La biblioteca de mi suegro Francisco Cabello tiene no pocos ases bajo la manga y de repente algunas serendipias brotan de las profundidades. Husmeando en la pasada Nochebuena, di con la edición original de Esto no es una salida. Postcards de ocio y odio de rafasa@ve.dra (así firmaba). Una edición de Espina dorsal de apenas 300 ejemplares, salida de imprenta en la colonia Aviación en marzo de 1996. Uno de esos 300 ejemplares, es el que tiene mi suegro dedicado por Rafa en mayo de 1996. Reparo entonces en que ese libro está por cumplir 30 años. ¡30 años! Me sorprende y me aterra. En este libro (y en realidad en toda su obra) Rafa capturó una esencia, una atmósfera, una manera de sentir y estar en el mundo. El happening de una inconexa charla de antro capturada en la eternidad de un loop, cuando una @ representaba un símbolo de vanguardia propio de unos cuantos adelantados. En esos años ya se vivía o por lo menos estaban sembradas las semillas de todo un movimiento cultural que marcaría a Baja California (y a México) en los años venideros. Cuando se hable de la movida tijuanense entre milenios y alguien recuerde el surgimiento de Artefakto, Solución Mortal, Nortec, Tijuana No, Julieta, los fanzines y luego los blogs como quien recuerda la Factory Records manchesteriana y la movida madrileña, tendrá que recurrir a Rafa como la fuente primordial, como el cronista que fue capaz de plasmar el alma de una Tijuana efervescente e irrepetible.
Pienso entonces en la desigualdad del tiempo y su concepción. Por ejemplo, yo leí La tumba de José Agustín a principios de los 90, cuando la novela estaba ya por cumplir 30 años. El ritmo me atrapó y conecté con él de inmediato por su agilidad e irreverencia, pero no perdía de vista que aquello era una época lejana. ¡1964! Faltaban diez años para que yo naciera. Aquel México a gogó me parecía ancestral. Hoy el libro de Rafa Saavedra está por cumplir 30 años y en mi concepción del tiempo la época en que nació es algo reciente, aunque los cambios en el espíritu de la época y la diaria cotidianidad han sido mucho más radicales de 1996 a 2024 que de 1964 al 94.
De una forma u otra (y con muchos más kilos) yo sigo siendo el mismo tipo que era en los noventa. Y sí, la noventera fue una década muy chingona por donde se le vea. El espíritu de la época era fantástico. El mejor Zeitgeist posible. Creo que para mi setentera generación, los noventa representaron los cimentos de los que ahora somos. En los noventa me casé, en los noventa debuté como reportero, en los 90 empecé a acudir a talleres literarios y en los 90 leí la mayoría de los libros que me marcaron el camino. Sigo siendo un producto de los 90, pero 30 años nos separan ya de esa década. Los morros veinteañeros que lean el libro de Rafa en estos tiempos, verán los 90 con una lejanía y una distancia que a mí me resultan inimaginables, pues de una u otra forma mi Zeitgeist es esencialmente noventero. Al final, creo que la esencia o la secreta motivación de todo acto creativo, es capturar el tiempo, conjurar un naufragio, retardar el inevitable olvido. En fin, estas son las meditaciones y desvaríos mentales que genera una serendipia libresca cuando te toma por asalto en una Nochebuena.