Eterno Retorno

Tuesday, September 30, 2008

Hace 24 años nació mi hermana Ana Lucía. Recuerdo casi a la perfección los detalles de todo ese domingo 30 de septiembre de 1984. En realidad recuerdo todo lo que respecta a ese año mágico e intenso. Aguardé el momento junto con mi Abuela viendo videos de Cindy Lauper, Van Halen y Twisted Sister en el canal 28 de Monterrey. Ana Lucía nació a las tres de la tarde. De su primer año de vida recuerdo cada detalle. Si Dios acaso existe, me queda claro que tocó con su mano a Ana. Todo lo que ella irradia e inunda con su presencia es alegría. Ella encarna la esencia misma de todo buen sentimiento. Es imposible no quererla mucho. El virtuosismo para el piano, la guitarra y la voz privilegiada son cosa aparte. Hoy, en algún pueblito francés sacado de las historias de Asterix, Ana apagó una velita más.

¿Un pozolito?

“Esto le pasara al Ingeniero y atodo los que andan con él los bamos aser posole".

Sin duda nuestros cultos sicarios son doctores de la Real Academia de la Lengua, gramáticos meticulosos que no perdonan la omisión de un acento o una coma fuera de lugar. Lo peor es que el domingo antepasado comí pozole.

Cuánto plomo mal gastado en cuerpos innecesarios, afirma Eskorbuto. ¿Se ha malgastado también el ácido sulfúrico? El Infierno suele estar a mil millas de distancia y nos llega siempre a través de la pantalla, pero aquí en Tijuana suele estar a la vuelta de la esquina. Los tres tambos donde tres cuerpos se consumían en ácido, fueron colocados a unos metros del lugar donde trabajamos.
Lo absurdo es creer que el Infierno tiene límites, que algún día tocarás fondo, que esto reventará como un dolor de oído y que poco a poco el cielo se irá aclarando.

Y pese a todo sigo caminando por la ciudad, recorriéndola, viviéndola. Ni siquiera puedo decir aquí nos tocó vivir, pues la realidad es que aquí ELEGIMOS vivir. Hace unas dos o tres semanas caminábamos por un parque en Playas de Tijuana en donde se exponían cuadros, tocaban bandas, se vendían chucherías y se bebía vinito en una tarde cachonda con el Sol de las seis de la tarde desparramándose delicioso sobre las aguas del Pacífico. Esa tarde sentí, o creí sentir, que pese a todo Tijuana quiere sonreír, sacarse al Diablo del corazón y creer que hay por ahí algo parecido a la buena leche que se resiste a la extinción. Pero en semanas como esta, creo estar caminando sobre una tierra condenada, poblada de mierdez y miseria humana, una caósfera desquiciada, un museo de los horrores.


Pero al carajo ya con estos temas. Podría narrar mejor que anoche tuve fiebre y no propiamente de sábado por la noche. Por alguna razón aún inexplicable, el termómetro corporal subió un par de grados. No es fácil dormir con fiebre. Los sueños se tornan densos, alucinantes y arrastran consigo toda la desesperación y el absurdo de El Castillo o El Proceso kafkianos. Las Pinturas Negras de Goya o el Jardín de las Delicias de El Bosco deben haberse concebido en una noche de fiebre. Cuando los intentos infructuosos por dormir se transforman en pesadillas, vale la pena despertar y recurrir a los libros de buró. Leer en una madrugada con fiebre puede llegar a ser una experiencia intensa. Si los sueños se tornan alucinantes, la lectura afiebrada llega a niveles de densidad extrema. Primero abrí un libro de ensayos de Tomás Eloy Martínez en el que diserta en torno a la realidad maleable del Quijote donde Cide Hamete Benengeli narra una historia que traduce Cervantes y plagia Avellaneda mientras Alonso Quijano y Sancho generan el material noticioso. Después, decidí volver a un viejo y bienamado amigo: El Aleph de Borges. Hay libros que no se acaban de leer nunca y que están destinados a ser compañeros inseparables de buró por toda la eternidad. El Aleph es uno de ellos. Anoche comencé una relectura más, en riguroso orden, comenzando por El Inmortal y la magia invadió la madrugada. Hay libros mágicos cuya eterna relectura es algo más que un ritual.

