La Parca está lista para fumar su parte.
Nabor y
Juliano suelen llegar de su rondín de madrugada poco antes del amanecer. Hoy la
cosecha no fue muy copiosa. Nomás tres bultos traen en la camioneta. Dos
corresponden al perfil clásico: morros de entre 16 y 24 años, peloncitos con
barba rala de candado y tatuajes wanabe chololocos, camiseta marca Ed Hardy o
Aeropostale, jeans y tenis marca Nike o ya muy rayado Lacoste, con moretes,
contusiones y quemaduras en varias partes del cuerpo y los ojos petrificados en
la más culera expresión de horror que puedas imaginarte. El otro es un ruquito,
con bigote de cholo viejo y tatuajes carcelarios de los de antes, que parecen
hechos con plumón opaco. Este al parecer se murió de un pasón y sus brazos
negruzcos y llagados nos confirman que la chiva era su fiel compañera. Tiran
las bolsas en el piso, a un costado de la recepción y se derrumban sudorosos y
jadeantes sobre las desvencijadas sillas de la sala de espera. Me preguntan si
por ventura me sobra alguna caguamita, pero por ahora nomás me queda una pacha
plástica de whisky corrientón. Se supone que lo procedente es cargar de nuevo los cuerpos y bajarlos por la
rampa hasta el sótano para buscarles lugar en el frigorífico y acto seguido
redactar el respectivo informe, pero nomás de pensar que voy a tener que mover
otros tantos bultos para abrirme paso y poderlos medio amontonar entre el
cagadero se me quitan las ganas. Mejor compartir lo que queda de la pacha con
Nabor y Juliano. A lo mejor después agarramos fuerzas, pero no ahora. Ya casi
amanece y el inviolable código existencial del Carnitas Mascorro estipula que
el amanecer se hizo para recibir al sol con un cigarrito entre los labios. La
Parca está lista para fumar su parte.