Eterno Retorno

Friday, March 20, 2020

Hay una buena dosis de drama y tragedia en la historia del Atalanta de Bérgamo. Su apoteosis en un torneo internacional fue la antesala del peor Apocalipsis en la historia de la ciudad. Bérgamo es hoy en día la casa del horror, el centro neurálgico de la peste que ha puesto en cuarentena al mundo. Las imágenes de sus desoladas calles por donde circulan camiones cargados de ataúdes me hacen pensar en El Triunfo de la Muerte, el cuadro pintado por el flamenco Pieter Brueghel. Atalanta Bergamesca Calcio es uno de los equipos más tradicionales del futbol italiano y con una afición más leal. Siempre a la sombra de sus poderosos vecinos regionales, el Milán y el Inter, Atalanta lleva más de un siglo compitiendo modestamente entre ascensos y descensos. Nunca en sus 113 años de historia ha ganado un Scudetto. En la temporada 2018-2019 logró lo que nunca en más de un siglo: quedar tercero en la liga y clasificarse para jugar la Champions. En el torneo internacional ocurrió lo increíble: superó la primera fase y se instaló en los octavos de final en donde enfrentaría al Valencia en lo que ha pasado a la historia como el partido envenenado. Más de un epidemiólogo ha dicho que el partido de Atalanta contra los Naranjeros tuvo mucho que ver en la aceleradísima propagación del virus en la región. El partido de ida se jugó el 19 de febrero en la vecina Milán, a 60 kilómetros de Bérgamo, con estadio lleno, cuando la epidemia ya estaba haciendo de las suyas en Lombardía. Atalanta goleó 4-1. Todo era felicidad y euforia. El partido de vuelta se jugó dos semanas después a puerta cerrada en el Mestalla, lo que no impidió que más de 3 mil aficionados de Bérgamo se trasladaran a Valencia y celebraran en sus calles, donde también se había congregado en gran número la peña naranjera. Atalanta volvió a ganar 4-3 y el global quedó 8-4. Parranda total. Se acababa de consumar la más gloriosa hazaña futbolística en 113 años para ese humilde equipo mientras el manto de la Muerte caía sobre la región lombarda. ¿Cuántos aficionados del Atalanta habrán muerto en los últimos días? ¿Cuántos de los que acudieron al partido envenenado yacen dentro de las caravanas de ataúdes rumbo a los crematorios? Hace algunos años, en mayo de 2001, a Carolina y a mí nos tocó ver al Atalanta de Bérgamo en el Olímpico de Roma, jugando contra la Loba de Batistuta que dos semanas después ganó el Scudetto. Roma lo ganó 1-0 con gol de Vicenzo Montella, pero Atalanta, que fue séptimo en esa temporada, fue un hueso durísimo de roer. Recuerdo a su pasional afición, confinada al corralito de los visitantes, tratando de hacerse oír entre la ensordecedora euforia romana. Me apasionan estos dramas de euforia y dolor asociados al futbol, la historia del eterno perdedor que ve su resplandor de gloria un minuto antes del Apocalipsis. Algo se está cocinando en mi Remington neuronal.

