La noche del 16 de julio de 1928, Álvaro Obregón se va a la cama sin saber que en el convento de la Madre Conchita se ha decidido ya el lugar y la hora de su muerte. Imaginemos la madrugada del 17 de julio: Obregón duerme y José de LeónToral está despierto. El gordinflón presidente electo rueda en su cama y tiene un sueño intranquilo a causa de la mala digestión. Aunque su juguetón cinismo podría hacernos creer que el sonorense es inmune a afectaciones emocionales, es un hecho que le sobran motivos para sentirse preocupado, máxime cuando ya ha sido víctima de un atentado. De acuerdo, Obregón está preocupado, pero concilia el sueño. La comida con los diputados guanajuatenses en el restaurante La Bombilla es sólo un evento más en su nutrida agenda que no le merece especial atención. Obregón duerme o intenta dormir; León Toral reza. Las cosas ocurren en el mismo instante en dos lugares distintos de la Ciudad de México. En el preciso instante en que el mandatario electo rueda en su cama o se levanta para orinar, Toral está entregado a la oración o repasando por enésima vez su ruta de acción. Obregón no sabe quién es Toral pero para Toral Obregón lo es todo en la vida y esa misma noche es el centro de todos sus pensamientos Esa noche antes del magnicidio la víctima duerme ajena e ignorante, mientras el futuro verdugo es consumido por el insomnio y los nervios. Las horas transcurren a un ritmo diferente para la futura víctima y el futuro victimario. Podemos imaginar en una pantalla dividida en dos la exacta secuencia de sus actos, el minuto a minuto que los conducirá a su encuentro definitivo. Toral está destinado a ser el ejecutor de una sentencia de muerte, pero las horas previas al crimen las vive como si él fuera el condenado, pues sabe que en el instante en que apriete el gatillo, estará ejecutando su propia condena. Víctima y victimario se hermanarán para siempre en un destino trágico. (DSB El magnicidio como una de las bellas artes)
Saturday, July 20, 2013
VI
He pasado mi primera noche en Nacozari sin poder parar de escribir. Primero hice un vaciado en bruto de las entrevistas con la madre, la hermana, el bibliotecario y el tendero. Después, ya entrada la madrugada, empecé a darle forma narrativa. Mi primera noche en Nacozari no fue de descanso, sino de trabajo duro. En mi sueño original en donde representé Nacozari antes de visitarlo, yo escribía sin parar junto a la ventana del cuartucho, con vista hacia una mina de cobre. Ahora mismo mi sueño se materializa pues he estado escribiendo como un poseso en el cuarto de este hotel que no es muy diferente al que soñé. Falta la mina de cobre que debería estar frente a mi ventana, pero se bien que debe haber alguna cerca. En realidad no recuerdo tantos detalles decorativos de mi sueño como para afirmar que este cuarto de hotel (que supongo es real) es idéntico al que soñé, aunque eso no importa mucho, pues la sensación al escribir es la misma. Por un momento he pensado que soy yo quien me he sugestionado y me he forzado a escribir de esta manera para tratar de ser fiel a mi sueño, aunque al ver que pasaban ya de las tres de la mañana y yo seguía sin poder parar de teclear, tuve la sensación de que estaba siendo víctima de una suerte de hechizo, controlado por una energía o fuerza superior habitante de este cuarto. Lo más alucinante de mi sueño fue la manera en que las palabras brotaban como si alguien me las estuviera dictando. Escribir es (o puede llegar a ser) como estar poseído y anoche he escrito como un poseso, tal como escribía en mi sueño. Ahora mismo ha amanecido y en mi rostro deben reflejarse las huellas de la posesión del demonio escritural.
