Eterno Retorno

Saturday, November 19, 2016

El centro neurálgico del relato yace en la casona quemada y en el dolo inocultable del incendiario. En torno al iniciador del fuego sobrevive algún vestigio que remite a una camisa de cuadros leñadores, pelo largo y rala barba. La otra certidumbre es la de un lago frío y descomunal. Una circular cartografía acuática bordeada por una carretera. El pirómano (y acaso lo más honesto sea ceder a la confesional primera persona) lleva la delantera en su fuga (¿huye en moto y lo persigue una camioneta? ¿O acaso el motociclista es el perseguidor?). Otro improbable jirón de duermevela habla de 150 kilómetros recorridos en frenética persecución y la apoteótica escena final es la imagen de la mansión en llamas contemplada (por mí o por el incendiario, qué más da) desde un escondite entre los árboles en la otra orilla del lago. Las lenguas de fuego destellan en las aguas. Aún es noche cerradísima en aquel villorrio de taiga.

Wednesday, November 16, 2016

Salinas Basave, Daniel. El lobo en su hora: la frontera narrativa de Federico Campbell. Por Martín Camps

Daniel Salinas Basave estudia la obra de Federico Campbell (1941-2014) retomando el título de su columna titulada “La hora del lobo” que el escritor tijuanense escribía en la revista política Proceso. Como escribe Elmer Mendoza en la introducción, Federico Campbell: “es, ante todo, un escritor de frontera. La frontera entre el sueño y la vigilia; entre la memoria y la fábula; entre la calma y el arrebato; dividido y fragmentado; rehén entre literatura y periodismo, ese romance de tormentosa naturaleza, de convivencia casi imposible” (11). En efecto, Campbell es un “escritor en el borde, un habitante del umbral” (14) que sitúa su imaginación en una Tijuana que el autor construye con el papel cebolla de la nostalgia. El libro de Salinas Basave es lo que podríamos denominar un “testimonio crítico” o “crónica biográfica” escrito desde la perspectiva de alguien que ha tenido la oportunidad de tratar al autor en talleres, conversaciones, encuentros y en entrevistas que transformaron su propia experiencia literaria. Campbell reconocía que la vocación de un escritor puede tener fecha de caducidad, que se puede escapar como arena entre los dedos. Así lo revela en una conversación con Salinas Basave: “A lo mejor uno solo es escritor durante un tiempo limitado. A lo mejor yo he dejado de ser escritor” (16). Por supuesto, Campbell nunca dejó de ser escritor, pero demuestra su capacidad de autorreflexión e interés en el proceso de la escritura, es sabido de sus indagaciones neurológicas para entender el cerebro creativo. En un capítulo posterior, Salinas Basave explora en la condición de Bartleby de Campbell, sus períodos de depresión y agrafía: “Hay quien equipara la sequía narrativa al enfriamiento de la libido, pues la sensación puede llegar a ser odiosamente similar. Cuando la ceniza mojada lo cubre todo, las palabras son ruido absurdo y los cuerpos bultos de carne. La piel o el párrafo perfecto pueden transformarse en tedio y vacío cuando el deseo está muerto. Cuando la lumbre se ha apagado sólo queda el desierto de la mañana, el sinsentido que todo lo infesta. La soberana inutilidad de toda arquitectura prosística, la estupidez yaciente en el afán de contar historias, las palabras como gusanos sobre una bolsa de basura” (114). En efecto, la escritura es también una negociación con el silencio, con encontrar algo que valga la pena ser dicho, y exorcizarse de la palabrería y evitar las tentaciones del sinsentido de una obra prolija, pero que no comunique nada. El libro es un testimonio crítico que traza líneas para definir el pensamiento de Campbell, su excentricidad, su estar en otra parte imaginando, urdiendo historias. El libro también dialoga con las obras del autor, por ejemplo con la biográfica La clave morse donde aparece la figura conflictiva del padre quien era telegrafista en Tijuana y cuyo conocimiento de la clave morse lo liberaba de trabajar bajo los soles norteños. El apellido extranjero, nos relata Salinas Basave, correspondía al abuelo de Federico que era un Americano de Virginia. Para trazar la semblanza, Salinas Basave entrevista a Sarina, la hermana de Campbell, para obtener datos biográficos de Federico, por ejemplo que nació muy cerca de la frontera en Tijuana, en la calle segunda, en 1941. Su padre era alcohólico y trabajaba en el telégrafo, un puesto al que renunció en un arranque dipsómano antes de recibir su jubilación. Salinas Basave traza la historia de Campbell con la historia de Tijuana, el ambiente de miedo que se vivía durante la Segunda Guerra mundial, por ejemplo, cuando se pensaba que bombarderos japoneses llegarían a las costas de Tijuana o cuando nos relata sobre la persecución a los tijuanenses de origen japonés, entre ellos uno de los primeros fotógrafos de la ciudad, Kingo Nonaka. Federico salió de Tijuana para ir a Hermosillo a estudiar la preparatoria como una manera de alejarse del padre alcohólico y allá se enteraría en un periódico de que su padre había sido atacado a puñaladas en una de las calles de Tijuana. El hijo regresa a Tijuana donde lo ve por última vez. La juventud de Federico estuvo marcada