Thursday, March 19, 2020

Pues resulta que nuestro vecinito ya declaró la cuarentena obligatoria. Hace unos minutos escuchamos al gobernador californiano Gavin Newsom dar un sobrio pero inquietante discurso. Sin aspavientos ni dramas, informó que California cuenta con capacidad de atender a 87 mil pacientes en sus 416 hospitales, pero la estimación es que la capacidad será simplemente insuficiente, pues el cálculo es que el 57% de los californianos se van a enfermar. Ante semejante situación, el gobierno ya se puso a habilitar dormitorios universitarios e incluso hoteles y moteles que podrán fungir como hospitales. No son enchiladas que California se paralice. Si fuera un país, el vecinito sería la quinta economía de este planeta. Yo creo que desde los tiempos de Pearl Harbor, cuando los californianos temían ser invadidos por los japoneses, no se vivía semejante parálisis. Claro, aquí en Tijuas uno podría estar muy tranquilo diciendo que eso pasa allá y no aquí, pero sucede que la frontera más cruzada del mundo es la nuestra. No solo somos el corredor comercial binacional más grande, sino que compartimos ecosistema, agua y decenas de miles de habitantes que van y vienen todas las semanas y cuya existencia transcurre a ambos lados de la frontera. Si California estima que el 56% de su población se va a enfermar ¿podemos considerar números similares en Baja California? Los vecinos tienen 416 hospitales y pueden atender a 87 mil pacientes. ¿Cómo andamos nosotros? Según los datos oficiales de Coplade (gracias al Twiter de Heriberto Yépez por el tip) en nuestros hospitales públicos contamos con 2 mil 229 camas. No más. Según el último censo, en Baja California somos tres y medio millones de habitantes, (aunque es obvio que para estas fechas ya pasamos de los cuatro millones). Si nos pusiéramos en plan muy benévolo y la peste afecta solo al 10% de la población bajacaliforniana, tendríamos 350 mil enfermos. 350 mil enfermos para 2 mil 229 camas, solo si se enferma el 10%. A ver, venga el problema razonado de la primaria: ¿Cuántos enfermos deberán acostarse en cada cama para poder atenderlos a todos? Saquen la cuenta. Moraleja: mejor nos vamos encomendando al santito del amuleto porque esto ya huele a Pure Fucking Armagedón.

Wednesday, March 18, 2020

Repites por enésima vez tu historia. Aquella era su última noche en Quintana Roo, su avión despegaría rumbo a Guadalajara a las 7:30 de la mañana y ustedes decidieron ahorrarse el hotel y aguardar a la intemperie la salida del autobús rumbo al aeropuerto que tomarían a las 5:00 en la pequeña central, a unos metros del parque donde dormitaban. ¿Había algo de malo en ello? El agente tecleó algo en su computadora sin dirigirte una mirada. Tú repetiste el relato. Aarón simplemente desapareció. Se esfumó en un destello, como si la arena o el mar se lo hubieran tragado. Abriste y cerraste los ojos y tu hijo ya no estaba ahí. Bajo el arco no había nadie. Sólo el Caribe y el negro cielo sin presagio aún del primer destello del alba. No, ni se había ahogado ni había corrido por la playa, de eso estabas seguro. Aarón había desaparecido, como si su cuerpo se hubiera desintegrado abducido por un hoyo negro. Así lo dijiste una vez más: hoyo negro. Has repetido esa frase más de diez veces en la última semana y la única respuesta son miradas de sospecha e incredulidad

Una aldea infectada

En la aldea globalizada del Siglo XXI, comer una sopa de murciélago en un mercado de Wuhan puede resquebrajar los cimientos del mundo occidental y su economía. De pronto, en los albores de la primavera 2020, la vida de millones de seres humanos se ha alterado por completo. En Seúl o en Milán, en Madrid o en San Francisco, en Hong Kong o en Los Ángeles hay una multitud confinada puertas adentro de sus hogares. Hoy más que nunca somos contemporáneos de todos los hombres. Pase lo que pase, la única certidumbre es que esta contingencia ya ha alterado nuestras vidas como ningún hecho en la historia reciente. Vaya, normalmente los fenómenos que ponen a bailar la misma canción a una multitud en decenas de países, son los grandes eventos deportivos como el Mundial de futbol, pero hoy por vez primera una emergencia sanitaria ha sentado sus reales y ha descarrilado el tren de lo cotidiano. En 1348 la Peste Negra viajó de Asia a los puertos italianos y mató a más de la mitad de la población de Europa, pero en la ignota América nadie se dio por enterado. Vaya, incluso en regiones europeas entonces aisladas e inaccesibles como Islandia o Finlandia, la mortal epidemia pasó de noche y no registraron un solo caso mientras que en Italia y Francia la peste bubónica extinguió pueblos completos. El mundo había cambiado mucho en 1918 y el virus de la injustamente llamada gripe española viajaba en barcos y en trenes junto a los combatientes que retornaban de la Gran Guerra. Ya era un mundo comunicado pero aún estaba lejos de transformarse en la aldea planetaria en donde hoy habitamos. Claro, con todo y los limitados medios de transporte de hace cien años, la influenza se las arregló para matar a más de 50 millones de personas. Personajes como el pintor Gustav Klimt o el poeta Apollinaire cayeron víctimas de aquella pandemia. Pues bien, el hogar del homo sapiens en 2020 nada tiene que ver con el de hace un siglo. Hoy la humanidad entera parece habitar en aviones y aeropuertos. Nuestros cuerpos son incubadoras de bichos a los que llevamos de acá para allá, surcando los cielos y las carreteras. En 2020, una cepa recién mutada en la China profunda puede estar en cuestión de horas esparciéndose en América o Europa. Es entonces cuando reparamos en que el planeta Tierra es un pueblito en donde todo absolutamente está interconectado. Aunque quieras vivir de espaldas al mundo como López Obrador la realidad se encarga de escupirte una cepa infecciosa a la cara. Es entonces cuando reparamos en lo mucho que necesitamos a los científicos, los epidemiólogos, los cazadores de microbios que invierten su vida entera en la búsqueda de una vacuna. Filántropos millonarios como Bill Gates donan millones a la investigación científica mientras políticos ególatras como Trump y Obrador simplemente los desdeñan. Algunas o muchas cosas cambiarán a partir de la irrupción del Covid en nuestras vidas. Por desgracia, el terremoto macroeconómico se llevará de encuentro a muchos pequeños y medianos negocios. Tal vez se masifique aún más el trabajo a la distancia y las juntas virtuales y a lo mejor algo se mueve en el anquilosado chip de algunos gobiernos y por primera vez empezaremos a darle a la ciencia algo más que sobras y migajas.

