Eterno Retorno

Saturday, September 21, 2024

Chapuzas cervantinas y cuentos quijotescos

 


Hay quien se aferra a decir que Cervantes era un chapucero, pues la forma en que sembró historias alternas en el Quijote se parece más a un burdo zurcido que a un fino tejido narrativo. Yo más bien pienso que la gran riqueza quijotesca está precisamente en su diversidad. Por algo es la madre de todas las novelas y el Manco de Lepanto entendió que el novelista juega en una suerte de valetodo literario en donde cabe el discurso, el ensayo histórico, la copla pastoril, la crónica costumbrista, la comedia romántica o el relato abiertamente autobiográfico. En una librería de Antigua, Guatemala, pepené este ejemplar que compila los cuentos del Quijote, es decir todas las historias paralelas con las que se van topando don Alonso y Sancho en sus correrías. Hoy que por primera vez leo por separado estas historias como si fueran relatos mostrencos y no parte integral de un todo, confirmo lo hábil que era Cervantes como narrador sin importar el género. Vaya, el Manco se desarrolla con idéntica maestría en la carrera de largo aliento que en el espacio corto y como cuentista está a la altura de un Boccaccio. La primera y la más larga, es la historia del Cautivo Ruy Pérez de Biedma, sin duda el más descaradamente autobiográfico de los personajes cervantinos. Ruy, al igual que Cervantes, peleó en 1571 en la Batalla de Lepanto y Ruy, al igual que Cervantes, estuvo años preso en el Argel y la corona española lo abandonó a su suerte. A través de un relato de ficción, Cervantes le manda decir al rey que lo utilizaron vilmente como peón de batalla, que lo mandaron a que le despedazaran la mano de un arcabuzazo y lo olvidaron en manos de sus captores. No sé si Cervantes también se enamoró de una magrebí, pero tampoco me extrañaría. Releyendo estos relatos desde la mirada del Zeitgeist actual, reparo en su tremenda actualidad. La historia de Ruy y Zoraida es una defensa de las leyes del amor imponiéndose a las prohibiciones de la corona y de la iglesia. Los reyes católicos expulsaron a los moros de la península ibérica, pero Ruy cruza clandestinamente el estrecho de Gibraltar con su amada princesa musulmana a la que introduce clandestinamente en el país. O qué decir de alegato de la pastora Marcela ante el ataúd de Grisóstomo, toda una declaración de principios de amor libre feminista. Grisóstomo le sale a Marcela con el clásico chantaje machista de “si me desprecias me mato” y en efecto, se mata. Los pastores señalan a Marcela como la pérfida insensible que provocó su muerte y Marcela, derrochando personalidad y lucidez, les hace ver que el amor solo puede nacer de la libre voluntad y no de la coerción y que como mujer tiene derecho a no aceptar a Grisóstomo. Podría hablar también de El curioso impertinente o de Maese Pedro, pero mejor me limito a recomendarles que le echen una leída a estos relatos cervantinos. Ninguno tiene desperdicio.

Pd- Eso sí, Miguel de Cervantes jamás imaginó que su personaje inspiraría la creación tienda más popular y kinky del Japón, cuyo símbolo no es un hidalgo con un yelmo sobre un escuálido rocín, sino un ridículo pingüino kawai. Donqui forever!!!

Friday, September 20, 2024

La biblioteca del sello kanji

 




En una vida paralela yo debí ser bibliotecario. Habría sido mi trabajo ideal.  Las cosas que más me relajan en el mundo son jugar futbolito y ordenar (o desordenar) los libros. Repasarlos, hojearlos, releer páginas al azar y reacomodarlos en el librero es terapéutico. Me basta hacerlo unos minutos para sosegar demonios internos y poner mi cabeza en armonía. Derivado de ello, he descubierto hace poco mi terapia ideal, el más fascinante ritual de ocio y procrastinación imaginable. Estando en Kioto, Carol me mandó hacer un sello rojo con mi nombre en caracteres kanji. En un principio la idea era que el sello acompañaría mi firma en presentaciones de libros. Sin embargo, he caído en cuenta que mi sello kanji será la marca que acompañará a todos los libros de mi biblioteca personal. Así las cosas, me he dado a la tarea de irlos marcando poco a poco. No tengo prisa alguna. Tal vez me tarde meses o acaso años. Se trata de una terapia relajante, no de una manda contrarreloj. Por lo pronto he comenzado con clásicos, libros antiguos o ejemplares significativos. Toda biblioteca encarna una ruta de viaje, una cartografía personal. Una biblioteca personal es una biografía paralela.  Todos los libros de mi biblioteca están llenos de marcas. Muchos tienen subrayados, anotaciones, dibujitos, por no hablar de los papelitos que fungen como improvisados separadores: boletos, notas de consumo, flyers, tarjetas de presentación. El sello kanji simplemente los uniformará como parte de la misma armada, integrantes de una variopinta y contrastante cofradía. El día cada vez más cercano en que yo muera y mi biblioteca yazca arrumbada en alguna feria de libros antiguos o en algún remate, podrán entretenerse buscando los sellos rojos y descifrando jeroglíficos. 





