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Friday, March 20, 2020
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Thursday, March 19, 2020
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Wednesday, March 18, 2020
Repites por enésima vez tu historia. Aquella era su última noche en Quintana Roo, su avión despegaría rumbo a Guadalajara a las 7:30 de la mañana y ustedes decidieron ahorrarse el hotel y aguardar a la intemperie la salida del autobús rumbo al aeropuerto que tomarían a las 5:00 en la pequeña central, a unos metros del parque donde dormitaban. ¿Había algo de malo en ello? El agente tecleó algo en su computadora sin dirigirte una mirada. Tú repetiste el relato. Aarón simplemente desapareció. Se esfumó en un destello, como si la arena o el mar se lo hubieran tragado. Abriste y cerraste los ojos y tu hijo ya no estaba ahí. Bajo el arco no había nadie. Sólo el Caribe y el negro cielo sin presagio aún del primer destello del alba. No, ni se había ahogado ni había corrido por la playa, de eso estabas seguro. Aarón había desaparecido, como si su cuerpo se hubiera desintegrado abducido por un hoyo negro. Así lo dijiste una vez más: hoyo negro. Has repetido esa frase más de diez veces en la última semana y la única respuesta son miradas de sospecha e incredulidad
Una aldea infectada
En la aldea globalizada del Siglo XXI, comer una sopa de murciélago en un mercado de Wuhan puede resquebrajar los cimientos del mundo occidental y su economía. De pronto, en los albores de la primavera 2020, la vida de millones de seres humanos se ha alterado por completo. En Seúl o en Milán, en Madrid o en San Francisco, en Hong Kong o en Los Ángeles hay una multitud confinada puertas adentro de sus hogares. Hoy más que nunca somos contemporáneos de todos los hombres. Pase lo que pase, la única certidumbre es que esta contingencia ya ha alterado nuestras vidas como ningún hecho en la historia reciente. Vaya, normalmente los fenómenos que ponen a bailar la misma canción a una multitud en decenas de países, son los grandes eventos deportivos como el Mundial de futbol, pero hoy por vez primera una emergencia sanitaria ha sentado sus reales y ha descarrilado el tren de lo cotidiano. En 1348 la Peste Negra viajó de Asia a los puertos italianos y mató a más de la mitad de la población de Europa, pero en la ignota América nadie se dio por enterado. Vaya, incluso en regiones europeas entonces aisladas e inaccesibles como Islandia o Finlandia, la mortal epidemia pasó de noche y no registraron un solo caso mientras que en Italia y Francia la peste bubónica extinguió pueblos completos. El mundo había cambiado mucho en 1918 y el virus de la injustamente llamada gripe española viajaba en barcos y en trenes junto a los combatientes que retornaban de la Gran Guerra. Ya era un mundo comunicado pero aún estaba lejos de transformarse en la aldea planetaria en donde hoy habitamos. Claro, con todo y los limitados medios de transporte de hace cien años, la influenza se las arregló para matar a más de 50 millones de personas. Personajes como el pintor Gustav Klimt o el poeta Apollinaire cayeron víctimas de aquella pandemia. Pues bien, el hogar del homo sapiens en 2020 nada tiene que ver con el de hace un siglo. Hoy la humanidad entera parece habitar en aviones y aeropuertos. Nuestros cuerpos son incubadoras de bichos a los que llevamos de acá para allá, surcando los cielos y las carreteras. En 2020, una cepa recién mutada en la China profunda puede estar en cuestión de horas esparciéndose en América o Europa. Es entonces cuando reparamos en que el planeta Tierra es un pueblito en donde todo absolutamente está interconectado. Aunque quieras vivir de espaldas al mundo como López Obrador la realidad se encarga de escupirte una cepa infecciosa a la cara. Es entonces cuando reparamos en lo mucho que necesitamos a los científicos, los epidemiólogos, los cazadores de microbios que invierten su vida entera en la búsqueda de una vacuna. Filántropos millonarios como Bill Gates donan millones a la investigación científica mientras políticos ególatras como Trump y Obrador simplemente los desdeñan. Algunas o muchas cosas cambiarán a partir de la irrupción del Covid en nuestras vidas. Por desgracia, el terremoto macroeconómico se llevará de encuentro a muchos pequeños y medianos negocios. Tal vez se masifique aún más el trabajo a la distancia y las juntas virtuales y a lo mejor algo se mueve en el anquilosado chip de algunos gobiernos y por primera vez empezaremos a darle a la ciencia algo más que sobras y migajas.