Te hiere la larga lista de los inmortales que murieron más jóvenes que tú. No los integrantes del estereotípico club de los 27 y los promotores del cliché de la muerte joven, sino de los que a tu edad ya habían vivido tres vidas intensas y yacían en un otoño con cara de invierno. Cuando uno lee El general y su laberinto de García Márquez, puede imaginar a Simón Bolívar como un viejo moribundo. Parte el alma leer cómo intentó sin éxito revivir con Manuelita Sáenz las acrobacias sexuales de antaño solo para concluir que los tiempos en que la manzana del placer era fruta fresca habían quedado muy atrás. La pasión ya es pura nostalgia en penumbra a la edad del Bolívar agonizante descrito por Gabo. Lo escalofriante es comprobar que el Libertador murió a los 47 años, es decir, solo dos más que tú. ¿Envejeció? Date cuenta, carajo: un tipo de tu edad es descrito como un cuerpo en ruinas para quien no hay más futuro que el lecho de muerte, mientras tú te aferras a mirarte a ti mismo como alguien a quien aún la falta mucho por vivir, el poseedor de un mañana casi ilimitado, cuando la realidad es que a estas alturas tu pasado ya es mucho más extenso que tu futuro. Ni hablar de Elvis. A diferencia de Morrison, Hendrix y la Janis, el Rey del Rock murió gordo y vejestorio, inmerso en la inocultable decadencia de quien vivió la vida como un tren bala, pero no murió tan a tiempo para aspirar a ser un bello cadáver. Vivió años de más y envejeció mal: Presley rechoncho, fofo y abotargado dando lástimas en Las Vegas, un cachetón decadente que olvida las letras de sus canciones y se cotonea torpemente sobre el escenario. To old for rock and roll, un pobre abuelo a quien sentó mal el envejecimiento, pero sucede que al derrumbarse en el baño después de pujar con ahínco para vencer su crónico estreñimiento, Pelvis tenía solo 42 años, tres menos que tú. El arte de ser decadencia. Ni hablar del club de los 39, redimido al menos por el oportuno asesinato capaz de conjurar la corrosión. Madero, Zapata, Che Guevara. Poe se murió de 40 cuando sobre su cuerpo habían pasado varios trenes y Baudelaire –sifilítico, demente, zarandeado por la vida- de 46, un año menos que Pessoa, quien también llegó en plan crepuscular. Su obra ya estaba escrita y el otoño apestaba a tiempo extra.