Monday, September 29, 2008

Orgía de balas y cadáveres, de escenas criminales y sepelios fugaces. Mientras los hoteles destinados a los turistas no los habitan ni los fantasmas, el Servicio Médico Forense puede presumir ocupación total y sobre cupo el año entero. Sábanas ensangrentadas, sirenas encendidas y las cenizas de tu último cigarro desparramadas entre los casquillos. Muertos, palabrería, Policía Federal, más muertos, eructos compulsivos de solemnes ineptos; “estamos investigando, se trata de una guerra de bandas rivales, la PGR atraerá la investigación” y los cadáveres no paran de desfilar. El vómito de palabras brota como una catarata pestilente; “los índices delictivos van claramente a la baja, le estamos ganando la guerra al crimen, el Presidente Calderón está comprometido con Tijuana, los empresarios y los turistas están recuperando la confianza ” y las sirenas vuelven a romper el silencio de la madrugada y los cuerpos anónimos yacen en una página eternamente reciclada, una fosa común periodística a donde van aquellos cuyos nombres jamás se conocerán. ¿A alguien le importan un carajo? ¿A tí te importan? ¿Quiénes eran? ¿Cuánto gritaron mientras eran torturados? Son 18 cuerpos, carne lacerada, sangre seca y pestilencia. Acaso debamos medir las estadísticas delictivas en toneladas de carne humana amontonada en el Semefo.

Alguien se toma el trabajo de repartir tiros de gracia en 18 cabezas, de cortar lenguas delatoras con un machete, de arrastrar cuerpos entre el polvo baldío, mientras allá en Wall Street los grises hombres de la perpetua corbata sudan frío al ver las Siete Plagas a través de las pantallas. Allá en el Capitolio washingtoniano los congresistas asestaron soberano batazo al Fobaproa gringo y las bolsas del Mundo se desgarran. No lo entiendes pero lo intuyes; toda la porquería apocalíptica se hace real. La bestia de cuyas ubres amamantamos está herida y sangra a mares. La sangre financiera viene del Norte y empieza a inundar la frontera con su pestilencia. En 1982 y 1995 Tijuana se cobijó en su edén dolarizado, en sus miles de turistas e inversionistas que nos hacían sacarle la lengua a la Gran Tenochtitlán desde nuestro fronterizo blindaje financiero. Pero hoy esos turistas huyen despavoridos. Hace tiempo nadie viene a una frontera regada de muertos y aún en el onírico caso de que la paz reinara en la entidad, ellos ya no tienen un centavo que gastar. La parranda financiera deviene en cruda monumental, la cruda de las calles fantasmas de Rosarito, de los letreros de “Se renta, se vende, se traspasa, se remata” en mil y un negocios quebrados, en la sinfonía de las esperanzas rotas. Aspirantes a migrantes, les regalo un consejo: Ya no vengan para acá.

Pero esta mañana, mientras las bolsas del mundo se caen y los que saben afirman que el crack del 29 fue Dinsneylandia en comparación con esta hecatombe, doce cadáveres son el desayuno escolar de los niños de la primaria Valentín Gómez Farías. Seis más se suman en las horas siguientes. El pilón, cortesía de la casa, es una bolsa de lenguas cercenadas. 18 ejecutados inauguran nuestra semana. Una cacería de policías despidió la anterior. De la Penitenciaría ya nadie parece acordarse y los cadáveres de hoy serán olvidados en nombre de la ejecución de mañana.
La borrachera de la Muerte aparenta volverse eterna en nuestra Tijuana. Vaya parrandita de la Calaca. Las balas están en oferta. Aproveche la promoción.
Mientras tratas de dormir o mientras coges, mientras apuras el trago de whisky en la noche o de café negro en la mañana y te das cuenta que los números no salen y tu billete de 500 pesos vale menos que una servilleta, alguien está siendo asesinado con saña absoluta en esta ciudad. Y si quieren que sea honesto, a mi me quita más el sueño el Apocalipsis financiero. Hasta ahora los muertos jamás me han matado.


PD- Pero nuestros siempre agudos inspectores de la PGJE, dignos personajes de Conan Doyle, han llegado a una sabia conclusión luego de concienzudas pesquisas criminológicas. Resulta que hay una coincidencia en estos crímenes: Y es que a ninguna de las 18 personas que mataron la habían matado antes.


Lo escribí hace cinco años. Hoy tiene absoluta vigencia.

- Era como si mi nariz percibiera el olor de la sangre que aún no se ha derramado, la que se derramará esta noche, este fin de semana la de estos seres que en este momento están bebiendo una cerveza y comiendo unos mariscos y que dentro de unos días estarán envueltos en una cobija arrumbados en un baldío. La sangre de los que en este preciso instante, tal vez a unos metros de aquí, están siendo torturados y martirizados a punta de batazos. Aquí, en esta misma atmósfera tijuanera que no se define entre la niebla perpetua y el viento de Santana, flotan los pensamientos y los sueños de la próxima víctima, del próximo iluso que no pagará a tiempo el gane de mota, del madrina ministerial indiscreto, del sicario que desparramará el cuerno de chivo, del reportero de guardia que tecleará una insignificante nota de cuatro párrafos donde se hablará de un hombre ejecutado envuelto en cobijas, encontrado en un terreno baldío, en cuyo cuerpo se apreciaban evidentes huellas de haber sido objeto de cruel tortura y cuya identidad no ha sido aún confirmada por la Policía Ministerial. Pan nuestro de cada día en la nueva Tijuana. Escribir la nota sobre un ejecutado es algo tan de trámite como escribir la nota del desayuno de un político-

La borrachera de la Muerte no se acaba nunca.

