AL LLEGAR A LA MITAD DEL CAMINODE NUESTRA VIDA
Cumplí 35 años de edad y por primera vez en la historia los celebré trabajando. Desde que arranqué con mi primer empleo en nómina, en Discos Zorba Interlomas en 1991 (sí, llevo casi 20 años trabajando señores), jamás de los jamases había laborado un 21 de abril. Es rarísimo, por no decir imposible, que yo falte al trabajo, pero el 21 de abril lo canto con la anticipación necesaria para que no haya sorpresas y generalmente lo intercambio por un día de descanso o bien, me lo tomo como prestación sindical autoproclamada en el Artículo 123 de mi individualísima constitución. Sucede que en este 2009 decidí romper la regla, por la simple y sencilla razón de que en este año todos los paradigmas están rotos. Siempre pensé que la paternidad era un asunto que no iba conmigo y ahora estoy feliz. Por años proclame que no trabajaría en el gobierno y aquí me tienes. Siempre quise conocer Asia y allá fuimos y hace 13 años juré que mis Tigres no volverían a descender nunca y….ya cállate por favor. La cuestión es que trabajé y lo hice con gusto. Unas chelitas en el rojo león por la tarde, una que otra llamada que me alegró el día tanto como la cerveza y listo. He llegado, como Dante a las Puertas del Infierno, a la mitad del camino de nuestra vida. ¿Dónde está el Virgilio que me servirá de guía?
Por cierto, en ese recorrido hacia la muerte, Dante creía estar a la mitad. “Al llegar a la mitad del camino de nuestra vida”. La Comedia empieza cuando Dante tenía 35 años. Le faltaba, según él, un trecho equivalente para llegar al final en ese camino. Dante creía que moriría a los 70 años, un periodo de vida alto para el Siglo XIV, pero el poeta florentino se equivocó y dijo adiós a los 56 años, 21 años después de empezar a escribir La Comedia.
¿Estaré yo en medio tiempo? ¿O acaso me encuentro en tiempo de compensación regalado por el árbitro? Si la vida es un río, la muerte será el mar en el que desemboca.
Celebro el Día del Libro acomodando varios miles de ejemplares. Para mí, todos los días del año son el Día del Libro. Siempre traigo uno o dos bajo el brazo y me cuesta trabajo imaginar que alguna vez haya transcurrido un día del año sin leer. He dicho que en 2009 se están rompiendo todos los paradigmas habidos y por haber en mi existencia. Pues bien, ahí les va uno más: por primera vez en diez años de matrimonio contamos con un estudio hecho y derecho, una señora biblioteca mandada hacer. A lo largo de mi vida me he dado a la tarea de pepenar letra impresa. Devoto irremediable de Gutenberg, he acumulado libros, revistas, periódicos, gacetillas, mapas, carteles y chucherías diversas. Toda esa parafernalia impresa va a caer a un espacio entre cuatro paredes al que por llamar de una forma, llamábamos estudio, un espacio que ratones y polillas amarían hasta la locura. Tres libreros irregulares y contrastantes entre sí yacían sepultados entre inmensos cerros de librajos. Pues bien, tras más de diez años, por vez primera tenemos, ahora sí, un estudio. Estoy satisfecho con el trabajo del carpintero. Ahora toca mi turno de laborar y empiezo precisamente en 23 de abril. Esto de acomodar libros y clasificarlos es terapéutico. Vaya, podría decir que en realidad adoro enquehacerarme con ese tipo de labores. Crecí en la casa de mi Abuelo, en donde no conocí el color de las paredes, pues todas estaban tapizadas de libros. Tengo alma de bibliotecario y mi segundo empleo en nómina fue en una librería, entre gente patética que no amaba los libros. Ahora que tengo una biblioteca más o menos estructurada, me doy cuenta que podría hacerla y deshacerla varias veces al día y pasarme la existencia como el avaro de Moliere, contando mi tesoro. Tengo más libros que tiempo para la lectura y de no ser porque este proyecto había sido encargado desde principios de marzo, sin duda le hubiera dicho al carpintero que mejor cancelara todo y se pusiera a construirnos una cuna.
