El 11 de noviembre de 2004, día de la muerte de Yasir Arafat, Carolina y yo estábamos en Viena pernoctando en una pensión regenteada por una familia musulmana. La noticia de la muerte del líder palestino significó un derrumbe emocional para nuestros anfitriones que en plena hora del desayuno se desentendieron de nosotros para entrar en oración. Aquello era un paroxismo luctuoso incomprensible para dos viajeros mexicanos. La familia parecía prepararse para el Apocalipsis. Dos años después, en una madrugada veraniega de 2006, algunos reporteros tuvimos la oportunidad de entrevistar al líder palestino Mahmud Abás en una de las salas del Aeropuerto de Tijuana, en donde su avión aterrizó para cargar combustible. El sucesor de Arafat expresó su disposición a consolidar un proceso de paz y retomar los acuerdos de Campo David, aunque el futuro no lucía promisorio. Releo el libro “Israel-Palestina. La casa de la guerra” publicado en 2002 por el colega Miguel Ángel Bastenier y caigo en cuenta que en sus páginas yace el Mito de Sísifo. Con maestría de buen narrador, Bastenier nos lleva de la mano hasta los orígenes del conflicto en 1948 y nos conduce por sus momentos más complicados y sus siempre abortadas tentativas de pacificación. Doce años después de la publicación de ese libro, solo hay que sumar varios miles de muertos más en un permanente juego de teléfono descompuesto.
Aclaro que soy ateo y considero a Yahvé tan pestilente y dañino como a Alá. Cuando esas drogas tan nocivas llamadas nacionalismo y religión se atraviesan, lo único seguro es que tendremos problemas. Como observador laico y distante podría decir que no tengo partido, pero cuando los dispositivos móviles vomitan imágenes de niños muertos o mutilados, te das cuenta que no se trata de ideologías ni de convicciones, sino de pura y simple sensatez humana. Nadie que tenga un hijo pequeño puede permanecer frío e indiferente frente a semejante genocidio. La masacre en Palestina es por desgracia el teatro de las redundancias. La ultraderecha sionista que gobierna desde Jerusalén parece una digna heredera del nazismo. Su propaganda estilo Israel über alles no le pide nada a los lavados cerebrales orquestados por Goebbels. La diferencia es que Israel comete un genocidio con la plena complacencia de occidente y los organismos internacionales. Oponerse al genocidio de Israel se traduce en ser tildado de nazi y antisemita, siendo que en el mundo actual no hay nada más parecido a Hitler que ese carnicero demente llamado Benjamin Netanyahu. La pandilla sionista que gobierna Israel es un grupúsculo tan oscuro y fanático como los “new born christians” ultraconservadores que bendijeron las matanzas ordenadas por George Bush. Los une su adoración a ese dios verdugo y castigador del Antiguo Testamento y su delirio ególatra de sentirse pueblo elegido. En el mundo hay miles de judíos progresistas que se oponen a esa basura ortodoxa, como es el caso del escritor Paul Auster por señalar un solo ejemplo.
Israel, la gran mosquita muerta de la Historia, el chantajista sentimental de la humanidad, el sanguinario Goliat que nos vende cada día su imagen de inocente David. Prohibido criticarlos, dudar de ellos, ponerlos en tela de juicio. Ellos pueden matar niños, violar las reglas del derecho internacional, consumar una y otra vez un genocidio. Nada de lo que hagan importa, pues tú estarás obligado a callar. Ni pensar en ponerlos en tela de juicio. En la antigüedad patentaron la condición de pueblo elegido. Hoy han patentado su papel de víctima eterna. En esta obra de teatro serán siempre los buenos. No habrá nunca en Hollywood películas que hablen de niños palestinos muertos, de escuelas bombardeadas, de civiles mutilados. El Holocausto de Palestina no existe. Está prohibido pensar en él. No debes siquiera insinuarlo. El pueblo elegido tiene derecho a derrumbar murallas en Jericó, a ahogar pueblos en el Mar Rojo, a enviar ángeles exterminadores a matar primogénitos. Por desgracia, las imágenes de los niños palestinos inmolados serán semillas de odio que germinarán en más fanatismo y serán usadas como bandera para guerras santas musulmanas. Vaya, hasta los vientos que soplaban en junio de 1914 parecen benignos frente a esta escalada irracional. La sensatez parece estar a la baja este verano. DSB