Tuesday, March 17, 2020

Un Bowie bolchevique

Inmersos en la paranoia ante la pestilencia coronada, creo que nadie tendrá un minuto para reparar en que hoy murió Eduard Limónov, el auténtico e irrepetible Bowie bolchevique, acaso el mejor personaje literario con el que me he topado en muchísimo tiempo, con la salvedad de que este tipo era real. El Limónov de Carrère ha sido uno de los mejores libros de cualquier género que he leído en el último lustro. Me lo chuté durante nuestro primer viaje a la Riviera Maya en la Semana Santa del 2015, un año feliz e hiperactivo donde las ideas y la inspiración fluían en torrente. Para que se desintoxiquen del virus monotemático, aquí les dejo en prenda el texto que le dediqué en el suplemento Palabra en aquella alucinante primavera. Un Bowie bolchevique... Si a mi vida no le da por interrumpirse un día de estos, acaso dentro de algún tiempo evocaré la de 2015 como la primavera Limónov. Hay lecturas que marcan un tiempo y el gran libro navaja de esta primera mitad del año es esta sui generis biografía escrita por el francés Emmanuel Carrère. De entrada debo aclarar que padezco una confesa debilidad por cierta clase de excéntricos personajes que parecen empeñados en contradecirse compulsivamente y darse a odiar. Tal vez sea resultado de la malicia de Emmanuel como biógrafo, pero hacía mucho que no encontraba una personalidad tan compleja y contradictoria como la del escritor e insurgente ruso Eduard Limónov. Es fácil detestar a Limónov y colgarle la etiqueta de fantoche, chiflado y oportunista. Lo difícil es tratar de dimensionar la complejidad de su personalidad y entender sus motivos, si es que los hay. Tampoco es sencillo reconocer que dentro de sus terribles contradicciones, Limónov es un personaje brutalmente honesto. Nacido a orillas del río Oka en el verano de 1943 mientras Stalingrado ardía, Eduard Venianímovich creció en Jarkov, Urcrania, donde su padre, guardia del Ejército Rojo soviético, estaba comisionado. Eduard creció en la miseria de una periferia industrial. Su sed de grandeza, su narcisismo y sus brutales contradicciones brotaron desde la temprana infancia. Eduard admiraba a su padre por llevar un uniforme del Ejército Rojo, pero le humillaba que no fuera un héroe de guerra y que no pudiera aspirar a un grado más alto más allá de una modesta posición como guardia de prisiones. Rebelde, soñador, transgresor de la ley y no pocas veces delincuente, Eduard fue vándalo y ladrón en su adolescencia, lo que no estaba peleado con una inocultable vocación por la poesía. Sentía admiración por grandes criminales, lo atraía el glamour y la vida disipada, pero al mismo tiempo era un apologista del régimen de Stalin. Su nombre de guerra, Limónov, lo tomó prestado de un poeta ruso y como tal se inmortalizó. Dentro de su extraño credo, detestaba el discurso anti-gulag de los exiliados, pero hizo demasiados esfuerzos por conseguir exiliarse de la Unión Soviética en los años 70 para irse a radicar al Nueva York de Andy Warhol, Lou Red, los Ramones y el CBGB. En las calles de la Gran Manzana fue yonqui y prostituto, un vocacional sodomita con facha de David Bowie que defendía al estalinismo mientras narraba con prosa bukowskiana cómo era enculado por negros de penes grandes, lo cual no le impidió trabajar como mayordomo para un excéntrico multimillonario neoyorkino. Su prosa irreverente y descarnada lo llevó a París en los años 80, donde se transformó en un ídolo de aspirantes a poetas malditos, hasta que retornó a Rusia con la Perestroika para poco después unirse al ejército serbio y participar como mercenario en el sitio de Sarajevo junto a infames genocidas como el Tigre Arkan y Radovaán Karadzic. En la era de Vladimir Putin funda en Rusia el Partido Nacional Bolchevique, una suerte de utópico refugio para jóvenes marginados y punks de deprimidas aldeas a las que el nuevo capitalismo ruso sumió en la indigencia. Huésped por igual de palacios y prisiones, hedonista y espartano, fascista y anarquista a un mismo tiempo, la vida de Limónov es un retrato descarnado, extremo y tragicómico de la condición humana en la Rusia contemporánea, desde Stalin a Putin, de Solyenitzin y Bulgakov a Politkóvskaya. No es precisamente un Aliosha Karamazov y posiblemente hubiera sido detestado con igual intensidad por Dostoievski y Tolstoi, pero creo que más que un escritor, Limónov aspiró y aspira a ser encarnación pura de la más alucinante novela rusa.