Sunday, September 28, 2008

Estrecho de Bering

Recurrente fantasía; todo se ha perdido y tú emprendes un viaje final, aquel donde está prohibida cualquier insinuación de boleto de regreso. ¿Qué es lo que se ha perdido? No me pregunten detalles, no lo se. La situación es que todo se ha ido al carajo y somos algo así como un sobreviviente del Apocalipsis o de la más triste de tus tardes. La cuestión es que todo, o los restos de ese todo, se van quedando atrás. La consigna del viaje es jamás retroceder sobre tus pasos. Amber Aravena decidió que cada paso dado en su viaje final iría hacia el Sur. Imposible retroceder un solo paso al Norte. Península abajo, Amber Aravena llega a una playa de Baja California Sur en cuya arena desparrama su mierda.
A veces me imagino haciendo línea como tantas veces de Tijuana a San Diego. Una vez que estás del otro lado tomas el 5 con la consigna de recorrer solo millas al Norte. Llegas a la frontera entre Estados Unidos y Canadá y prosigues tu camino. A veces imagino Groenlandia. En 1996 yo conocí Islandia pero a la fecha todavía no he conocido una sola persona que me haya dicho “yo estuve en Groenlandia”. Pero eso es una desviación de la historia. Digamos más bien que el camino sigue de Canadá a Alaska y prosigues hasta el Estrecho de Bering. Conozco gente que ha ido a probar fortuna como trabajador en los barcos pesqueros de Alaska, pero aún no me he topado con quien me diga, “yo crucé el Estrecho de Bering”. Menos de 85 kilómetros de mar entre el Cabo Príncipe de Gales y el cabo Dezhneva con las islas Diómedes en medio. Hace 20 mil o 25 mil años algunos cazadores siberianos corretearon a un mamut sobre el hielo y sin decir agua va lo cruzaron a píe para acabar poblando este continente de contrastes. Durante la Guerra Fría, el Mar de Bering era un sitio de dientes afilados y paranoias de satélites. Se que hay quien se ha dado a la tarea de emprender la construcción de un puente (y solo falta que lo construya Cemex) y también se habla de un túnel como el del Canal de la Mancha. Nadie ha sabido decirme qué pasa si yo llego con mi carro placas de Baja California a la orilla del Cabo Príncipe de Gales y manifiesto mi deseo de cruzar a Rusia ¿Habrá un ferry para cruzar mi tijuaneada nave? Porque en mi fantasía yo cruzo a Rusia y una vez en Siberia emprendo la peregrinación hasta la aldea de Rasputín, cruzo los Urales y llego hasta Moscú y San Petersburgo (y de ahí en ferry hasta Finlandia) y la travesía de esta fantasía tiene un sin fin de recovecos, pero por el momento sólo quiero saber si hay alguien que me quiera echar la mano para cruzar el estrecho.

Cae la tarde y el sueño gana el último asalto. Todo apesta a otoños del pasado, a puestas de Sol que retornan de algún horizonte prófugo de mis recuerdos. ¿To many wasted sunsets púrpura profundo? El siempre misterioso laberinto de un día cualquiera, de esos mil domingos hermanados con la carne del olvido. De relecturas compulsivas, de enmiendas mentirosas, de renaceres en la sal de un lunes que jura ser tu amigo y reservarte una sorpresa bajo su manga puerca.

Todo tiene el olor y la pinta del Invierno por venir. Hoy todos somos cigarras u hormigas, qué más da, en realidad no hay diferencia alguna. Aunque bailes o ahorres, el Invierno llegará. Puedes transformarte en un profeta más del desastre o darte a la tarea de acondicionar la cueva donde esperas poder resistir la tormenta. En realidad importa un carajo lo que hagas y si quieres que de un consejo, es mejor que bailes ese tanguito y te bebas la última cerveza que queda en el refri y te subas a ese avión y te emborraches de millas de viaje, de calles de ciudad desconocida, de carreteras nocturnas, de mil rostros extraños. Mi deporte favorito es mirar a los ojos de las tempestades y no arrodillarme jamás ¿Por qué habría de arrodillarme ahora?