Cumplí 35 años de edad y por primera vez en la historia los celebré trabajando. Desde que arranqué con mi primer empleo en nómina, en Discos Zorba Interlomas en 1991 (sí, llevo casi 20 años trabajando señores), jamás de los jamases había laborado un 21 de abril. Es rarísimo, por no decir imposible, que yo falte al trabajo, pero el 21 de abril lo canto con la anticipación necesaria para que no haya sorpresas y generalmente lo intercambio por un día de descanso o bien, me lo tomo como prestación sindical autoproclamada en el Artículo 123 de mi individualísima constitución. Sucede que en este 2009 decidí romper la regla, por la simple y sencilla razón de que en este año todos los paradigmas están rotos. Siempre pensé que la paternidad era un asunto que no iba conmigo y ahora estoy feliz. Por años proclame que no trabajaría en el gobierno y aquí me tienes. Siempre quise conocer Asia y allá fuimos y hace 13 años juré que mis Tigres no volverían a descender nunca y….ya cállate por favor. La cuestión es que trabajé y lo hice con gusto. Unas chelitas en el rojo león por la tarde, una que otra llamada que me alegró el día tanto como la cerveza y listo. He llegado, como Dante a las Puertas del Infierno, a la mitad del camino de nuestra vida. ¿Dónde está el Virgilio que me servirá de guía?
Por cierto, en ese recorrido hacia la muerte, Dante creía estar a la mitad. “Al llegar a la mitad del camino de nuestra vida”. La Comedia empieza cuando Dante tenía 35 años. Le faltaba, según él, un trecho equivalente para llegar al final en ese camino. Dante creía que moriría a los 70 años, un periodo de vida alto para el Siglo XIV, pero el poeta florentino se equivocó y dijo adiós a los 56 años, 21 años después de empezar a escribir La Comedia.
¿Estaré yo en medio tiempo? ¿O acaso me encuentro en tiempo de compensación regalado por el árbitro? Si la vida es un río, la muerte será el mar en el que desemboca.
Celebro el Día del Libro acomodando varios miles de ejemplares. Para mí, todos los días del año son el Día del Libro. Siempre traigo uno o dos bajo el brazo y me cuesta trabajo imaginar que alguna vez haya transcurrido un día del año sin leer. He dicho que en 2009 se están rompiendo todos los paradigmas habidos y por haber en mi existencia. Pues bien, ahí les va uno más: por primera vez en diez años de matrimonio contamos con un estudio hecho y derecho, una señora biblioteca mandada hacer. A lo largo de mi vida me he dado a la tarea de pepenar letra impresa. Devoto irremediable de Gutenberg, he acumulado libros, revistas, periódicos, gacetillas, mapas, carteles y chucherías diversas. Toda esa parafernalia impresa va a caer a un espacio entre cuatro paredes al que por llamar de una forma, llamábamos estudio, un espacio que ratones y polillas amarían hasta la locura. Tres libreros irregulares y contrastantes entre sí yacían sepultados entre inmensos cerros de librajos. Pues bien, tras más de diez años, por vez primera tenemos, ahora sí, un estudio. Estoy satisfecho con el trabajo del carpintero. Ahora toca mi turno de laborar y empiezo precisamente en 23 de abril. Esto de acomodar libros y clasificarlos es terapéutico. Vaya, podría decir que en realidad adoro enquehacerarme con ese tipo de labores. Crecí en la casa de mi Abuelo, en donde no conocí el color de las paredes, pues todas estaban tapizadas de libros. Tengo alma de bibliotecario y mi segundo empleo en nómina fue en una librería, entre gente patética que no amaba los libros. Ahora que tengo una biblioteca más o menos estructurada, me doy cuenta que podría hacerla y deshacerla varias veces al día y pasarme la existencia como el avaro de Moliere, contando mi tesoro. Tengo más libros que tiempo para la lectura y de no ser porque este proyecto había sido encargado desde principios de marzo, sin duda le hubiera dicho al carpintero que mejor cancelara todo y se pusiera a construirnos una cuna.