Se han cumplido 141 años de la muerte de Benito Juárez. Una angina de pecho consiguió lo sus múltiples opositores políticos no pudieron lograr mediante el voto o el cuartelazo: arrancarlo de la presidencia, en donde pensaba eternizarse. La conserva mojigata ha popularizado la leyenda de que el Palacio Nacional olía a azufre en aquel verano de 1872 tus sábanas, pues las mías ya están muy viejas
A menudo la gente me cuestiona mi posición frente a Juárez. Les sorprende que siendo yo ateo y enemigo de toda forma de fanatismo religioso, sea un crítico feroz de Benito, cuando normalmente el antijuarismo es cosa de católicos ultramontanos y sinarquistas estilo Salvador Abascal. Lo que la gente no me entiende, es que si cuestiono al indito de Guelatao, es por mi vocación de poner de cabeza toda forma de dogmatismo y resulta que Juárez en nuestro país ha sido un dogma de fe. El mayor dogma de fe de ese ridículo catecismo patriotero que los libros de texto nos machacaron en primaria. La perorata oficialista ha hecho de Juárez una suerte de santón infalible. Los juaristas actúan y reaccionan peor que un mojigato del Opus Dei cuando cuestionas a Escrivá de Balaguer. Aunque se autoproclaman librepensadores, los juaristas son más cerrados e intolerantes que un talibán. No admiten que se cuestione a su dios de bronce, cuya vida estuvo llena de errores y contradicciones. Hubo un tiempo en que escribir o hablar contra Juárez podía costar muy caro. Pregúntenle a José Fuentes Mares.
No dudo que si yo hubiera vivido en 1857, hubiera sido liberal y habría estado del lado de los juaristas en la Guerra de Reforma. En cualquier conflicto que enfrente laicismo contra teocracia, yo voy a apoyar al laico. Apoyaría a los liberales por la misma razón que celebro el derrocamiento de los hermanos musulmanes en Egipto. El dogmatismo religioso, sea cual sea el credo, es perjudicial para la humanidad. Lo que no concibo, es que haya tal cerrazón e intolerancia para admitir las múltiples pifias y abusos que cometió don Benito. Y ahora Fox ha vuelto a poner el tema en la palestra y surgen los adoradores de San Benito a acusar al ex presidente de herejía y blasfemia por decir que Juárez quiso vender México.
No me malinterpreten: yo siempre he considerado a Fox el non plus ultra de lo pendejo. Yo no voté por él (voté por Rincón Gallardo) y la noche del 2 de julio de 2000 yo era el único que estaba triste en la redacción de Frontera. Fox no ha leído un solo libro en su vida, pero alguien lo asesoró y lo asesoró bien cuando habla del Tratado Mc Lane- Ocampo. En su afán de salvar la Constitución del 57 y la vida, pues Miramón ya lo tenía acorralado en Veracruz, Juárez ofreció a Estados Unidos derechos a perpetuidad en el Istmo de Tehuantepec, libre paso de tropas y establecimiento de bases militares en toda la zona fronteriza, desde Matamoros a Sinaloa. El tratado no entró en vigor porque el Senado estadounidense lo rechazó y después se atravesó la Guerra de Secesión. Si ese tratado entra en vigor, nos habríamos transformado en un Panamá o un Puerto Rico.
Por lo demás, aunque la clásica perorata indigenista romanticoide trata de hacer ver a Juárez como un gran paladín de los indios, lo cierto es que los perjudicó bastante. Las leyes de reforma y desamortización de bienes, fueron la base legal del exterminio de yaquis y mayos en el porfiriato cuando les expropiaron sus tierras. Juárez no se andaba con tratos especiales a los indígenas estilo Marcos y si algo pretendió, es igualar a todos los mexicanos ante la ley, sin distingo de lenguas, usos y costumbres. Además, hubo muchos indígenas peleando del lado conservador y apoyando al imperio. Para no ir más lejos, Tomás Mejía, quien fue fusilado a lado de Maximiliano y Miramón, era un otomí puro (y Victoriano Huerta era huichol de raza, pero esa es otra historia)
Por lo demás, la generación liberal arrojó personajes mucho más interesantes y dignos de admiración que Juárez. Ignacio Ramírez El Nigromante, el único que tuvo los tanates de declararse ateo (Juárez era católico por si no lo sabían) José María Luis Mora, Miguel Lerdo de Tejada, Guillermo Prieto (excelente poeta y prosista cuyas memorias estoy releyendo) Santos Degollado, el mismo Melchor Ocampo. Pero convence a los talibanes juaristas de que su dios no es perfecto. Más fácil es arar en el mar. DSB
Monday, July 15, 2013
