Blinded by Rainbows
Que dijo mi mamá que siempre
sí. “Invita Cecut a libreros de usado a la Feria del Libro”, publica Frontera. Chingón
colegas. Aplauso. Es de sabios rectificar y enmendar muy a tiempo una decisión errónea.
Bienvenidos
mis queridos marchantes de reliquias a nuestra feria tijuanense. Estoy seguro
de que esto es lo mejor para todos.
Miren colegas, entiendo que
por su origen la nuestra es una feria de libreros y no de editoriales y me he
resignado a que no es el propósito hacerla crecer a nivel Guadalajara o mínimo
Monterrey (cosa que nunca sucederá con este esquema). Entiendo y hasta
justifico que la Unión de Libreros no quiera tener el súper stand mastodonte de
Planeta o Random House robándole la clientela, pero ya dejar fuera a libreros
de viejo que han venido por años a Tijuana me parece que raya en el afán
acaparador. Y ojo, no es real que se trate de una competencia desleal porque asumimos
que el libro usado es necesariamente más barato. Una buena pieza de colección suele
costar más (y lo vale) que una novedad editorial de temporada. En fin, dejemos
que sean los lectores quienes decidan qué libros los seducen. La esencia de
Tijuana y lo tijuanense es la diversidad y la inclusión y por ello nuestra
Feria debe ser incluyente. Les pongo un ejemplo: a mí no me gustan las
librerías cristianas o de cualquier religión y me repugna que una feria libresca
pueda fungir como plataforma para esparcir dogmatismo y mojigatería oscurantista,
pero discípulo de Voltaire como soy, reconozco su pleno derecho a contar con un
espacio para ofrecer sus libros y expresar sus ideas, aunque yo no comulgue con
ellas.
Y una vez más colegas: yo
soy el más feliz de ver resucitar a la fiestan tijuanense de los libros y voy a
apoyarla como he hecho siempre, así que exhorto a los grillos cantores y
apedreadores de rancho a mejor sumarse. Vaya, también hay quienes se regodean
en sus papeles de víctimas y marginados eternos y en el fondo la exclusión les
venía de maravilla, pues les generaba el escenario ideal para el rasgado de
vestiduras que tanto disfrutan. No se hagan bolas colegas: al final del camino yo soy solo un lector al
que le emociona pepenar libros y las todas ferias librescas – grandes o chicas,
oficiales o marginales, de pueblo o de metrópoli- son una fiesta y las trato de
disfrutar por igual. Les juro que en absolutamente todas encuentro siempre un
libro capaz de flecharme.
A las ferias librescas yo acudo ante todo a darle duro a mi vicio pepenador. Como bibliófago que soy, lo que más me emociona es ir a comprar libros. Ya si aparte me invitan a platicar con ustedes y presentarles un cachorro de papel y tinta, pues yo encantado, pero lo que realmente me atrae es buscar libros que no puedo encontrar el resto del año en Tijuana. Es por ello que la mayoría de las veces mi bolsa de compras acaba llena de libros usados, de rarezas que ya no puedo encontrar en una librería.
La cacería más emocionante es cuando hurgas en
una mesa de libros viejos, pues no sabes con qué sorpresa vas a toparte.
Siempre hay un ejemplar oculto, una pieza única que te está esperando y el
encuentro se consuma por acto de embrujo. Por eso una Feria sin libros viejos
es como un café descafeinado, como una cerveza sin alcohol, como un rock sin
guitarra eléctrica o un norteño sin acordeón. Mi respeto y mi apoyo a la Unión
de Libreros, pues ya les he dicho que soy el más contento por la resurrección de
nuestra Feria, pero yo quiero una Feria que incluya y no que excluya, una Feria
diversa y con alternativas. Ya los lectores decidirán qué compran. De todo
corazón colegas, les exhorto a reconsiderar esta errónea decisión.
Habito en una zona árida en donde el agua suele brillar por su
ausencia la mayor parte del año. Nuestra temporada de lluvias, (si es que temporada
se le puede llamar) se limita al invierno y el único periodo del año en que
nuestras colinas y llanos reverdecen, es en las últimas semanas de febrero y
las primeras de marzo. El verde dura muy poco por estos rumbos y la única
certidumbre es que para mediados de mayo habremos recuperado nuestro
tradicional color parduzco y amarillento en donde el único verdor lo aportarán
las cactáceas.
Sin embargo, el reverdecimiento del microcosmos y la inminencia de
la primavera por venir, cumplen con aportarnos la sensación de un renacimiento.
Tampoco me pasa desapercibido el hecho de estar reflexionando
sobre la palabra reverdecer cuando estoy a menos de dos meses de cumplir 50
años de edad.
Tal vez sean viles estereotipos o condicionamientos culturales,
pero hay edades que marcan un umbral.
Entre los mil y un proyectos danzantes en la pista de mi procrastinante cabeza, está
la escritura de un ensayo sobre los quiebres o los giros radicales que trae
consigo la cincuentena.