Eterno Retorno

Friday, September 06, 2019

Si lo tuyo es contar historias y andas en busca de un consejo, mi respuesta es bastante sencilla: camina; camina un chingo por tu ciudad, date el gusto de perderte en sus calles y siéntete un perfecto extraño en ella. Mira cada rincón con ojos fuereños, con el pasmo y la incredulidad de un recién llegado. Si eres reportero, narrador de ficciones o las dos cosas a la vez, entonces salte a caminar. Ese es el mejor taller posible. No me refiero a darle diez vueltas a un parque o hacer sesiones en la caminadora. Me refiero a deambular al azar, dar la vuelta en una esquina en donde nunca hayas girado, extraviarte en una ruta improbable, mirar cada detalle. Cuando vas al volante de tu carro tus sentidos van por completo concentrados en el tráfico (y seguramente vas mentando madres). En cambio, cuando vas caminando tu perspectiva da un vuelco; la mirada y el fluir de las ideas se transforman. Te lo confieso: yo escribo caminando. Es en la fase errabunda cuando todo irrumpe en catarata. Escritura errante, compulsiva, imparable. Los conceptos revolotean alrededor como mil pajarracos. Voy caminando y voy escribiendo. A veces, si la situación lo permite, anoto alguna palabra en el cuaderno, una vaga idea. De pronto irrumpe la intuición de pozos profundos e infiernos individuales a través de las miradas. Dedica un par de segundos a leer la mirada de un extraño en un lugar público. Demasiados ojos son ventanas donde asoman avernos interiores. Los seres en apariencia más ordinarios e insulsos ocultan historias fascinantes, complejas, mórbidas, escalofriantes. Creo que mucho de lo que he escrito brotó por haber sido un reportero caminador, un compulsivo flaneur cuyos tenis juntaron más kilometraje que un carro. Llevo 20 años caminando Tijuana y sus calles me siguen narrando historias. Una Santa Muerte contempla a los transeúntes desde un aparador; un hombre desparrama su tristeza y su cansancio con el rostro hundido entre sus brazos; un cartonero arrastra su botín entre los baches; una vieja ristra de balcones te cuenta más historias que el Phisycal Graffiti de Led Zeppelin; una rata muere en medio de la calle; unas ruinas chamuscadas desparraman espectros; un puente peatonal captura las sombras y Tijuana se derrite y se reconstruye una y mil veces en mi cabeza. Desde aquel otoño del 98 no he dejado de reinventar esta ciudad para narrarla en todas las formas posibles. Ningún otro sitio en el mundo me ha hecho imaginar tantas historias. La narrativa de ficción que hasta el momento he publicado brotó de estas calles como una mata baldía. La he narrado desde una supuesta objetividad periodística como un reportero pateador de pavimento y la he narrado como fabulador de mundos posibles. Es como si las calles me susurraran al oído mil relatos. De no ser por Tijuana acaso no habría escrito nunca o habría escrito algo harto distinto en donde no me reconocería.

¿Cómo explicar la fascinación ejercida por esta forma de pepena? Si no eres un tecato de la lectura difícilmente lo entenderás. Hurgar entre ristras de libros antiguos es un ritual fascinante, adictivo y complejo. Hay una buena dosis de embrujo en ello, algo que difícilmente sentirás en una librería atiborrada de novedades. Aquí te sumerges en la magia de los juegos de azar. Nadie puede garantizarte el encuentro con ese as de papel y tinta que te aguarda oculto, pero tú lo intuyes y sabes que está ahí. En la improbabilidad y en el caos habita el encanto. Al llegar te sabes acechado por ese ejemplar capaz de volarte la cabeza, pero el encuentro bien puede no producirse. Una mesa de libros antiguos es un paraje poblado por claves y señuelos. Desentrañarlos es una especie de ceremonia pagana, un rito con algo de voyerismo. Dedicatorias, nombres de antiguos propietarios, papelitos, rayones, tarjetas, boletos, subrayados, listas de compra. Entre las páginas de Dos mujeres en Praga de JJ Millás encuentras lo que parece ser una carta de amor o despecho garabateada en caligrafía manuscrita. Bien puedes empezar un relato a partir del hallazgo. De pronto, en una viejísima y casi deshojada edición de Rayo Macoy lees una larga dedicatoria con la inconfundible firma de Ramírez Heredia para el doctor Eugenio Méndez. Luego hojeas Las Genealogías y topas con una escueta firma de Margo Glantz para Michel, fechada en el 95. Más tarde, te sale al paso una dedicatoria de Jean Meyer para Hugo (según el librero es para Hugo Hiriart y tanto le gustó el libro que se deshizo de él). Encuentro firmas de Gelman, de Luisa Valenzuela. Mi primera adquisición es pura esencia de astros alineados e improbabilidad: Entre la piel y la entraña, el perfil que Julio Scherer elaboró de David Alfaro Siqueiros en la cárcel de Lecumberri. Primera edición 1965. Después te sonríe el libro póstumo de Raymond Carver, Si me necesitas llámame, con tres firmas de su antiguo propietario indicando estaciones del año (ese pude ser yo). Pepeno Marcelo Birmajer, Wolfe, Tomás Segovia, José Emilio, Armando Ramírez, Ellroy. Escucho las charlas entre los libreros, con su acento tan centro de la República, hablando de un Llano en llamas primera edición vendido a 5 mil pesos y un Cien años de soledad del 67 con el dibujo del galeón que hace tiempo pepenaron en 10 mil. Pura esencia errabunda y gitana la de los libreros de viejo, pataperreros de ferias y vendimias a lo largo y ancho del país. Un gran aferrado es Fánel Castillo, el célebre Grafógrafo. Calladito y sin recursos, el Grafógrafo ya lleva doce años ininterrumpidos sacando adelante la Feria del Libro Antiguo que reúne a marchantes de reliquias editoriales. Los libros más raros que he adquirido suelo tijuanense los he encontrado ahí. Una delicia para los pepenadores como yo y un mérito el que la feria se mantenga por la pura terquedad de un emprendedor cultural. La feria dura hasta el domingo colegas. Vayan a la pepena.

Thursday, September 05, 2019

Todo crimen trae aparejada su dosis de horror y sufrimiento, pero para nosotros lo peor no es el asesinato sino su herencia. Sublime sería si cada homicida redujera su víctima a ceniza o consiguiera su absoluta desintegración en microscópicas partículas, pero no, la vida no es tan bella: cada asesinato nos lega un cadáver y la peor noticia para nosotros es que ese cadáver pesa, ocupa un espacio y pronto, mucho más temprano que tarde, apesta. Y vaya que apestan a muchísimos metros de distancia. Las causas de muerte y el aspecto de los cadáveres podrán variar, pero la peste es siempre la misma. Esa sí es fiel y llega puntualita. No hay manera de evitarla.