Hace diez años, el 15 de julio de 2003, se murió Roberto Bolaño. En su caso no hay lugar a dudas: estos diez años han sido por mucho (pero por muchísimo) los más productivos de su carrera literaria. No solamente porque los libros que ha publicado muerto son casi tantos como los que publicó estando vivo, sino porque los libros que ha vendido y los elogios que ha cosechado en esta década, no tienen punto de comparación con la modesta cosecha que alcanzó en los 50 años que duró su vida. Es un fenómeno raro el de este chileno. Fue un hábil narrador, con malicia literaria y vocación iconoclasta. Un tipo al que vale la pena leer sin duda alguna. Hasta ahí vamos muy bien. Los problemas comienzan cuando brotan mentecatos afirmando que Detectives salvajes es la novela que Borges hubiera querido escribir, o que Bolaño es el nuevo Cortázar y que su influencia en las letras hispanoamericanas es equiparable a la de un García Márquez. Ahí fue donde la puerca torció el rabo. Es buen narrador, sí, pero no creo que haya llegado a innovar, romper o fundar nada. ¿Puede alguien explicarme dónde está su innovación? A lo mejor ustedes leen algo que yo no alcanzo a ver. Me queda claro que antes de Rayuela no se había escrito nada ni medianamente comparable y aunque no soy un fan del Gabo, puedo entender que Cien años de soledad haya marcado un antes y después. De Borges creo que no necesito agregar nada. Su universo sólo puede ser construido en la cabeza de un genio y la verdad es que de un genio a un buen escritor hay un abismo de distancia. Bolaño, aunque les pese, es simplemente un buen escritor y nada más. Puedo entender que te guste mucho Detectives salvajes y Putas asesinas, pero con franqueza sigo sin entender dónde radica la supuesta condición de parte aguas de la obra del chileno. Creo que lo suyo es un proceso póstumo de norteamericanización llevado de la mano de un hábil agente que ha conseguido llenar un vacío en la figura del latinoamericano rebelde que necesitaban cubrir los lectores gringos. En Estados Unidos se le ha magnificado como una suerte de Rimbaud sudaca; un perseguido político, un demencial prófugo adicto a la heroína que se atrevía a desafiar a las vacas sagradas del pandemonio literario. Nada de eso fue Bolaño. Si a verdadera innovación técnica vamos, creo que tiene más méritos un Ricardo Piglia o incluso un César Aira. Bolaño jamás logró, por ejemplo, la arquitectura y la musicalidad prosística de un Daniel Sada ni construyó un universo tan intrincado como el de un Mario Bellatin. En cualquier caso, siempre me queda la duda sobre lo que habría sido de Bolaño si aun viviera ¿Qué libros habría escrito? ¿Estaría colocado en este momento en su justa dimensión? ¿Se sentiría contento con la condición de rock star a la que ha sido elevado en Estados Unidos? Son las dudas que tengo mientras aguardo la llegada de un “nuevo” libro póstumo. DSB
Mito: El 14 de julio de 1789 el pueblo francés, harto del despotismo imperial, acabó para siempre con el antiguo régimen tomando la Bastilla, en cuyos calabozos yacían presos políticos y opositores al rey. Según cierta corriente historiográfica, con la caída de esta siniestra prisión, símbolo de la opresión absolutista, acabó la Edad Moderna para dar paso a la Edad Contemporánea, en la que según ellos, aún vivimos. Heroicas damas francesas de pecho desnudo y cabello al aire, agitando banderas azul, blanco y rojo mientras entonan La Marsellesa y avanzan sobre La Bastilla, fueron inmortalizadas en los cuadros de Delacroix.
Realidad: El 14 de julio de 1789 pasaron cosas harto distintas. Un horda de harapientos procedentes de las barriadas comenzó a saquear comercios y en su furor, asaltó La Bastilla pensando que ahí habría suficiente carbón, mismo que escaseaba. Esta horda no pensaba liberar presos políticos ni tenía el mínimo interés en ello. Por lo demás, en la Bastilla no había ninguno ese día. Cierto es que en la Bastilla estuvo algún día recluido Voltaire y el enigmático Hombre de la Máscara de Hierro. También es cierto que hasta una semana antes, estuvo en la Bastilla el mismísimo Donatien Alphonse, el Divino Marqués de Sade, pero lo cierto es que el 14 de julio, había apenas siete presos en la Bastilla, ladronzuelos, locos y violadores, pero no revolucionarios ni pensadores ilustrados. Por lo demás, ese día no le cortaron la cabeza a ningún rey ni cayó el antiguo régimen, pues Luis XVI, al volver a Versalles luego de una cacería, apuntó en su diario: "Nada". DSB