Soy un lector promiscuo y me es imposible serle fiel a un solo libro. Cuando de bibliofilia hablamos no creo en la monogamia. Para mantener el equilibrio dentro mi perpetua catástrofe requiero estar leyendo cuatro o cinco libros a la vez. Durante años mantuve una democrática dualidad entre el portátil libro de calle y el gordo ladrillo de buró, pero en los últimos años todo se ha vuelto un caos. Lo mismo me pasa a la hora de escribir. Requiero tener tres o cuatro archivos de Word abiertos y tres libretas en donde yacen amorfos embriones y primeros párrafos de textos sin fe que ignoran si bifurcarán en cuento, novela, ensayo o material de resumidero.Por cierto, hay una revolución en Rosarito. Sabbath Revolution Sabbath. Sábado de furia liberada, de rabia y hedor a gasolina.
Saturday, January 07, 2017
Friday, January 06, 2017
“Un día leí un libro y toda mi vida cambió”. Acaso la primera frase de Vida nueva de Orhan Pamuk podría aplicarla a mi camino como lector de Ricardo Piglia. Hoy puedo robarle la frase al turco y decir que “un día leí a Piglia y mi forma de leer cambió”. No, no es una exageración ni se me ha volado la cabeza. De no haberme sumergido en la obra de Ricardo Emilio Piglia Renzi hoy yo sería otro lector muy diferente, uno al que me costaría trabajo reconocer. La persona que hoy se despidió del mundo es posiblemente el autor contemporáneo al que he leído con mayor devoción en la última década y media, el que en forma abierta e inocultable ha marcado mi manera de concebir y dimensionar ese acto de embrujo llamado lectura. Hasta esta mañana de enero, yo solía decir que Ricardo Piglia es el autor vivo que más ha influido en mi trabajo, el que de una u otra forma siempre acaba colándose en una cita o en un epígrafe. Bajo la luz de una estrella muerta es un tributo a El último lector. Vaya, para no ir más lejos, creo que todo mi trabajo ensayístico se alimenta de su obra. Mi religión es y ha sido borgeana y Piglia fue (le guste o no) una bifurcación del sendero de Borges que acabó construyendo su propio jardín. “Lo que podemos imaginar siempre existe, en otra escala, en otro tiempo, nítido y lejano, igual que en un sueño”. Acaso en esas palabras yace el acto de hechicería que me lleva a rayar un cuaderno de madrugada inmerso en los fantasmas de la duermevela. Yo también, como Emilio Renzi, tengo la sensación de haber vivido dos vidas: la que está escrita en mis cuadernos y la que yace en mis recuerdos. También, al igual que Emilio, llevo un diario desde el orwelliano año de 1984. En la edad adulta mi diario se volvió anárquico, pero en las últimas semanas decidí volver al estilo de antaño y escribir con pluma una breve bitácora de mi día. ¿Aguarda en un cajón el tercer volumen de Los diarios de Emilio Renzi? ¿Tendrá una obra inédita tan vasta como la de Bolaño? Habría querido seguir leyendo nuevos libros de Piglia, pero tengo la certidumbre de que su relectura me acompañará de por vida. Sí Ricardo, “hay siempre algo inquietante, a la vez extraño y familiar, en la imagen abstraída de alguien que lee, una misteriosa intensidad que la lectura ha fijado muchas veces. El sujeto se ha aislado, se ha cortado de lo real”. El último lector muere todos los días y se reinventa de madrugada cuando se sueña a sí mismo leyendo. En fin, cosas como estas piensa uno cuando se muere el escritor que más cabronamente lo ha marcado en su vida adulta. Gracias Ricardo Emilio. Gracias por haber existido
Thursday, January 05, 2017
Por pura ley de probabilidad el primero en caer debía ser tu padre. Ríos de pendencieros tanguarnices y trincheras de grasa en las arterias invocaban cada noche el arribo de la muerte y ésta no se hizo del rogar. Lo pepenó a medio camino entre un incierto potaje que por nombrarlo de alguna forma se hacía llamar mezcal y el botín extraído a la cabeza de un marrano comprada entera el Día de los Inocentes. Como habitualmente no había quien le siguiera la cura, tu padre comía, bebía y bailaba solo y así ocurrió la noche del 31 de diciembre en que se dio a la tarea de pellizcar la cabeza del cerdo mientras escuchaba danzones y bebía del tanguarniz a pico de botella. Punto pedo quiso bailar sin pareja, pero la muerte se invitó a compartir la pieza y llegó a él ataviada con su mejor traje de infarto fulminante.
