Eterno Retorno

Saturday, June 22, 2013

La reina de los hielos en Casas Grandes

La grabadora emitió una voz de mujer hablando en sueco (o en una lengua extraña que se parece a lo que imagino es el sueco) y sólo entonces empecé a creer en la posibilidad real de traer a la Reina de los Hielos hasta Casas Grandes. Después se escuchó un mensaje en inglés. Un inglés elegante, sobrio, muy diferente a la nasal jerga texana que aprendí estudiando en El Paso. La voz me ordenaba dejar mi nombre, número de teléfono y asunto a tratar. Di por hecho que nunca en la larga o corta historia del contestador automático de la agencia literaria Svartby había quedado registrado un número de Chihuahua. Mucho menos la voz de un reportero policiaco de Casas Grandes invitando a la reina de la novela negra escandinava, Ellinor Axelsson, a participar en un incierto festival de narradores detectivescos a celebrarse en medio del desierto mexicano. Hamlet empezó a agobiarme con preguntas. - ¿No te contestaron? ¿Qué les dijiste? Explícales que esta es una llamada formal, que la invitación es del instituto de cultura, no a título personal. ¿Habrás marcado bien el número? ¿Por qué no vuelves a marcar? Sólo entonces reparé en un pequeño detalle que ni Hamlet ni yo habíamos tomado en cuenta. En Casas Grandes eran las cuatro de la tarde, pero en Suecia era ya de madrugada y salvo que hubiera un sólido compromiso con el vampirismo insomne, era poco probable encontrar gente trabajando a esa hora en las oficinas de una agencia literaria. De cualquier manera, escuchar esa voz grabada hablándome en un idioma extraño me hizo sentirme parte de la lejanía. Había hecho sonar un teléfono en medio de la madrugada en un entorno que nada tiene que ver con el nuestro. Fue esa la primera vez en mi vida que marqué el número de un país en el Viejo Continente. Le expliqué a Hamlet que tendríamos que esperar hasta la media noche para que allá en Gotemburgo fueran horas hábiles. Por mi parte, estaba dispuesto y no siempre tengo tan buena disposición para hacerle favores a un empleado del gobierno. Hamlet Galarza conoce como nadie las fórmulas alquímicas de la burocracia cultural, lo que explica que pueda mantenerse como una suerte de subdirector vitalicio del departamento de literatura del Instituto Cultural del Norte de Chihuahua. Sus años tras escritorios de latón en viejas oficinas adornadas por la fotografía del presidente municipal en turno, lo han enseñado a dominar ciertos códigos administrativos y fórmulas de cortesía lambisconas, inaccesibles para el común de los mortales como yo. El problema es que Hamlet suele bloquearse con facilidad cuando sale de su burocrático ecosistema. Una de sus principales carencias, es que no habla una palabra de inglés y fue esa la razón por la que me llamó a esa tarde y se vio obligado a involucrarme en un proyecto del que sin duda hubiera deseado mantenerme al margen. Una tarde cualquiera, tan aburrida e improductiva como todas las tardes de su vida, Hamlet tomó la decisión de organizar la primera Semana Negra de Casas Grandes, un festival de novela policiaca que según él pronto podría estar a la altura del de Gijón, que fundó Paco Ignacio Taibo en 1988. Aunque por tradición la cultura debía conformarse con las migajas del presupuesto gubernamental, este año había un fondo federal etiquetado para la organización de actividades culturales en las colonias populares, un concepto tan ambiguo, que permitía gastar ese dinero en casi cualquier cosa, siempre que se justificara demostrando la celebración de al menos un acto en alguna comunidad marginada. Encuadrar un festival de narrativa detectivesca dentro del concepto “actividad cultural en colonia popular” era pan comido para este veterano de la burocracia cultural. Hamlet me llamó esa mañana a la redacción del periódico para pedirme “un favor muy especial”. Aunque la experiencia me ha enseñado a desconfiar de él, accedí a verlo esa tarde. Cuando llegué a su oficina, me explicó su idea de reunir en Casas Grandes a una cofradía de narradores detectivescos. Había un montón que sin duda vendrían gratis, siempre que se les garantizara un lugar para pasar la noche y unas cuantas cervezas en la hielera. Por supuesto ya había enviado una invitación a Elmer Mendoza, sin embargo la Semana Negra de Casas Grandes necesitaba traer una figura de renombre internacional que garantizara el impacto mediático del festival. Después de sesudas y hamletianas reflexiones y de barajar ciertos nombres que fueron de James Ellroy a John Conolly, llegó a la conclusión de que ninguna figura acarrearía tantos reflectores como Ellinor Axelsson, la escritora sueca que encabeza el gran boom de novela negra escandinava en el mundo. Su sola presencia en Chihuahua sería una garantía de cámaras y grabadoras en “su” festival. Por eso había recurrido a mí. Primero, para pedirme el favor de empezar a “calentar” el tema en las columnas de chismes. Pero sobre todo, para que lo ayudara a contactar directamente a la reina Ellinor, pues algo le hacía suponer que la afamada narradora no hablaba español. Cuando le pregunté a Hamlet qué obtendría yo a cambio del favor, me contestó, con un airecito de magnánima condescendencia, que estaba dispuesto a concederme un espacio dentro del programa del festival para que pudiera presentar “mi obra”, además de tener la oportunidad de tomarme una foto a lado de una belleza como Ellinor Axelsson. ¿No era eso suficiente aliciente acaso? Debo advertir que Hamlet y yo compartimos un incurable y ridículo padecimiento: ambos nos creemos escritores de novela negra. La diferencia es que Hamlet ha publicado tres libros y yo aun no, aunque para efectos reales el marcador entre nosotros sigue estando cero a cero, pues seguro estoy de que nadie absolutamente (y en el absolutamente va incluida su madre) ha leído todavía alguna de sus tres novelas. En su calidad de empleado del instituto cultural, Hamlet está legalmente impedido para participar en los premios regionales de literatura que él mismo convoca cada dos años. Por ello estableció la figura de la “mención honorífica al participante de calidad” que el jurado (cuyos honorarios no son modestos) siempre le ha otorgado a él. Ante las inevitables grillas y denuncias por tráfico de influencias y competencia desleal, Hamlet argumenta que la mención honorífica no tiene premio económico, aunque sí garantiza la publicación y la difusión de la obra. Además, el escritor que participa en los premios regionales no es Hamlet Galarza, el subdirector de literatura del instituto cultural, sino su heterónimo Otelo Oscuro, que es un autor de novela negra. Si insisten en señalarlo como un vil fraude, Hamlet empieza a recetar teorías sobre la otredad narrativa e invoca a Fernando Pessoa en su defensa, señalando que Ricardo Reis y Alberto Caeiro son poetas de estilos y temáticas contrastantes, al grado que se les puede considerar como seres autónomos. Otelo Oscuro es a Hamlet Galarza lo que Ricardo Reis a Fernando Pessoa, se permite eructar (aunque por supuesto Hamlet jamás ha leído a Pessoa ni a ninguno de sus heterónimos) Hace poco, Hamlet se enteró del caso del escritor irlandés John Banville y su heterónimo policiaco Benjamín Black y desde entonces no deja de invocarlos (aunque por supuesto tampoco los ha leído y posiblemente tampoco los piense leer)

