Fue en la víspera del verano 2011 cuando Sergio Pitol visitó Tijuana por última vez. Su salud ya estaba muy mermada y apenas podía pronunciar palabra, pero estuvo ahí, a pie firme, mientras los lectores congregados en el Cecut le decíamos lo que su obra ha significado para nosotros. Aquella vez le pedí una dedicatoria para Iker en la primera página de Los cuentos de una vida, acaso la mejor antología del cuento universal que tengo en mi biblioteca. Lo que no supe, hasta varios años después, es que el gran Alfonso Foto Lorenzana captó el momento y Jaime Cháidez Bonilla lo publicó en Identidad.
Recuerdo la primera vez que vi a Pitol en Tijuana, en el otoño de 2003. Dio una conferencia sobre Nostromo de Conrad. A partir de entonces empecé a sumergirme el universo conradiano. Tanto me influyó, que aquella conferencia inspiró el título de mi ensayo Cartógrafos de Nostromo. Hace un año, cuando fui a la Feria de Xalapa, tenía la ilusión de poder verlo, pero por primera vez Pitol brilló por su ausencia. "Ya no lo dejan salir de su casa, lo tienen en una suerte de reclusion", me dijeron. Hubo un tiempo en que la edición de bolsillo de El arte de la fuga era omnipresente en la bolsa interior de mi inseparable chaleco de mezclilla, una suerte de amuleto y compañero de viaje. Hoy duele esta orfandad. Tienes razón Sergio: Toda estancia es temporal, toda vida es pasajera. Vivir es quedar al margen. No hay exilio más grande que el exilio interior.
Y al llegar a cierta edad reparé en que nadie mejor que Sergio Pitol ha definido y sintetizado aquello que somos: Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.
Sabía que tarde o temprano se daría esta noticia, pero no por ello es menos triste. Se nos fue el primer gran excéntrico, el auténtico híbrido. Hace poco me hicieron la clásica pregunta sobre el libro que me llevaría a esa mentada y deseada isla desierta. Les dije que la antología Los cuentos de una vida compilada por Pitol sería la mejor alternativa. A Pitol le agradezco su prosa monotrema, pero también (y sobre todo) por haberme marcado el camino y las puertas hacia tantos autores: Gógol, Chéjov, Conrad, Grombrowicz. En realidad a Pitol le agradezco muchas cosas. Algo que huele a orfandad y saudade impregna el café de esta mañana.