No había rostros únicos e identificables de güeyes diabólicamente guapos e infernalmente seductores con sus oscuros ojos azulísimos y sus largas lenguas de íncubos devoradores de mil y un clítoris, ni frondosas greñas larguísimas y brazos ultra tatuados hasta en el último milímetro de carne. Solo máscaras y negras túnicas exterminadoras del último vestigio de personalidad. El nombre de la banda carecía de siniestras grandilocuencias y en su sencillez reafirmaba su misterio: Ghost. Así, simplemente. Fantasma. Rostros e identidades reservadas bajo un ritual vestuario que podría ocultar la identidad de cualquier pendejazo Godínez sometido a la dictadura del pantalón de vestir y la camisa con el ridículo bordado del logo de la empresa. Esos anónimos enmascarados que simulaban tocar guitarra, bajo y batería carecían de nombre propio. Se llamaban simplemente Ghoul 1, Ghoul 2, Ghoul 3, Ghoul 4. Detrás de esos disfraces podía habitar cualquiera, incluso entes apocados, aplastados, ninguneados e invisibilizados por la tiranía de un uniforme alienante pero que de un momento a otro obtenían su pasaporte al inframundo donde moraban los seres que escupían consignas a menudo incomprensibles a través de los audífonos. La conclusión era contundente: él era uno de ellos. No se llamaba José Luis, Juan Carlos o Jesús. Su nombre era Ghoul. El Ghoul número 5.
Saturday, June 06, 2020
Friday, June 05, 2020
En todo lo que va del pandémico confinamiento solo he visto una serie completa en Netflix de apenas seis capítulos. Se llama The English Game y me ha gustado bastante. La serie trata sobre el periodo embrionario del futbol en Inglaterra en el Siglo XIX y recrea, con no pocas licencias ficcionales, la historia de los dos primeros jugadores que conquistaron cierta fama jugando este nuevo deporte: el aristócrata inglés Arthur Kinnaird, estrella del Old Etonians y el obrero escocés Fergus Suter, considerado el primer futbolista de la historia que ganó dinero por jugar. La serie también aborda otros tópicos como la vida en las fábricas en la era de la Revolución Industrial, las injusticias cometidas contra las obreras madres de familia y la doble moral victoriana. En cualquier caso, no deja de ser fascinante ver cómo un simple jueguito practicado en colegios aristocráticos británicos se acabaría convirtiendo en el lenguaje universal del planeta, el gran deporte de la humanidad. Cuando miras la pasión con que ya era disputada la FA Cup desde 1870, entiendes el significado y la trascendencia cultural y social de los clubes y sus aficiones en Inglaterra y Escocia. Equipos con más de siglo y medio de existencia y tradiciones encarnadas por generaciones. La gran paradoja, es que al final de la serie el mensaje es muy simple: el dinero, al menos inicialmente, acabó por democratizar al futbol. Si hubiera continuado como un juego de honorables caballeros, habría sido por siempre un pasatiempo de lords, pero al permitirse cobrar por jugar, se abrió una fuente de ingreso y una nueva aspiración de vida para la clase trabajadora. La prueba es que desde que Blackburn se convirtió en el primer equipo obrero en ganar la Copa, nunca un equipo aristocrático volvió a conquistarla. A los principitos del Eaton les ofendía profundamente que un peón de fábrica pudiera cobrar por jugar futbol, pero fue precisamente el profesionalismo lo que permitió que miles de hombres pobres dedicaran su vida a patear un balón. Claro, mucho faltaba entonces para la mafia de la FIFA y sus lavanderías, para las corruptelas de los jeques qataríes y para la irrupción en el negocio de basuras humanas como Ricardo Salinas (lo que le ha hecho a la afición de Morelia es asqueroso). El dinero democratizó al futbol pero el dinero acabó por corromperlo y desbarrancarlo. Yo de hecho, de no ser por los partidos de Tigres (a los que me une un sentimiento que va más allá de lo racional) ya no veo futbol mexicano, el non plus ultra de la corrupción y vileza. Con todo y pese a todo, sigue siendo el deporte más hermoso, fascinante, adictivo y poético inventando por la humanidad. Pd-Por cierto, hace ya muchos años escribí un cuento llamado "De puro becerro británico", una ficción sobre el primer balón profesional que rodó en México y el primer campeonato disputado entre Pachuca y Orizaba en 1902.
Wednesday, June 03, 2020
El Siglo XX fue “rico” en Apocalipsis diversos. No se llegó al final de la raza humana, pero sí a la completa devastación de culturas y formas de vida. Cuando creemos que la humanidad ha domado a sus ancestrales pesadillas, renacen de sus cenizas nuestros añejos jinetes apocalípticos y nosotros demostramos con nuestras reacciones ser no tan distintos al hombre medieval. Una enfermera que atiende a decenas de moribundos infectados de Covid-19 en el hospital de una ciudad estadounidense cuyas calles arden bajo el fuego de las protestas raciales, tiene motivos de sobra para sentirse dentro una maldita profecía. Tal vez como raza humana no hemos vivido algo tan contundente como el meteorito que acabó con los dinosaurios del periodo jurásico, pero lo cierto es que después de cada guerra o de cada epidemia, hay algo que se pierde para siempre aparte de las miles de vidas humanas y también algo nuevo nace.