Wednesday, January 04, 2017
Un camino de tierra, una niña y la imperiosa e impostergable necesidad casi física de comenzar un cuento, Hablar con Andrés y defender las virtudes literarias de Vientos de Santa Ana, decirle que es el periodismo y no Alfio el verdadero villano de la novela. Lo demás, supongo, se fue en viajes con retraso, improbables estaciones y el pájaro de crepúsculos que arriba al patio a despedir la última luz. Se juega un partido y es a muerte. Se disputa en lugar cerrado y con no pocos estorbos sin vela en el entierro. El balón es una moneda y las porterías sillas oficinescas. A codazos me abro paso para defender. La tensión es máxima y sin concesiones. Creo recibir un gol y me derrumbo pero al parecer la moneda pasó por un lado. A segundos del final anoto. Una peinadita leve, casi inocente y hacia atrás. No importa que el gol caiga en la misma portería que defiendo. El grito liberado de gol es tan eufórico que acabo por despertar solo para reparar en que un pequeño trapeador patea una lata en la banqueta.
Tuesday, January 03, 2017
Ninguna cuesta de enero es amable, pero la de 2017 se está pasando de hostil. El primer mes del año suele enseñar los dientes, pero no recuerdo mordidas tan fuertes como las de estos días. La naturaleza de enero es la de un reloj despertador con un sonido taladrante, un cubetazo de agua helada en medio de un sueño mañanero, un motor ahogado que no arranca, una llama imposible de encender bajo la lluvia fría. A un periodo de fiesta, modorra y cariños, sobreviene uno de obligaciones atrasadas, cuentas por pagar y vaticinios generalmente poco halagadores. La costumbre hecha ley es que los pronósticos para el año que comienza nunca suelen ser un derroche de optimismo. Claro, inmersos en el ritual de las uvas y la champaña llueven los buenos deseos y los mantras prefabricados para anticipar abundancia y buena fortuna, aunque economistas y politólogos nos pinten un escenario casi siempre cuesta arriba. Cierto, ningún enero comienza con banderas desplegadas y campanas al vuelo, pero en el 2017 los heraldos se vistieron con su traje más oscuro. Hay más de un monstruo en el horizonte y frente a ellos sobran las dudas y carecemos de certezas. Por ahora todo el entorno arrastra la lentitud inherente a estos amaneceres, el mentiroso rostro de todo primer día. En la sala, el pino de Navidad es un condenado aguardando su hora en el corredor de la muerte. Hace unos días era el acogedor huésped. Hoy es monserga extemporánea, encarnación del fuera de lugar. Me queda el vago y débil propósito de reinventar un diario de prófugos garabatos y rayadero naufrago en un cuaderno Moleskine
Monday, January 02, 2017
El centro de la novela (usando el término de Orhan Pamuk) o su punto ciego (usando la definición de Javier Cercas) es, creo yo, la imposibilidad de hacer justicia, la impunidad múltiple y compartida en distintos grados de complicidad. El peor enemigo del reportero es la empresa para la que trabaja pero también su peor enemigo es él mismo, su ego, sus ansias de protagonismo, su ambición, su alcoholismo. Guillermo D. mi personaje, no es un héroe solidario buscando hacer justicia por un colega muerto, sino un tipo hinchado de ambiciones y con una sed canija de reconocimiento.
