Honrar el origen
La Semana Santa fue ahora sí auténtico oasis en el desierto, una isla absolutamente improbable dentro de un mar en tormenta. Pasé cuatro días junto a mi padre, algo que no había sucedido nunca desde que tengo uso de razón y que honestamente jamás creí que sucediera. Cuatro días que me han dejado por herencia el darme cuenta que estoy en plena paz y armonía con mi historia y origen. A lo largo de mi vida los contactos con mi padre habían sido mínimos, esporádicos y condicionados por la extrema brevedad. Sin canales de comunicación estrechos ni seguimiento puntual de nuestras vidas, las conversaciones surgían irremediablemente afectadas por la distancia y el desconocimiento propio de los extraños. La última vez que nos habíamos visto se remontaba a 1994, concretamente el 1 de enero y aún antes de esa fecha podía contar las veces que nos habíamos encontrado. Pocos encuentros, apresurados y distantes, aunque eso sí, jamás faltó la llamada en mi cumpleaños.
A veces el tiempo y la distancia son amigos de la objetividad. Hace falta volverse adulto para ubicar en su justa dimensión la historia de nuestras vidas. No se trata de escribir la historia de lo que pudo haber sido, de torcer los caminos andados e imaginar las paradojas del siempre mentiroso aunque seductor hubiera. Lo que soy es la suma de casualidades e improbabilidades, de pasos acertados y erróneos, de circunstancias que en su momento me superaban y pese a todo, quiera o no, me han definido. Pero no se puede andar por la vida negando el origen, jugando a que las cosas no existieron únicamente por no mencionarlas, a que el nombre no pronunciado se vuelve por ello inexistente. Nunca he pretendido ser constelador, pero mucha razón tiene Bert Hellinger cuando nos recomienda honrar el origen y yo, definitivamente, estoy honrando el mío. No se trata de una reconciliación, pues nunca hubo conflicto ni el mínimo asomo de rencores de mi parte. Se trata más bien de darme cuenta y hacer ver a los demás que estoy y he estado siempre en paz absoluta con mi origen y pasado.
Durante años presté más importancia a la influencia del entorno y las circunstancias en la formación de un carácter, pero ahora me doy cuenta que lo sanguíneo es igualmente importante y que hay cosas que aunque no se inculquen, se heredan. Actitudes, gustos, tendencias, formas de pensar y maneras de actuar. Mi padre no me enseñó a caminar y sin embargo camino como él. Tampoco lo tuve siempre a mi lado para imitar sus gestos y sin embargo todos dicen que son iguales. Hay personas y pueblos enteros que jamás resuelven estos conflictos. El de Pedro Páramo es sin duda uno de los grandes complejos nacionales. Yo por fortuna no estoy en guerra con mi pasado, sino en absoluta paz y hellingereanamente me doy a la tarea de honrar mi origen. El camino que he seguido, después de todo, es el que yo he decidido.
Cuatro días pueden ser un suspiro dentro de una vida humana, pero en mi caso son sumamente significativos. Acaso, y así lo deseo, sea el principio de una convivencia más cercana, pero también puede suceder que vuelvan a pasar largos años. Con tristeza he aprendido que cada despedida puede ser la última. Pero aunque sean un suspiro, estos días los he vivido y ya no tendré que decir "me hubiera gustado al menos alguna vez en mi vida reunirme con mi padre".
La Semana Santa fue ahora sí auténtico oasis en el desierto, una isla absolutamente improbable dentro de un mar en tormenta. Pasé cuatro días junto a mi padre, algo que no había sucedido nunca desde que tengo uso de razón y que honestamente jamás creí que sucediera. Cuatro días que me han dejado por herencia el darme cuenta que estoy en plena paz y armonía con mi historia y origen. A lo largo de mi vida los contactos con mi padre habían sido mínimos, esporádicos y condicionados por la extrema brevedad. Sin canales de comunicación estrechos ni seguimiento puntual de nuestras vidas, las conversaciones surgían irremediablemente afectadas por la distancia y el desconocimiento propio de los extraños. La última vez que nos habíamos visto se remontaba a 1994, concretamente el 1 de enero y aún antes de esa fecha podía contar las veces que nos habíamos encontrado. Pocos encuentros, apresurados y distantes, aunque eso sí, jamás faltó la llamada en mi cumpleaños.
A veces el tiempo y la distancia son amigos de la objetividad. Hace falta volverse adulto para ubicar en su justa dimensión la historia de nuestras vidas. No se trata de escribir la historia de lo que pudo haber sido, de torcer los caminos andados e imaginar las paradojas del siempre mentiroso aunque seductor hubiera. Lo que soy es la suma de casualidades e improbabilidades, de pasos acertados y erróneos, de circunstancias que en su momento me superaban y pese a todo, quiera o no, me han definido. Pero no se puede andar por la vida negando el origen, jugando a que las cosas no existieron únicamente por no mencionarlas, a que el nombre no pronunciado se vuelve por ello inexistente. Nunca he pretendido ser constelador, pero mucha razón tiene Bert Hellinger cuando nos recomienda honrar el origen y yo, definitivamente, estoy honrando el mío. No se trata de una reconciliación, pues nunca hubo conflicto ni el mínimo asomo de rencores de mi parte. Se trata más bien de darme cuenta y hacer ver a los demás que estoy y he estado siempre en paz absoluta con mi origen y pasado.
Durante años presté más importancia a la influencia del entorno y las circunstancias en la formación de un carácter, pero ahora me doy cuenta que lo sanguíneo es igualmente importante y que hay cosas que aunque no se inculquen, se heredan. Actitudes, gustos, tendencias, formas de pensar y maneras de actuar. Mi padre no me enseñó a caminar y sin embargo camino como él. Tampoco lo tuve siempre a mi lado para imitar sus gestos y sin embargo todos dicen que son iguales. Hay personas y pueblos enteros que jamás resuelven estos conflictos. El de Pedro Páramo es sin duda uno de los grandes complejos nacionales. Yo por fortuna no estoy en guerra con mi pasado, sino en absoluta paz y hellingereanamente me doy a la tarea de honrar mi origen. El camino que he seguido, después de todo, es el que yo he decidido.
Cuatro días pueden ser un suspiro dentro de una vida humana, pero en mi caso son sumamente significativos. Acaso, y así lo deseo, sea el principio de una convivencia más cercana, pero también puede suceder que vuelvan a pasar largos años. Con tristeza he aprendido que cada despedida puede ser la última. Pero aunque sean un suspiro, estos días los he vivido y ya no tendré que decir "me hubiera gustado al menos alguna vez en mi vida reunirme con mi padre".