por las lecturas, sobre todo de Sartre y Camus. Más adelante se presenta la oportunidad de ir a Italia, una experiencia que le cambiaría la vida y donde leería a Pavese, Moravia y sobre todo Sciascia (daría el “sciaciazo” como decía). A su regreso, su madre quería que estudiara la carrera de leyes, pero Federico le responde categórico: “Si tanto te interesa la carrera de leyes estúdiala tú” (45). Federico se mudó a la Ciudad de México donde participó en el legendario taller de Juan José Arreola donde también participaba Gustavo Sainz y José Agustín. Después, gracias a su conocimiento del inglés, se iría con una beca a Minnesota a estudiar periodismo en 1967. Como hemos dicho, el libro de Salinas Basave nos remite a libros importantes de Campbell y a otros no tan conocidos como el caso de las entrevistas de Infame turba donde incluye autores españoles que entrevistó durante su estancia en Barcelona, autores que se explayaron con gusto ante las preguntas del mexicano, en un tiempo cuando estaba presente la amenaza de la censura franquista. Estas entrevistas, como nos revela Salinas Basave, fueron recopiladas por Campbell como una exploración personal para responderse a sí mismo el por qué de la escritura. Después haría otra antología de escritores mexicanos entre ellos, su maestro Arreola, Benítez, Lizalde, Becerra. También Campell iniciará la editorial “La máquina de escribir” que publica con su sueldo que obtiene por dirigir la revista Mundo Médico y en cuya editorial publican por primera vez autores como Juan Villoro, David Huerta, Carlos Chimal, entre otros. Su paso por la revista Proceso al que ingresó en 1977 fue su periodo de realización profesional donde se ganó el apodo de “Fede Erratas” por su rigor ortográfico y de estilo. En esta época escribió también su novela más compleja, Pretexta, a pesar de la carga de trabajo en la revista que se formó después del golpe al Excélsior en 1976 que estaba a cargo de Julio Scherer García. Un parte aguas en la vida de Campbell fue su matrimonio con Carmen Gaitán, entonces editora de Océano, lo que significó un antes y un después en la vida de Federico, con ella llegó el orden y la calidez en su vida, fue su gran amor e interlocutora de largas conversaciones. Ella es quien le aconseja sumirse en la literatura y dejar su intenso trabajo periodístico en Proceso. Salinas Basave también recupera algunos de los ensayos escritos por Campbell por ejemplo sobre Rulfo o su gran estudio sobre Sciascia que es reconocido en Italia como uno de los ensayos más dilucidadores de la obra del escritor de Racalmuto, escrito en un estilo innovador que dialoga con uno de sus contemporáneos y como bien acota Domínguez Michel (citado por Basave) un ejercicio muy poco común en la literatura mexicana: el diálogo entre escritores mexicanos con sus contemporáneos de otras latitudes. Salinas Basave hace una crónica precisa de los últimos meses de vida del escritor tijuanense, escribe: “Llovía y había poquísima gente en el hotel. La sensación fue rara, alucinante e intensa. Un mes después, en enero de 2014, vi por última vez a Federico Campbell durante una charla sobre la obra de Juan Rulfo en el Centro Cultural Tijuana. Tres semanas después murió. Lo primero que hice la tarde también lluviosa de sábado en que recibí la noticia de su deceso, fue releer por tercera vez Transpeninsular como si tuviera la consigna de develar un enigma o cerrar un círculo” (97). Esta lectura fue lo que incitó a Salinas Basave para escribir este libro. En las últimas secciones, el autor detalla los últimos momentos de Federico, su conferencia sobre Rulfo que versaba sobre el silencio rulfiano. Federicó murió en el 2014 de influenza, un año terrible para la literatura cuando partieron también José Emilio Pacheco y Vicente Leñero. Rescato el final del libro, cuando despiden sus cenizas en Sonora, un espacio muy importante para él, especialmente Hermosillo donde transcurrió su primera juventud. “Al llegar el alba caminaron entre los saguaros y abrieron la urna. Alguien leyó una página de Padre y memoria. Los rodeaba el silencio y un horizonte rojizo. Cada uno fue tomando un puño de ceniza y el viento se encargó de esparcirla y retornarla poco a poco al útero de arena.” (160). En resumen, El lobo en su hora: la frontera narrativa de Federico Campbell es un libro muy sólido, formidablemente escrito con una prosa fluida que se construye como un testimonio crítico o crónica biográfica que reflexiona a profundidad en la obra y el contexto de Federico Campbell, lo coteja con otros autores norteños como Elmer Mendoza, Luis Humberto Crostwaite, Heriberto Yépez, Gabriel Trujillo, Rafa Saavedra que el autor leyó y con quienes tuvo un diálogo importante. Con la partida de Federico Campbell se abre un hueco en las letras tijuanenses, pero como el libro de Salinas Basave nos invita, es importante retornar y releer la obra de Campbell, estudiar su entrevistas, ensayos y novelas para sostener un nuevo diálogo y continuar la conversación con este autor, que como revela también Salinas Basave en sus páginas, dejó unas obras inéditas inconclusas que es muy probable que salgan a la luz en un futuro próximo. Martín Camps University of the Pacific

