Pura doble T viejón: Tigres- Toscana. Digamos que no es
la cosa más ordinaria del mundo que en el mismo día, en la misma ciudad y casi
al mismo tiempo, un escritor y un equipo de Nuevo León se coronen campeones.
Qué grato es leer El Norte y ver que la portada de Cancha es la Octava
Maravilla Felina y la portada de Vida la Bienal Vargas Llosa para David Toscana
por un libro que en lo personal disfruté muchísimo como es El peso de vivir en
la tierra. Yo sé que Toscana es monje literario de la purista estirpe borgiana
que considera al futbol una pasión pueril y mundana y también sé que ningún
jugador de Tigres ha leído El peso de vivir en la tierra (aunque Nahuel,
sépanlo ustedes, es un gran lector) pero yo soy y he sido seguidor de ambos y
con brutal honestidad les digo que no pensé que ninguno de los dos ganara ayer
en la Perla tapatía.
Vaya, si el espíritu de la época hubiera sentado sus
reales, era mucho más probable que el premio lo ganara Cristina Rivera Garza o
Brenda Navarro. Era lo obvio. También la comentocracia patriotera y villamelona
actuaba como porrista de las Chivas, pero anoche los mariachis callaron y la
historia fue distinta en Guadalajara.
Con David Toscana empecé por el principio. El 21 de abril
de 1993, día de mi cumpleaños 19, alguien me regaló su primera novela, Las
Bicicletas, recién publicada entonces en Tierra Adentro. Así comencé a recorrer
su sendero narrativo, uno de los más sui generis y atípicos de nuestra
literatura.
¿Es posible ser un Alonso Quijano de la literatura rusa?
Pregúntenle a Toscana. Miguel de Cervantes creó un personaje que se enfrascó
tanto en la lectura de libros de caballería, que acabó él mismo creyéndose un
caballero andante y salió a los caminos de La Mancha a buscar encarnar a Amadís
de Gaula o a Tirante el Blanco y vivir en carne propia sus aventuras. David
Toscana, devoto lector de literatura rusa, crea a un personaje que bien podría
ser su hipotético alter ego, Nicolás, un burócrata del Monterrey de 1971 tan
enfrascado en la literatura rusa, que un día decide cambiar su nombre a Nikolái
Nikoláievich Pseldónimov, ponerse a beber vodka en una cantina de mala muerte,
contraer tuberculosis y encarnar la vida de un Raskolnikov o un Aliosha
Karámazov. La única forma de vivir al máximo la literatura y fusionarse con
ella, es actuar como sus personajes y vivir sus aventuras. Nikolái representa
por una parte a los personajes de Pushkin, Dostoievski, Gógol, Tolstói o
Chéjov, actuando como un proletario del Imperio Ruso de Siglo XIX, pero al
mismo tiempo se obsesiona con Yuri Gargarin y sus contemporáneos cosmonautas
que emprenden la carrera por la exploración espacial, todo ello en el Monterrey
de los años setenta, sumido en la crisis echeverrista y las revueltas
estudiantiles. David Toscana derrocha imaginación y acaso parodia su propia y
confesa obsesión por la literatura rusa clásica. Satirizar o parodiar es en
cierta forma una declaración de amor. Tengo la certidumbre de que Gógol,
Tolstói, Dostoievski y Chéjov seguirán siendo leídos dentro de muchísimos años.
Sospecho que Toscana también. También dentro de muchísimas décadas, cuando yo
ya no esté vivo, se seguirán evocando las hazañas de Nahuel y de Gignac e
incluso los niños que no han nacido hablarán de este Tigres de leyenda. La inmortalidad existe. Pura doble T colegas.