Desafiar al Zeitgeist
Por vez primera a millones de seres humanos en todo el planeta nos toca ser contemporáneos de una histórica contingencia y nos hermanamos en el encierro. Un madrileño, un milanés, un neoyorkino y un tijuanense están haciendo casi exactamente lo mismo en los últimos días de este marzo apocalíptico. Sin proponérnoslo, hoy somos parte del mayor desafío al espíritu de la época en el mundo contemporáneo. En una era que endiosa la inmediatez, la utilidad y la premura, la quietud es subversión pura, un acto de rebelión. Muchas horas de nuestra existencia se consumen peleando con el tráfico, yendo siempre con prisa a desahogar un pendiente impostergable con el segundero corriendo siempre en contra. Ahora nos toca mirar el cielo primaveral desde la ventana y asomarnos a la catastrófica realidad a través del Aleph de fibra óptica. Hoy más que nunca la plaza pública es una pantalla, nuestro ágora digital en donde transcurre una distópica representación del mundo que intuimos irreal. Las tardías lluvias en la frontera entre el invierno y la primavera nos han dejado por herencia horizontes limpios. Sorprende la nitidez del mar, las siluetas de los barcos en tercera dimensión y la claridad con la que podemos apreciar los contornos de roca en las Islas Coronado. A título personal podría decir que nos relajamos y que damos rienda suelta a creación artística, a leernos poemas y a ver películas y series que hemos postergado, pero la realidad nos arroja otros desvelos. Canica, nuestra perrita que desde hace doce años es parte de esta familia, ha caído enferma. Fallas renales, malquerencias del hígado y otros tropiezos de la madurez, han irrumpido en plan hiriente durante esta primavera. Frente a ella desfila una larga ristra de antibióticos, sueros, potajes, pastillas y alimentos especiales que nos encargamos de sambutirle a la brava. Nuestra energía emocional en estos días se concentra en mantenerla viva. Por si fuera poco, Don Roque de Hoyos, abuelo de mi esposa Carolina, enfrenta en Monterrey su propia contingencia. Hace unos días le practicaron una cirugía a corazón abierto, pero una bacteria de esas que rondan en los hospitales se alojó en su cuerpo y lo hizo retornar a terapia intensiva. Con una fortaleza de cuerpo y espíritu que envidiarían muchos jóvenes, Don Roque resiste y sale avante, pero la familia está en vilo. Al final del día, las horas se nos van como arena entre los dedos.
En el entorno todo sigue tan campante. Hasta el pasado fin de semana, las calles de Rosarito y Tijuana no eran las de ciudades en cuarentena. Salgo al Oxxo a surtir el garrafón de agua y hay una horda del haciendo fila con sus cartones de cerveza. En el bar los gringos viejos beben y fuman sus nostalgias. No imagino a Tijuana confinada puertas adentro en rigurosa cuarentena. Aquí ni siquiera aplica el que la gente entenderá cuando empiece la danza de la muerte, porque por estos rumbos lo común es beber y bailar inmersos en el desbarrancadero. Acaso sin quererlo estamos cruzando un umbral existencial y una frontera al interior de nosotros mismos. Quisiera creer que más temprano que tarde estos día serán ayeres, pero en cualquier caso, nosotros seremos otros.