Tuesday, September 17, 2024

DIARIA INTIMIDAD


 

Buscando conjurar la parálisis del primer párrafo y encontrar algo parecido a una ruta de navegación, vas en busca del cuaderno en donde con relativa constancia narrabas tu presente en ese año. Es un cuaderno de pastas duras, posiblemente de marca Scribe, comprado (eso sí te consta por la etiqueta) en la papelería El Guerrero de Monterrey.

En 1994 aún no sabes lo que es una Moleskine y aún si lo hubieras sabido, no tendrías dinero para pagarla. Las papelerías regias no venden cuadernos demasiado coquetos, así que las opciones no son muchísimas,  pero aunque la lana no te sobra, estableces que un diario personal no puede ni debe confundirse con una vil libreta escolar y te das a la tarea de buscar algo más o menos digno.

 Acaso tu único  requisito indispensable  es que el cuaderno en cuestión sea de pasta dura y si se puede, que tenga una imagen inspiradora.  La portada de tu cuaderno del 94 es la imagen de una catedral gótica europea, seguramente alemana. La calidad de la impresión es algo burda pero al menos cumple con no parecer  una agenda contable.

Este cuaderno es el tercero de su estirpe y narra las andanzas de tu vida desde enero de  1994 a la primavera de 1997. Sus dos antecesores narraron una década entera de tu vida.  

Tu primer diario se inauguró en el orwelliano y heavymetalero año de 1984. Es un extraño  cuadernito cuadrado de pasta dura acolchonada con una cinta de falso cuero y un cincho de metal. En la portada se lee Diario en borrosas letras doradas. Te lo compró tu madre en la Navidad luego de ver que hacías inconstantes esfuerzos por narrar tu día a día escribiendo en unos cuadernos con pastas de cartón azul de la marca Colonial.

Este día, mientras intentas poner en marcha el texto sobre el 94 que aún no sabe a dónde va, le echas un ojo de pájaro a aquel primer diario y tres décadas y media después reparas en que el cuaderno fue confeccionado por el Centro Cosmobiológico Solar de la Gran Fraternidad Universal. En su primera página se lee Diario de la buena fortuna. En realidad es un artefacto híbrido, pues comienza como librito de astrología con una introducción dedicada a explicar los  signos zodiacales para después dar paso  a unas 200 hojas en blanco que conforman el diario en sí.

En 1984 tenías diez años de edad y acababas de dejar de ser hijo único. Vivías con tu madre y tu padre adoptivo en una casa de tres pisos.  Tu cuarto yacía en la planta más alta. El nacimiento de tu hermanita Ana Lucía representó tu primer umbral hacia la madurez. 

En ese primer cuaderno narraste la muerte de tu abuela Emilia; tu expulsión del Liceo Anglo Francés de Monterrey por mala conducta;  la fiebre futbolera de 1986;  tu primer orgasmo (aunque no entraste en detalles); el nacimiento de tu hermana Elisa; tu caída en el tutelar para menores por robar en un Súper 7; tu forzada mudanza a la Ciudad de México por el trabajo de tu padre adoptivo; tus primeros escarceos con la chilanga banda; las madrizas, vagancias y tu primer toque de mota; tu primera compulsiva escritura a bordo de un avión al iniciar un  idílico auto exilio de meses a paisajes de ensueño en  Colorado y Wyoming; tu entrada a una prepa hostil infestada de juniors malcriados; tu improbable desquinte en el verano del 89 con una tabasqueña a la que conociste en una callejoneada de Guanajuato;    el nacimiento de tu hermano Adrián en los días en que el muro de Berlín acababa de caer; la fiebre del Mundial 90 que te sorprendió inmerso en martirizantes exámenes extraordinarios; tu primer tatuaje y todo lo que cabe en una vida de los 10 a los 16 años. Tu diario comenzado en 1984 tuvo su punto final en la Navidad de 1990. En las últimas páginas hacías una letra microscópica, pues deseabas que el cuaderno concluyera al acabar el año. Empacaste un sexenio de vida en unas 200 páginas, pero justo es aclarar que aunado a tu letra  pequeñísima, los textos de aquel entonces no eran tan largos y tampoco tan constantes. A veces llegabas a pasar semanas sin escribir, sobre todo en los  primeros dos años del diario, pero con el correr del tiempo la escritura se fue tornando compulsión. Vivir implicaba necesariamente narrar la vida.