Eterno Retorno

Thursday, October 06, 2016

Bueno, pues mis colegas Sandino Gámez y Julio de la Peña ya lo han hecho oficial: Dispárenme como a Blancornelas agarra caminito rumbo a la Feria del Libro del Zócalo en la Gran Tenochtitlán. Colegas de la CDMX, nos vemos el 21 de octubre por la tarde ahí donde moran y moraron tlatoanis, virreyes, presidentes, marchantes, revoltosos de mil y un causas y (recientemente) un tal Rogelio Aguas. Sandino tiene razón: me divertí un montón haciendo este libro que al final de cuentas es brutalmente norteño y peninsular, con una fuerte dosis sudcaliforniana, pues dos de los cuentos tienen como escenario la parte más austral de nuestra península. En el bergantín corsario que partirá de La Paz rumbo a la región más transparente viaja también Keith Ross con sus Corsarios vienen de lejos y a bordo de una bicicleta llegará Omisis Beltrán Orozco con su Dialéctica sobre dos ruedas. Chilanga banda, contamos con ustedes. Parafraseando al gran Lemmy: No sleep til Zócalo.https://soundcloud.com/radioculturaisc/presentacion-del-libro-disparenme-como-a-blancornelas-de-daniel-salinas-basave

Tuesday, October 04, 2016

Los bardos irrumpieron en la noche californiana y yo atravesé el espejo hacia un universo donde moran elfos, hechiceras, reyes y dragones. Veinte años transcurrieron y finalmente se me concedió ver por vez primera a Blind Guardian. De las bandas que conforman el soundtrack de mi vida diaria es la que más deseaba ver vivo, pues por una suerte de mal embrujo, con ellos todo quedaba siempre en un ya merito. Hace exactamente dos décadas, en el otoño de 1996, estuve a unas horas de alcanzar a ver a los bardos. Ocurrió en San Sebastián a donde llegué cuando el concierto ya había acabado. Seis años después el Guardián anunció su primera gira por los Estados Unidos y San Diego era la penúltima fecha. 14 de diciembre de 2002. Con mi acreditación de prensa en la mano me disponía agarrar camino rumbo a la ciudad vecina cuando repentinamente se anunció la cancelación definitiva unas horas antes. Al parecer un accidente en la carretera dañó parte del equipo. Pasaron cuatro años y el Guardián repuso la visita a tierra sandieguina en noviembre de 2006, pero Carolina y yo estábamos de viaje al otro extremo del continente. Diez largos años pasaron sin que los alemanes se volvieran a dar la vuelta por rumbos californianos hasta que la noche del domingo, contra todos los pronósticos, se rompió el hechizo. Velada de metal teutónico en Northpark, pues como abridores tuvimos a los veteranazos Grave Digger. Momento particularmente épico fue Rebellion (The clans are marching). Una banda que brilla con luz propia sin duda. Lo de Blind Guardian fue realmente un viaje a través la literatura fantástica, un paseo por tierras élficas, un galopar por los libros de caballería. El disco Imaginations from the Other Side, que cumple 20 años y tocaron completito, es un homenaje a la fantasía, a lo que significa atravesar el espejo como Alicia y atreverte a perderte en otro mundo. Si no has escuchado The Bard Song quiero decirte que te has perdido de algo en esta vida. Pocas canciones me patean tan fuerte en el interior. El coro con Valhala y Nightfall fue digno de guerreros bebiendo hidromiel y así, como no queriendo mucho la cosa, recordé que mucho antes del periodismo y las dosis de realidad a rajatabla yo me hablaba de tu con los duendes.

