Eterno Retorno

Friday, April 03, 2020

Desafiar al Zeitgeist

Por vez primera a millones de seres humanos en todo el planeta nos toca ser contemporáneos de una histórica contingencia y nos hermanamos en el encierro. Un madrileño, un milanés, un neoyorkino y un tijuanense están haciendo casi exactamente lo mismo en los últimos días de este marzo apocalíptico. Sin proponérnoslo, hoy somos parte del mayor desafío al espíritu de la época en el mundo contemporáneo. En una era que endiosa la inmediatez, la utilidad y la premura, la quietud es subversión pura, un acto de rebelión. Muchas horas de nuestra existencia se consumen peleando con el tráfico, yendo siempre con prisa a desahogar un pendiente impostergable con el segundero corriendo siempre en contra. Ahora nos toca mirar el cielo primaveral desde la ventana y asomarnos a la catastrófica realidad a través del Aleph de fibra óptica. Hoy más que nunca la plaza pública es una pantalla, nuestro ágora digital en donde transcurre una distópica representación del mundo que intuimos irreal. Las tardías lluvias en la frontera entre el invierno y la primavera nos han dejado por herencia horizontes limpios. Sorprende la nitidez del mar, las siluetas de los barcos en tercera dimensión y la claridad con la que podemos apreciar los contornos de roca en las Islas Coronado. A título personal podría decir que nos relajamos y que damos rienda suelta a creación artística, a leernos poemas y a ver películas y series que hemos postergado, pero la realidad nos arroja otros desvelos. Canica, nuestra perrita que desde hace doce años es parte de esta familia, ha caído enferma. Fallas renales, malquerencias del hígado y otros tropiezos de la madurez, han irrumpido en plan hiriente durante esta primavera. Frente a ella desfila una larga ristra de antibióticos, sueros, potajes, pastillas y alimentos especiales que nos encargamos de sambutirle a la brava. Nuestra energía emocional en estos días se concentra en mantenerla viva. Por si fuera poco, Don Roque de Hoyos, abuelo de mi esposa Carolina, enfrenta en Monterrey su propia contingencia. Hace unos días le practicaron una cirugía a corazón abierto, pero una bacteria de esas que rondan en los hospitales se alojó en su cuerpo y lo hizo retornar a terapia intensiva. Con una fortaleza de cuerpo y espíritu que envidiarían muchos jóvenes, Don Roque resiste y sale avante, pero la familia está en vilo. Al final del día, las horas se nos van como arena entre los dedos. En el entorno todo sigue tan campante. Hasta el pasado fin de semana, las calles de Rosarito y Tijuana no eran las de ciudades en cuarentena. Salgo al Oxxo a surtir el garrafón de agua y hay una horda del haciendo fila con sus cartones de cerveza. En el bar los gringos viejos beben y fuman sus nostalgias. No imagino a Tijuana confinada puertas adentro en rigurosa cuarentena. Aquí ni siquiera aplica el que la gente entenderá cuando empiece la danza de la muerte, porque por estos rumbos lo común es beber y bailar inmersos en el desbarrancadero. Acaso sin quererlo estamos cruzando un umbral existencial y una frontera al interior de nosotros mismos. Quisiera creer que más temprano que tarde estos día serán ayeres, pero en cualquier caso, nosotros seremos otros.