Monday, November 14, 2016

En torno a la ceguera del Abuelo no tengo certeza alguna, aunque todavía puedo sentir su brazo en mi hombro y su paso vacilante al descender por la esclarea asesina. En cualquier caso todo ello es olvidable. No así el tecleo intermitente de la Remington negra (¿o era acaso una Olivetti gris?) Un tecleo espectral y necesariamente siniestro. Las teclas aporreadas por la eternidad en la libresca covacha donde fui concebido entre papeles con hedor a mil y una humedades, lomos vejestorios de Austral y Espasa Calpe, prófugos quijotes y olvidadas filosofías. Irrumpe la máquina y de madrugada comienza la danza de los demonios, las familiares risotadas del yo monstruo, mi ordinaria licantropía, mi aullarle al infierno en plan ritual de lo habitual. El abuelo sigue escribiendo la historia en donde yo soy el nagual de tu abominable duermevela.

Ha sido el 2016 un año pataperro y tempestuoso con un otoño pasado de jarcorero. Hasta la pasada primavera yo tenía cuatro libros publicados, pero al llegar a noviembre resulta que tengo nueve. Este quinteto de libros se publicó entre el 13 de mayo y el 26 de octubre. Ignoro cuánto tiempo vaya a durar mi vida, pero creo que difícilmente volveré a vivir un año con tan intensa actividad editorial. Tampoco es lo ideal publicar cinco libros en un periodo de seis meses, pero así se fue alineando la cosecha. No fue un capricho ni me los saqué de la manga para autopublicarlos. Salvo por Predrag, que salió del baúl a invitación expresa de mi editor Rafael Rodríguez, todos los demás fueron libros que fueron valorados por un jurado y tuvieron que ganarse su lugar compitiendo con muchos trabajos. Si no hubieran ganado posiblemente jamás habrían visto la luz. Claro, todo esto es la cosecha resultante de tres años de siembra. En 2013, 2014 y sobre todo 2015 me desparramé en una tormenta de escritura, cosa que por desgracia no ha ocurrido en 2016. En este año me la he pasado corrigiendo y editando cada uno de estos libros con diferentes equipos de trabajo, todos muy profesionales. También he sido jurado en tres certámenes. Sin embargo, lo verdaderamente intenso ha sido salir a pasear los libros. Tan solo entre el 19 de octubre y el 8 de noviembre abordé once aviones y tuve 21 presentaciones (charlas, mesas redondas etc) en ocho ciudades diferentes (y todavía falta Guadalajara). Ello por no hablar de entrevistas (presenciales y telefónicas) y de la nutrida actividad que hubo en primavera con la salida casi simultánea de Vientos de Santa Ana y Dispárenme como a Blancornelas. Han sido días enriquecedores en donde he conocido a algunas personas extraordinarias y he podido convivir y compartir lo que hago en lugares improbables. A donde voy siempre encuentro por lo menos un cómplice lector que es capaz de sorprenderme con una pregunta, un comentario o un detalle. A todos los que hacen posible este peregrinaje (los chingonsísimos equipos de trabajo que están detrás de ferias, encuentros, festivales) a los que me llevan y me traen y a todos los que se han tomado el tiempo de acompañarme sólo puedo dejarles en prenda mi gratitud total. Hay detalles que no olvido nunca. Disfruto mucho haciendo esto, pero cuando ando de vago casi no escribo y eso es terrible. Además extraño a mi familia. Por ahora ha llegado el momento de volver a encerrarme y ponerme en modo ermitaño. Falta viajar a la FIL tapatía y aún están pendientes de publicarse Bajo la luz de una estrella muerta (Premio Sor Juana) y Cartógrafos de Nostromo (Premio Malcolm Lowry que no tiene para cuándo) pero por ahora es momento de volver al cubil. Esta mañana sólo me resta enviar un fuerte abrazo rompehuesos y un honestísimo gracias a todos los que me han dado una mano en este año inolvidable.