina me miran desafiantes a los ojos. El Gato afila sus zarpas y la lluvia de octubre irrumpe con la tarde.