Te hiere la larga lista de los inmortales que murieron más jóvenes que tú. No los integrantes del estereotípico club de los 27 y los promotores del cliché de la muerte joven, sino de los que a tu edad ya habían vivido tres vidas intensas y yacían en un otoño con cara de invierno. Cuando uno lee El general y su laberinto de García Márquez, puede imaginar a Simón Bolívar como un viejo moribundo. Parte el alma leer cómo intentó sin éxito revivir con Manuelita Sáenz las acrobacias sexuales de antaño solo para concluir que los tiempos en que la manzana del placer era fruta fresca habían quedado muy atrás. La pasión ya es pura nostalgia en penumbra a la edad del Bolívar agonizante descrito por Gabo. Lo escalofriante es comprobar que el Libertador murió a los 47 años, es decir, solo dos más que tú. ¿Envejeció? Date cuenta, carajo: un tipo de tu edad es descrito como un cuerpo en ruinas para quien no hay más futuro que el lecho de muerte, mientras tú te aferras a mirarte a ti mismo como alguien a quien aún la falta mucho por vivir, el poseedor de un mañana casi ilimitado, cuando la realidad es que a estas alturas tu pasado ya es mucho más extenso que tu futuro. Ni hablar de Elvis. A diferencia de Morrison, Hendrix y la Janis, el Rey del Rock murió gordo y vejestorio, inmerso en la inocultable decadencia de quien vivió la vida como un tren bala, pero no murió tan a tiempo para aspirar a ser un bello cadáver. Vivió años de más y envejeció mal: Presley rechoncho, fofo y abotargado dando lástimas en Las Vegas, un cachetón decadente que olvida las letras de sus canciones y se cotonea torpemente sobre el escenario. To old for rock and roll, un pobre abuelo a quien sentó mal el envejecimiento, pero sucede que al derrumbarse en el baño después de pujar con ahínco para vencer su crónico estreñimiento, Pelvis tenía solo 42 años, tres menos que tú. El arte de ser decadencia. Ni hablar del club de los 39, redimido al menos por el oportuno asesinato capaz de conjurar la corrosión. Madero, Zapata, Che Guevara. Poe se murió de 40 cuando sobre su cuerpo habían pasado varios trenes y Baudelaire –sifilítico, demente, zarandeado por la vida- de 46, un año menos que Pessoa, quien también llegó en plan crepuscular. Su obra ya estaba escrita y el otoño apestaba a tiempo extra.
Tuesday, March 17, 2020
Un Bowie bolchevique
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Sunday, March 15, 2020
Sigue la mata dando con los Idus de Marzo
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Nadie puede decir que alguna vez haya dejado de ser un trabajador pulcro. Ninguna universidad expide un título de licenciatura que certifique mis habilidades, pero a estas alturas tengo nivel de doctorado. Ejerzo y he ejercido dos profesiones, pero hasta ahora nunca las he mezclado. Por eso este trabajo - que representará mi jubilación definitiva- resulta algo novedoso en mi carrera. Jamás he matado luciendo mi traje de mesero.
José de León Toral, que no era ni de lejos un profesional como yo, tuvo el pulso y la sangre fría para dibujar una caricatura de Álvaro Obregón con la misma mano que instantes después empuñaría la pistola y jalaría seis veces del gatillo. Toral no fue limpio y seguro estoy que ha de haber tenido una tembladera de la chingada y un sudor de hielo, pero al final de cuentas fue efectivo y mató al presidente electo. Yo no voy a dibujar una caricatura, sino que voy a preparar una ensalada César siguiendo paso por paso mi teatral ceremonia. Una vez servido el plato, mi mano izquierda empuñará la Beretta y pondrá dos balas (sólo dos) dentro de la cabeza de Claudio del Real Bernat, gobernador constitucional de Baja California. Será mi formal y gloriosa despedida de ambas profesiones.
Si Arsenio hubiera leído a Joseph Conrad, habría reparado en que entraba fatalmente a la línea de sombra. Si hubiera leído a Dante, intuiría bordear la entrada a esa oscurísima selva llamada la mitad del camino de nuestra vida. Si Arsenio hubiera sido más ocioso y por virtud de algún aleatorio googleo errabundo hubiera caído en la página Reihai gi. The Dark Realm of The Prayng Mantis, habría entendido el sentido del florete de plástico, las bototas verdes y las medias rotas de rombos llevadas con agresiva petulancia por la niña oriental.