Es una novela sobre periodismo y poder político, sobre periodismo y corrupción, sobre una amalgama podrida en donde no hay héroes ni quijotes. A veces parece que el verdadero villano es el mismo periodismo.
La clave de una narración es su tono, y con Vientos de Santa Ana me costó horrores recuperarlo. Empecé la novela cuando pateaba la calle con furia en un tiempo extremadamente violento para la ciudad. Los primeros párrafos los escribí en la redacción de periódico Frontera en 2007. Luego la interrumpí mucho tiempo y la retomé años después. Lo que más me costó, fue que mi tono de 2015 no podía ser el mismo de 2007-2008. Se me había pasado la rabia y el instinto asesino, pero pensé que esa novela tenía que terminarse aunque no se publicara y ser fiel a su furia original. Tenía que cerrar el círculo, aunque supiera que no llegaría a ninguna parte. La terminé, la inscribí al certamen Mauricio Achar con muchas más dudas que certezas seguro de enviarla al matadero, y cuando supe que había ganado segundo lugar entre casi 400 novelas me costaba creerlo.
La intención fue sosegar al duende o al moscardón que no me dejaba tranquilo. Tal vez esta respuesta sea a posteriori, pero creo que con Vientos de Santa Ana cerré un círculo, pagué una deuda y cobré una factura con una década y media de vida como reportero de calle. No creo volver nunca a escribir un libro así.
Al periodismo le debo mucho. Fue mi mejor universidad para contar historias, mi mejor doctorado en escritura creativa, pero fue también mi peor enemigo y necesité dejarlo atrás para poder empezar a escribir en serio. Quizá por eso le guardo rencor, porque a veces pienso que el periodismo me robó década y media de mi vida, que solo hasta que volví a la literatura volví a ser yo mismo y a vivir en plenitud. Con el periodismo estoy en deuda pero también tengo mucho que reclamarle. Vientos de Santa Ana y los cuentos de Dispárenme como a Blancornelas son mis ajustes de cuentas.
Disfruté el ritmo rabioso de rola hardcorera y el desahogo y la catarsis que representó poder contar de esa forma una historia que tenía tanto tiempo metida en mi cabeza. Disfruté cerrar un círculo, ajustar cuentas con una época y un oficio y encarnar en una novela la rabia de los años de calle pateada. Disfruto ahora cada que encuentra un improbable lector y disfruto muchísimo cuando alguien me comparte una impresión o interpretación que yo mismo no había pensado. Cada lector reinventa y reconstruye su propio libro. Ahí está el embrujo de la literatura. La escritura acaba en el punto final, pero la lectura puede ser infinita.
Sunday, January 01, 2017
No es mal número el diecisiete. No trae aparejado consigo el mal augurio aunque numeralias vemos perros años no sabemos. Por ahora todo el entorno arrastra la patraña inherente a estas jornadas, el mentiroso rostro de todo primer día. El pino es un condenado aguardando su hora en el corredor de la muerte. Hace unos días era el acogedor huésped. Hoy es monserga extemporánea, encarnación del fuera de lugar. Me queda el vago y débil propósito de reinventar un diario de prófugos garabatos y rayadero naufrago en un cuaderno Moleskine de corazón tan blanco, (también la firme y seriecísima promesa de no usar más las palabras “prófugo”, “náufrago” “improbable” y “aleatoriedad”, además del compromiso de usar más superlativos y recurrir a compulsivos paréntesis). Quisiera invocar una dosis de disciplina y estoicismo, pero no puedo poner a correr vana palabrería cuando no hay siquiera embrión de barro para una trama. Vamos a ver si las músicas me hablan, si hay destellos de cetáceos frente a la silueta de las islas. Cazar al vuelo tanto huidizo aletero, tanta mentirosa iluminación que irrumpe sin llamar a la puerta. Cosas de esas, pues.