Volver a la Biblioteca
Hoy, después de muchísimo tiempo, volví a la Biblioteca
Benito Juárez y la impresión fue más que grata. Cuando pienso que Bonilla estuvo
a punto de destruirla hace cuatro años, no puedo menos que emocionarme de verla
vivir y respirar, hoy con una atmósfera mucho más acogedora que antaño. Hace
dos décadas, cuando mi vida de reportero transcurría en los alrededores de
Palacio Municipal, solía refugiarme ahí casi a diario. Entre 2001 y 2007
fui un visitante frecuente que pasaba tardes enteras como terco merodeador
de sus libreros.
Hoy lo que encuentro es una biblioteca con un
rostro mucho más amable, limpio y acogedor. Por primera vez encuentro un espacio
especial dedicado a los niños y otro a los jóvenes, con computadoras suficientes,
mesas y sillones para trabajar. Cierto, por lo que al acervo respecta sigue
siendo sumamente modesta, sobre todo si tomamos en cuenta que es la biblioteca
central de la frontera más importante de Latinoamérica, del municipio más poblado
de México, pero ha mejorado mucho respecto a sí misma. Vaya, este es por mucho el
rostro más bonito que le he visto a nuestra biblioteca en los 25 años que llevo
de visitarla y eso es para estar contento. Ahora, que si se vale pedir un
deseo, mi deseo es que le cambiaran de nombre. ¿Por qué carajos todo tiene que
llamarse Benito Juárez en este país? ¿Qué mierdas tiene que ver el de Guelatao
con nuestra Baja California? Llámenla Biblioteca Federico Campbell, Biblioteca
Rubén Vizcaíno, Biblioteca Guadalupe Kirarte, Biblioteca Kingo Nonaka, Biblioteca Jesús Blancornelas o cualquier personaje
encarnado con el corazón de nuestra tierra. Pero bueno, se llame como se llame,
nuestra Biblioteca vuelve a respirar y a sonreír y yo sonrío con ella.