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Thursday, October 10, 2019
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Además de vientos de brujas y hojas secas, el otoño suele traer consigo nombres desconocidos e impronunciables (tan ricos en consonantes) arrojados a la palestra por esa suerte de canonización que es el Nobel de literatura. En cualquier caso, este buen pretexto para editar o reeditar autores que jamás habrían circulado en México de no ser por el punch mediático del premiecito, ha traído algunas gratas sorpresas a mi biblioteca. No, a muchos de los ganadores del Nobel yo no los hacía en el mundo y acaso la mitad me han pasado de noche. Con las obvias excepciones de Gabo, don Octa y Marito (lo siento, soy un latinoamericanista confeso) y de Saramago, de quien en alguna época fui ultra, a la mayoría de los Nobel del Siglo XXI los empecé a leer después del premio. Acaso las más gratas sorpresas hayan sido Pamuk y Coetzee, que me engancharon a la primera y de quienes a partir del premio empecé a pepenar todo lo habido y por haber. Gratas sorpresas fueron también una extraordinaria cuentista como Alice Munro o una periodista con la sensibilidad de Sveltana Alexiévich. Aunque no soy un buen lector de poesía le agarré gusto a Wislawa Szymborska y me interesó Harold Pinter por el hecho de haber sido traducido por Federico Campbell. A Modiano y a Ishiguro, ambos tan nostalgiosos, los conocía de antes, pero no han estado nunca entre los que me vuelan la cabeza, mientras que otros como Jelinek y Le Clezio de plano me aburrieron y mucho. No, no he leído nunca a Olga Tokarczuk pero en unas cuantas semanas nos van a llover nuevas ediciones así que le meteré diente. De Handke solo conocía El miedo del portero ante el penalti. Ya los veo en Alfaguara y en Alianza reeditando todo en chinga para tenerlo listo para Guadalajara. Claro, el corito de los biempensantes ya está rasgándose las vestiduras por su apología de Milosevic. Para mí, lejos de ser una mancha es un aliciente. Y no, no porque me caiga bien Milo ni mucho menos, sino porque tiendo a respetar a quienes se atreven a estar del lado incorrecto de la historia.
El Samurái de la Gráflex
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Sunday, October 06, 2019
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Las luces de las torretas y el coro de aullidos guiaron al taxista hasta las cercanías de la casa. Los vecinos no exageraban: la cacofonía canina se escuchaba a varias cuadras de distancia y aquello era en verdad desquiciante. Una multitud de mirones abarrotaba la calle. El taxi, que pagué con mi cartera sin esperanza real de reembolso, me dejó a unos 300 metros del lugar de donde suponía provenían los aullidos. Era una vieja casa, al final de una calle cerrada, donde solo se apreciaba un enorme portón metálico carcomido por el óxido y el salitre. Cámara en mano me abrí paso entre la gente. Al parecer yo era el primer “reportero” en arribar al sitio. Antes de hacer preguntas disparé tres veces la cámara tratando, sin mucho éxito, de enfocar la casa y las patrullas.
Hubo un tiempo que la escritura se colmaba a sí misma. La etapa embrionaria y encabronadamente honesta en que escribía por el puro y vil placer de hacerlo, sin siquiera pensar en que alguien en el mundo pudiera leerme. Escribir era un fin en sí mismo que alcanzaba su clímax en el acto de garabatear. Desde el orwelliano y heavymetalero año de 1984 empecé a llevar un diario al que podríamos denominar íntimo. No era que escribiera cosas prohibidas o temas de los que pudiera avergonzarme, pero asumía y daba por hecho que aquello era solo para mí y ni siquiera me pasaba por la cabeza la idea de leérselo a alguien. En cualquier caso catastrófica caligrafía de patas de araña me blindaba contra cualquier lectura indiscreta. Aunque alguien me hubiera robado el cuaderno la única certidumbre es que no habría entendido un carajo. Tuve también algunos escarceos con ficciones que garabatee de manera natural y con las que no esperaba llegar a nada. De una u otra forma la continuación de aquellos cuadernos que nunca interrumpí del todo fue este blog, que mantengo ininterrumpidamente desde 2002