No había rostros únicos e identificables de güeyes diabólicamente guapos e infernalmente seductores con sus oscuros ojos azulísimos y sus largas lenguas de íncubos devoradores de mil y un clítoris, ni frondosas greñas larguísimas y brazos ultra tatuados hasta en el último milímetro de carne. Solo máscaras y negras túnicas exterminadoras del último vestigio de personalidad. El nombre de la banda carecía de siniestras grandilocuencias y en su sencillez reafirmaba su misterio: Ghost. Así, simplemente. Fantasma. Rostros e identidades reservadas bajo un ritual vestuario que podría ocultar la identidad de cualquier pendejazo Godínez sometido a la dictadura del pantalón de vestir y la camisa con el ridículo bordado del logo de la empresa. Esos anónimos enmascarados que simulaban tocar guitarra, bajo y batería carecían de nombre propio. Se llamaban simplemente Ghoul 1, Ghoul 2, Ghoul 3, Ghoul 4. Detrás de esos disfraces podía habitar cualquiera, incluso entes apocados, aplastados, ninguneados e invisibilizados por la tiranía de un uniforme alienante pero que de un momento a otro obtenían su pasaporte al inframundo donde moraban los seres que escupían consignas a menudo incomprensibles a través de los audífonos. La conclusión era contundente: él era uno de ellos. No se llamaba José Luis, Juan Carlos o Jesús. Su nombre era Ghoul. El Ghoul número 5.
Saturday, June 06, 2020
Friday, June 05, 2020
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Wednesday, June 03, 2020
El Siglo XX fue “rico” en Apocalipsis diversos. No se llegó al final de la raza humana, pero sí a la completa devastación de culturas y formas de vida. Cuando creemos que la humanidad ha domado a sus ancestrales pesadillas, renacen de sus cenizas nuestros añejos jinetes apocalípticos y nosotros demostramos con nuestras reacciones ser no tan distintos al hombre medieval. Una enfermera que atiende a decenas de moribundos infectados de Covid-19 en el hospital de una ciudad estadounidense cuyas calles arden bajo el fuego de las protestas raciales, tiene motivos de sobra para sentirse dentro una maldita profecía. Tal vez como raza humana no hemos vivido algo tan contundente como el meteorito que acabó con los dinosaurios del periodo jurásico, pero lo cierto es que después de cada guerra o de cada epidemia, hay algo que se pierde para siempre aparte de las miles de vidas humanas y también algo nuevo nace.
Tuesday, June 02, 2020
Los ejemplares de El Bordo yacían bajo las llantas de los carros que seguían avanzando a paso de tortuga en medio de la cacofonía del claxon. Papeles pisados, rotos, ennegrecidos mientras yo ponía pies en polvorosa con el orgullo hecho cagada.
Así nació el pinche Bordo, abriéndose camino a madrazos. Ya después Santiago Hill y sus abogados, con payola de por medio, se encargaron de aflojar al gremio de voceadores que entonces era todavía dirigido por la ya muy anciana Agustina Caporal, la madre de Pepe Nacho Tello. Por supuesto, hubo presiones. El dueño de El Patriota, Eligio Valenciano, era un charro sindical de anacrónica estirpe, sempiterno líder estatal de la CTM, quien ejercía toda la presión posible para que los voceadores solo vendieran su periódico y nada más, pero Agustina Caporal no vio con malos ojos que sus agremiados pudieran diversificar su oferta con un producto novedoso que sin duda les traería más ingresos, pues mordiéndose el codo de hierro, Santiago Hill accedió a dar al voceador dos pesos por cada ejemplar vendido, es decir, la tercera parte de su precio total. Al final, Agustina fue más cabrona que el charro sindical e impuso su voluntad. Los voceadores de Tijuana vendieron El Patriota y El Bordo. Ley de oferta, demanda y libre competencia. En el último año del Siglo XX vender un periódico todavía era negocio, pero la decadencia tenía prisa por llegar.
Monday, June 01, 2020
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