Tuesday, March 31, 2020

Esta manía de empezar por el final no es nueva. Por alguna razón, tiendo a iniciar el camino a partir de una escena concluyente. El final es en donde partí, diría La Renga. Uno de mis cuentos publicados más viejos (quizá mi primer cuento maduro, si es que algún día maduré) es Río Santa Catarina. La escena inicial y fundamental de ese relato la contemplé en vivo la mañana del 17 de septiembre de 1988, cuando el Huracán Gilberto inundó el Río Santa Catarina como no se había visto nunca en la historia de Monterrey. Nuestro río siempre seco fue por años la unidad deportiva más grande del mundo y sobre su lecho de lodo y lama había varias decenas de canchas de futbol. Fueron muchos los futbolistas regios que se formaron ahí. Más allá de la tragedia y las vidas perdidas, lo primero que pensé al ver aquel torrente es que ese domingo se suspenderían cientos de partidos de futbol. Empecé a imaginar la historia de un equipo espectacular que ese día jugaría una final en calidad de favorito, cuya coronación quedaría frustrada por la catástrofe meteorológica. Guardé el embrión en la mente pero tuvieron que pasar ocho años para que me decidiera a escribirlo durante un exilio en Nueva Inglaterra con muchísimas horas muertas. Claro, pasarían más de 17 años antes de verlo publicado en Cartografías absurdas de Daxdalia, un irregular libro que rescata algunos relatos juveniles. De cualquier manera, en aquel embrionario cuento yacían las herramientas de las que me seguiría valiendo mucho tiempo después. Una escena contundente y concluyente para arrancar, tomada de un hecho histórico, a partir de la cual nos subimos a la máquina del tiempo y nos vamos muchos años atrás.

Monday, March 30, 2020

Limpios son los cielos de la cuarentena. Ni asomo de brumas o suciedades. Pura nubosidad cargada de baños purificadores. A los cielos de tormenta sobrevienen sábanas azulísimas. La hierba está crecida, las flores están en su punto y los pájaros irrumpen con su serenata desde las cinco de la mañana. El umbral entre el invierno y la primavera arrastra su manto de nubes y su abrazo de lluvia fría. Hasta el granizo nos ha arrullado con su canción de madrugada. Verde es todo el entorno y si miras al Pacífico, el punto de fuga en la Islas Coronado es de una pulcritud que hiere. Eso sí, las noches traen consigo un vientecito helado de montaña. No sé si prefiero días iguales o días distintos, se pregunta Calamaro, pero en cualquier caso no alcanzo a dimensionar la velocidad real de estas jornadas. Las horas parecen caminar lentas, pero sin querer mucho la cosa ya han transcurrido más de quince días de confinamiento. Nuestra contingencia particular, que es la enfermedad de Canica, nos mantiene en vilo. Frente a ella desfila una larga ristra de antibióticos, sueros, potajes, pastillas y alimentos especiales que nos encargamos de sambutirle a la brava. Al final del día, las horas se nos van como arena entre los dedos. Leo en riguroso desorden, despierto de madrugada, me arrojo en brazos del insomnio y el sueño vuelve a vencerme rayando el amanecer. La duermevela trae imágenes alucinantes de estos tiempos que se confunden con lo que supongo es la realidad. En el entorno todo sigue tan campante. Las calles de Rosarito y Tijuana no son las de ciudades en cuarentena. Salgo al Oxxo a surtir el garrafón de agua y hay una horda del pochos haciendo fila con sus cartones de Tecate. En el bar los gringos viejos beben y fuman sus nostalgias. No imagino a Tijuana confinada puertas adentro en rigurosa cuarentena. Aquí ni siquiera aplica el que la gente entenderá cuando empiece la danza de la muerte, porque por estos rumbos lo común es beber y bailar inmersos en el desbarrancadero. Si nuestro promedio de ocho homicidios al día no fue capaz de acabar con la fiesta perpetua, menos se acabará por una difusa amenaza apocalíptica que matará muchas menos personas que nuestra cotidiana narcoviolencia. El vaivén de los ciclos cumple puntualmente. En años veinte del Siglo pasado, hordas de gringos crápulas se refugiaban en Tijuana de su puritana ley seca. En los veinte del XXI, la gringada huye de su dictatorial cuarentena, que en California sí es seria, y se refugian en nuestras tolerantes barras. El cielo y el mar están tan limpios que alcanzas a distinguir con claridad la bahía de San Diego y las siluetas de los barcos en tercera dimensión. Nuestro viaje de Semana Santa a Cancún ya fue tristemente cancelado. También las seis o siete fugas librescas programadas para esta primavera. Poca escritura, mucho desvarío, Aperol con Campari y el abril robado que se ya se asoma en la línea del horizonte