Tuesday, June 02, 2020
Los ejemplares de El Bordo yacían bajo las llantas de los carros que seguían avanzando a paso de tortuga en medio de la cacofonía del claxon. Papeles pisados, rotos, ennegrecidos mientras yo ponía pies en polvorosa con el orgullo hecho cagada.
Así nació el pinche Bordo, abriéndose camino a madrazos. Ya después Santiago Hill y sus abogados, con payola de por medio, se encargaron de aflojar al gremio de voceadores que entonces era todavía dirigido por la ya muy anciana Agustina Caporal, la madre de Pepe Nacho Tello. Por supuesto, hubo presiones. El dueño de El Patriota, Eligio Valenciano, era un charro sindical de anacrónica estirpe, sempiterno líder estatal de la CTM, quien ejercía toda la presión posible para que los voceadores solo vendieran su periódico y nada más, pero Agustina Caporal no vio con malos ojos que sus agremiados pudieran diversificar su oferta con un producto novedoso que sin duda les traería más ingresos, pues mordiéndose el codo de hierro, Santiago Hill accedió a dar al voceador dos pesos por cada ejemplar vendido, es decir, la tercera parte de su precio total. Al final, Agustina fue más cabrona que el charro sindical e impuso su voluntad. Los voceadores de Tijuana vendieron El Patriota y El Bordo. Ley de oferta, demanda y libre competencia. En el último año del Siglo XX vender un periódico todavía era negocio, pero la decadencia tenía prisa por llegar.
Monday, June 01, 2020
En los buenos relatos cada párrafo cuenta y trasciende. Acaso me atrevería a decir que a medida que un cuento es mejor, cada una de sus frases es casi insustituible. Sin embargo mentiría si les dijera que cada línea vale exactamente lo mismo. También entre los párrafos hay jerarquías. Grábense muy bien esto colegas: ustedes se juegan la vida en la apertura de su cuento. En torno a este tema no suelo caer en relativismos ni voy a salir con un “depende”. Si fracasas en tus primeros párrafos entonces tu cuento está condenado al naufragio. Punto. Aquí no hay ni para dónde hacerse. En el improbable caso de que logres enderezar el rumbo y consigas navegar el barco hacia buen puerto, el lector ya no tendrá tiempo de esperarte, al menos no si el lector es un juez o editor.
Si lo que quieres es llenarle el ojo a un jurado o conquistar el favor de una editorial, tienes que partir plaza pisando muy fuerte. Te voy a dibujar un escenario realista basado en mi propia experiencia como dictaminador en concursos literarios: un juez recibe una pila de manuscritos en su casa. Debe leerlos todos y elegir sus favoritos (a menudo tres o cinco) para cotejarlos con los otros integrantes del jurado el día de la deliberación. La regla no escrita, es que el juez en cuestión tiene poco tiempo y claro, salvo casos atípicos, puedo apostarte doble contra sencillo a que su labor como dictaminador no es su único trabajo. Por regla general, la persona que va a valorar tu libro tiene otras tantas chambas atrasadas que consumen la mayor parte de su día y si bien nos va, el flamante señor juez se acuerda de los manuscritos solo en su tiempo libre, que es muy poco. Imagina su mesa de trabajo sepultada bajo cincuenta o cien engargolados. Dado que no es humanamente posible leer cien libros completos en 30 días, el señor juez apostará por la técnica del descarte e irá separando aquellos que de entrada le parezcan inocultablemente fallidos. Con el reloj encima e inundada en manuscritos, la persona que decide el futuro de tu libro suele desear que la mayoría de los trabajos revelen con desparpajo sus defectos desde la primera página para así poder irlos descartando rápidamente. Si en la página inicial el juez topa de frente con un bodrio de sintaxis y pifias ortográficas o de dedo, puedo jurarte que no llegará a la tercera cuartilla. Cuando los errores son burdos y se revelan desde el principio, no sientes curiosidad alguna por avanzar en tu lectura ni culpabilidad alguna por tirarla a la basura habiéndole dedicado menos de diez minutos. Mi experiencia dice que un texto con un inicio prometedor puede muchas veces derrumbarse, pero un texto con un inicio deficiente está condenado a no levantarse nunca. Vaya, jamás he visto que después de dos primeras páginas fallidas, el texto mágicamente compone el rumbo a la mitad y te arroja un final de antología. Nada de eso. Lo que es bodrio desde el principio queda como bodrio hasta el final. Si alguien puede darme un ejemplo que demuestre lo contrario, se lo voy a agradecer.