SAURIO CORTADO

El cuchillo que va a amputar mi pierna será colocado cuatro centímetros y medio por debajo de la rodilla. Le pedí al médico que me señalara el punto exacto y entonces lo marqué con un plumón. Después me quedé mirando mi extremidad, tratando de imaginar cómo lucirán los saurios una vez que sean rebanados. El saurio de la luna quedará cortado casi exactamente a la mitad. Sobrevivirá la parte inferior del cuerpo y la larga cola con punta de tridente, pero se perderá su hocico de afilados dientes y las garras en donde sostiene la luna. Con el saurio del árbol, en cambio, lo que se perderá es la cola con punta de espada, pero permanecerá la cabeza cornuda y sus garras que bifurcan en las ramas de árbol de la vida. El saurio crucificado también quedaría sin cola, pero se conservaría parte de la cruz y su cabeza sangrante bajo la corona de espinas. El que se perderá por completo es el saurio de fuego, enroscado en mi pantorrilla como una serpiente en espiral y el saurio de los ases de espadas en mi pie. También se perderá casi por completo el amorfo saurio fundacional que parece estar rayado con un plumón opaco y cuyo valor sentimental no solamente radica en el hecho de ser el tatuaje más antiguo bajo mi piel, sino también el primer tatuaje que el Wizard elaboró en su vida. Esta tarde he estado platicando con el cirujano que amputará mi pierna derecha. La cirugía ha sido programada para mañana a las 9:00. Cuando amanezca despertaré aun con mis dos piernas y con la saga del saurio representada en plenitud bajo la piel de mi extremidad, pero al llegar al medio día la mitad de esa pierna ya no estará unida a mi cuerpo. Bajo mi piel habrá tres saurios cortados cuyo cuerpo se doblará sobre un muñón. Frente al cirujano traté en todo momento de mostrar una actitud de burocrática indiferencia, como si discutiera con un carpintero sobre los cortes necesarios para arreglar un mueble defectuoso. Desconozco cuántas amputaciones realice un cirujano promedio en su carrera y no sea si sea común que sus pacientes les hagan ese tipo de preguntas tan explícitas. El cirujano me explicó, con cierta incomodidad, que primero utilizaría un bisturí para cortar músculos y ligamentos, identificar nervios y posteriormente ligar vasos. La parte final sería el corte del hueso, lo cual se hace con una sierra. Después de seccionar el hueso, se debía proceder a redondearlo con una lima ósea. El arte de un buen cirujano está en dejar un muñón funcional y ajustable a la prótesis para que pronto pueda reiniciar mi vida activa. Le expliqué entonces al cirujano que el tema de mi prótesis no me preocupa demasiado pues hasta ahora no he pensado en ese detalle. Cuando le expliqué que el principal motivo de mi angustia es saber que tres de mis tatuajes quedarán cercenados, el médico me dedicó una mirada que combinaba lástima e incredulidad. Yo no estaba dispuesto a rendirme y le pedí que evaluara la posibilidad de recorrer el corte de la pierna unos seis centímetros hacia abajo, de manera que pudiera conservar íntegros al saurio de la luna, al saurio del árbol y al saurio fundacional. De acuerdo, me había resignado a perder por completo al saurio de fuego sobre mi pantorrilla y también al saurio de los ases de espadas que lucía en mi empeine, pero si se podía hacer un esfuerzo por salvar al resto de los saurios, yo estaría eternamente agradecido. El cirujano se me quedó mirando, como si evaluara la pertinencia de ofrecer una respuesta científica a semejante petición. Me indicó, mostrando cierto fastidio, que la longitud de la parte amputada no se elige al azar. La consigna es separar del cuerpo la parte afectada por la gangrena. Reducir la parte seccionada tan solo aumenta el riesgo de un rebrote de la gangrena, lo que derivaría en un traumático proceso de reamputación, algo en absoluto recomendable y un riesgo que no correría por algo tan banal como… se quedó callado unos segundos. Por un asunto que no es de vida o muerte como un adorno personal que a estas alturas es lo que menos importa. Con esto dio por terminada la conversación dándome un apretón en la mano derecha que indicaba su negativa a discutir más sobre ese asunto.