Sunday, March 29, 2020

Cuatro croniqueros

Écheme cuatro de crónicas pa la cuarentena. Si ya de por sí soy un lector promiscuo, el encierro me pone peor de compulsivo. Como la crónica es el género viajero por excelencia, le he estado entrando en riguroso desorden a este cuarteto. Empecemos con Águilas y gallinas. Crónicas de la frontera México-Estados Unidos de Roberto Bardini. A veces creo que el Conde de Coralito ha vivido cuatro o cinco vidas en donde ha sido Lawrence de Arabia, el Pirata Morgan, Sandino y Buffalo Bill. Vaya que ha corrido la milla el colega. En Águilas y gallinas recorremos el presente y el pasado de los 3 mil kilómetros de franja fronteriza en un auténtico mural. Si quieres entender cómo es que hemos llegado al escenario distópico de la frontera trumpiana, tírate un clavado en estas crónicas donde lo mismo viajamos con el malogrado Sutter, el aventurero suizo que apadrinó la fiebre del oro o el filibustero William Walker, quien empezó sus correrías en Ensenada. Un repaso a personalidades como Pete Wilson, Jerry Brown, los caza migrantes de Roger Barnett (yo también estuve en Douglas en abril del 2000), Rodney King y los riots angelinos del 92 por no hablar de las matanzas de búfalos y apaches o el glamour del Riviera ensenadense. Seguimos con Mi Patagonia de Cristina Rascón, un libro que es pura saudade: sui generis, intimista, una suerte de viaje interior habitado por elementos mágicos en donde moran fantasmas, Orixás y diableros. Voces de muertos, nostalgias y almas prófugas. Puede ser Salvador de Bahía o Culiacán y en cualquier caso estaremos recorriendo calles y anocheceres para explorar la zona profunda de eso que llaman los ríos subterráneos del subconsciente, el Yo inesperado siempre al acecho. Me encanta el uso de la segunda persona, acaso la voz narrativa ideal cuando se trata de escribir a corazón abierto y hablarse a uno mismo. Aún si leyera a ciegas sin tener referencias sobre la autora me bastaría media página para adivinar que es poeta. Ahora imaginemos cosas con Julián Herbert a quien leo tarareando rolitas de Él mató a un policía motorizado. Lo de Julián es pura esencia de exorcismo, una crónica-terapia, un rodar de acá para allá en afán de conjurar los demonios del desbarrancadero y la abstinencia. Me gusta caminar con el narrador por ciudades de las que guardo algún recuerdo intenso: Loreto, Valparaíso, Shanghái, aunque en algunos casos la crónica sea casi un pretexto para hablar de uno mismo. Tal vez los puristas del género como Leila Guerriero o Caparrós le dirían que hay un exceso de yo, pero Julián es un narrador muy cabrón y consigue meterme en su trip metal mientras extrañas sombras siguen mis pasos. Sí, yo también quiero enfrentarme a todos y no me importa cuán salvaje es la pelea. Cerramos con Alguien camina sobre mi tumba de Mariana Enríquez. Tal vez el problema es que empiezo a esperar demasiado de esta narradora y sus crónicas sobre cementerios del mundo son simplemente irregulares, algunas metidas muy a la fuerza (la de panteones mexicanos es simplemente fallida). Algunas, como La muerte y la doncella, son casi un cuento (lo que mejor se le da a Mariana) pero otras son casi una mención de compromiso para completar el catálogo turístico. Los celebérrimos muertos de Montparnasse, Bon Scott en Perth, Elvis en Graceland, los ecos del vudú en Nueva Orleans y las blancas tumbas de la Necrópolis habanera con la visita de los Manic Streat Preachers como música de fondo. Pura vagancia tumbera en 17 cementerios para conjurar la cuarentena.