Monday, October 03, 2016

Conocí a Diego Osorno la noche del 23 de junio de 2004 en Funerales del Río donde yacía el cuerpo de Francisco Ortiz Franco, editor de semanario Zeta, ejecutado el día anterior por sicarios del Cártel de Tijuana. Diego acababa de llegar a la ciudad enviado por Milenio y del aeropuerto corrió a la funeraria. Aunque fue aquella una noche de demonios sueltos que incluyó la detención de un lugarteniente del CAF tras cruenta balacera, tuve un espontáneo e improbable oasis de minutos para charlar con Diego entre amargos cafés de velorio. Me sorprendió su sencillez, su apertura, pero sobre todo su generosidad. Ni pizca de ese ego siempre a la defensiva tan propio del oficio reporteril. Para entonces Osorno empezaba a destacar ya como uno de los mejores cronistas de este país y bastaba escucharlo hablar para intuir el tamaño y la trascendencia que alcanzaría su trabajo periodístico en los años siguientes. La última vez que platiqué con Diego fue el pasado diciembre durante una apurada cena en la FIL de Guadalajara. Le platiqué del libro Dispárenme como a Blancornelas, que en ese entonces era sólo un manuscrito que acababa de ganar el premio de cuento de La Paz y le llamó la atención el tema. Prometí enviárselo en cuanto lo tuviera impreso, pero como suele suceder conmigo, se me fue el avión e incumplí. La enorme y gratísima sorpresa con la que amanezco este lunes (notificado por mi colega Víctor Hugo Reyna) es que Diego leyó mi libro y no conforme con ello, comparte las impresiones de su lectura en Más por Más. Valoro demasiado estas palabras, porque sé que la agenda y la carga de trabajo de Diego son extremas y no es fácil darte el tiempo de leer un libro de cuentos en esas condiciones. Caray, mi arsenal de gratitud nunca había crecido tanto. Gracias Diego. PD- Paradojas de la aleatoriedad, pero el día en que conocí a Diego Osorno fue también el último en que vi a mi maestro Rafael Ramírez Heredia. Aquel 23 de junio presentó en el Cecut su novela La Mara (y su presentador fue su tocayo Rafa Saavedra). Canchero heroísmo de reportero, pero en esa noche de demonios me robé unos minutos para darle un fuerte abrazo al gran Rayo Macoy. No alcancé a intuir que sería el último. http://www.maspormas.com/2016/10/03/deosorno36/#.V_J5DUBXvTc.facebook

Sunday, October 02, 2016

Una hora antes del amanecer todos sus flagelos internos parecen aferrados a desgarrar cualquier vestigio de paz en el fluir de su pensamiento, pues lo que fluye son monstruosidades e inmundicias: el perro destripado, un payasito sin piernas intentando hacer malabares con pelotas desde una silla de ruedas, una mujer arrastrando un pie de elefante y una famélica figura asexuada con un tapabocas manchado de sangre. Después la iglesia, las manos húmedas dándole la paz, los besos babosos de las señoras, los brazos posados sobre sus hombros a la hora del selfie. Sólo Arnauda - su más fiel escolta, escudero y confidente multiusos- pudo leer en su rostro el arribo de la taquicardia, el mareo reflejado en repentina palidez y la inminencia de alguna catástrofe que bien podría ser el desmayo o el ataque de pánico. Con la dosis exacta de firmeza y discreción, Arnauda se las arregló para sacarlo de la iglesia por una pequeña puerta ubicada en la parte trasera del altar y conducirlo hasta el carro ya encendido. El “gracias Arnauda” pronunciado por Livio fue casi un grito de liberación y alivio. Su salida había sido lo suficientemente discreta como para no atraer demasiadas miradas, pero no lo privaría de la nueva andanada de rumores que brotarían como gusanos de mil bocas a la salida de la parroquia. Ahora está despierto, coronado por el sudor frío y sin acertar a borrar las imágenes que irrumpen como infernales diapositivas: perro muerto, acróbata mutilado, manos pringosas, baba en su mejilla. La cama lo expulsa. Imposible permanecer bajo las sábanas cuando en su mente desfila el museo de los espantos. Descalzo camina por la habitación a oscuras hacia el gran ventanal panorámico de la sala. El único sosiego posible es certificar con la mirada los cientos metros que lo separan del pestilente suelo, pero ni siquiera la visión de la ciudad desde el piso 39 alcanza a consumar inmediatamente su exorcismo. Livio permanece largos minutos con el rostro pegado al cristal, construyendo veredas de neón con la mirada, tratando de ubicar puntos exactos en la cartografía urbana del municipio con mejor nivel de vida en Latinoamérica. San Pedro aún duerme. La terapia de Livio consiste en contar el número de ventanas iluminadas en las torres vecinas. Juega a imaginar cuántas de esas luces han sido encendidas por insomnes como él - acólitos en la secta del mal dormir- y cuántas son de madrugadores que se preparan para recibir el amanecer corriendo en algún parque. A las cinco de la mañana aún son muchas más las ventanas oscuras pero conforme los minutos transcurren las luces van brotando entre las moles durmientes de concreto. Es entonces cuando con brutal claridad irrumpe la imagen de la ciudad aérea que ya nunca lo abandonará.