Eterno Retorno

Wednesday, March 27, 2013

NOVELISTA DE GUARDIA VIEJA ¿INGENUO O SENTIMENTAL? Por Daniel Salinas Basave

A menudo suelo navegar por la vida con dos lecturas principales. Un libro casi siempre ligero y fácil de cargar, funge como mi lectura de calle, compañero de andanzas en taxis, caminatas, aviones y salas de espera diversas. Otro libro, por regla general más gordito y pesado, suele quedarse en el buró y acompañarme por la noche como cómplice de insomnios y duermevelas. Pues bien, mis libros de calle y buró han hecho equipo en esta primavera y se revelan como lecturas complementarias, aunque en apariencia poco tienen que ver. El libro de calle lo escribe un turco y es un ensayo (o conjunto de ensayos) sobre los mundos alternos creados por escritores y lectores. El libro de buró lo escribe un español y es una Señora Novela con mayúsculas capaz de robarle horas al sueño. De pronto, tengo la sensación de que un libro explica al otro y creo estar desarrollando un sui generis ejercicio de teoría y práctica de la lectura de novelas. Empecemos con la teoría, ejecutada por el turco Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, más célebre como novelista que como ensayista. El novelista ingenuo y el sentimental es un título que funge como guiño o tributo al ensayo del romántico alemán Friedrich Schiller, Über naive und sentimentalische Dichtung (Sobre poesía ingenua y sentimental. 1796) en donde divide a los creadores literarios en ingenuos y sentimentales. Cabe aclarar que en este caso la palabra sentimental es utilizada más bien como reflexivo. Bajo el criterio de Schiller, retomado por Pamuk, el creador ingenuo forma un todo con la naturaleza y escribe de forma espontánea, casi como un acto reflejo orgánico. El sentimental o reflexivo, en cambio, se concentra en método, técnica y le preocupa plasmar principios éticos e intelectuales en su obra. Partiendo de esta división, el turco desarrolla seis conferencias sobre las motivaciones o hilos conductores de los novelistas y su relación con los lectores. La mayor riqueza de estos ensayos, su verdadero néctar, no radica en el análisis de técnicas y estilos de novelistas célebres, sino en la profundidad que puede alcanzar la relación escritor-lector en el momento en que éste último reinventa la novela al construir en su imaginación el mundo alterno que le propone el novelista. Más allá de definir el rol y la influencia de la novela como forma literaria (como hizo Milan Kundera en su célebre ensayo El arte de la novela) Pamuk se sumerge en esa suerte de pacto establecido entre un creador y su lector. La magia del acto literario consumado en el momento en que un universo creado en una cabeza distante en el tiempo y el espacio (acaso una cabeza que dejó de existir siglos atrás) renace y se reconstruye en la cabeza de un lector que muchos años después, en algún lugar distante, toma la novela en sus manos. El lector de novelas, nos dice Orhan, se sumerge en un universo tridimensional no exento de sentimientos de paranoia, culpa y nerviosismo. El hábito de leer novelas indica un “deseo de huir de la lógica del mundo cartesiano unicentrista en el que cuerpo y mente, lógica e imaginación conviven en oposición”. En efecto, los lectores de novelas somos seres en perpetua fuga, evasores de la realidad que sin embargo, construimos y explicamos el mundo a menudo a partir de esos universos alternos que nos permiten interpretar nuestro entorno real con otros ojos. Al final, todos los lectores de novelas somos cómplices en nuestras fugas y compartimos, sin saberlo, esa bocanada de magia con que la literatura puede impregnar la más simple de las vidas. Pues bien, esa magia inexplicable de lector poseso es la que estoy sintiendo sumergido en El tango de guardia vieja de Arturo Pérez Reverte. Si Pamuk reflexiona sobre el acto hedonista de leer una novela, Pérez Reverte lo ejemplifica. Durante el día, en los tiempos muertos de la calle, el turco me aporta las claves de este acto de hechicería. Por la noche, bajo la luz de la lámpara, el español hechicero lo pone en práctica. Arturo Pérez Reverte es un novelista de la guardia vieja, un heredero del Siglo XIX con sangre de Dumas y Flaubert. De acuerdo, el Siglo XX nos legó Rayuela, Historia del tiempo perdido y una fila de mil y un laberintos narrativos capaces de revelarnos las infinitas posibilidades del juego novelístico. Sí, lo sabemos, existió Faulkner y existió Joyce, y sin embargo me confieso feliz y enviciado leyendo a un novelista cuyos trucos, según los teóricos de la muerte de la novela, han pasado de moda. Hay cierto placer culpable en leer las novelas de Pérez Reverte. No se trata de buscar metáforas y figuras; tampoco arquitecturas imposibles del lenguaje o ficciones ensayísticas para explicar el mundo y su decadencia. Nada de eso. Se trata de meterse en la piel de personajes en apariencia demasiado hollywoodescos y vivir con plena emoción sus aventuras. Cierto, los personajes de Pérez Reverte tienen cara de cliché y sin embargo son capaces de enamorarnos. Seductores de trucos reciclados que siguen rompiendo corazones. Un día de 1928, la bella y aristocrática Mecha Inzunza, esposa de un célebre compositor en el cénit de su fama, viaja Buenos Aires a bordo de un transatlántico donde conoce a Max Costa, bailarín de tango, embustero, buscavidas y seductor, del que por supuesto (no podía ser de otra manera), se enamora. De acuerdo, un triángulo amoroso en los lujosos salones de un barco puede no ser lo más original del mundo. Eso ya lo hemos visto en Titanic, podríamos afirmar. Lo increíble es que pese a lo ordinario de la escena, la trama nos atrapa sin concedernos posibilidad de escape. Usted dirá si no hay malicia narrativa en Pérez Reverte y trucos mágicos de novelista canchero, para ser capaz de atraparnos con personajes que en apariencia podrían parecer el non-plus ultra del cliché. Con idas y venidas en el tiempo, Pérez Reverte juega con tres momentos en las vidas de los personajes: el barco y la ciudad de Buenos Aires en 1928; la Riviera francesa en 1937 y la costa de Nápoles en los años sesenta. Pérez Reverte se confirma como un novelista obsesivo y de afanes totalitarios, pues para construir la atmósfera en donde se mueven sus personajes no escatima en toda clase de detalles, desde la decoración de un barco o un hotel de lujo, hasta la moda femenina o los accesorios en el traje de un hombre de mundo en 1928. El novelista investiga, observa y describe. En sus cuadros narrativos hay mil y un detalles. Esta novela sin duda será la delicia de los amantes del tango y el ajedrez, pasiones que son telón de fondo en el romance de los personajes. El añejo debate entre los contrastes del tango barrial y milonguero y el tango afrancesado del salón, sobre el que disertaron monstruos sagrados de la argentinidad como Borges y Sábato, es retomado por los personajes de Reverte. Una novela adictiva, culpable; un ejemplo esa tercera dimensión de la realidad en donde nos sumergimos una vez que hemos firmado un pacto cómplice con un buen narrador, capaz de llevarnos de la mano por su mundo.