En las redacciones de los principales periódicos del mundo el obituario de Fidel Castro fue armado desde hace más de dos décadas. Las ediciones especiales estaban ya trabajadas, listas para publicarse el día de su muerte. Monteiro Rossi, personaje de la novela Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, existe en no pocos medios de comunicación. Armar obituarios de gente viva es labor de periodistas previsores. En uno de tantísimos cursos y seminarios que tomamos en los años fundacionales de Frontera, un editor español nos recomendaba ir trabajando con calma un archivo luctuoso. Su recomendación fue hacer una lista de celebridades mundiales, nacionales y regionales cuya muerte estuviera a la vuelta de la esquina. Vaya, hay personajes que tienen el mal detalle de morirse a las diez u once de la noche y ahí tienes a los pobres reporteros y editores armando la cronología biográfica, buscando fotos antiguas y pepenando reacciones plañideras en la madrugada. Para que la muerte no nos tome por sorpresa e interrumpa una dulce borrachera reporteril, lo mejor es tener ya armada la edición especial de obituario y simplemente apretar un botón para poder desplegar esas páginas que llevan varios años debidamente acomodadas, acechando como zopilotes al moribundo, aguardando pacientes al cadáver para ahora sí poder ser publicadas. Por supuesto el primer ejemplo que llegó a la mente del editor español fue Fidel Castro, el muerto viviente por excelencia. Creyente como soy en el arte de morir a tiempo, pienso que uno de los peores destinos para un personaje histórico es aguardar la muerte con sus obituarios ya debidamente armados en todos los periódicos. Neil Young ha dicho una de las grandes verdades de la humanidad: es mejor arder que dormir oxidado. Fidel llevaba décadas siendo puro óxido, una lata cuya fecha de caducidad quedó atrás hace mucho tiempo. Su único papel en este mundo era aguardar la muerte física, pues políticamente ya era cadáver. El buen timing de la muerte determina la posteridad y suele operar prodigios. Si de verdad quieres ser inmortal debes morir a tiempo. Pregúntale a Che Guevara o a Roberto Bolaño si no me crees. Pregúntale a Kennedy o a Colosio. Lo ideal es decir adiós cuando aún queda (en teoría) una larga historia por escribirse. El relato de lo que pudo haber sido en el futuro que nunca llegó suele ser apasionante e idílico. La historia de lo que fue suele ser herrumbre y decadencia. Para Castro ya no había historia de lo que pudo ser. Todo fue y casi todo se pudrió en un tiempo extra con complejo de eternidad. Lo siento comandante: el arte de morir a tiempo es asunto de dioses, pero tú, como los jodidos mortales, fuiste condenado a vivir.
PD- Por lo que a mis creencias respecta, sólo puedo decir que los dictadores suelen repugnarme por igual, sean de derecha o de izquierda. Un dictador es un dictador. Punto. A todos los hermana su vocación de pisotear libertades. Pestilente me ha resultado siempre la derecha cubana de Miami (clave en el triunfo de Donald Trump) como risible (y diría hasta tierna) la estirpe de nostálgicos trasnochados que yacen llorando a su comandante con canciones de Silvio.
Saturday, November 26, 2016
Wednesday, November 23, 2016
El moribundo brillo del faro se derrite entre el manto de niebla y el Yori, siempre acelerado e hiperactivo, consuma el milagro de fijar la mirada en un solo punto. La luz en el horizonte tiene un poder hipnótico. Los mil demonios que infestan su cabeza quedan quietos y cada músculo de su cuerpo va entrando lentamente en una calma letárgica.
El Yori Brabante se está quedando dormido en su silla reclinable y acaso el amanecer lo hubiera encontrado ahí, gozando de un sueño profundo en su balcón de lujo frente un Pacífico embravecido, pero al publicista no le será dado ver la nueva luz.
Su paranoia de cocainómano y ese sexto sentido siempre en alerta deben haber sucumbido a la hipnosis o a la modorra o de otra forma no se explica cómo es que el Yori no haya siquiera percibido la repentina irrupción a la suite. Tan sólo tiene tiempo para sentir la firmeza de un brazo izquierdo aprisionando su pecho contra la silla y un segundo después la punta de un cuchillo rajándole la yugular. Un único corte, tan preciso como profundo, capaz de abrir un tajo horizontal sobre la bifurcación carótida que pronto deviene en sangrienta catarata, un geiser rojo desparramándose sobre la terraza.
Que la muerte no fue instantánea se deduce del hecho que Sergio Brabante haya alcanzado a ponerse de pie con las dos manos sujetando su garganta abierta, aunque tampoco le es dado llegar muy lejos. Frente a él se interpone el cristalino barandal del balcón sobre cuyo borde queda doblado con los ojos abiertos petrificados sobre el vacío y la sangre goteando 21 pisos abajo. El primer destello del amanecer irrumpe furtivo en el litoral y acaso el retumbar del oleaje haya ahogado el grito que nadie escucha. El Pacífico anda en plan bravo esta mañana.
Sunday, November 20, 2016
Cada vez son más frecuentes los amaneceres en que su nariz y garganta parecen transformarse en un iceberg alcaloide. De nada le vale a Aurelio Vallisoletano pagar tan bien por la más fina coca del mercado, pues la única certidumbre es que llegado el final de la noche arribarán puntuales los millones de hormigas que siente caminar bajo su epidermis y la sensación de que paredes nasales y esófago se han transformado en un frío torrente pastoso. Por herencia le queda un omnipresente retrogusto químico y la certeza de tener pústulas de droga obstruyendo el aparato respiratorio. Las madrugadas blancas empiezan a cobrar factura con su saldo de taquicardias y sudores fríos como el que lo ha arrojado cama afuera poco antes de las cinco de la mañana. Tampoco la calentura ni el onanismo compulsivo tienen sosiego pero aunque una permanente galería de imágenes sadomasoquistas desfila en su mente en forma de dispositivas, las erecciones brillan por su ausencia.