Sunday, March 15, 2020

Sigue la mata dando con los Idus de Marzo

Idus de marzo le llaman a este día y el oráculo recomienda andarse con cuidado. Hace 2 mil 76 años apuñalaron a Julio César en el Senado romano y hace 83 añitos la enfermedad de Bright se llevó al enfermizo Howard Philips Lovecraft. A Julio César no lo conocí por Suetonio o por Shakespeare. Supe de él (como casi todo lo del mundo antiguo) por Astérix y Obélix cuando era niño. De Lovecraft supe (como no podía ser de otra forma) por el Metal. La primera vez que vi escrito su nombre fue en la portada de Live After Death de Iron Maiden, sobre la lápida de la tumba donde yace Edward:"That is not dead which can eternal lie Yet with strange aeons even death may die”. Esta misma frase es pronunciada en The Thing Than Should Not Be de Metallica (quienes ya habían grabado la instrumental Call of Cthulhu), aunque fue Morbid Angel quien me sumergió de lleno a la mitología lovecraftiana. Los Idus de Marzo podrían ser el día internacional de la conspiración y el magnicidio. Quince siglos antes de Shakespeare y dos milenios antes de Colosio y House of Cards, Bruto y Casio inauguraron el arte de la conjura política. Desde entonces no hay monarca, dictador o candidato que no duerma entre sospechas e intuiciones, sabiendo que en su círculo cercano se afilan las dagas. Si le creo al perfil dibujado por Houellebecq en su biografía “Contra el mundo, contra la vida”, Howard Philips sería hoy un perfecto votante de Donald Trump. Las pieles oscuras lo aterraban tanto como la promiscuidad y las multitudes. En sus párrafos apenas aparecen mujeres, no hay pizca de sensualidad y tampoco se menciona nunca alguna cantidad monetaria. Solo escamas, fauces y tentáculos. Acaso Trump es más bien una criatura de Lovecraft. Alguna vez visité Providence y no pocas veces caminé por lúgubres bosques de Nueva Inglaterra en donde hay pueblitos parecidos a Dunwich En fin. Ya llegaron los Idus de Marzo. Lo terrible es que aún no se han ido. Escuchemos ese fabuloso intro de Maiden llamado Ides of March y ya que andamos entrados, escuchamos completito el Killers mientras recordamos a mil y un magnicidas y a los monstruos de las profundidades. (Gracias a Alma Rosa Dorantes por recordarme este texto)

Nadie puede decir que alguna vez haya dejado de ser un trabajador pulcro. Ninguna universidad expide un título de licenciatura que certifique mis habilidades, pero a estas alturas tengo nivel de doctorado. Ejerzo y he ejercido dos profesiones, pero hasta ahora nunca las he mezclado. Por eso este trabajo - que representará mi jubilación definitiva- resulta algo novedoso en mi carrera. Jamás he matado luciendo mi traje de mesero. José de León Toral, que no era ni de lejos un profesional como yo, tuvo el pulso y la sangre fría para dibujar una caricatura de Álvaro Obregón con la misma mano que instantes después empuñaría la pistola y jalaría seis veces del gatillo. Toral no fue limpio y seguro estoy que ha de haber tenido una tembladera de la chingada y un sudor de hielo, pero al final de cuentas fue efectivo y mató al presidente electo. Yo no voy a dibujar una caricatura, sino que voy a preparar una ensalada César siguiendo paso por paso mi teatral ceremonia. Una vez servido el plato, mi mano izquierda empuñará la Beretta y pondrá dos balas (sólo dos) dentro de la cabeza de Claudio del Real Bernat, gobernador constitucional de Baja California. Será mi formal y gloriosa despedida de ambas profesiones.

Si Arsenio hubiera leído a Joseph Conrad, habría reparado en que entraba fatalmente a la línea de sombra. Si hubiera leído a Dante, intuiría bordear la entrada a esa oscurísima selva llamada la mitad del camino de nuestra vida. Si Arsenio hubiera sido más ocioso y por virtud de algún aleatorio googleo errabundo hubiera caído en la página Reihai gi. The Dark Realm of The Prayng Mantis, habría entendido el sentido del florete de plástico, las bototas verdes y las medias rotas de rombos llevadas con agresiva petulancia por la niña oriental.